lunes, 22 de septiembre de 2025

Crítica: EL RINCÓN DE LOS MUERTOS


Aya - k'ucho: Rincón de los muertos

El nombre anuncia que vamos a sumergirnos en las heridas de este país, lo que nos lleva necesariamente a su historia.

La obra tiene dos partes: el contexto histórico y el testimonio personal, pero se entrelazan. Podría calificarse como documental/testimonial, pero va más allá de eso. En la primera parte, nuestro único personaje en escena expone, con eficaz uso de recursos visuales y escenográficos, los grandes hitos de dolor que marcan a Ayacucho: desde las disputas prehispánicas y durante la guerra por la independencia, hasta la matanza de estudiantes en Huanta en 1969; las masacres y desapariciones en la época del terrorismo, y los muertos al inicio del régimen de Dina Boluarte. Expone estas realidades de manera puntual, pero sin medias tintas. 

En la segunda parte, Ricardo Bromley desarrolla un relato testimonial que llega a conmovernos a todos por su relación directa con los protagonistas del conflicto, tanto por su historia familiar como porque él estaba en Lima cuando mataron a los jóvenes que protestaban en Juliaca y otras ciudades, y nos recuerda que Lima reaccionó cuando estallaron bombas en la calle Tarata, en Miraflores en el año 1992, luego de doce años en que ya habían muerto miles de peruanos en las alturas de la sierra, como si hubiera sido otro país. Así, nos interpela como ciudadanos: ¿qué estábamos haciendo mientras tanto?, ¿qué hemos hecho desde entonces? 

Bromley es parte de una familia ayacuchana que vivió el terrorismo de Sendero Luminoso, pero también del Estado. Como muchos en Ayacucho, tiene en su familia víctimas y victimarios de esa guerra. Su testimonio hace que sea una obra sincera hasta doler. Nos habla de esas tristes vivencias, del racismo, la marginación que vivió al llegar a Lima, pero también nos muestra su humor y picardía y nos concede un respiro con momentos que nos hacen reír, a pesar de todo. Además de actor, Bromley es danzante de tijeras, bajo el nombre Apu Pisqota de Huamanga y nos lleva, a través del rito, a la espiritualidad del hombre ayacuchano, como elemento vital de su identidad.

Un reconocimiento especial merece la dirección de Yanira Dávila y Sebastián Rubio, y la dramaturgia de Rubio, quienes fueron construyendo la obra en equipo con los elementos de la memoria que entregaba Bromley y aprovecharon sus talentos como actor, danzante, músico y principalmente, testigo de la historia. La obra resulta una suma de lenguajes (cuerpo, voz, audiovisuales, música). 

Al final, es inevitable premiar con una ovación de pie y por varios minutos esta obra, tan necesaria para entender al Perú y que, sin embargo, el Ministerio de Cultura (léase de Censura) se negó a calificar como espectáculo cultural por mencionar los asesinatos al inicio del gobierno actual. Por eso, el mejor apoyo a esta obra valiente y veraz es asistir a verla y difundirla.

David Cárdenas (Pepedavid)

22 de setiembre de 2025

No hay comentarios: