La esperanza como luz o como sombra
"La esperanza no es
la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene
sentido, salga como salga" Vaclav Havel
En el CCPUCP se está presentando una de los mejores montajes
del año, no solo por la puesta en sí, sino por el mensaje que trasmite.
La trama es sencilla: justo antes de las elecciones
municipales de 1983, un padre de familia llega a su hogar emocionado por haber
invitado al candidato que lidera las encuestas a un almuerzo. Cree que este
encuentro es crucial para el progreso de su familia y, como resultado, motiva a
los demás miembros de la familia a dejar de lado sus actividades cotidianas
para preparar todo lo necesario para la visita del candidato y en medio de
todos estos ajetreos se va forjando una tragedia familiar.
Aldo Miyashiro y Marisol Palacios se sirven de esta premisa
para mostrar a través de una historia de hace 40 años, personajes y situaciones
lamentablemente muy actuales. La trama revela la pérdida de la esperanza que
experimentamos en la transición a la democracia en nuestro país, al mostrar el
deterioro moral y económico de una familia de clase media limeña. La narrativa
entrelaza las aspiraciones individuales con los desafíos familiares, la
fragilidad de las promesas políticas, las ilusiones efímeras, el machismo
latente, la vida desprovista de esperanza, la rebeldía sin propósito, un abrir
los ojos a una realidad aterradora y una simbólica desaparición como pérdida de
foco de lo importante.
Esto nos lleva a concluir que necesitamos otro tipo de
esperanza, no aquella que se consigue esperando que llegue del cielo porque
"lo merecemos", sino aquella que solo puede conseguirse con un
esfuerzo personal y que contribuya a afianzarnos como individuos; solo así
superaremos esa situación de caos en la que nos encontramos y nos permita
mejorar como personas.
La escenografía nos transporta a la típica sala-comedor de una
familia, donde destacan tres vías de escape, simbolizando la oportunidad de
evasión: la ventana, que revela el mundo exterior; una puerta impenetrable; y
una escalera que nos guía hacia una salida temporal.
Las actuaciones en esta obra son muy convincentes. Lucho
Cáceres brilla de manera espectacular al interpretar a un soñador que se aferra
tenazmente a una idea que solo tiene sentido en su mente, rechazando cualquier
otro enfoque y reaccionando con violencia ante los intentos de persuasión.
Julia Thays realiza una interpretación impecable al encarnar la resignación con
la que acepta su vida, sin discutir lo que le propone su esposo, creando un
contrapunto muy interesante en escena. Diego Pérez, en su papel de hijo
rebelde, ofrece una actuación aceptable, aunque se nota que su personaje no se
ha explorado a fondo, posiblemente para no eclipsar la sensación de
desesperanza que impregna toda la obra. Por último, Brigitte Jouannet
representa con sobriedad esa tenue luz que lucha por mantener las cosas a
flote, pero que también comienza a sentirse acorralada a medida que la adultez
se acerca.
No podemos dejar de mencionar la música adaptada de los años
80 por parte de Wicho García y Manolo Barrios y que resaltan el mensaje de la
obra.
Ulises Cabanillas
9 de noviembre de 2023
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