domingo, 31 de agosto de 2025

Crítica: DR. JEKYLL Y MR. HYDE


Libérrima adaptación de una historia de represión

Siempre existirá la eterna (y, quién sabe, inútil) discusión acerca de dónde se ubican los límites del respeto al material original y la libertad del creador, al llevar a escena una adaptación teatral. Incluso, para muchos teatristas, estos límites pueden ser fácilmente desechables. En todo caso, sí que existen ciertas consideraciones a tomar en cuenta al reinventar una historia escrita décadas o hasta siglos atrás: el apartado técnico, los valores de producción, la duración del espectáculo, el estilo de las interpretaciones y acaso uno crucial: la conexión con el público contemporáneo. Queda entonces, en manos del director, la dirección que elija llevar su puesta en escena. Valga esta breve introducción para reseñar la última apuesta escénica del colectivo Los asombrosos sombreros, escrita originalmente como novela corta por el escocés Robert Louis Stevenson en 1886, titulada Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

A estas alturas, la revelación de la trama ya no es una sorpresa en sí misma. Ambos personajes principales, Jekyll y Hyde, conviven en el mismo cuerpo: el primero, un científico empecinado en encontrar la manera de separar bondad y maldad del espíritu humano; y el segundo, la horrenda creación del primero, capaz de cometer los crímenes más atroces. En contraparte, lo llamativo de la propuesta del director Francisco Cabrera (quien ya adaptara con éxito La metamorfosis de Kafka) radica en cómo lleva al escenario del Centro Cultural Ricardo Palma la novela de Stevenson y en la arriesgada manera en la que añade nuevas capas de complejidad a ciertos personajes y situaciones, que bien podrían hacerle arquear las cejas a los espectadores más puristas, pero que viene amparada en una coherente exploración de la represión en aquella época.

Cabrera mantiene la convención espacio temporal del original, con un cuidado vestuario y una creación de atmósferas que ciertamente nos remiten al Londres de finales del siglo XIX. La estilización del espectáculo también se luce con la escenografía, compuesta por espejos antiguos móviles dirigidos hacia el público y una lluvia de pétalos que aparece cada vez que se perpetra un crimen. Por otro lado, el resto de aspectos sí es intervenido y modificado notablemente; a veces, chirrían ciertas situaciones y actitudes en medio de la época victoriana; sin embargo, para quien escribe, esto no mella, en gran medida, la fuerza de la historia original y además, enriquece ciertamente el producto final.

Desde obvias modificaciones de género, como los roles del Dr. Lanyon y el mayordomo Poole interpretados ahora por mujeres (Lucía Oxenford y Olga Kozitskaya, respectivamente), en clara alusión al empoderamiento femenino actual; hasta convenciones más drásticas con el original, como las mismas apariencias del científico y el asesino (el impecable Sebastián Stimman): Jekyll luce ahora avejentado con problemas motrices; y Hyde, un seductor y erguido criminal. Acaso lo más resaltante sea la caracterización del abogado Utterson (Marcello Rivera), quien es descrito en la novela como un personaje reservado, tímido y hasta adorable, y que en la propuesta de Cabrera mantiene una intensa relación, sentimental y sexual, con Jekyll, en una medio de una sociedad opresora y machista. Dr. Jekyll y Mr. Hyde puede que no sea del agrado del público más tradicionalista, pero se convierte en una arriesgada y valiente propuesta de Cabrera, que al explorar el ángulo de la represión de la fuente original de Stevenson, permite una conexión más directa con los nuevos espectadores, a través de una puesta en escena atractiva y entretenida.

Sergio Velarde

31 de agosto de 2025

viernes, 29 de agosto de 2025

Crítica: HARAKIRI


Un chiste del destino

Harakiri es una obra que, con su ironía sobre la vida y humor regional, nos cuenta sobre cómo se unen trágicamente las vidas de un suicida japonés y un desafortunado transeúnte. Aunque la obra fue escrita por el dramaturgo chileno Sergio Arrau, es adaptada notablemente al contexto peruano gracias a su director, Daniel Goya, y los esfuerzos de Telón Mestizo e Intensa Producción. 

El título alude al ritual con el que Kenya Nakamura decide quitarse la vida, pero que es casi evitado por Juan Castillo. A pesar de sus deseos de ayudar, el ejemplo de buen ciudadano termina siendo culpado de atacar al suicida, y ello desata una serie de eventos que acaban siendo uno peor que otro. Las escenas de comedia, con prototipos de personajes conocidos por nosotros, se intensifican con las referencias a la situación nacional y del ambiente artístico y del teatro. Tenemos policías y delincuentes, religiosos y periodistas, entre otros curiosos personajes que van dándole una lección a nuestro protagonista a medida que se encuentran con él. En ello, contamos con una reflexión sobre la justicia y las apariencias, de cómo actualmente gran parte de la vida se vive en imágenes de redes sociales, así como de la búsqueda de soluciones rápidas y de señalar culpables sin indagar.

Estaremos atentos a próximas funciones de Harakiri en el Club de Teatro de Lima, siendo una buena opción para pensar, aún a través de la risa, sobre los problemas del país. Aunque ya se acabaron las fechas, estamos seguros de que será repuesta y podremos seguir disfrutando de las actuaciones de Luisito Fernández, como nuestro protagonista, y el elenco que lo acompaña en sus tragicómicas aventuras: Yamil Sacin, Victor Lucana, Sandra Epequin, Linda García y Luis Villegas.

Jimena Muñoz

29 de agosto de 2025

miércoles, 27 de agosto de 2025

Crítica: INFIELES EN APUROS


Infieles Anónimos: confesiones con humor

La propuesta teatral Infieles en apuros se presenta en el Bar Efímero, en el distrito de Barranco. Escrita por José Gregorio Rodríguez, dirigida por Miguel Seminario y producida por Terciopelo Rojo Producciones, la obra apuesta por un espacio alternativo que potencia la dinámica de su historia: un escenario íntimo que acerca al público a los enredos de los personajes y lo convierte en cómplice de sus secretos.

El montaje se sostiene en una escenografía minimalista y funcional, donde pocos elementos bastan para construir el juego escénico. Esto permite que la acción física y la interacción entre actores adquieran protagonismo, generando una convención clara desde el inicio. La proximidad con los espectadores favorece un ritmo ágil y dinámico, esencial para la comedia, y permite que cada diálogo y gesto se reciban de manera directa. La iluminación tiene un rol adecuado y guarda relación con la escenografía. En contraste, la música no siempre mantiene la calidad necesaria, lo que resta fuerza a algunos momentos. El vestuario, en cambio, destaca por la coherencia de su paleta de colores: cada personaje se distingue con claridad, reforzando su construcción y favoreciendo la composición escénica.

En cuanto a las interpretaciones, los actores ingresan a escena con buen ritmo y escucha, pero conforme avanza la obra se percibe cierta pérdida de precisión. Los altos niveles de intensidad emocional, por momentos, se fuerzan sin progresión dramática, lo que debilita una actuación con verdad y orgánica. Aun así, se logran apreciar otros momentos donde la intensidad se justifica y logra sostener el ritmo. Asimismo, cuando los intérpretes no estaban accionando o hablando, desconectaban de lo que pasaba en escena y no estaban presentes.

Un aspecto que genera ambigüedad es la falta de definición en el código de actuación. Además, no siempre queda claro cuándo los intérpretes se encuentran dentro de la ficción y cuándo deciden romper la cuarta pared. Este vaivén afecta la conexión con los eventos narrativos. Sin embargo, involucrar al público como parte de los Infieles Anónimos resulta ingeniosa y aporta frescura al relato. Por otro lado, el uso de playback, un recurso que rompe la coherencia de la historia: en lugar de potenciar la comedia, fuerza la broma inmediata y debilita la progresión narrativa.

