lunes, 18 de febrero de 2019

Crítica: DE CABALLEROS Y PIRATAS


Una lección, dos historias

La compañía de teatro Manzana y Mandarina dirigida por actriz y dramaturga Mandarina Claudia Makishi Lambert presentaron el espectáculo de títeres “De Caballeros y Piratas”, una comedia infantil de dos actos en los auditorios del Centro Cultural Británico. Manzana y Mandarina se dedica a desarrollar propuestas escénicas con enfoque pedagógico y para la familia con los títeres desde el 2012, ejemplo de esto son los montajes “Cuentos de Frutas y Otros Bichitos”, “Bici teatro” y “Mamá: quiero una mascota”, que han sido presentados numerosas veces.

La presentación de la compañía teatral tuvo una gran acogida por el público. Los auditorios del Centro Cultural Británico de las sedes de San Miguel y Pueblo Libre estuvieron totalmente llenos, de manera que muchos asistentes, lamentablemente, quedaron fuera por falta de cupos. El público estuvo compuesto básicamente por familias con niños de todas las edades.

La función comenzó con puntualidad y se reflejó originalidad al conminar al público a apagar sus celulares y evitar interrupciones con música infantil. Mandarina apareció en medio del escenario y empezó la función con sus títeres (aunque en ningún momento ella llega a cubrirse), acompañada musicalmente por su colega en la guitarra.

La acción dramática de la presentación giró en torno a las aventuras de los personajes principales Muchoqueso, un hijo de herrero que aspira a convertirse en caballero para conquistar el amor de Lady Briqueta, y un joven pulpo llamado Seven, quien trata de sobrellevar el hecho de que, a diferencia del resto de los pulpos, él solo tiene siete patas (de ahí su nombre). Las historias se entrecruzan al final de la presentación, ya que los protagonistas se unen para ir en búsqueda de un tesoro.

Se debe reconocer que la utilería y el vestuario de los títeres fueron hechos de un buen material, pues lucieron muy atractivos. Además, durante la presentación, se pudieron apreciar los años de experiencia de Claudia, porque llegó a captar la atención de los niños y estos no interrumpieron la función con comentarios negativos.

La obra realizada fue una comedia de un solo acto. Por esta razón, solo hizo falta una luz. Hubo muchos episodios muy interesantes dentro las historias, los cuales fueron acompañados con canciones. Por esta razón, se puede decir que “De Caballeros y Piratas”, tranquilamente, habría funcionado muy bien como una comedia musical con títeres. “De Caballeros y Piratas” estuvo en temporada corta durante el mes de enero los sábados en diferentes auditorios del Centro Cultural Británico. El ingreso fue libre.

Enrique Pacheco
18 de febrero de 2019

domingo, 17 de febrero de 2019

Crítica: VEINTE MIL PÁGINAS


El accidente bendito de Bärfuss

Veinte mil páginas de Lukas Bärfuss se ha estrenado en el CCPUC, bajo la dirección de Jorge Villanueva con estudiantes de actuación 8. Función de estreno.

Un maravillo texto de Bärfuss que, en su dramaturgia en esta obra, nos conmueve y arrincona nuestra frágil memoria ante el olvido, la indiferencia, la complicidad de hechos trágicos y sobre todo, el conocimiento como arma letal para la liberación y justicia.

La obra inicia muy densamente, el director apuesta por una técnica propia de las escuelas de formación actoral: ubica en el escenario a cuatro alumnas que interpretan al personaje de la Dra. Gosbor y a otros dos, a Tony. Ambos grupos, en un canon actancial, se turnan para decir sus textos, pero en el caso de las mujeres, están faltas de un trabajo vocal, energía y organicidad; eso se hace más notorio al ceder la posta a otra alumna y es allí donde la energía se desvanece, en contraposición de los alumnos. Gabriel Soto, quien ejecuta de manera interesante su personaje (el otro Tony), pasa desapercibido. Esta técnica se va a repetir en varios momentos, sin buen resultado. Es raro ver en este montaje al protagonista y al personaje John que se proyectan como buenos actores, porque generalmente las mujeres son las que muestran mejores capacidades actorales.

La puesta usa esencia alemana de Piscator en las proyecciones y los carteles propios de la estética brechtiana para contextualizarnos en las escenas. En ambos casos, sugerimos que se hagan los ajustes necesarios para lograr mejor los efectos deseados.

Una obra con pocos elementos escénicos que funcionan bien, pero las estructuras solo lograron su cometido para la escena del show de talentos, que fue de muy baja actuación, donde tuvimos que presenciar seis “números artísticos” ralentizando el desarrollo del montaje. Aquí aparece el personaje John, que con buena energía y composición, hace de este un buen momento junto con Tony.

Este montaje nos muestra cómo la complicidad para sacar del camino a aquel que posee el conocimiento, siempre ha sido y será una amenaza para el “business” y somos tan frágiles que olvidamos rápidamente, como las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial. No aprendemos. Nuestra condición humana posee tantas deficiencias que preferimos no ver lo que está frente a nosotros y pasar de largo, como los personajes en “La parábola del buen samaritano”. Los experimentos humanos para la modificación del carácter ante la amenaza, evidenciados por Kubrick en “La naranja mecánica”, fueron mostrados estéticamente de manera magistral y en este montaje, se desaprovecha cuando Tony aparece después de la operación para extraerle las veinte mil armas (libros), que la circunstancia del accidente supuestamente lo había bendecido, pero la sociedad consumista lo encuentra como una amenaza.

Este texto maravilloso, lastimosamente fue desaprovechado por un gran porcentaje de los alumnos; un alivio fueron las escenas donde se usa el micrófono, porque fue allí donde los textos se entendían mejor, desde mi fila K de las butacas y fue también un alivio para los asistentes alrededor mío.

Un consejo para el centro cultural: mejorar su sistema de aire acondicionado, es complicado no poder ver el montaje, porque uno observa primeramente los improvisados abanicos del público para apoderarse del casi nulo aire fresco de la sala y eso contribuye al fastidio de no apreciar bien el espectáculo.

Dra. Fer Flores
17 de febrero de 2019

jueves, 14 de febrero de 2019

Entrevista: GERARDO GARCÍA FRKOVICH

"El dominio escénico es consecuencia de conocerse a sí mismo”

Durante la premiación de Oficio Crítico 2018, cuando Nicolás Fantinato leía los nombres de los nominados a mejor actor de reparto en Drama, uno de ellos llamó la atención del auditorio por su segundo apellido. “Se escribe Frkovich, pero se puede pronunciar como “Fercovich” o “Frokovich”, sé que tres consonantes juntas es complicado”, aclara Gerardo García Frkovich, ganador del premio del jurado por su sólida participación como el padre de la protagonista en El diario de Ana Frank, espectáculo presentado en el Auditorio Mario Vargas Llosa de la Biblioteca Nacional, bajo la dirección de Joaquín Vargas.

