La vida como una constante resistencia contra la muerte
¿Qué se puede hacer contra la muerte? Nada. Y sin embargo, una madre que ama a su hijo es capaz de hacer todo lo que esté a su alcance para defender esa vida que nació de ella. Todo. Incluso lo que la ley o la moral prohíben en nombre de los valores o la civilización.
Que muera un hijo nuestro antes que nosotros no es justo y Ana (Alejandra Guerra) se rebela contra esa injusticia. La vida no es justa. No le da a todos las mismas oportunidades para una atención médica, para acceder a tratamientos costosos ni para tener esperanzas frente a una enfermedad terminal. Ana solo tiene amor y coraje.
Pero Ana contra la muerte no es solo un drama interior sino la exteriorización de esa resistencia con la que el autor nos plantea el otro lado del morir: el sentido de la vida. Por esa profundidad, la obra no se queda en la emoción de algunas lágrimas en el auditorio, sino que nos sacude para cuestionarnos sobre la defensa de la vida, aún en situaciones en que esta parece insostenible. El autor, Gabriel Calderón (uruguayo), propone la reflexión antes que la pena. Y se toma el tiempo para que el drama que conocemos desde el inicio desarrolle ese contenido con inteligencia y firmeza. La historia se desarrolla a pasos y como una excelente lección de dramaturgia cada escena tiene un objetivo claro. La acción dramática cumple con ese objetivo, incorporando los elementos para una reflexión más profunda. Y lo hace con la complicidad de los espectadores, que se integran a la historia, cuando las actrices en modo personaje o al revés se dirigen directamente al público, como narradoras, al inicio y en el transcurso de la obra, haciendo uso acertado de un recurso del teatro clásico en una contemporánea.
La obra crece por el gran talento de Guerra para conmovernos con la tragedia de esa madre ante la enfermedad de su hijo. La acompañamos en su angustia negatoria, su rebeldía y frustración ante las circunstancias y su permanente resistencia. A su lado, una maestra del teatro - Grapa Paola - da vida y emoción a varios personajes, entre ellos, la madre de un tipo despreciable que hizo caer en desgracia a Ana y que es su mejor amiga. El elenco se completa con Lelé Guillén, joven actriz que tiene la valentía de compartir el escenario con ellas e interpretar varios papeles, dándole a cada cual su particular acento.
La dirección de Claudia Valdivia - cuyo trabajo se encuentra centrado en el tema de la mujer y la maternidad - permite que esta obra nos genere total empatía con Ana, empequeñeciendo las objeciones legales o sociales por su "mala conducta". Los diversos personajes que rodean a Ana permiten revelar su dolor e impotencia. La historia se desarrolla con intensidad. Sin embargo, a mi gusto, parece dudar en la búsqueda del final y lo que debe caer por su propio peso se lleva un poco por caminos insolutos, como buscando la frase o posición inolvidable, que está poco antes del final y ni el autor ni la directora lo perciben, pero el público sí. Pero ese es un detalle menor ante la contundencia reflexiva y emotiva de toda la obra y merece el aplauso del público, especialmente por la gran actuación de Guerra.
La muerte nos toca de cerca a todos: el autor escribió la obra luego de la muerte de su hermana. Hace un año exactamente falleció Jorge Guerra, padre de Alejandra. Alguien en la sala podría agregar que ha perdido a alguien cercano y querido (yo perdí a mi hermano hace dos meses) y en todos los casos, siendo inevitable, nos resistimos a aceptarlo, pero pocos tendríamos el coraje de Ana para enfrentarlo hasta las últimas consecuencias.
David Cárdenas (Pepedavid)
10 de noviembre de 2025
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