En suma, Infieles en apuros ofrece una mirada divertida sobre el amor y la infidelidad, utilizando la comedia como herramienta para desnudar verdades incómodas. Sin embargo, decisiones artísticas poco claras desde la dirección y en la actuación dificultan el desarrollo pleno del montaje. Asimismo, no hubo una curva dramática bien ejecutada.

En escena: Alfredo Motta, Gia Ocampo, Alexander Ugalde, Celeste Mori, Rodrigo Delgado. 

Rubén Aquije

27 de agosto de 2025

Crítica: BLANCA Y RADIANTE


Una comedia sobre los mitos del amor y la vida

Diez años después de su primera temporada, la obra de creación colectiva Blanca y Radiante regresa a los escenarios limeños. Esta vez se presenta en el Auditorio Británico, bajo la dirección de Sergio Paris y la producción de Pilar Cornejo, reuniendo nuevamente a un elenco versátil. Logra exponer los mitos y contradicciones, con humor y lucidez, que atraviesan la vida de las mujeres.

El montaje nos propone un viaje simbólico a través del “gran juego de la vida”, un tablero que sirve como metáfora de las etapas y decisiones que enfrentan las protagonistas. Cinco mujeres avanzan, retroceden y tropiezan con las expectativas sociales, los amores que prometen eternidad, pero se desvanecen, y las normas invisibles que condicionan sus elecciones. Esta estructura lúdica marca desde el inicio la convención teatral: el escenario se abre con un espacio dispuesto como tablero y una zona musical visible al frente que acompaña la acción.

La música en vivo cumple un rol fundamental en la obra. No solo marca el ritmo y da coherencia a los eventos, sino que también construye atmósferas específicas que potencian cada escena. La intérprete encargada de la ejecución musical logra ser un puente entre la acción y la sensibilidad del público. Este recurso dota al montaje de frescura y cercanía, evitando la monotonía y subrayando la tensión de los conflictos.

En términos visuales, la propuesta se sostiene en un diseño escenográfico funcional y simbólico. La utilería es empleada con dinamismo, reforzando la claridad narrativa y permitiendo a las actrices accionar con precisión. El vestuario y maquillaje cumplen un papel destacado: ofreciendo una lectura clara y coherente sobre los caracteres en juego.

El argumento aborda con ironía temas como el matrimonio, la felicidad conyugal y los ideales del amor romántico, cuestionando aquello que se asume como verdad desde la sociedad. Si bien la propuesta consigue momentos de gran comicidad y reflexión, por instantes cae en redundancias que diluyen la fuerza de los conflictos y limitan la intensidad dramática. Sin embargo, el tono irreverente y la mirada crítica logran sostener el eje de la puesta: reírnos de las convenciones sociales que pesan sobre las mujeres y lo necesario de abrir espacio a la reflexión.

Las interpretaciones son otro de los grandes aciertos del montaje. El elenco —Vivi Neves, Luzma de la Torre Ugarte, Macarena Layseca, Magali Luque y Pilar Cornejo— demuestra versatilidad, energía y una conexión constante con el público. La escucha entre las actrices, sumada al ritmo sostenido de la puesta, genera una complicidad que mantiene al espectador atento y comprometido con lo que sucede en escena.

En síntesis, Blanca y Radiante se reafirma como un montaje dinámico, lúdico y vigente. A pesar de ciertas reiteraciones, la obra consigue articular con frescura humor, música y sátira, ofreciendo un espectáculo que combina entretenimiento y crítica social. Su regreso confirma la capacidad del teatro independiente para cuestionar, divertir y conmover. 

Ruben Aquije

27 de agosto de 2025

Crítica: DOS SIGLOS DE SOBREMESA


Nuestra crisis como menú inacabable

Entramos a la sala de una vieja mansión. Nos recibe una mesa larga y desnuda al centro, iluminada por la luz que atraviesa un gran rosetón sobre ella. La mesa familiar es siempre el escenario de celebraciones, acuerdos y disputas familiares. Alrededor de ella, esta obra nos enfrenta a la historia del Perú, en dos momentos cruciales.

La figurita del viejo álbum nos vende la imagen de todos los peruanos unidos celebrando la independencia. La proclamación de 1821 fue un grito victorioso con el apoyo de civiles insatisfechos y esclavos ilusionados con su libertad. Los criollos se sentían más españoles que peruanos y su aspiración era vivir bajo la protección del rey. Ni la instalación del Congreso, en septiembre de 1822, aseguraba la independencia. Se tuvo que negociar en Ayacucho, en 1824, para terminar la guerra con los españoles y empezar nuestros propios conflictos.

En ese contexto, una familia criolla negocia con un español el matrimonio de su hija. La conveniencia es el único motivo, pero el futuro inmediato es inseguro, por la pugna entre seguidores de San Martín y Bolívar. La negociación se ve saboteada por la novia - hija del hacendado anfitrión - que es el objeto de la negociación. Pero una revuelta campesina pone en peligro la estabilidad de los presentes.

Dos siglos después, en el 2024, esa misma mesa reúne a una familia que negocia la venta de la casa y nuevamente la hija se opone. Es la generación joven que se enfrenta a la que decae. Pero otra vez una revuelta popular frustra las negociaciones, trasladando el foco de atención, de la familia a la sociedad.

Con mínimos elementos - la mesa, sillas y los trajes de época - las escenas intercalan las dos épocas, para que quede claro el mensaje: han pasado 200 años y mientras la familia discute sus conveniencias, siguen sin resolver los problemas de los pueblos que no son invitados a esa mesa.

El traslado de época se realiza ágilmente, con un breve y parcial apagón, con evidencia de que son los mismos, pero con distinto ropaje. El espejo del tiempo sirve para mostrar quiénes somos. El personal de servicio - esclava del siglo XIX o repartidora de delivery - no es ajeno al conflicto, pero siguen siendo personas de segunda categoría. 

Una obra en tiempos paralelos con un discurso político común, según la época, es una osadía que solo alguien que maneja los guiones como prestidigitador puede hacer con éxito. Eso hace Adrianzén con los diálogos de los personajes que pueden hablar de política, sin caer en el panfleto y puede contar la historia sin aburrir con la exposición de hechos, porque la obra nos ubica perfectamente.

El ambiente creado por el movimiento y el espacio brindado a cada personaje para que desarrolle su acción demuestra un buen trabajo de dirección a cargo de Gustavo López Infantas. Los personajes, interpretados por Gonzalo Molina, Urpi Gibbons, Paulina Bazán, Guadalupe Farfán, Gianni Chichizola, Alain Salinas y Sol Nacarino, aciertan en su ubicación histórica. El apoyo en planos superiores y las siluetas que insinúan se utilizan adecuadamente para mantener la atmósfera de conflicto en la gran sala en ambas épocas.

Dos siglos de sobremesa sigue en el ICPNA de Lima, hasta el 7 de setiembre.

David Cárdenas (Pepedavid)

27 de agosto de 2025

domingo, 24 de agosto de 2025

Crítica: FRENESÍ


Sueños de libertad

Antes de ingresar al teatro, el público se encuentra con policías armados que custodian el lugar, generando desde el inicio un clima de tensión y expectativa. Ya en la sala, un hombre interpela directamente a los espectadores: cuestiona la ficción, la libertad y el deseo mismo de hacer teatro, abriendo un juego constante entre realidad y representación.