Del cine al teatro

“Mis comienzos fueron bien azarosos”, explica Gerardo. “Porque la verdad yo estudié Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Lima y me especialicé en Cine, Televisión y Video”. Confiesa que su gran pasión fue, es y será hacer cine. “Salí en el 2004 y me di cuenta que hacer cine, en ese entonces, no era fácil y hasta ahora no lo es”. Esta fue la razón para que Gerardo decidiera ingresar al taller de formación actoral de Roberto Ángeles, con la intención de poder dirigir correctamente a sus actores o al menos, aprender alguna técnica para hacerlo. “Lo interesante fue que me gustó bastante; si bien conocía el mundo del teatro, no lo había visto como una opción”.

Gerardo no tuvo taller de teatro en su colegio y reconoce que tampoco lo frecuentaba. “Lo descubrí bastante tarde”, comenta. “Me presenté al taller de Ángeles con poco dominio en mi monólogo, pero lo poco que tenía fue contundente”. Gerardo conoce a sí el mundo del teatro y su gran potencial como herramienta de sensibilización. “Descubrí este universo, entendí el alcance que tiene el teatro hacia el público y que además es superlativo en relación al cine”. Y es que resulta evidente que una obra de teatro puede llegar a sensibilizar más que una película. “El teatro es más trascedente, el público se conmueve realmente, eso me parece maravilloso”.

Experiencias sobre las tablas

Su participación en varios montajes de interés como El mercader de Venecia (2005), Antígona (2006) y Los charcos sucios de la ciudad (2006) prepararon a Gerardo para su mayor reto actoral, que fue Copenhague (2009), pieza escrita por Michael Frayn estrenada en el Teatro La Plaza, en la que actuó junto a dos excelentes actores como Bertha Pancorvo y Alfonso Santistevan. “Fue un punto de quiebre en todo sentido”, afirma Gerardo. “El texto es lo más difícil que he hecho en mi vida, llevamos clases de Historia Universal, sobre la Segunda Guerra Mundial, y de Física Cuántica, los diálogos eran impresionantes”. Copenhague ganó los prestigiosos Premios Tony 2000 a la mejor obra, dirección y actriz. “Puedes preguntarle a cualquiera de nosotros: fue uno de los proyectos que más nos ha gustado haber participado, solo tres sillas, tres personajes, una obra muy bien escrita”.

La amistad entre Gerardo y el director David Carrillo se dio gracias a su participación en El celular de un hombre muerto (2010) de Sara Ruhl. “Siempre he admirado el trabajo de David y de (Giovanni) Ciccia en Plan 9”, asegura. “Ellos siempre están buscando actores no tan conocidos para alternar con rostros más conocidos, para los personajes que puedan calzar en sus montajes; la pasé maravilloso”. Posteriormente, Gerardo integraría el elenco de la primera reposición de uno de los mayores logros de Carrillo, como actor, dramaturgo y director, que fue Lo que nos faltaba (2016), curiosamente en temporada y en nueva versión en la actualidad. “Justamente, David me recomienda para interpretar a Otto Frank en El diario de Ana Frank; yo tengo 39 años y el personaje es mayor, y también fue raro que mis hijas en la obra (Laura Adrianzén y Patricia Barreto) sean casi contemporáneas, pero son las convenciones del teatro”.

Reflexiones y proyectos

La versatilidad de Gerardo le ha permitido participar en sólidos montajes, entre dramas y comedias, inclusive en personajes orientados a la comedia, pero en obras dramáticas. “Por ejemplo, en Todos eran mis hijos (2014), yo era el comic relief de la obra, para contrapuntear el drama que ocurría en escena”, menciona. “Pienso que sí hay una aproximación diferente al hacer drama o comedia; esta última te permite buscar un poco más sin romper lo establecido, tienes que estar con el radar prendido”. Agrega que un buen actor de teatro debe tener dominio escénico, pero como consecuencia de conocerse a sí mismo. “Creo que es lo básico que no te sorprenda nada de ti mismo al pararte en el escenario, tienes que saber tus virtudes y defectos”, asegura. “También es importante la constancia, porque este es un trabajo a veces ingrato; y dentro de los montajes también, porque gran parte del secreto del trabajo tiene que ver con la repetición y el ensayo”. El ser idealista es también una cualidad que para Gerardo debería tener todo actor. “Tener un ideal propio del porqué haces teatro; algunos lo hacen para ser famosos o hacer plata, pero yo creo que puedes poner un granito de arena, no cambiar las cosas, pero sí decirle al público: Oye, esto está mal”.

Por otro lado, Gerardo asevera que un buen director de teatro debe “confiar en su grupo, es decir, reducir el riesgo confiando en que el trabajo que va a hacer cada uno será el mejor, no priorizando en amistades”. De igual forma, los ensayos deben ser un campo para la creatividad de todos. “No me gusta el director que me dice párate aquí y allá, puede servir para ciertas partes, pero debe dejar al actor que cree su personaje”. Gerardo afirma también que un director debe ver mucho teatro, danza, claun, impro, ya sea aquí o afuera si puede viajar. “Que el director sea también actor tiene pros y contra, porque conozco directores que no son actores y he trabajado excelente con ellos, pero cuando yo dirijo trato de sacarme el chip del actor y no pararme en el escenario y mostrar cómo se hace”. Sin embargo, Gerardo, que es profesor de teatro, indica que a veces sus alumnos sí necesitan un modelo. “Pienso que en contra, te gana la necesidad de actuar para que el actor lo copie; y a favor, que existe un entendimiento mayor del trabajo del actor”.

Como ya sea mencionó líneas arriba, Gerardo trabaja como docente de teatro en el colegio Humboldt desde hace 13 años, así como en dos universidades. ¿Qué habría pasado si Gerardo hubiera tenido un taller de teatro en su colegio? ¿Algo habría cambiado? “Todo pasa por algo”, reflexiona. “Sé que es trillado, creo que si me metía desde muy pequeño, quizás tendría mas plata, pero no estaría tan abocado al teatro, sino de repente a la televisión; creo me habría llegado la oportunidad a una edad no muy madura, de algún amanera agradezco eso”. Gerardo tiene varios proyectos por concretar y no se desanima ante las adversidades. “Hace dos años escribí, dirigí y produje una obra y me fue mal”, comenta. “Pero hay que ser constantes, estuve llevando una maestría, pero ya acabó, así que me encuentro disponible para las propuestas que lleguen; además, tengo algunos textos propios, porque escribo también”, finaliza.

Sergio Velarde
14 de febrero de 2019

Crítica: KRAMPUS


Terror en la quinta Heeren

La emblemática Quinta Heeren, con más de 200 años de antigüedad, abre sus puertas para escenificar una leyenda que se remonta a la época previa al cristianismo: un ser mitad cabra y mitad demonio llamado Krampus, quien representa un anti San Nicolás que castiga a las personas que han perdido la fe en todo sentido. La puesta en escena está constituida de modo tal que el público era un elemento activo en la representación, convirtiéndose así en ciudadanos del pueblo de Lucibell que recorrían cada espacio de la antigua quinta.

Krampus, bajo a producción y dirección de Carol Valverde y Jorge Galindo, es una obra hecha para que tanto actores y público recorran y participen activamente durante la puesta en escena. Este recorrido estaba acompañado por criaturas legendarias que, cuando menos se esperaba, aparecían para movilizar al público asistente. Fue interesante cómo organizaron los espacios de la quinta, de modo que el recorrido fue ordenado, incluso las distancias recorridas entre una escena y otra eran justificadas con la historia. Los actores supieron manejar la movilización del público por el espacio, algo necesario para una propuesta como esta. Sin embargo, una de las dificultades era la falta de luz en algunas de las escenas, pues con la desesperación de las personas asistentes, creaba inseguridad para movilizarse. Incluso algunos objetos como troncos puestos en una de las salas podrían haber sido causa de algún tropiezo.

Los actores, si bien tuvieron un buen desempeño en el manejo del espacio, dejaron percibir algunos desajustes en sus personajes. El trabajo del texto en el elenco no fue efectivo, pues los actores en algunos momentos recitaban textos que se oían muy poco verídicos. En cuanto a la caracterización del espacio, hubo una selección de mobiliario bastante fiel a la época que desearon evocar: el siglo XIX. Los vestuarios aportaban a la especificidad de los personajes, incluso podían dar detalle de la idiosincrasia de ellos. Sin embargo, en el caso del personaje de la Madre, la caracterización fue poco creíble: el cabello suelto y el vestido ceñido delataban la juventud de la actriz, de modo que creer que era una mujer mayor fue imposible. El maquillaje y la caracterización fue un elemento muy bien diseñado en esta representación, sobre todo en las criaturas relacionadas con Krampus: actores en zancos de pies y manos, con máscaras y vestuarios precisos; sin duda, lo más logrado.

Uno de los aspectos más interesantes de esta representación es el hecho de haber intervenido la antigua quinta Heeren para hacer teatro. La intervención de espacios no convencionales es necesaria para demostrar al público lo accesible y versátil que puede ser el ver artes escénicas. En este caso, hemos tenido un espectáculo que induce al público en una fantasía que se suele pensar más relacionada al cine o a otro tipo de artes. Incluir al público en la movilización de las escenas de una obra es ya un efecto innovador, además de permitirles un rol más activo en lugar de un cómodo asiento. Hay que darle la oportunidad a lugares tan interesantes como una antigua quinta y explotar sus estructuras y posibilidades para hacer teatro.

Stefany Olivos
14 de febrero de 2019

Crítica: LABERINTO

Sinergia y teatralidad

Laberinto, obra creada por la reconocida dramaturga, actriz y docente huancaína María Teresa Zúñiga, se está presentando en la Asociación de Artistas Aficionados, bajo la dirección de Diego La Hoz. Cabe resaltar que EspacioLibre Teatro celebra, con este primer montaje en 2019, sus primeros veinte años de creación como grupo teatral.  

En palabras del propio director, montar esta obra significa “saldar una deuda pendiente con teatro peruano”*, pues el nutrido repertorio literario (abarcando la poesía, el teatro y la novela) de la dramaturga, resulta un aliciente y un desafío al mismo tiempo. En efecto, la propuesta aborda el lirismo de la narrativa con la fluidez y potencia necesarias para retratar en escena a estos personajes que transitan en un universo casi onírico. La trama relata la urgencia por desvelar los detalles de una guerra que parece no haber acabado en el presente, entonces se manifiestan las voces, los lamentos y remordimientos que ha dejado a su paso.

La convención propuesta funciona debido a la convergencia de ciertos elementos muy particulares, como la sinergia grupal de los actores: Aurora Colina (contundente en sus apariciones), Alexandra Jiménez (sosteniendo con verdad y conexión su personaje), Karlos López Rentería (en total armonía y coherencia con su personaje, dosificando la energía correctamente) y Brian Suárez (seguro y correcto en escena); ello aunado a las actuaciones individuales, las cuales evidenciaron la destreza física y la creación –del personaje- desde el cuerpo.

De otro lado, el montaje logra introducir al espectador a un espacio único, cargado de teatralidad. Se denota un quiebre entre realidad y ficción, acompañado de la presencia -imponente e ineludible- de los actores. Laberinto es una construcción escénica dotada de una singular estética, que es capaz de resaltar el fulgor propio de la esencia del texto y abre el camino de las interrogantes acerca de temas muy sensibles como lo es la guerra y sus estragos. Sin embargo, el final (un tanto repentino) pudo también haberse dosificado, en cuanto a energía quizá, puesto que había duda de si trataba realmente del final o era el inicio de otra escena (solo como un detalle de percepción).  

*Fuente: https://www.elpopular.pe/espectaculos/228253-aurora-colina-vuelve-escena-obra-teatral-laberinto-fotos

Maria Cristina Mory Cárdenas
14 de febrero de 2019

Crítica: LA DECISIÓN FINAL


El beso que nunca llegó

Acaso ya sea costumbre que toda historia romántica que se respete, exceptuando aquellas que carezcan de finales felices, lleguen a su término con el beso de rigor entre los amantes, quienes debieron vencer mil y un obstáculos para salvar su relación y darle rienda suelta a su pasión. Por tal motivo, resulta curioso cuando una obra de teatro que se embarque en tal propósito, no culmine en el tan esperado ósculo, que justifique así todas las penurias a las que han sido sometidos los amantes y además, los sufridos espectadores que se mantuvieron en vilo a lo largo de la trama. Pues ese fue, en líneas generales, el caso de La decisión final, del prolífico y joven autor y director Gianfranco Mejía, estrenada en el Teatro Auditorio Miraflores a cargo de Mever Producciones, que contando con el mencionado montaje llegó a su decimocuarta producción.

Pablo (Renzo Del Carpio) lleva una doble vida, pues convive con su pareja Camila (Luz María Jáuregui), pero desde hace un año mantiene una relación sentimental con otro hombre de nombre Walter (Jeffrie Fuster); en consecuencia, la situación se va haciendo insostenible con las sospechas de Camila y la presión de Walter, así que Pablo debe tomar “la decisión final”: revelar su verdadera identidad sexual o mantenerse refugiado en su fachada y ser feliz a escondidas. El desenlace, que si bien no sorprendió a nadie, por lo menos sí se hizo esperar con dignidad, gracias a los esfuerzos de Jáuregui y Del Carpio, y al carisma de Fuster para conmover y divertir en el momento justo. Nuevamente Mejía apuesta por una estética urbana sin complicaciones, recayendo todo el peso de la puesta en una historia que bien pudo haberse resuelto en menor tiempo escénico, convirtiendo los prescindibles diálogos en miradas, acciones, gestos, pausas y silencios que enriquecerían el resultado final.

¿Por qué La decisión final no tuvo un beso que cerrara su historia de amor? Porque la decisión se tomó, los obstáculos que reprimían esta pasión de un año (¡un año!) se fueron, los amantes se quedaron uno frente al otro con la casa sola. ¿Por qué entonces solo las manos apretadas y un abrazo fraternal como símbolo del amor verdadero, antes que se apaguen las luces? Se podría barajar varias hipótesis. ¿Acaso un beso entre dos hombres podría herir la susceptibilidad de los espectadores? ¿Es que en pleno 2019, un beso homosexual es sinónimo de controversia y polémica condenable? ¿No es La decisión final una pieza escrita expresamente para hacer valer los derechos de las minorías reprimidas y para fortalecer el respeto entre todos los habitantes supuestamente libres de una sociedad? Impensable creer que la negativa haya partido de los actores. Pero acaso las palabras del director al recibir los aplausos finales, en las que aclaraba que la historia que escribió no tiene nada que ver con él, echen luces sobre el misterio que rodea a esta obra valiosa en su concepto, pero que debió ser más arriesgada, valiente y comprometida, si ya se está pensando en una reposición. Esa será “la decisión final” del director.

Sergio Velarde
13 de febrero de 2019

martes, 12 de febrero de 2019

Entrevista: LUIS CÁRDENAS NATTERI


“Construir un personaje es un camino solitario a veces, único e irrepetible”

La coyuntura nacional siempre será un contexto inagotable para la creación de obras artísticas, específicamente, para denunciar las (demasiadas) irregularidades en nuestra clase política. En ese sentido, La coima (2018), dirigida por Martín Velásquez en la AAA, fue un contundente retrato de la insana corrupción con la que lidiamos día a día. Uno de sus jóvenes intérpretes, Luis Cárdenas Natteri, fue recompensado con la mención del jurado de Oficio Crítico como el mejor actor de Comedia o Musical, por un irreverente personaje que puso a prueba su versatilidad y capacidad musical. “Yo vengo de una familia de músicos, he crecido en reuniones familiares en las que mis tíos se reunían para cantar canciones de la Nueva Ola y música criolla”, recuerda Luis. “Cuando tenía cuatro o cinco años, me ponía a contar chistes en reuniones familiares; una vez, me llevaron a un barrio de Pisco (su familia es de ese lugar) y me mandaron a contar chistes en el medio de un pueblo joven, que tenía como quinientas personas; a partir de ahí es que empiezo a conectar con el público”.

Música, televisión, teatro y cine

Luis se inclinó primero por la música, incluso de adolescente entró a un grupo musical. “Estudié periodismo y fui reportero de un canal web, fui una especie de “polizonte” (reportero en eventos), a la vez que tocaba en el Taita, pero siempre tuve el bicho de la actuación”. Varios compañeros le decían que a los veinticuatro años era ya muy tarde para entrar. “Me decían que el círculo de la actuación era muy cerrado, una élite solo de familias y personas que siempre se repetían”. En ese sentido, la destacada actriz Ana Cecilia Natteri sí es pariente (lejana) de Luis. “Ella es prima de mi abuelo, la conocí en una reunión familiar, no creo que se acuerde de mí”, confiesa.

Para no quedarse con el clavo de no haberlo intentado, Luis se decide a incursionar en la actuación, esperando tener la misma suerte que obtuvo en la música y en el periodismo. “Por ahí liga, uno no sabe, y mis padres aceptaron la idea”, asegura. “Ellos me han dado libertad para hacer lo que he querido, nunca me han cuestionado nada, me han dado mucha libertad, a veces, demasiada”. Luis se inició en un taller de actuación en el Teatro Canout. “Creo que todo inicio es válido”, reflexiona. “Fueron los dos primeros meses para escuchar las anécdotas del profesor y el último para conocer las partes de un teatro, con una muestra final en la que de manera aleatoria nos dijo qué personajes deberíamos hacer”. Esta experiencia le sirvió a Luis para darse cuenta que la actuación sí le gustaba y que tan mal, no lo hacía. “Inclusive al mismo profesor le había gustado, de eso me enteré después”.

Justamente, después de ese taller, Luis tuvo su primer trabajo profesional, aunque en una miniserie para televisión. “Me llamaron para Los amores de Polo (2013), en la que interpretaba a Ángel Torres, un personaje chiquito que enamoraba a Mayra Goñi y luego la besaba a la fuerza, para después venir al rescate Paco Bazán”. Luis se dio cuenta que debía seguir perfeccionando su talento y es así que ingresa al Conservatorio de Actuación de Leonardo Torres Vilar. “Fue una experiencia totalmente opuesta a la anterior”, afirma. “Leonardo es un profesor que me enseñó que lo que se necesita para esta carrera es pasión y la contagia”. Luis lo compara como su profesor Keating, de la cinta La sociedad de los poetas muertos. “Siempre que lo veo, le digo: ¡Oh, mi capitán, mi capitán! Me enseñó la técnica Meisner y así comencé a lanzarme a hacer cortometrajes y pequeñas “chambas” de actuación”. En el 2015, Luis participa en el festival de cortometrajes 48 Hour Film Proyect en Lima, con el que consigue el premio al mejor actor por Resiliencia. “Ganamos en casi todas las categorías, excepto el primer puesto; después mi vida cambió y toda la gente del círculo universitario empezó a llamarme para sus producciones”.

Intensas escenas

Uno de los montajes más resaltantes y potentes del 2016 fue Escenas en casa de Vasili Beseménov, escrita por el dramaturgo ruso Máximo Gorki, por el que Luis recibió su primera nominación como actor de reparto en Drama, con la dirección de Torres Vilar. “Le tengo mucho cariño a Nil (su personaje), porque llegó en una época en la que necesitaba todo lo que él predicaba; era un muchacho adoptado de una raza distinta, en una familia que no era la suya, y además era un revolucionario”, asegura. “Fue uno de los primeros en movilizar a la gente, él amaba la vida, era muy optimista para triunfar en una sociedad hostil”. Luis recuerda un intenso monólogo que debía interpretar cada función y que debido a la huella que dejó en él, aún no logra despedirse de dicho personaje. Por otro lado, trabajar al lado de Mijail Garvich (mejor actor por el jurado de Oficio Crítico de ese año) fue una gratísima experiencia. “Es un tipazo, lo quiero mucho; me intimidaba, porque lo ves grandote, con barba”, recuerda. “Es un gran amigo, siempre me apoyaba, estaba siempre dispuesto a sacarte una sonrisa”.

Con respecto a sus maestros de actuación, Luis destaca en primer lugar a Torres Vilar. “Leonardo puso una semilla en mí, ha germinado e intento hacerle honor”. También le enseñaron los destacados teatristas Carlos Mesta, Franklin Dávalos y Perico Carranza. “Luego entré al cuarto taller de actores profesionales de Alberto Isola y fue hermoso”, admite. “Él es mi maestro y amigo, lo quiero muchísimo y fue ahí donde conocí gente que me dio la oportunidad de hacer más teatro”. Esta es una referencia a Alexander Pacheco, director del colectivo Ayepotámono, quien lo invitó a integrar su elenco de obras para la familia. “Creo que hay personajes más complejos que otros”, admite. “Por ejemplo, para el Conejo sí trabajé una propuesta de voz, tuve que familiarizarme con las orejas y las patas, pero Alexander me guio y no fue tan difícil”. Sin embargo, otros como para el ya citado Nil, Luis debía tener en escena una energía altísima. “Yo tengo una energía que fluctúa y no siempre estoy con el ánimo arriba, que era lo que Nil necesitaba”. Es por ello, que decidió escuchar una hora antes de cada función a la banda AC/DC. Y funcionaba. Para El otro lado de Jimena Ortiz de Zevallos, Luis decidió proponer que su personaje Aldo cuente con su picardía y ocurrencias. “Hay personajes que necesitan cosas prestadas de mí y otros en los que necesito cosas de ellos”.

Actuación y dirección

“Creo que un buen actor de teatro debe tener confianza en sí mismo, sin caer en la soberbia; es decir, algún lado de ti debe estar seguro que lo que estás haciendo, está bien”, asevera Luis. “Creo que ese es el principal motor, mientras que uno no crea en sí mismo, nada va a fluir”. Agrega además, que no se debe nunca comparar el propio trabajo con el de nadie. “Es un camino solitario a veces, único e irrepetible, son tus elecciones”. Añade que el actor siempre debe estar buscando información: escuchando discos, leyendo, viendo películas, viajando, hablando con gente nueva, equivocándose, siempre buscando y así enriquecerte, ya que si no se hace, no se puede sacar la información necesaria para interpretar al personaje. “Sí creo que debe haber un talento; un actor se puede hacer, pero debe existir algo innato para que sea un gran actor, algo de suerte también”.

De otro lado, para Luis, un buen director de teatro debe “sacarte de tu zona de confort, te debe cuestionar todo lo que haces; al menos yo lo necesito, ya que cuando me ha pasado, he logrado cosas geniales”. Enfatiza además, que un director no puede ser permisivo y buena gente, en el sentido de dar “una palmadita en el hombro” y decir que así nomás. “Debe ser exigente y tener clarísimo qué quiere contar o de lo contrario, tendremos la típica frase: “No sé qué va a pasar, no sé qué va a salir”; puede sonar bonito el ser honesto, pero que no sepas qué vas a hacer… es demasiado”. Luis necesita confiar en el director y que tenga clarísimo qué quiera contar. “Debe conocer el tema que va a tocar, tiene que entender qué va a hacer para contarlo”.

Coimas y proyectos

Para La coima, el elenco debía estar capacitado para actuar y cantar en escena, lo que constituyó una ventaja de Luis frente al resto de sus compañeros. “Definitivamente, el que no tiene seguro el tema musical puede sentirse inseguro e intimidado en el escenario, pero habiéndome relacionado con la música desde antes, me da bagaje y cancha”, asegura. “Un tío mío siempre me decía que le daba pena que haya sido actor y que me haya desperdiciado como músico. Y yo le contestaba que nunca lo había visto así; al contrario, yo he tenido un entrenamiento musical que es un plus para mi entrenamiento actoral”. Definitivamente, el ser músico le ha dado más oportunidades a Luis en el competitivo medio teatral. “Es poco común ser actor y músico, es una ventaja; creo que mientras más herramientas tengas para ofrecer, mejor es”.

La coima llegó en un momento clave en la vida de Luis, pues acababa de ver la puesta en escena Manta y Vilca, una memoria performática sobre la violencia sexual durante el conflicto armado interno, a cargo de las activistas feministas Micaela Távara y Alondra Flores, con la interpretación de Mehida Monzón y Carmen Amelia Álvarez. “Salí conmovido por la obra”, rememora. “No solo era teatro, estaban haciendo teatro y patria, denunciando algo que debía ser denunciado, alzaban su voz y su arte en son de protesta y yo sentía que quería hacer una obra en la que sintiera que me estoy poniendo la camiseta por algo; Manta y Vilca me enseñó que sí se puede hacer”. Martín Velásquez, director de La coima, le propuso participar de su proyecto personal. “Martín lo hacía por su cuenta, con todo lo que estaba pasando; además, me daba la oportunidad de ser un protagónico, que sacaba a relucir tantas cosas; me advirtió que era proyecto chiquito, que no ganaríamos mucho, pero no pude decirle que no”.

Luis continuará en el elenco de Ayepotámono con cuatro montajes dedicado a la infancia, así como estará en la tan esperada reposición de La coima, que estará nuevamente en la AAA en julio y agosto. “Y hay para meterle más cosas, con la coyuntura”, advierte. “También estoy en temporada en Microteatro y estaré en las películas Papá You Tuber y Yuraq. Luis reconoce haber postergado su carrera musical y espera este año poder resarcirse. “En cinco años como actor, he crecido más que en diez años como músico. Como actor, he aprendido a no estresarme en el proceso, porque el personaje va a llegar, a veces llega tarde, y como dice Alberto (Isola), a veces no llega”, concluye.

