lunes, 1 de mayo de 2023

Crítica: LA CIUDAD DE LA MUERTE


Sociedad infecta

La película Amores Perros (2001) de Alejandro González Iñárritu marcó un norte en la estética latinoamericana: el realismo como corriente artística. Desde ese entonces, surgió en el cine esta tendencia. En el caso peruano, creo que la película más cercana a esta corriente fue El Premio (2009) de Alberto Durant, con Emanuel Soriano como protagonista. Tengo que confesar que son poco frecuentes los montajes que se inspiran en la temática del realismo latinoamericano, pero cuando sucede esto, es de felicitar y más aún en el teatro. Abordar a la ciudad como un espacio que cuenta Historia y nos interpela es una estética tanto del cine como del teatro muy atractiva. Por eso quiero resaltar el trabajo de Fiorella Amaro Menéndez y Jair Leiva como dramaturgos de tan arriesgada obra. La Ciudad de la Muerte consistió en tres microobras que iré comentando a continuación.

En primer lugar, se presentó Un día de suerte. La temática fue muy interesante, pues se cuestiona el valor universal de la moral y los sesgos de la personalidad de ser humanos citadinos. Los diálogos fueron muy realistas y crudos, y eso fue lo más atractivo del montaje. Michael Flores representó a Alexandro y Paolo Pacheco interpretó a Oliver; personalmente me causó interés el personaje de Oliver, pues era el que ponía cuestionamientos morales al hecho de devolver el dinero o no, pero al mismo tiempo era confrontado por Alexandro por su comportamiento titubeante. El mensaje potente sobre la doble moral es muy interesante; por otro lado, los vestuarios, a pesar de ser convencionales, fueron muy acordes con las complejidades de los personajes: Alexandro se vestía mucho más descuidado que Oliver y esto tenía un sentido en la historia.

En segundo lugar, se presentó Un asiento cualquiera. Definitivamente fue el montaje con el contenido dramático más original de la noche, debido a sus elementos tan atractivos: una intriga que nunca se resuelve del todo y un final totalmente inesperado. Es de felicitar a la dramaturga por haber logrado esto y de manera condensada para un formato de microobra. José Ticse interpretó a Samuel, un novio agresivo y celoso; Adriana Guerra representó a Mariana, joven cándida, tierna y muy ingenua. No poder medir los límites hasta donde llega la maldad humana fue la condena de Mariana. Y, finalmente, Jair Leiva representó al personaje más intrigante, el Joven, que parecía ser un antagonista y hasta un ladrón, pero hacia la mitad del montaje se convierte en un aliado y pieza clave en entender la terrible historia. Me gustó que se abordara un tema como el feminicidio de una manera limpia. Por otro lado, los vestuarios fueron convencionales y urbanos pero específicos para cada personaje; así como el efecto de la sangre, muy realista.

Y, finalmente, se presentó Por la amistad. Tengo que confesar y con todo respeto, que la temática fue muy densa y confusa, así como el conflicto, los antagonistas y qué objetivo tenía cada personaje. Eso sí, fue interesante que en el fondo había dos historias que sucedían en paralelo, pero no conseguí desentrañar con precisión cada una. También habría que anotar la proyección de voz en los actores, pues por momentos no se entendían bien los diálogos. Por otro lado, el montaje sí contó con mucho mobiliario muy diverso y realista. En suma, La Ciudad de la Muerte es un montaje que se le puede catalogar de electrizante, a pesar de haber sido tan breve. La microobra más potente fue, definitivamente, Un asiento cualquiera. Pienso que este texto bien podría convertirse en un corto cinematográfico y funcionaría también muy bien. Felicitaciones a Catarsis Productora como ejecutores del proyecto y a Amaro Menéndez y Leiva como dramaturgos.

Enrique Pacheco

1º de mayo de 2023

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