Acto seguido, ingresan dos actores que representan escenas de La vida es sueño. Pero no son únicamente actores: son reclusos que, como parte de un programa de rehabilitación penitenciaria, han ensayado un montaje teatral. En la función fuera de la cárcel, uno de ellos se entrega con entusiasmo y pasión, mientras que el otro participa con evidente desgano, enfado e incomodidad. ¿Qué lo atormenta realmente: los ensayos, el teatro o su propia vida? Esa incomprensión lo desborda hasta estallar: toma a una joven del público como rehén para intentar escapar. Su verdadera intención siempre había sido esa: usar el teatro como estrategia para huir y alcanzar su anhelada libertad.

La obra se estructura con saltos temporales que permiten adentrarse en las vidas de cada personaje. El primero es un hombre maduro, encarcelado por homicidio involuntario, interpretado por Mario Velásquez. En prisión descubre en el teatro una vía de transformación, un camino hacia la esperanza y una segunda oportunidad. Su interpretación transmite humanidad, y se reconoce ya como un profesional que, al recuperar la libertad, sueña con dedicarse por completo a la actuación. Su relación con su hija (Yaremis Rebaza) revela la fuerza del afecto familiar y la fidelidad de quienes no abandonan a los suyos pese a las consecuencias de decisiones dolorosas.

En contraste, el segundo reo (Walter Ramírez) encarna la resistencia a la redención. Manipulador, egoísta y sin escrúpulos, utiliza a los demás como instrumentos de sus fines personales. El actor le otorga una presencia dura y violenta, con un trabajo corporal y vocal que refleja la crudeza de un hombre incapaz de cambiar.

El giro de la historia se produce con la irrupción de la rehén, interpretada por Lía Camilo, quien revela un secreto oculto que involucra directamente a uno de los actores. Su personaje se transforma: de víctima pasa a ser alguien que busca venganza. La actriz asume este tránsito con gran fuerza expresiva, llevando la acción a un punto de tensión máxima.

Asimismo, aparece el director del montaje de La vida es sueño, encarnado por Martín Velásquez, un hombre apasionado que cree firmemente en el poder del arte para transformar vidas. Su entusiasmo al enseñar teatro a los internos refuerza la convicción de que la escena puede ser un medio de reinserción y humanidad.

El desarrollo se complementa con un coro integrado por Juan Pablo Mejía, Cristhian Gonzáles, Santiago Espinoza y Giancarlo Almonte, quienes generan atmósferas cargadas de tensión y realismo. Con gestos mínimos, miradas y acciones precisas evocan los pabellones de la prisión, transportando al espectador al universo opresivo del encierro.

Frenesí es una propuesta teatral intensa, urgente y profundamente necesaria. Nos recuerda que el teatro puede irrumpir incluso en los lugares más oscuros y convertirse en herramienta de resistencia, redención y esperanza. Bajo la dirección y dramaturgia de Herbert Corimanya, la obra ilumina vidas que suelen permanecer invisibles y, mediante el realismo, los saltos temporales y el trabajo escénico con internos penitenciarios, construye un relato en el que conviven la violencia, la pasión y los sueños de libertad, planteando la posibilidad de una segunda oportunidad en la sociedad.

Edu Gutiérrez

24 de agosto de 2025

Crítica: LABERINTO DE MONSTRUOS


Oportuna revisión de clásico nacional

Con un puñado de sus clásicos estrenándose cada cierto tiempo, como la notable ¡A ver, un aplauso! (1989) o la entretenida El viaje de la Santa (2023), el dramaturgo César de María es la clara y destacada evidencia de que sí existe Teatro Peruano. Sus textos, de variadas temáticas y curiosos personajes, como en Kamikaze! o La historia del cobarde japonés (1999) o Dos para el camino (2002), trazan historias en las que se amalgaman con brillantez el destino, la ironía, el drama y lo impredecible de las emociones humanas. Llegó hace un par de meses al Teatro Ricardo Roca Rey de la Asociación de Artistas Aficionados una de sus piezas más recordadas y que bien debería contar con una mayor cantidad de reposiciones: Laberinto de Monstruos (1998), que en esta oportunidad encontró una feliz reinvención de la mano del director Jorge Gálvez.

Con la metáfora servida desde el título, la historia sigue a cuatro ingenuos adolescentes en los años 70 que encuentran trabajo en una feria ambulante, el que consiste en disfrazarse de monstruos y asustar a la gente dentro del laberinto; y a la vez, asistirán a su propia pérdida de inocencia al intentar perpetrar un delito. Con una sólida propuesta de dirección, en la que prevalece una cuidada estética que suma a la creación de atmósferas, es el cuarteto de jóvenes el que conduce al espectador a través de la trama, que incluye además a una envalentonada amiga y a un misterioso hombre que porta un maletín, presumiblemente lleno de dinero y que desencadenará la tragedia. La puesta mantiene un delicado equilibrio entre las situaciones jocosas y las secuencias dramáticas, especialmente durante los monólogos de cada uno de los coprotagonistas.

A destacar al joven y entregado elenco, que incluye a René Ynquillay, Bruno Bernal, Renato Cruces, Patricia Moncada y especialmente, a un carismático Juan Velazco. Mención especial para Jesús Suica, quien interpreta sin tacha tres roles en la obra, todos con convicción y destreza. Laberinto de monstruos, con la acertada producción de Atmósfera Alterna, fue una oportuna y más que lograda adaptación de una muestra del talento de De María, dramaturgo peruano en plena actividad y que todavía nos regalará, seguramente, más de sus bienvenidas historias en el futuro.

Sergio Velarde

24 de agosto de 2025

sábado, 23 de agosto de 2025

Crítica: DESPUÉS DE TI, AZUL INFINITO


Un testimonio poético

Cuántas veces, estando de duelo, nos han alentado a convertir el dolor en fuerza. Attilia Boschetti convirtió el suyo en poesía y testimonio, expuesto de la manera que ella sabe: a través de un personaje, que es el reflejo de ella misma.

Enterados de la línea testimonial de la obra y sabiendo de su larga trayectoria, podíamos esperar un recuento nostálgico, biográfico. Pero Attilia nos ofrece más que eso. Su texto es una exploración íntima y un homenaje a sus dos grandes amores: el teatro y su pareja, Carlos Tolentino, fallecido el 2020. En una entrevista (El Comercio) ella asegura que “esta obra es una confesión poética, un ritual de despedida y reencuentro y un acto de fe en el arte."

Con la firmeza que otorga la experiencia, dentro y fuera de las tablas, pero con mucha delicadeza, nos ofrece un personaje que llega accidentalmente a su universo, que es el escenario, para hablarnos (como público ficticio) de su vida. Sentimos, de inicio a fin, a un ser que se ha ido enriqueciendo a cada paso. Su humildad es una prueba de esa sabiduría.

Las hojas de papel caen como las de los árboles en el otoño, para cubrir el escenario con un manto de recuerdos gratos. El más importante es el reencuentro consigo misma, proyectado en un video de otro unipersonal: “Mujer, modelo para armar”, dirigido por Tolentino en 1988 y realizado a partir de versos de Marcela Robles. Esa obra revelaba el erotismo femenino y la hipocresía social frente a la situación de la mujer, lo que la convirtió en un bello, militante y emblemático manifiesto feminista de la época. Fue Attilia quien lo interpretó y lo recuerda, como reafirmándose en sus valores, por encima de todos los papeles que ha desempeñado en su larga trayectoria.

Ubicada en el presente, Attilia (o mejor, su personaje) llega con su traje azul. Sobrio, pero de fiesta, como para celebrar la vida. Algunas “fallas del sonido” interrumpen su discurso para impedir que la fantasía se apropie de la realidad. Pero ella persevera en ser feliz. Tampoco la detiene que la vejez limite sus posibilidades, pero la asume.