Sergio Velarde
12 de febrero de 2019

Crítica: LOCAS


Catarsis de una vida agitada

En el Teatro Racional se presentó la obra Locas, que nos mostró el encuentro de dos mujeres en la sala de espera de un psiquiatra. Aunque este es fortuito, los minutos que pasarán juntas servirán para que el espectador vaya descubriendo sus verdaderos rostros y miedos. Una de ellas, Gregoria, aparenta éxito, pues administra cuatro empresas y tiene el mundo a sus pies. La otra, Martirio, se muestra como una mujer más conservadora, priorizando el bienestar del hogar antes que ella misma. Ambas aseguran ser felices, pero su presencia en la consulta no es una casualidad.

Desde la entrada del público a la sala se reproducían varias canciones que acompañaban el calentamiento de las actrices. La letra de estas, a propósito, aportaba como introducción a temas que se verían a continuación en el montaje. La propuesta presentaba a dos actrices con ropa neutra preparándose físicamente para la representación, de modo que durante el montaje cambiaron de vestuario para poder caracterizarse en diferentes espacios y momentos de la obra. El desempeño de ambas actrices estuvo correcto, debido a que se entendía técnicamente los textos que verbalizaban. Este manejo daba a notar un gran trabajo de apropiación.  Sin embargo, hubo momentos en los que la energía actoral era rebosante, de modo que saturaba en momentos muy álgidos del montaje. El espacio estuvo dividido con unas cintas blancas en el piso que funcionaba como una convención para diferenciar entre dentro y fuera de escena; esta fue clara y aportaba a un orden escénico interesante. En ambas actrices había una plena conciencia del ritmo necesario para mantener el montaje como este en pie, cargado de humor negro y sorpresas.

Una obra como esta nos invita a pensar en cuáles son las verdaderas consecuencias de vivir de manera tan acelerada, no solo por el ritmo de vida tan exigente que ahora estamos pasando, sino también por elementos que aportan a este ritmo de vida, como es el caso de la tecnología, los teléfonos, la internet y todos estos inventos que si bien nos hacen sentir conectados al mundo, también estamos siendo observados, incluso presionados. Vemos en esta obra una consecuencia hipotética de no poder llegar a manejar este tipo de vida y cómo es que nos puede volver locos un ritmo de vida tan agitado que, si bien parece hacernos un bien al exigirnos lo máximo de nosotros, puede llegar a ser perjudicial definitivamente. Esta obra es una oportunidad para respirar en este mundo tan caótico que vivimos actualmente y hacer un poco de catarsis sobre el tema.

Stefany Olivos
12 de febrero de 2019

sábado, 9 de febrero de 2019

Entrevista: DAVID HUAMÁN


“Un director no puede ser tan democrático en el proceso creativo”

La coima, estrenada oportunamente en Fiestas Patrias del año pasado, fue una de las mejores comedias que abordaron con harto ingenio y sarcasmo nuestra convulsionada vida política. Basada en El inspector de Nikolai Gogol, la historia se centraba en un particular presidente de una nación sudamericana, que veía peligrar su posición ante la inminente visita de un supervisor internacional. David Huamán, ganador del premio del jurado de Oficio Crítico 2018 como el mejor actor de Comedia o Musical, fue el intérprete ideal para personificar a este hilarante mandatario. “Me gustaba estar en las actuaciones del colegio, en las de baile principalmente. A muchos de mis compañeros no les apetecía participar en ellas, pero a mí sí. Si bien había uno que otro taller de actuación después del horario de clases, nunca me animé a participar en ellos. Supongo que los veía como algo lejano a mí”, recuerda.

Inicios, maestros y talleres

“En Secundaria tuve oportunidad de participar en una que otra velada teatral, también en el colegio, pero de forma incidental. A los quince años me esmeré en aprender el clásico monólogo de Hamlet y lo representé durante la semana del aniversario del colegio. También declamaba. Un profesor me pidió que para una ceremonia de clausura del año interpretara el monólogo de Segismundo, de La vida es sueño, recuerda David, a quien el teatro se le instala para siempre, cuando ve a los catorce años la obra Vallejo, interpretada por Carlos Gassols, Ofelia Lazo y Luis Álvarez en el desaparecido Teatro Real. “¡Tuve la suerte de ver a Luis Álvarez en escena! Fue la primera vez que vi teatro adulto, por llamarlo de alguna forma. Me conmovió profundamente, como nada lo había hecho hasta ese momento. Algo en el alma me cambió”, comenta. “Pese a todo esto, yo estudié Ingeniería Electrónica en la PUCP. Tenía alguna facilidad para los números y supuse que lo más lógico era estudiar una carrera de ciencias. Y, sin embargo, en el fondo sabía que tenía esta vocación por actuar”.

David llevó algunos talleres de teatro fuera de la universidad, mientras estudiaba su carrera. Uno de estos talleres lo dictó el actor y director Paco Solís Fúster. “Paco me enseñó a amar el oficio actoral, las ganas de jugar, de divertirme haciendo lo que hacemos. También me enseñó a mostrar siempre en escena un trabajo impecable, digno de ser presentado ante el público”, menciona. Agrega, además, que Solís fue muy lúdico en los procesos de su taller: le enseñó a maravillarse de los personajes y constantemente le propuso ejercicios que le sirvieron de mucho en su carrera actoral. “Recuerdo que cuando ensayábamos para una muestra, me pidió que llevara las acciones de mi personaje al máximo nivel de exageración. No entendía por qué me pedía tal cosa. Me parecía hasta incorrecto. De pronto, me pidió que toda esa efervescencia, ese frenesí exagerado, lo llevara adentro, a mis entrañas. Fue allí cuando el ejercicio cobró sentido para mí”.

