La familia puede ser un refugio en la tormenta, y a veces, la tormenta misma.
Una serie inglesa nos grabó la frase: “La familia puede ser un refugio en la tormenta, y a veces, es la tormenta misma” (Peaky Blinders). Ítalo Cordano llevó esta idea a la comedia y creó una serie alocada de situaciones que hacen que La tribu sea divertida de principio a fin.
En todas las familias hay secretos, pero cuando estos se descubren en el peor momento convierten una celebración en el momento más caótico y no hay armonía posible sino caos. Varios temas del libreto suenan contemporáneos, pero tienen siglos y son parte del conflicto intergeneracional: el padre apegado a las tradiciones no acepta que un hijo suyo sea gay; este llega con su novio y, como cualquier pareja, se dan un beso. Me sorprende oír grititos de horror en la platea. ¿No entramos al siglo XXI hace 25 años? En fin. Si escogieron a este alcalde para Lima es que algunos se sienten en el medioevo.
Pero no es el único hijo que vive frustraciones. Está la hermana solterona y el hijo mayor obligado a trabajar en la empresa del padre. Todos juntos, con sus respectivas parejas, se reúnen para celebrar el cumpleaños de mamá y allí empieza el divertido alboroto.
Hacer teatro en un gran escenario requiere de experiencia en el manejo de la escena. La tribu fue un éxito en el NOS de la PUCP el año pasado, con un aforo de 600 y ahora en el Peruano Japonés, llena diariamente sus 1000 butacas. También es un reto por la distancia física y el necesario recurso del micrófono. Sin embargo, el buen diseño de la escenografía permite que todos los actores estén en escena en la mayor parte de la obra, alternando la atención o jugando al doble foco. La dirección de Bruno Ascenzo se luce en esta dinámica que no nos permite distraernos de cada secuencia, porque todo se desarrolla vertiginosamente.
La amplia experiencia teatral de Carlos Carlín y Alejandra Guerra hacen que ellos sean las columnas sobre las que se arma esta hilarante historia familiar. Son conocidos los gestos irónicos o iracundos que le da Carlín a sus personajes, pero es menos común ver a una extraordinaria actriz dramática como Guerra, en una comedia y lo hace tan bien que es difícil retirarse del teatro sin recordar varias de sus frases.
Siendo ellos los principales, los demás no están en un nivel menor: Nicolás Galindo, Luciana Arispe, Diego Pérez, Oscar Meza y Alejandro Villagomez asumen con solvencia los papeles. Una especial mención para Jely Reátegui, que brinda a su personaje una frescura desenfadada que resulta cuestionadora de la conducta de los demás.
La obra parece tener dos finales (advertencia de spoiler): el monólogo de frustración del papá Silvano, que reconoce su derrota, baja la cabeza y cuando se extingue la luz, el público aplaude. Pero no. Aún no ha terminado. Falta el final feliz. ¿Para qué? ¿Lo exigen los productores? ¿Es el momento de redención necesario en toda comedia que transita a lo trágico, para que la gente salga con una sonrisa? Cuando se ha mentido mucho, encontrar nuevamente la verdad cuesta demasiado y la única manera de lograrlo es romperlo todo y volver a empezar.
Yo me hubiera quedado con el primer final, dándole a la comedia un mensaje firme y contundente sobre las consecuencias de nuestros actos. Pero sería una herejía para el género. Lo comenté a algunos y nadie estuvo de acuerdo conmigo. En fin, son ilusiones de espectador.
David Cárdenas (Pepedavid)
1º de junio de 2025
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