domingo, 18 de mayo de 2025

Crítica: JUICIO A UNA ZORRA


Ninguna manzana de la discordia

A principios de los años 10, Miguel del Arco presentó al mundo Juicio a una zorra, uno de sus textos más reconocidos en el que explora el personaje de Helena, quien huye con Paris de Troya de su esposo Menelao, dando inicio a la guerra de Troya. Ahora, un fantasma del escenario, busca reclamar justicia por su legado. Y ahora, María Dodera y Cécica Bernasconi se unen como cómplices y traen este visceral texto a las tablas peruanas, además de retornar a Bernasconi a las mismas. La suma de estos tres elementos es, evidentemente, una cascada de dolor, furia, reivindicación y potencia actoral.

Bernasconi maneja al público como desea y hacia donde desea, en un despliegue de trabajo físico y psicológico maratonesco que, aun sí, tiene la inteligencia para no dejarnos en un estado de admiración a la actriz, sino a entender la muestra que presenciamos. El tono de este paseo es generalizado, y sus inicios puede incluso dar la impresión de un bucle macabro entre revivir sus abusos y ahogarse lejos de ellos. Este es un bucle de sufrimiento que podría sentirse como excesivo si no fuese ese precisamente su objetivo: meternos junto a Helena en un espiral de violencia de género que no termina ni se pone mejor. Helena tiene como principal compañero en su rememoración al alcohol: está rodeada de botellas de vino que se desprenden e iluminan para colaborar a su efecto dramático. Bernasconi actúa el efecto del alcohol con minuciosa consistencia: su efecto narrativo no es el de la distracción sino de la revelación, de la ruptura y la vulnerabilidad. Helena no es solo víctima, solo orgullosa, solo valiente o solo quebrada: el juicio (dígase defensa) que realiza hacia sí misma la lleva por distintos estados en los que ella misma parece redescubrir el dolor del trauma. Desde la dramaturgia, la dirección y la interpretación, hay un deseo de que Helena se transforme del personaje iliádico a un ser humano atemporal.

Esto es importante, porque impide que entendamos su decisión de seguir a Paris a Troya desde un punto de vista meramente práctico u objetivo, sino desde una empatía más cercana. ¿Es el teatro aquí, sin embargo, una herramienta de empatía o de desensibilización? ¿Logramos la empatía del personaje a la mujer a través de la emoción o a través de la confrontación? La obra busca y difunde el concepto del público como parte del juicio, como otros jueces para Helena. ¿Tenemos la potestad de serlo, el nuance como espectadores para hacerlo? Es importante quizás no despegar de nuestro entendimiento de obras como Juicio a una zorra de, valga la ironía, el teatro épico.

Nosotros hubiéramos sido más justos con Helena, más humanos, menos crueles e insensatos”. La obra acertadamente no termina ni con Helena empoderada ni victimizada. Termina con ella en concierto, sin escapar de sus dolores ni siendo apresada por los mismos. Persona. Es al menos, lo que como espectador elijo creer, en pos de la sanación tras el abuso. No nos impidamos incluir en nuestro análisis un dedo acusador hacia nosotros mismos. Evitemos despegar de nuestras impresiones de esta impactante y gutural obra su relación con el mundo real, más cercano de lo que a veces nos gusta admitir.

José Miguel Herrera

18 de mayo de 2025

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