Otro proceso formativo destacable en la vida de David fue el continuar en el Conservatorio de Formación Actoral en el 2007, dirigido por Leonardo Torres Vilar, en donde formó parte de su primera promoción. “La técnica de Sanford Meisner fue crucial para reencontrarme con el teatro después de años de alejamiento por diferentes razones. Gané oficio pero, sobre todo, recuperé las ganas y la alegría de hacer esto”. Un grupo de actores del Conservatorio invitan a David, un año después, a participar en la recordada puesta en escena de Los árboles mueren de pie, de Alejandro Casona, en la que participara la primera actriz Rosa Wunder. “Fue una experiencia maravillosa. Rosa era entrañable, todo un personaje. Genial en escena. Cerrabas los ojos, te imaginabas a la abuela perfecta, los abrías, y era ella. En esa puesta también participó Claudio Calmet. Él era el engreído de Rosita (risas). Lo adoraba.” Posteriormente, Torres Vilar convocó a David para participar, como actor invitado, en algunas de las muestras de sus alumnos. Entre ellas, las finales del 2012 y 2013, con Transporte de mujeres y Las tres hermanas, respectivamente.

Para actuar y dirigir

“Pienso que un buen actor de teatro debe tener la capacidad de ser real, honesto, que le creas todo lo que le ves hacer”, comenta David. “Esa cualidad es innata al actor. No se aprende. O se tiene o no se tiene. Lo importante es encontrarla y perfeccionarla con el entrenamiento, con el oficio, con la experiencia”. Añade que la disciplina es muy importante y en eso, reconoce David, todavía le falta ajustar un poco. “Siento que llevo una suerte de doble vida (risas): una vida como ingeniero oficinista y la otra como actor de teatro. A veces, estas dos vidas no se llevan bien, entran en conflicto. Y que quede claro que yo le tengo mucha gratitud a la Ingeniería como profesión. Me ha permitido hacer muchas cosas en mi vida. De hecho, al día de hoy, paga las cuentas (risas). Pero es muy demandante. Me falta tiempo para hacerlo todo. A veces me gustaría tener más para estar con mi familia o para embarcarme en más proyectos actorales. Cuando estoy en uno, por ejemplo, me cuesta llegar temprano a ensayar o a función. En sí, la vida del actor también demanda mucho tiempo de uno: implica aprenderse la letra, llenar el texto de apuntes, conocerlo a fondo y llevarlo hacia uno y llevarse uno mismo hacia el personaje”. 

David se hace una autocrítica y declara confiar demasiado en su propio instinto. Reconoce que le hubiera gustado preparar con más esmero algunos de sus personajes. “Por último, un buen actor debe tener actitud de escucha y eso es algo que se consigue siendo humilde; tengo que decir que soy una persona con un genio muy fuerte, muchas veces de carácter irascible. Muy fosforito. Ese rasgo, me temo, se me ha acentuado con la edad. A veces me ha costado mucho escuchar a mis directores”. Al respecto, David recuerda su experiencia al ser dirigido por César Golac en Rastros (2017). “A veces me costaba mucho entender, en cuanto a acción, lo que se me pedía actoralmente. Tuve que serenarme para lograr lo que se esperaba de mí. Yo le estoy muy agradecido a César por eso. De hecho, le pedí disculpas al final del proceso por mi mal genio. Ahora, cuando coincidimos en algún lugar, nos saludos con cariño, nos abrazamos. Lamentablemente, a veces esa pasión, ese ser tan vehemente en conseguir los objetivos, nos pueden jugar una mala pasada. Son como dos caras de una misma moneda”.

Por otro lado, para David, un buen director de teatro “tiene que tener claro qué es lo que quiere hacer, debe tener aunque sea un esbozo de lo que busca y tiene que saber cuándo parar de buscar en el proceso creativo y comenzar a fijar”. Además, debe conocer a sus actores y saber qué pueden dar y qué no, para saber conducirlos. “Tiene que saber manejar la disciplina entre sus actores, ya sean ‘chibolos’ o viejas glorias del teatro nacional”. Y es que si uno es director, saldrá en escena su voz y lo que busque mostrar. “Tu actor te puede dar ideas y las puedes incorporar. Eso es deseable. Sin embargo, a veces el director tiene que ser un pequeño dictador, no puede ser tan democrático en el proceso creativo. Un director está ahí para cumplir su función, que consiste en definir qué es lo que va a escena y cómo”. David lleva actualmente un taller de dramaturgia con Franco Iza, pero sí está interesado en dirigir. “Me muero de miedo; sin embargo, siento que si llevara a escena un texto propio tendría ideas muy fijas sobre lo que está pasando o sobre las características de tal o cual personaje. Si en un proceso de dirección veo que los actores interpretan algo diferente o me cambian el planteamiento… no sé cómo lidiaría con eso, tendría que probar”.

Temporadas de diversos calibres

David intervino en un puñado de interesantes temporadas de diversos estilos, como Esquina peligrosa (2015), Nosotros los burócratas (2015), Rastros (2017), Juntos y revueltos (2018) y África [un continente…] (2018). “En Juntos y revueltos, la construcción del personaje fue más inmediata y más divertida. Tenía que hacerlo un poco mayor, pero me ayudaba el trabajar con mis compañeros”. Sin embargo, para África [un continente…], David sí se quedó con una espina. “Ha sido uno de los personajes más ricos y complejos que me ha tocado interpretar y siento que no le saqué el jugo. Me hubiera gustado tener un poco más de tiempo para trabajarlo como era debido”. Reconoce que su personaje, un pintor que trabajaba con restos humanos y era capaz de masacrar a otra persona para conseguir reconocimiento, pudo ser más perturbador. Su experiencia en el montaje de Rastros fue más gratificante. “Ese ha sido uno de los procesos actorales más complejos e interesantes que he vivido hasta ahora; logramos hacer varias pasadas de la obra completa en época de ensayos y llegamos al estreno, actoralmente hablando, bastante bien”.

Para La coima, puesta ganadora también por el jurado de Oficio Crítico, los actores tenían una doble misión: interpretar a sus respectivos personajes y cantar en vivo. “Yo solo canto en la ducha”, revela David. “Me gustaría tener técnica vocal, por lo menos para el canto. Si algún ‘mérito’ tiene mi voz, es absolutamente heredado, no trabajado. Lo bueno que conseguimos en las partes cantadas de la obra fue por el esfuerzo de mis compañeros y el gran trabajo de Manuel Antonio Aivar (coach vocal). La verdad, todos fuimos bien ‘conchudos’, porque nadie es cantante, excepto el chino Luis (Cárdenas Natteri), quien además compuso uno de los temas”. Las anécdotas abundaron durante la temporada. “En la penúltima función que, además, fue grabada, en la mitad de la interpretación de mi canción me distraje por algo que vi en el público, así que confundí la letra espantosamente. Con total frescura, y estando en personaje, decidí parar todo y pedirles a los músicos que retomaran la canción desde la mitad. Siendo el presidente, podía darme el lujo de hacer algo como eso (ríe). Sentirme tan ‘conchudo’ fue hasta liberador. Eso me permitió culminar mi interpretación con toda libertad”.