Todo es azul. El traje, la luz, un ovillo de lana que la conduce a momentos felices al desenvolverlo y que la acompaña como una mascota al marcharse finalmente, junto a una maleta, porque la vida no termina aquí, sino que el viaje continúa con las mismas ilusiones. Por eso el azul es infinito.

El azul, en la literatura, suele simbolizar la tristeza o la melancolía. En “Detrás de ti” el azul es serenidad, ternura, paz.

Después de ti, azul infinito está en el Teatro de Lucía solo por dos fechas más (26 y 27 de agosto). Vale la pena verla.

David Cárdenas (Pepedavid)

23 de agosto de 2025

Crítica: MIMAGÍNATE


El poder de la imaginación 

Una excelente propuesta de teatro familiar tuvo una corta temporada en la cartelera limeña: Mimagínate, bajo la producción ejecutiva de Rocío Mancilla, a cargo del reconocido mimo César Chirinos, quien nos sumergió en un universo imaginario donde todo es posible.

El acogedor Teatro de Lucía albergó esta lúdica puesta que apostó por los elementos sencillos, como un panel adornado con papel brillante, conos, burbujas, pelotas, telas, entre otros, los cuales fueron utilizados con precisión por el artista, cuyo dominio del cuerpo, la gestualidad y los movimientos, despertó la creatividad de los asistentes, que no solo participaron activamente de cada escena, también aceptaron las convenciones propuestas, activando el imaginario y creando junto a él. 

Mención aparte para la música en vivo y los efectos sonoros a cargo de Gustavo Neyra, que complementaron el espectáculo lleno de color, juegos y risas. Cabe señalar, el buen manejo del público infantil por parte de Chirinos, que hizo parte de la narrativa sus comentarios y ocurrencias.

Sin duda, Mimagínate es una valiosa pieza escénica que une a la familia en un espacio libre de las pantallas y redes sociales, estimulando los sentidos y la creatividad que habitan en lo más profundo de nuestra imaginación.  

Maria Cristina Mory Cárdenas

23 de agosto de 2025

Crítica: NO HAY QUE LLORAR


Brindis, torta y traiciones

No hay que llorar de Roberto “Tito” Cossa es un clásico rioplatense, que en esta puesta dirigida por Javier Valdés puede desplegar su corrosiva comedia familiar, donde los afectos se contaminan de cálculos y ambición. La dirección apuesta por un realismo íntimo: una mesa de cumpleaños, el calor de una sala doméstica y la proximidad con el público. 

Conforman el elenco Milena Alva, Airam Galliani, Enrique Scheelje, Marianne Carassa, Carlos Thornton y Nicolás Valdés. 

Fluye con soltura y está llena de aciertos visuales, como el juego de sombras detrás de la puerta o el gag del baño, que aportan textura y ritmo. El elenco, en general, se muestra cómodo y natural, y la risa surge más del reconocimiento que del chiste fácil. Destaco especialmente a Alva, que sostiene con ternura y verdad a la matriarca, con una presencia que parece no actuar, sino simplemente estar.

Sin embargo, la función que vi tuvo tropiezos que afectaron el ritmo. En un momento la acción se estancó en repeticiones y silencios incómodos que dieron la impresión de un olvido de texto; la escena se salvó con un brindis que la reencauzó, pero la tensión ya había caído. También noté problemas de proyección y dicción: en un espacio no teatral como una sala de casa, las voces no siempre llegaban con claridad, y cuando varios actores hablaban a la vez, lo dicho se volvía difícil de entender. Desde mi ubicación en la parte posterior del espacio, esto se acentuó aún más, dificultando la recepción de varios pasajes clave. Incluso hubo detalles como un actor que tapaba su voz con un vaso cuando estaba bebiendo y hablando a la vez. La energía del conjunto fue desigual: mientras algunos sostuvieron la naturalidad, el trazo del hijo menor se volvió caricaturesco y desentonó frente al registro realista de sus hermanos.

El final me resultó abrupto. El apagón no vino acompañado de un botón contundente y eso generó confusión: parte del público solo comenzó a aplaudir cuando desde dentro se marcó la señal. Esa falta de cierre dejó la sensación de un “continuará” y le restó contundencia a la propuesta, en un texto que pide una última imagen capaz de encapsular su ambigüedad moral.

En conjunto, No hay que llorar se disfruta como comedia negra: es ácida, divertida y refleja con lucidez la ambición que corroe a una familia de clase media. Sin embargo, creo que la puesta todavía necesita ajustes de ritmo, proyección y cierre para alcanzar toda la fuerza de Cossa. Con esas correcciones podría pasar de ser un espectáculo correcto y disfrutable a una experiencia realmente memorable.

Milagros Guevara

23 de agosto de 2025

miércoles, 20 de agosto de 2025

Crítica: LA DIVINA ALINA


Entre la risa y la magia

La noche del 15 de agosto abrió con el espectáculo La Divina Alina, el cual, se alza como una propuesta única que combina Stand Up Comedy, magia y tarot en una experiencia fresca, divertida, y cercana. Carla Torres abrió el show con un carisma desbordante. Su intervención, centrada en las reglas de convivencia dentro del Stand Up, así como temas de familia y pareja, logró hacer que el público se relajara de inmediato y estableciera un vínculo de complicidad que acompañó todo el recorrido del espectáculo.

Por su parte, Alina Astin se presentó con una presencia magnética, y condujo a los espectadores a un viaje entre lo esotérico y lo cotidiano, tocando temas de sexualidad, niñez, pareja, y tarot. Lejos de utilizar este último como un recurso solemne, funcionó como catalizador del humor y sorpresa, invitando a reírnos de nuestros destinos, nuestras preguntas y de nosotros mismos.

La artista mostró un dominio absoluto del ritmo, alternando momentos de confesión íntima con pasajes de juego, lo que generó una atmósfera vibrante. Cada interacción con el público reforzó la idea de un espectáculo participativo, donde la energía fluía en ambas direcciones.

Queda decir que La Divina Alina es un unipersonal que cautiva por su originalidad, autenticidad y calidez. Desde la apertura hasta el show principal, se supo sostener y potenciar la conexión con el público, regalando una velada inolvidable que mezcla la chispa del humor con la fascinación del misterio.

Daniela Ortega 

20 de agosto de 2025

martes, 19 de agosto de 2025

Crítica: PÓLIPOS


Dos pólipos

La obra Pólipos, escrita por Eduardo Adrianzén, está siendo puesta en escena todos los miércoles de agosto en Casa Bulbo. Esta nos presenta el vínculo conflictivo de dos hermanas, atravesado por los propios problemas de cada una. La apuesta es dirigida por Renato Piaggio, con la colaboración de Kapchiy Teatro y Noche de Creadoras, e interpretada por Ebelin Ortiz y Vero Rova.

Especialmente, queremos destacar la potencia de las actrices en sus respectivos roles: son las únicas protagonistas, y ello también da espacio para ahondar en el carácter y las percepciones de cada una. La historia explora temas sobre la familia y la convivencia, pero también abre la conversación en torno a nuestro rol en el mundo, igual fuera de lo doméstico. En ello, se resalta la función del trabajo, pero también de cómo este agota, a pesar de que puede dar gran bienestar económico y reconocimiento de los demás. Esto es particularmente interesante, porque Raquel, la hermana mayor, se encuentra muy enferma y, aunque tiene muchos recursos para tratarse, el dolor y el paso del tiempo resultan cada vez más difíciles de soportar. Diana, la menor, a pesar de todo trata de apoyarla, pero veremos que constantemente regresan pasadas situaciones complicadas que no han resuelto. La competencia entre ellas, y las otras hermanas a las que se hace mención, parece haber estado siempre presente, incluso desde la búsqueda del favor de los padres como del éxito profesional y las relaciones amorosas. El estado de salud de Raquel vuelve urgente la indagación por tales cuestiones, e intensifica la profundidad por todo ello en tanto ya no siente que debe fingir o reservarse nada.

