La puesta en escena irrumpe ante nuestros ojos, dos actores
se manifiestan en el espacio, no se hace uso de los tradicionales llamados, la
obra empieza de manera intempestiva. Cristina Colón (Tracy Alcántara) debe
sustentar su tesis para graduarse como psicóloga y ha decidido que Chiqui (Raúl
Castagneto), su novio, la acompañe. Hay una gran naturalidad en ambos
intérpretes, tienen su acción dramática muy clara y dosifican su energía
adecuadamente, posibilitando la acción de la palabra.
Los intérpretes dominan el texto y el ritmo es constante,
mantienen al espectador atento ante lo que sucede. La voz de ambos es clara y
potente, nos trasportan al universo construido por Alejandra Núñez. La figura
del colonizador (Cristóbal Colón) es importante para el desarrollo de la trama,
pues Cristina ha descubierto que tiene una conexión con él: es su padre. Entonces
empieza la metáfora de cómo podemos deconstruir el patriarcado si no asesinamos
al padre y cómo podemos descolonizar sin matar al padre.
Al referirme a asesinar o matar trasciendo el mero hecho de
quitarle la vida a alguien, pese a que la obra se llama Parricidio. Considero
que está cargada de metáforas que aparecen desde la figura de dominación. El
hecho sería cómo acechar algo que se ha normalizado y que parece una estructura
dura de corroer. El pensamiento colonial está presente en todos nosotros de
manera implícita, al igual que la normalización de la violencia, el machismo,
entre otros. Tenemos un dominador invisible que se corporiza en hábitos y
pensamientos que se inmiscuyen dentro de nuestro comportamiento, el hecho está
en cómo asesinamos esa trasparencia que coacta nuestro comportamiento. En la obra
aparece la metáfora de asesinar al padre, reflejado en distintas esferas de la
interacción personal y colectiva, como puede ser el novio, Cristóbal Colón,
historias que no se han contado, la violencia silenciada, el romanticismo que
todo lo tapa, una sustentación de tesis para demostrar que mereces un grado
académico, etc.
Todos estos mecanismos encierran la metaforización de la
violencia, el colonialismo y el patriarcado. Todo desplegado a una
simbolización del control y la manipulación en la que estamos inmersos y la
lucha constante que se poetiza en el asesinato y la liberación de pasiones.
Durante el trascurso de la obra se utiliza un proyector para
concentrarnos dentro de la exposición de Cristina y constantemente los actores
se dirigen hacia el público para hacerlos cómplices de lo que está pasando,
como si se le hablara a la conciencia o a ese voyeur que siempre está mirando y
se deleita con lo que no puede hacer o se regocija en su doble moral que le
permite encajar en la sociedad. En un momento, el proyector se malogró, no
alcancé a discernir si era una artimaña de la producción o si en verdad se
había malogrado; sin embargo, fue una situación bien manejada, porque iba
acorde con los pequeños cortes que realizaban los actores, dando a entender una
desconexión con la ficción que permitía que la historia traspase la barrera de
lo irreal y se introduzca dentro del cotidiano de los espectadores, del mundo
real absorbido por la ficción como ejercicio de razonamiento, para descubrir
que no se habla de cosas distantes al cuerpo presente.
Tracy Alcántara manejó muy bien la tensión del personaje,
una actriz con un buen performance para mantenernos al tanto de los hechos; el
momento del asesinato es muy bueno, porque hay un tiempo creciente que lleva a
la consecución de ese acto. Constantemente la actriz va aumentando su histeria,
la mirada se le desencaja, el cuerpo pasivo encierra conflictos internos muy
fuertes, gran trabajo en este sentido para demostrar la despersonalización del
personaje y llegar al momento del crimen. La puerta suena y Cristina va a ver
quién es, podría ser Chiqui que se fue hace unos minutos por haber sido
despreciado en su intento romántico de conciliar las cosas, dejando de lado las
preocupaciones de Cristina. Pero al salir, se escucha un grito y la sala se
pausa por un momento, ingresa Cristina arrastrada como un animal y bañada en
sangre. El momento se ha consumado, ha asesinado al colonizador, al machista,
al patriarca, algo sucede en su cuerpo, quiere gritar, quiere seguir, retomar
su sustentación, decir lo que tiene planeado decir, un momento de escisión
repercute en el espacio, un asesinato metafórico de todo lo que aprisiona.
Raúl Castagneto se desenvuelve adecuadamente junto a Tracy,
tiene presencia y el ritmo de sus textos son propicios para ir generando la
intriga, es un actor despierto y con muchas capacidades. La forma en que
acompasa los textos y la acción de Tracy permite que todo cuaje y se vuelva un
contenido compacto. El manejo de los momentos incidentales es bastante
interesante, porque cierto o falso en ningún instante se pierde el foco de
interés. Se construyen metáforas muy potentes mediante la relación de ambos,
por ejemplo, el uso de canciones para tranquilizar a su novia, o el hecho de
que en plena sustentación realice una propuesta de matrimonio justo cuando las
cosas no marchaban bien, justo en el momento en que Cristina quiere decir algo
importante. El romántico y paciente novio puede representar muchos aspectos de
este espectro manipulador y controlador que se encierra dentro de los
mecanismos de interacción que se han mencionado. La sombra que está ahí, que
suaviza en apariencia las cosas, pero ese suavizar envuelve un monstro
aterrador que encadena la conciencia en una plegaria de inercia constante.
En fin, Alejandra Núñez presenta una pieza interesante,
divertida de ver y con momentos inesperados muy peculiares. La obra se
construye dentro de un plano creciente de emociones y sensaciones. La elección
de los actores ha sido adecuada y con una estética coherente se consigue un
buen trabajo, que no se mantiene en una sola dirección, asume quiebres, subidas
y bajadas que logran tener una potencia visual y sensitiva.
Moisés Aurazo
14 de junio de 2023
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