Lentes de Ruido
La estética de la obra brinda una
experiencia distinta desde el inicio: al ingresar al espacio observas a un
músico programando sonidos desde una computadora y realizando riffs roqueros
con una guitarra. Después de ser impactado desde lo sonoro, el escenario
también cobra vida, los colores y las formas de los diseños causan una
atmósfera fría y tenebrosa.
Al empezar, la música va calando junto a
los textos, los personajes son peculiares desde la vestimenta y el maquillaje.
Parecen sacados de un lugar único, de un universo que existe solo para ellos,
esa sensación es bastante impactante al momento de crear, por supuesto desde mi
perspectiva.
El elenco está conformado por cinco
intérpretes, las historias giran en torno a Lulú, todos doblan personajes o por
lo menos la mayoría. Lulú (Kelly Estrada) se mueve desde maneras naturalistas,
su fuerza energética es adecuada para la textura de la obra, su amigo Moritz
(Gian Paul Miranda) da un excelente ritmo, juntos consiguen buenos momentos.
El
uso de las vestimentas, la utilería y la música consiguen conexión y ritmo; es
fácil empatizar con el personaje desde la proximidad de lo que cuenta. La forma
en que los artistas van cambiando de roles interpretativos mantiene con
expectativa al observador, interesado por saber qué deparará para ese mundo, qué
final o cuestionamiento puede someter. La madre (Ale Saba) consigue modificar
su energía para manifestar personajes opuestos, la hermana (Astrid
Villavicencio) acompaña el ritmo de Lulú, tiene la energía adecuada para ser la
que siempre está ahí o por lo menos lo intenta, hasta que la frialdad y la
misma extrañeza de Lulú, la resignen con trágica ternura.
Algunos detalles en el sonido pueden
mejorar, especialmente en volumen y atención, pero son aspectos casi
imperceptibles que han sido llevados de muy buena manera. La música en vivo y
el canto dan una personalidad propia a la puesta escénica y esto lo vuelve
particular.
El momento en que muere uno de los
personajes es mi favorito, pues el escuchar cantar al actor consiguió remover
fibras dentro de mi ser, pensamientos que acompañan al sentimiento. Fue bien
manejado, de acuerdo a las figuras interpretativas que se construyen; visualmente
y lumínicamente se logra una coherencia con el escenario y el vestuario en
general.
La obra está llena de símbolos que causan
reflexiones en el que observa, los lentes de Lulú, por ejemplo. Ella mintió
cuando fue al médico, decía que no veían, por lo tanto, tuvo que usar unos
lentes con medida; sin embargo, no le correspondía usarlos porque ella sí veía.
Esta situación hace que el personaje todo el tiempo este con unos lentes de
luna gruesa, que desvirtúa lo que observa y suavemente vamos ingresando a un
mundo que es solo visto a través de ojos distintos. Las metáforas son parte de
la subjetividad del espectador, pero la obra está bien construida y mantiene
cuerpos activos en el espacio.
El director Víctor Hugo Coveñas ha
realizado un buen trabajo al diseñar y crear las escenas a partir de un texto
francés llamado The Lulu Projekt,
escrito por Magali Mougel. La elección de la adaptación y la búsqueda de los
perfiles actorales calzan muy bien con la propuesta planteada. Una obra para
disfrutar y apreciar perspectivas distintas de creación, la gran posibilidad de
las distorsiones de la guitarra y las atmósferas, el diseño de luces y lo
gótico, una obra divertida con un mensaje potente y un ininterrumpido volcán de
emociones sonoras.
Moisés
Aurazo
14 de noviembre de 2023
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