Consideramos que es una obra que explora temas muy interesantes, a través de dos personajes femeninos fuertes y bien construidos: ellas están tan atormentadas como anhelantes de mantener su lazo, que en ocasiones parece una carga de amor, y en otras, un apoyo para ser más libres. Invitamos al público a disfrutar de esta producción y participar de reflexiones que, finalmente, en algún momento también tendremos que hacer; aún quedan algunas fechas para asistir y la recomendamos ampliamente.

Jimena Muñoz

19 de agosto de 2025

Crítica: UN ROBO HASTA LAS PATAS


Qué ganas de robar ese banco, y no cualquier banco, sino el del Peruano Japonés

Dentro del Teatro Peruano Japonés, la espléndida escritura de Henry Sheilds, Henry Lewis y Jonathan Sayer cobra vida, esta vez bajo la dirección de Juan Carlos Fisher y la asistencia de Guiseppe Falla. El cuerpo actoral, muy oportuno en cada uno de los personajes, está conformado por Patricia Barreto, Andrés Wiese, Emilram Cossio, Monchi Brugué, Katia Condos, Claret Quea, Emanuel Soriano, Óscar Meza, Sebastián Ramos y Ricardo Velásquez. Son diez actores en escena, capaces de mantener cautivado al público de manera inteligente. Lo logran a través de las ocurrencias que propone el propio texto. El japonés ríe, el público se pone de pie a aplaudir y no falta una carcajada que estalla desde cada butaca. Eso es Un Robo Hasta las Patas de Los Productores.

Desde el inicio, el teatro se apaga y se enciende una pantalla que funciona como recurso cinematográfico en blanco y negro para contextualizar la obra. De pronto, la música ramplona y misteriosa irrumpe y el telón se levanta. Es interesante cómo se aborda la escenografía: espacios diegéticos muy bien trabajados tanto desde lo plástico como desde el propio cuerpo de los actores. Mención especial al escenógrafo, que logra un juego de convencionalidad brillante desde el humor y con un guiño al cine de oro de los años 50.

Asimismo, el vestuario resulta pertinente para cada personaje: cada atuendo guarda un aire de misterio, con detalles mínimos pero claros y precisos. Destaca la dirección de arte, coherente en su representación y capaz de transportarnos a las comedias clásicas donde el sastre, los vestidos pomposos y el glamour resultan inevitables.

La obra no solo brilla por ser una comedia clásica, sino porque posee un desarrollo sólido y una mirada de dirección fresca. A partir de ello, se conforma un elenco que muestra una vehemencia única y que responde a la exigencia de las tablas. El disfrute no se queda en el libreto: aparecen menciones atemporales en cada línea, otorgando un sentido íntimo que resuena con el público. Así, la improvisación y el absurdo funcionan con perspicacia.

Por otro lado, Fisher dirige Un Robo Hasta las Patas con osadía y claridad, pensando estratégicamente cómo hacer que diez cuerpos funcionen en escena. Cada actor brilla en su momento. El timing y la escucha grupal consolidan la comedia esperada, con rasgos caricaturescos que se despliegan de manera orgánica a través de cada gag.

Finalmente, dentro de cada construcción de personaje existe una metáfora o una pequeña huella identitaria del actor, lo que evita caer en chistes gastados y permite que la ocurrencia surja fresca y genuina. Los intérpretes, al conocer tan bien el texto, entregan su presencia escénica en todo momento para generar relaciones absurdas entre víctimas y victimarios, dentro de esta galería de personajes pintorescos que intentan saquear el banco de Mineápolis. En definitiva, la puesta en escena consigue articular humor, virtuosismo actoral y una dirección precisa que actualiza la comedia clásica sin perder su esencia. Eso es Un Robo Hasta las Patas: ocurrente, precisa y capaz de robar no solo al banco de Mineápolis, sino risa tras risa al espectador.

Juan Pablo Rueda

19 de agosto de 2025

Crítica: CÁPSULAS


Cápsulas de tiempo

Un hombre muere y entra a un espacio tecnológico entre la vida terrenal y el más allá, un lugar donde puede reconectar con sus recuerdos y volver a vivenciarlos. Hay una gran dinámica interpretativa en cuanto al discurso, los parlamentos son rápidos y están cargados de humor, hay inteligencia en la dramaturgia y buenas cualidades al momento de cobrar vida por parte de los artistas. El juego de luces es particular, cada cierto tiempo hay como un pequeño escaneo a la mirada, los tachos iluminan directamente nuestros ojos en un vaivén desde arriba hacia abajo; causa una sensación, quizá hastió, quizá burla, pero acontece una relación con el formato de la historia.

Los momentos parecen no tener conexión, van de un lado a otro, pero resultan ser una exploración de pequeñas microobras, aspecto bastante interesante que apremia de algo novedoso al momento. Lo que más me gustó fue la alegría del parlamento, la curiosidad de la risa para criticar algunas cosas, los personajes deambulan en circunstancias insólitas, donde la naturalidad es un elemento fuerte dentro del hábitat de la obra. Hay momentos donde sucede una interacción directa con el público, es una forma de mantener la atención que va en crecimiento conforme van pasando los minutos. Los personajes se enfrentan a situaciones particulares que conectan con el espectador, realidades que de alguna manera podrían ser nuestra realidad o no exactamente lo mismo; pero quizá puede despertar algunas células de la memoria dentro de cada uno, desde mi mirada como jugaban las situaciones me parecía muy bien trabajado, gran conciencia de ritmo y divertido, con palabras que provocan alguna que otra reflexión.

Los distintos momentos o pequeñas obras que van sucediendo trabajan la tecnología y la realidad como un elemento que se difumina de tal manera que ambos terminan simbióticamente mimetizados, hay una gran satisfacción al entender que todo acaba tan rápido y que seguidamente iniciará algo distinto, pero parecen tener conexión o quizá se puede imaginar, porque la mente quiere verlo así, lo asocia de esa manera. Todo trascurre de forma insólita, son como saltos de realidades, como nubes virtuales esperando por conectar con la red de wifi para activar su vivencia y empañarnos las sensaciones.

Me gustó el momento de la muerte, porque hay esta posibilidad de la intromisión de la tecnología incluso más allá de la vida, el momento de los chicos que graban los castings también me parece divertido, porque es una forma de conectar con la realidad de los estudiantes o profesionales de artes escénicas, la forma en que organizan su trabajo y las vicisitudes de encontrar estabilidad dentro de un plano tan inestable. La chica y el chico que se enamoran sirve como un vaso de agua fría para refrescar el calor porque se permite la inclusión del público para decidir el destino, una gran prueba de fuerza, ¿triunfa el amor?, ¿se da un final feliz? o ¿gana la fuerza del mal?, ¿el chico se queda sin la chica?...es interesante ver cómo las personas están hartas de los finales felices, pero a la vez también están hartas de los finales trágicos. Por ende, encontrar un final que se deslinde de estas dos posibilidades tal vez sea llegar a un camino del absurdo, qué nos podría dar el absurdo en este momento tan dialecto, tan dual, sería interesante romper los pares. Las citas virtuales también son tomadas en un momento, es divertido porque en todo el trascurso de la obra hay distintas fibras que puede conectar con la multiplicidad de espectadores, es como un contexto general de la subjetividad de las personas de este tiempo, una especie de remembranza de lo que nos acontece y nuestra forma de relacionarnos y asimilarlo. Las dos chicas que se besan en la fiesta es un momento tierno, porque empiezan discutiendo debido a que una de ellas ha besado a alguien que le gusta a la otra; sin embargo, este momento resulta ser el desencadenante para que las confesiones sucedan. Me parece tierno por la forma en que se han trabajado los cuerpos, su proximidad y lejanía va tramando una forma de entender la sorpresa, lo inesperado o quizá lo que a veces nos negamos a ver. El amor está presente en toda la obra, de distintas maneras, de padre a hija, de personas que se gustan, personas que se enamoran, que se conocen, o talvez el amor de amar lo que haces sobre todas las cosas.

Pero la puesta no es solo eso, hay momentos hilarantes como los del pollo o como la de los créditos, es una sorpresa constante, el hilo narrativo es desestructurado y encierra un gran globo interpretativo. Me gustó el trabajo de las luces y la rapidez de los momentos, a veces en estos tiempos es difícil sostener la atención por más de media hora, nos estamos acostumbrado de manera insólita a lo efímero, y creo que a partir de ello es una buena forma de acercarse al mundo nuevo, proponiendo una obra completa, pero con cápsulas de espacio y tiempo dentro de ella.

Moisés Aurazo

19 de agosto de 2025

lunes, 18 de agosto de 2025

Crítica: TEMIS


Cuando la justicia toca tu puerta

En esta oportunidad, el Teatro La Plaza nos pone en escena la obra Temis, escrita por Pablo Manzi y dirigida por Nishme Súmar, con un elenco conformado por Augusto Mazzarelli, Gisela Ponce de León, Stephanie Orué, Gabriel Iglesias, Diego Pérez y Eduardo Pinillos. 

Súmar es conocida por dirigir obras de gran calidad, con historias que tienen mucho por contar, y Temis no es la excepción. Utilizando elementos que radican en lo cómico, lo absurdo y la ironía, se nos presenta a una familia de la clase alta, con una empresa que se jacta de tratar bien a sus empleados, ser justos, con conciencia de clase, etc., hasta que un día se enteran de la existencia de una media hermana, la cual ha llevado un estilo de vida totalmente distinto al suyo, alejada de todo tipo de lujos y deambulando por las calles. Ella llega para desestabilizar el perfecto orden familiar, para inquietar al padre que, dentro de su demencia senil, parece ser el más consciente de que las cosas no se están haciendo tan bien como se creía y que pronto vendrá Temis para equilibrar la balanza. Es así que vemos cómo cada miembro de la familia se va desenmascarando, quieran o no, ante un público que podría estar incómodo por lo real y cercanos que se sienten esos personajes a la vida misma.

Cabe destacar el gran y original trabajo de composición musical de Jan Diego Malachowski. Cada sonido te sumerge en un clima de misterio y te da la sensación de que pronto algo va a ocurrir. Además, cuenta con una escenografía para nada sencilla, muy bien elaborada; el trabajo de iluminación también funciona muy bien con la historia para ayudar a construir la atmósfera. La decisión de la aparición de la silueta de Temis cada tanto por las ventanas también fue muy acertada. Cada situación que se daba sobre el escenario tenía un elemento no solo de ironía y humor, sino también un toque fantástico. Y la secuencia final que fusiona lo real con la imaginación, seres mitológicos hablando de justicia social, le dan a la obra una especie de alivio entre la tensión que se estaba generando por el drama familiar. Si bien se siente un poco como una obra educativa que trata de guiar al espectador por un determinado camino, eso no quita lo valioso de su mensaje.

Finalmente, con Temis, Súmar añade variedad a su repertorio: vas con una idea en mente de lo que podría ser su obra y sales con una totalmente distinta, pero no en el mal sentido. Nos demuestra, una vez más, que no hace falta recurrir a historias complejas o solemnes para hablar de temas importantes, que incluso a través del juegos y hechos que solo serían posibles mediante la imaginación se puede abordar temas  tan serios como lo es la hipocresía, violencia e injusticias que estructuran ciertas familias y la sociedad misma.

Barbara Rios

18 de agosto de 2025

Crítica: TRES HISTORIAS DEL MAR


Mujeres del mar

Entre escenas pone sobre las tablas del Teatro de Lucía la historia de tres hermanas que se conocen en circunstancias poco usuales y hasta incómodas, pero que nos traen una fuerte reflexión sobre lo que implica ser mujer en una sociedad como la nuestra, así como la dificultad de mantener lazos familiares. La obra, escrita por Mariana de Althaus y dirigida por Gian Ausejo, pone al espectador en la posición del mar; es decir, como testigos de una historia de resiliencia, memoria y duelo.

Todo inicia cuando Ananú (Kiara Rios) decide reunir a sus tres medias hermanas después de que su madre falleciera. Vania (Nicole Hurtado) es la primera en llegar, vemos cómo se desenvuelve en el escenario de manera desenfadada, aunque también histriónica, transmitiendo al público el dolor del abandono escondido tras la cólera. La tercera hermana, Josefina (Adriana Guerra Cueva), es un balance entre ambas, más reservada y desconfiada. Con cada escena vemos un libreto que resalta muy bien la forma de ser de cada personaje, añadiéndoles capas. Esto se complementa con una composición escénica sencilla: una pequeña escultura de tres figuras abrazándose es lo que más resalta de entre todos los demás elementos y da indicios al espectador del cierre que tendrá la historia.

Además, uno de los puntos fuertes de la obra es el tema que toca de manera cuidadosa, pero precisa: el ser mujer y madre en la sociedad actual, un tópico que siempre estará vigente por su complejidad. En esta ocasión, vemos cómo la mamá está presente en todas escenas, aunque no físicamente, ella es el corazón de la historia, alrededor de ella se da todo, es en parte la responsable de los traumas de sus hijas, dos de ellas le guardan mucho rencor; mientras que Ananú trata de limar asperezas, vemos cómo aboga por una maternidad que no debe sentirse como un deber impuesto, algo que pesa y oprime, y  pone sobre la mesa la cuestión de si ser madre va en contra de la autorrealización de la mujer, que su única meta no sea solo la maternidad, que ser mujer y ser madre no sean, a fin de cuentas, antónimos. No es una obra moralista o que intenta guiar la mente del espectador a un pensamiento determinado; por el contrario, solo nos muestra la cuestión y ya es deber de cada uno seguir reflexionando y hablando al respecto.

En conjunto, Tres historias del mar es una puesta en escena que te conmueve, te hace pensar, te hace reír e incluso incomodar, en el buen sentido, te sacude y al mismo tiempo te abraza.

Barbara Rios

18 de agosto de 2025

domingo, 17 de agosto de 2025

Crítica: LA CURIOSA VIDA DE OMI Y LOLA


Lo real de lo irreal

Lo que aparenta ser una obra de teatro de adolescentes rebeldes se transforma en una puesta en escena surrealista, cuando la primera sesión de terapia de Henry, un practicante de psicología de una escuela pública, se lleva a cabo con los gemelos Omi y Lola, una sesión que se convierte en un acontecimiento sorprendente, irreal y fantasmagórico.

Sin duda, una obra que sorprende por el dinamismo de la misma, así como el trabajo físico que cada uno de los actores ha manifestado en cada escena, con acciones que requieren de mucha precisión. Al verlos en acción, podemos contemplar que el elenco ha creado una conexión profunda y auténtica que les ha permitido una actuación más natural y convincente.

La puesta presenta una combinación de humor negro, fantasía y sátira; lo cual hace que esta atrape al espectador y que existan momentos de muchas carcajadas, pero al mismo tiempo de mucha reflexión.

