viernes, 26 de septiembre de 2025

Crítica: RÉQUIEM


Para manipular 

La palabra “réquiem” alude a la celebración de la misa católica por el descanso eterno de los difuntos. La obra Réquiem nos ubica en la antesala de un tribunal en donde se está decidiendo la aplicación de la pena de muerte a un menor de edad, en un estado norteamericano donde todavía se admite. Ante nosotros se desarrolla el debate a favor y en contra de la pena de muerte, entre una fiscal y un sacerdote, como representantes de ambas posturas. 

Un debate sobre este tema puede darse en dos planos: el del derecho o el de la fe. El problema se da cuando estos planos se confunden, como ocurre con esta obra donde un personaje representa al derecho y el otro, a la fe. La obra peca (valga la referencia) por manipulación: ella es abogada, algo neurótica y atea y su negocio es confirmar la pena de muerte del joven condenado; él, un cura encantador, que está en contra de la ejecución, con quien la obra quiere a toda costa que empaticemos. No hay medias tintas: son la mala y el bueno.

No obstante esta observación, la trama está bien elaborada, con giros de tuerca apropiados que mantienen la atención del público. La dramaturgia desarrolla con eficacia los intereses y vulnerabilidades de los personajes y trata tangencialmente temas como la discriminación racial o la migración (ella es de origen mexicano en el original y peruano en esta puesta). 

La publicidad indica que Réquiem obtuvo una nominación para el premio Metropolitano de México 2024 como mejor obra teatral. Viniendo de un medio de gran desarrollo cultural y de mayores exigencias en calidad que nuestro medio, extraña la nominación. Sin embargo, al leer los comentarios de la puesta mexicana, se hace hincapié en las actuaciones y la dirección, con lo que aun una obra deficiente en mensaje puede crecer gracias a una buena dirección y actuaciones que convenzan al público. Justamente ese es el punto flaco del Réquiem que vimos en The Basement.

Ella ingresa primero a escena y descubre su inexperiencia por sus movimientos marcados y gesticulación básica. Debe responder varias llamadas telefónicas, pero la descoordinación con el técnico de sonido destruye la credibilidad. Esa misma descoordinación la sufre el sacerdote cuando confiesa un recuerdo que lo atormenta, pero el cambio de luz entra tardíamente y, como para corregir, vuelve a luz plana de manera abrupta, interrumpiendo la escena. Además de que el texto inclina la balanza de forma deliberada a favor del sacerdote, la diferencia actoral completa el objetivo: él se esfuerza, le presta matices a su personaje y eleva la emoción en la última parte, pero ella no está a su altura, lo que nos distancia más aún de su discurso y por eso, la escena final no alcanza el dramatismo que requiere del involucramiento del público.

A propósito del público: jamás deben permitir el ingreso de niños en obra en la que - por el tema - con seguridad se van a aburrir y distraer a todos con ruidos o preguntas a la madre, impotente para contenerlos.

Novelas o películas que abordan el tema de esta obra se desarrollan en el campo de la argumentación. Una mala argumentación nos conduce al uso de falacias. Visto desde la fe, el mensaje de amor (perdón) frente al de odio (pena de muerte) nos puede regocijar. Pero una obra de teatro no es un acto religioso, salvo que su propósito lo sea y entonces debía producirse en ese contexto.

David Cárdenas (Pepedavid)

26 de setiembre de 2025

1 comentario:

manuel rojas vargas dijo...

Lo más revelador de la reseña de David Cárdenas sobre Réquiem no es lo que pretende decir de la obra, sino lo que exhibe de su propia impotencia para leer teatro. Su crítica oscila entre el moralismo de sacristía y el desdén culturalista, pero nunca alcanza la categoría de análisis dramatúrgico.

Cárdenas acusa a la obra de “manipulación” porque contrapone a una fiscal y a un sacerdote, como si el teatro no hubiese jugado siempre con oposiciones, tensiones y polaridades para generar conflicto. Lo que él llama “trampa” es, en realidad, el recurso elemental de toda construcción dramática. La incomprensión de este principio básico de la semiótica teatral lo convierte en un lector literalista, incapaz de distinguir entre signo escénico y sermón parroquial.

Su reseña es un catálogo de contradicciones. Declara que la trama está “bien elaborada” y con “giros apropiados”, pero en la línea siguiente sentencia que el texto es deficiente y tramposo. Celebra la eficacia dramatúrgica y, sin transición alguna, la niega. Este vaivén no denuncia las flaquezas de la obra, sino las de su propio pensamiento: un "crítico" que dice sí y no con la misma convicción y en el mismo párrafo.

El problema de fondo es su absoluta pobreza conceptual. Incapaz de leer los personajes como construcciones simbólicas, los reduce a etiquetas de consultorio barato: “neurótica”, “atea”, “encantador”. Lo que en un análisis serio sería una indagación en los sistemas de significación, en él se limita a chismes morales (¿sabrá qué es la neurosis?). No maneja la noción de convención escénica, no reconoce los códigos del discurso teatral y confunde opinión personal con juicio estético.

Incluso su argumento culturalista —México sería un medio más exigente, de ahí lo “extraño” de la nominación— se desploma en su propio enunciado: si hipotéticamente la obra fue reconocida allá por sus actuaciones y dirección, ¿no sería más sensato admitir que la eficacia del teatro se juega también en esos niveles? Pero en su lógica todo se sostiene en falacias circulares: cuando algo le gusta, es mérito ajeno; cuando no, es culpa del texto.

En suma: lo que Cárdenas presenta como crítica teatral no es más que un ejercicio de prejuicio y desconcierto, disfrazado de reseña. Su texto no ilumina la obra, sino sus propias carencias: incapacidad para comprender el lenguaje escénico y el propio texto dramático, desconocimiento de categorías mínimas de análisis y una peligrosa propensión a la incoherencia.

El réquiem, al final, no corresponde a la obra que intenta descalificar, sino a su escritura crítica: solemne en el tono, hueca en el concepto, condenada a la irrelevancia.