Correcto y clásico misterio
La clásica pieza Esquina peligrosa del dramaturgo inglés J.B. Priestley,
fue el llamado “caballito de batalla” del recientemente fallecido director
Oswaldo Bravo, que llevó a escena en varias temporadas a lo largo de los años, dos
de ellas reseñadas por El Oficio Crítico, en el Club de Teatro de Lima (2008) y
en el Mocha Graña (2014). Anotábamos en aquellas ocasiones, las dificultades específicas
que presentaban dichos montajes para llegar a buen puerto. Este año nos llega
una nueva versión de Esquina peligrosa, esta vez bajo la dirección de Joaquín Vargas
y bajo la producción del Colectivo Umbral, en la AAA. Luego de apreciar el
montaje, habría que mencionar que Vargas (de quien vimos la correcta El Hombre Elefante en el 2013) corrige en cierta medida las carencias de los montajes de Bravo:
primero, se mantiene solo en la dirección, lo que le permite la necesaria visualización
de la obra desde fuera del escenario; segundo, mantiene la acción en la
Inglaterra original de los años 30; y tercero, convoca actores que calcen con
los requerimientos físicos que el texto exige a gritos, para no caer en la
comedia involuntaria.
Estrenada en el lejano 1932, la pieza podría lucir anacrónica a estas
alturas. Pero debemos recordar que en aquella época no era muy común ver una obra
teatral que contenga temas como el abuso de drogas, la infidelidad, el intento
de violación y la velada homosexualidad, en medio de una distinguida reunión al
más puro estilo inglés. Pero todo ello matizado con una profunda ingenuidad,
concentrada en la figura del protagonista y anfitrión de la fiesta Robert
Caplan (David Huamán), que no tiene idea de la realidad. Una inocente pregunta acerca
de la cigarrera musical de Freda Caplan (Alana La Madrid) desata la intriga,
pues entra en escena el fantasma de su cuñado Martin, muerto hace un año en
misteriosas circunstancias. Cada invitado va revelando oscuras secretos
relacionados con el difunto a lo largo del montaje; los primeros, bajo la
atenta mirada de la novelista Maud Mockridge (Sylvia Majo). Al final del drama,
queda flotando la disyuntiva de cuánto de verdad podemos manejar en nuestras
vidas y de si revelarla por completo sea lo más adecuado para una pacífica
convivencia.
Las actuaciones son muy correctas, aunque se nos dificulte por momentos
creer que los personajes son estirados ingleses de los años 30. En todo caso,
destacar el sentido trabajo de Vanessa De la Torre como la reprimida Olwen.
Vargas apuesta por un teatro clásico y convencional en extremo, con una
escenografía que puede lucir precaria pero funcional finalmente, y con luz
general durante toda la obra, solo interrumpida por el ya conocido quiebre
temporal, que el autor le imprimió a un puñado de sus textos. Esta nueva
versión de Esquina peligrosa pasa la prueba con bastante discreción, pero nos
queda la sensación que todavía no ha llegado la definitiva encarnación de
Priestley, que colme a plenitud las expectativas.
Sergio Velarde
26 de abril de 2015
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