¿Por qué hacer La coima en esta época? La respuesta se cae de madura. “Martín (Velásquez, director) me convocó para leer parte de la obra, hacia finales del 2017, justo cuando sucedía lo de la vacancia presidencial. A propósito de esa coyuntura, rondaba en la cabeza de Martín el texto de El inspector de Gogol. Así que decidió emprender la ‘chambaza’ de trasladar la circunstancia del pueblo (en donde ocurre la versión original de Gogol) a la de todo un país”. La idea de Velásquez de hacer esta adaptación cautivó a David y al elenco, que apostaron por participar en el proyecto. “Creo que estábamos convencidos de la necesidad de mostrar esto. Sentíamos que, desde nuestra trinchera, había que darle una voz a nuestra opinión sobre la coyuntura política de nuestro país. Como artistas, era un deber moral. Entendí cuán relevante era esta obra el día que la estrenamos, al percibir las reacciones en el público”. La última escena, en la que el presidente que interpretaba David interpelaba al público, provocó un estallido de aplausos al cerrarse el telón. “Me alegra que Martín haya tenido la visión de que esto pudiera hacerse y me alegra aún más que haya confiado en el proyecto hasta el final. Cuando recibimos el premio por la obra, subimos a recibirlo todos juntos. Fuera del escenario, nos abrazamos. Fue muy emocionante”.

David participará en la reposición de La coima, que se llevará a cabo a fines de julio de este año, nuevamente en el Teatro de la AAA en el Centro de Lima. Además, ya está confirmada su participación en la comedia Usted puede ser un asesino. “Estaré con el mismo elenco de Juntos y revueltos, concluye.

Sergio Velarde
9 de febrero de 2019

Entrevista: JOEL SORIA


“Un director debe tener equilibrio y discernimiento”

Tus amigos nunca te harían daño de Santiago Rocagliolo es una obra peruana muy particular. No solo es un ejemplo de buena dramaturgia, sino que es representada intermitentemente para las muestras de diversos talleres de actuación; además, uno de sus personajes, el irreverente Toto, se ha convertido en el vehículo de lucimiento ideal para el actor que lo represente. Justamente, el joven Joel Soria fue recompensado con la mención del jurado de Oficio Crítico 2018 como el mejor actor de reparto por el citado papel. “En el teatro empecé desde los ocho años, pero en la iglesia cristiana evangélica a la que asistía”, recuerda Joel. “Empecé en el coro y después participé en estas escenas o sketches que tenían el mensaje del Evangelio: fueron creaciones colectivas, todos metían mano (ríe)”.

Decisiones y procesos de aprendizaje

Joel estudiaba Publicidad en la UPC y asistió a una de las charlas vivenciales que organizó la Universidad Católica en el 2010. “Estaba en el primer ciclo y voy a estas charlas a tantear; fue toda una semana en donde participaron actores extranjeros y peruanos, como Hernán Romero, y me convencí de que quería ser actor y de que sí es posible vivir de esto”. Joel postuló a la Escuela Nacional de Arte Dramático (ENSAD) con un monólogo y tuvo como jurados nada menos que a Ernesto Ráez, Carlos Acosta y Daniel Dillon. “Yo no sabía quiénes eran ellos en ese entonces”, reconoce.

Dentro de la ENSAD, Joel tuvo a varios maestros de los que se fue nutriendo y capacitando como actor. “Todo pasa por algo, no creo en la suerte”, asegura. “Con Carlos Acosta, aprendí a tener mucha disciplina, que el talento no basta, él te cerraba la puerta a las ocho en punto”. De Ráez, rescata su pasión por el arte, de no solo pararse a actuar en el escenario, sino también lo que se hace tras bambalinas, es decir, el ser un verdadero hombre de teatro. “Dillon me enseñó el manejo del texto, de la percepción; recién ahora me doy cuenta que eso me sirve un montón”. Guadalupe Vivanco y Dante Marchino también completaron su formación; con la primera, Joel participó en España 36: Bodas de sangre (2015), una interesante versión libre del texto de Federico García Lorca, en la que interpretó al Novio; y con el último, en Roberto Zucco (2016) de Bernard-Marie Koltés, como su protagonista. “En ese tiempo, llegaron el presidente Kuczynski y el actor francés Gerard Depardieu, les presentamos la segunda escena de obra y la pasaron por TV Perú, fue toda una experiencia”.

Temporadas y proyectos

“Un buen actor de teatro debe tener disciplina, mucha humildad y también mucha creatividad”, afirma Joel. “Sobre el talento, creo que es un tema complicado, porque no sé qué es tener talento, y además no sé si es necesario, ya que he visto personas que con disciplina y esfuerzo han hecho cosas increíbles”. Sobre cómo debería ser un buen director de teatro, Joel comenta que debe “tener equilibrio y discernimiento para darle paso a la creatividad de sus actores y también a lo que él quiere: ese equilibrio entre esas dos cosas es importante, es decir, no dejar que los actores hagan lo que quieran, pero tampoco ser muy estricto”.

Joel ha tenido una intensa actividad escénica, participando como actor, además de la obra de Rocagliolo, en Cachorro está pedido (2017) de María Inés Vargas, dirigida por Aldo Miyashiro. “La produjo el Gobierno Regional del Callao, nos presentamos para alumnos de los colegios más representativos de la zona, la última fue en el Monumental del Callao; todas las funciones fueron al aire libre, en donde se montaba un escenario”. Además, intervino en el 2018, en Zombi de Daniel Dillon, Fabulantes de Herbert Corimanya y Mala Sangre de David Plana.

Joel llegó a Tus amigos nunca te harían daño, con la dirección de Beto Miranda, gracias a su trabajo anterior con el actor y productor del mismo montaje Juan de los Santos. “Toto es un personaje muy amplio con muchas gamas”, reflexiona. “El actor puede enriquecerlo de muchas formas, te da las posibilidades para mostrar más tu trabajo actoral”. Joel se encuentra preparando un proyecto teatral con la profesora Vivanco y con el actor Herbert Hurtado, quienes dirigirán la puesta en escena titulada Lorca, la muerte de un poeta, una fusión de Bodas de sangre y La casa de Bernarda Alba junto a la vida y muerte de García Lorca. “Además, estaré en otra obra con Beto Miranda en varios cafés de Barranco, será una propuesta más íntima”, concluye.

Sergio Velarde
9 de febrero de 2019