jueves, 21 de septiembre de 2023

Crítica: ÚLTIMO ACTO


El TeAtro ha MuErtOo

El texto gana una presencia inmediata con la interpretación de los actores. Observamos la esencia de una tradición teatral. La gestualidad y expresión me hacen recordar a las primeras obras de teatro que vi, donde el cuerpo construye lenguajes tradicionales desde distintas gamas expresivas o calidades de movimiento. Los cuerpos no necesariamente son espectaculares, pero provocan atmósferas, situaciones concretas, el teatro encierra una pre-expresión desde campos cotidianos.

Es interesante cuando los cuerpos intérpretes no usan movimientos extracotidianos para construir una escena. La corporalidad del realismo es un conjunto de signos corporales que se aproximan a las interacciones sociales. Un cuerpo que no usa los artificios corporales tiene otro reto de composición sígnica.

Observar a los dos mendigos interactuando generaba la posibilidad de acompañarlos en su travesía, los gestos y las palabras eran sutilmente manifestados y acompañábamos a Tadeuz de la Vega (Christian Alden) y Martin Poma (Cesar Marticorena) en sus ensoñaciones y recuerdos, un espacio donde volvían a existir dentro de otras formas.

El texto de Noraya Ccoyure es la conexión entre estos seres y los mundos que habitan; la construcción de la escena evoca momentos naturalistas y de ensueño. El diálogo que se va desarrollando involucra a los espectadores, les resuena algo.

En algún momento pienso que es un último acto, porque da la sensación que el teatro muere; y no es esa agonía del arte que siempre está muriendo, sino la desestructuración de los conceptos y la proliferación de otras poéticas creativas.

Observar un espectáculo que pone énfasis en el texto y despliega corporalidades cotidianas da la posibilidad de presenciar otras antropologías teatrales, que encuentran más cercanía con lo real. La construcción de espacios imaginarios desde signos cotidianos provoca una sensación distinta a la del cuerpo extracotidiano.

La escenografía es una chispa lumínica que le pone fantasía al mundo caído de estos hombres, la que nos recuerda que nunca debemos dejar de soñar, porque el arte sueña y vuela. Así como los personajes de este último acto, que pese a estar cerca al final, sueñan y vuelan. Una especie de reloj descompuesto y una banca componen junto al vestuario una paleta de colores callejeros, que iluminados con las luces permiten dar sentidos dramáticos precisos para la energía de la obra.

Los personajes están cuajados y consiguen adentrarse en la conciencia, cada intérprete devela su sueño a su manera, pero la sensación de estar atrapado en otra vida, en una vida que está existiendo ante tus ojos, es requisito fiable para el gusto de la escena.

Moisés Aurazo

21 de setiembre de 2023

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