La dirección, muy acertada, a cargo de Ysabel Kamasakari ha sido de mucha relevancia, ya que ha logrado colocar el humor en el momento justo para romper momentos de tensión. La parte técnica fue un gran complemento, puesto que las luces y la musicalización han permitido que el entorno fuera también atrayente; con cambios precisos y en los momentos oportunos, ayudan a apreciar mejor cada momento.

La curiosa vida de Omi y Lola se convierte en una pieza que nos lleva por distintos instantes, como de alegría, tensión y reflexión, regalándonos momentos muy memorables, pero sobre todo es una obra que nos permite apreciar nuestra realidad: es una puesta en escena que se permite criticar a la educación, la familia y muchos aspectos de nuestra sociedad. Sin duda, lo aparentemente anormal de la obra resulta transformarse, en muchos momentos, en lo normal de nuestra sociedad actual. Una propuesta que vale la pena ver.

Javier Gutiérrez

17 de agosto de 2025

Crítica: REALITY SHOCK


De la farsa al chongo para decir cosas serias

Reality shock es la tercera de cuatro obras que compiten en el Teatro Julieta. Una puesta en tono de circo callejero, que mezcla la farsa con la payasada circense y de cómicos ambulantes en la plaza del pueblo, para excitar a las masas en torno a un supuesto concurso en televisión, llamado "Lo que vale un Perú", en el que somos el público. En los cortes comerciales se muestran situaciones tragicómicas que nos describen como sociedad. Todo parece una burla constante y la dinámica es deliberadamente caótica, para exponer a un país seriamente en caos político, social y moral.

Los usos del teatro Julieta se prestan para desatar el chongo. Puedes tomar y comer canchita, como en el cine y romper el silencio con tus patas, lo que en otro teatro sería imperdonable. Aquí la gente vino a divertirse y debes aguantar una risotada destemplada desde el asiento posterior. Así es el circo y te sumas o te aburres.

En el primer corte, una chica invita a la cena de Navidad a su novio, pero también a su ex cuñado y el recelo estalla en gran batalla al revelarse los antagonismos políticos de ambos. Los gestos y actitudes exageradas nos advierten no olvidar que estamos ante una farsa. Entre cortes, el espacio que la obra le otorga a la parodia de la actual presidenta de la República parece impuesto, como políticamente imprescindible. Es allí donde se perciben las mayores debilidades de la obra: a pesar de ser una puesta con una estructura bien definida y objetivos claros, la dramaturgia resulta inmadura, con frases que se repiten y demasiadas respuestas predecibles en los diálogos. Sabemos que estamos ante una payasada de circo antiguo, pero fastidia el exceso de cachetazos y el recurso fácil de la “mariconada”, tan normal hace 40 años y que sigue siendo divertido para gran parte de la concurrencia.

En otro corte, el lenguaje “achorao” acompaña al prototipo de un joven peruano, machista y procaz a bordo de un mototaxi, donde chofer y pasajero son personificados por actrices. Del mismo modo, madre e hija en una escena siguiente son personificados por varones. En ambos casos, se logra el efecto distanciador y al mismo tiempo, paródico, para representar las derrotas deportivas que nos humillan como país, como un sometimiento sexual al vencedor o de la disyuntiva moral frente al embarazo de la novia pituca del hijo de la familia pobre, como una muestra de hipocresía social.

Como todo programa de concurso, el tiempo dedicado a las preguntas es mínimo. Lo importante son los comerciales. Pero el final tiene que llegar y el premio mayor se debe disputar, para emoción de la platea. Allí es donde la obra resuelve bien: la crisis moral alcanza al propio presentador (Emmanuel Caffo) y el asiento de Dionisia, la concursante (Mehida Monzón), deja de ser el lugar donde se alcanzan los sueños para convertirse en la silla de acusaciones. Ella debe decir por qué está orgullosa de ser peruana y su historia define al personaje con un monólogo cargado de dramatismo, como para avergonzarnos de haber reído tanto. La historia del Perú parece entonces una tragicomedia.

Lo mejor: el desempeño actoral de Alexandra Garcés en todos los personajes que le toca. La coreografía final, propia de un gran show musical de los años 60, con ella como figura estelar, es todo un reconocimiento a su lugar en el espectáculo. Si la obra merecía tres estrellitas, la cuarta va por ella.

David Cárdenas (Pepedavid)

17 de agosto de 2025

martes, 12 de agosto de 2025

Crítica: QUERIDA AMALIA


Un reencuentro con los anhelos 

Compás Producciones estrenó su onceava puesta en escena titulada Querida Amalia, escrita por Nicolás Ostolaza y dirigida por Brunamaria Chávez, una historia que tuvo como inspiración a la abuela del dramaturgo, quien explora aquellos sueños y objetivos que muchas mujeres postergaron por distintas razones, uniendo dos realidades paralelas que resultan en un viaje a los recuerdos más preciados. 

La breve temporada se presenta en el Teatro Juanita Tarnawiecki (ex Mocha Graña). El escenario se compone de estructuras pintadas, accesorios de dormitorio, comedor, entre otros elementos acorde a las necesidades de cada escena; sin embargo, los cambios de escenografía pudieron ser un poco más dinámicos. Por otro lado, la narrativa surge desde un lugar honesto y profundo, mostrándonos la evolución de la que un día fue una niña, una adolescente, hasta convertirse en una mujer decidida a conquistar sus sueños y aunque el camino no es fácil, rendirse no es una opción.

Conforman el elenco Camila Vasi, Jean Pierre Carrión, Ariana Dileo, Rodrigo Valencia, Walter Gil, Cecilia Arias, Walter Escobar, Killari Medina, Johana Ganoza, Amalia Martínez (narradora), Chris Polar y Vasco Martínez, quienes construyen personajes orgánicos, ágiles y cercanos para el espectador.  

Querida Amalia es una historia familiar que retrata el amor, el dolor, los obstáculos y las elecciones; un homenaje a los pendientes que dejamos en el camino de la vida. Sin duda, una invitación a reivindicar aquellos anhelos que están esperando ser cumplidos, de una u otra forma… nunca es tarde.

Maria Cristina Mory Cárdenas

12 de agosto de 2025

Crítica: TOMA Y DACA


Entre la risa y el filo político: la precisión de Toma y Daca

Presentada en la 3ra edición de la Competencia Oficial del Nuevo Teatro Julieta, Toma y Daca se instala como una comedia ácida que retrata, con humor y filo, las zonas grises de la política y la ética empresarial. La historia sigue a Mariela Villalta (Briscila Degregori), dueña de un laboratorio farmacéutico al borde de la quiebra, que junto a su abogado Ricardo Salas (David Huaman) negocia con Enrique Pérez (Juan Carlos Díaz), presidente de la comisión de salud, la modificación de la ley de vacunación. En medio de esta trama, Ofelia (Briana Campos) y Alicia (Diana Soria) entran en juego aportando piezas clave para el desarrollo del conflicto, ya sea como testigos o catalizadoras de giros dramáticos.

Uno de los mayores aciertos de la dramaturgia y dirección de Omar Velásquez es la capacidad de transitar de la comedia al drama sin brusquedades, haciendo que el cambio de tono se perciba orgánico y natural. Este vaivén emocional permite que el espectador llegue a empatizar con personajes de moral cuestionable, un logro narrativo poco frecuente.

Las actuaciones destacan especialmente en el trabajo de Huaman y Díaz, quienes dotan a sus personajes de matices y una intensidad que enriquece el entramado escénico. Degregori sostiene con aplomo y presencia el eje de la trama, mientras que Campos aporta frescura y ritmo. Por su parte, Soria trae una interpretación que conmueve, pues la historia de Alicia, aunque secundaria, rompe el corazón.

En el plano técnico, la música cumple un rol fundamental, potenciando los momentos de tensión y subrayando los cambios de tono, mientras que el ritmo de la dirección se mantiene impecable: fluido, preciso y sin decaer en ningún momento. Esto contribuyó a que el público se mantuviera enganchado de principio a fin.

Cabe señalar que Toma y Daca no solo entretiene, sino que integra de manera inteligente la crítica a la situación política actual. Esta fue una propuesta recomendable, que merece una pronta reposición para seguir generando reflexión.

Daniela Ortega

12 de agosto de 2025

lunes, 11 de agosto de 2025

Crítica: PIELES


Atrevida y frontal

Pieles es una propuesta escénica atrevida y frontal. Tres mujeres aparecen en escena, desnudas —literal y emocionalmente— para contarle al público sus vivencias, tragedias y luchas en una sociedad que sigue pesando sobre sus cuerpos y sus decisiones. Una invasión de ratas irrumpe como obstáculo: impide que puedan vestirse y las obliga a permanecer en el departamento, confinadas, mirándose unas a otras, despojadas de toda coraza.

En ese encierro forzoso, los recuerdos comienzan a aflorar. La primera, interpretada por Alana La Madrid, nos invita a reflexionar sobre la herida de la infidelidad en las relaciones. Su interpretación, sincera y precisa, construye una conexión inmediata con el espectador, que reconoce en ella el dolor y la fragilidad de una experiencia universal.

Luego, Melissa Gutiérrez da vida a un personaje de aparente fortaleza y frialdad. Pero bajo esa coraza, se esconden traumas profundos que arrastra desde la infancia. La actriz maneja con maestría la violencia de esos recuerdos, apoyándose en su presencia escénica y en una voz que vibra con la intensidad de lo no dicho.

Finalmente, Alexandra Reyna encarna a una mujer que parece débil e ingenua, pero que esconde un pasado que ha callado durante demasiado tiempo. Su revelación, esperada y a la vez inesperada, sacude a sus compañeras y al público. Reyna juega con el estereotipo de la “chica distraída” y lo convierte en un arma dramática eficaz.

La dirección de César Golac logra que cada historia incomode, golpee y atrape. Su manejo del tránsito entre comedia y tragedia mantiene al espectador oscilando entre la risa, la seriedad y el asombro. El uso de imágenes corporales y acciones físicas potencia la narrativa, demostrando que, a veces, el cuerpo dice más que las palabras.

El texto de Kike Torres estructura la obra en una serie de monólogos que, uno a uno, desnudan el alma de las protagonistas. La desnudez física pronto deja de ser el centro, desplazada por una exposición más profunda: la vulnerabilidad y la verdad emocional. Pieles es, así, una propuesta escénica necesaria en tiempos marcados por la violencia y la deshumanización. En el escenario, las mujeres resuelven sus conflictos a través del diálogo y la confesión; en la realidad, la obra nos invita a hacer lo mismo: hablar, escucharnos y reconocernos como seres humanos sensibles.

Edu Gutiérrez

11 de agosto de 2025

martes, 5 de agosto de 2025

Crítica: LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE ERNESTO


Un mundo salpicante de exageración

Hay un hombre en un sillón: su vestimenta es particular, tiene las piernas cruzadas y los brazos abiertos, hay una gran contradicción en sus extremidades; su postura, presencia, un estilo, una forma de construcción de personaje. La música suena y el personaje laxo activa sus movimientos, un peinado exquisito, un vestuario pomposo, movimientos provocativos y armónicos, sonoridad rimbombante y alegre. Aparece otro personaje con cualidades similares en vestuario, postura, ritmo y personificación; cuando el silencio se rompe hay una cadencia particular en los textos, un estilo, una forma de aproximarse a la creatividad; es interesante, porque la amplitud de los parlamentos se dilata con la forma de decirlos y permite que el espectador disfrute o se aproxime a la esencia de la propuesta.

Cuando aparecen los personajes femeninos, continúa la exposición como si hiciéramos un salto de tiempo y abriéramos un intersticio entre la realidad y la literatura, personajes de comedia y de ficción. En cuanto a las presencias femeninas de la obra me pareció muy interesante la presencia de la madre, la fuerza con la que pisa el escenario y su traje rojo rompe con la inestabilidad juvenil de los personajes anteriores que penden de un hilo o son como un papel llevado por el viento, de una forma muy solvente obviamente si mencionamos el trabajo actoral, pero si reflexionamos la naturaleza de los personajes, hay una maleabilidad y versatilidad en su carácter, aun presagian la juventud, el error y el desborde, la pasión les salta por los ojos y el enamoramiento es un anzuelo disfrazado de presa. La madre, en cambio, mente lúcida y calculadora, muy bien representada, me hace reflexionar sobre la presencia en el escenario de una persona adulta, es increíble como el solo hecho de existir causa otra sensibilidad; la experiencia, los años de vida cargan energía vital para el escenario, gran decisión por parte de la dirección para equilibrar el espacio de esa manera. Un cuerpo con trayectoria abre otras formas de disfrute de la energía, es propicio mencionar que el diseño de vestuario permite que estos elementos metafísicos se manifiesten, pero también es vital reconocer la fuerza y cualidad del ser dentro de un espacio escénico.

La historia es divertida, los intérpretes se desenvuelven como la gravedad y hay chispa entre el choque de sus cuerpos entre los textos y entre las argucias de los personajes. Hay amor, se nota que el trabajo está tratado con amor, el elenco se nota sólido y cada uno de los actuantes aporta desde su posición; las dos damas jóvenes, bellas y encantadoras, adecuadamente encajadas dentro de una construcción irónica, divertida y jocosa, los movimientos del cuerpo son como una gracia, como un chiste de buen gusto, muy bien refinado. De la misma forma los vestuarios ayudan mucho con la creación de expectativas e interpretaciones, los colores son llamativos y resaltan la forma del rostro de las damas, el maquillaje también es coherente de acuerdo a la sensibilidad de los colores y a las formas de la expresión.

La institutriz es un personaje aparte, un mundo de apatía embadurnada de pasión, de estilo y gusto poético, el color verde de su traje, los zapatos que usa permiten que la imaginación descubra una forma de existir, vemos a alguien haciendo algo dentro del escenario, pero el vestuario permite que lo imaginemos fuera, permite que construyamos sus circunstancias, su existencia antes del decir. Eso me gustó mucho de la obra, la forma en que los vestuarios y los zapatos construyen a los personajes, y nos permiten diseñarlos en un mundo de imaginación, donde podemos descubrir sus sentimientos, su espíritu y entonces la forma en que le sale la voz es una consecuencia atinada cuando la creatividad ha sido provocada adecuadamente.

La propuesta de arte es llamativa, va con la búsqueda del proyecto y permite que un texto relativamente complicado sea llevadero, lo visual aporta a la reducción del tiempo, porque la obra es larga, pero las formas ayudan a disolver la pesadumbre. La música está bien elegida, va con los personajes y con sus mundos, es como si fueran su escenario o como si fueran los sonidos de su interior, de sus brazos o de su pecho. Propuesta bien dirigida, bien actuada y con gran calidad de intérpretes, con llamativos visuales, sonoros y de interpretación. El texto es complicado a mi parecer, pero llevadero desde la forma de abordarlo, las luces mesuradas y precisas, sin mucho afán, debido a que los vestuarios se lo llevan todo, sus colores, sus formas, los zapatos y las personalidades, los peinados y la irreverencia, un arte indicado para un mundo salpicante de exageración.

Moisés Aurazo

5 de agosto de 2025