Logrado retrato de la utopía
De acuerdo al director Mateo Chiarella, fueron el descubrimiento de los
íconos musicales del movimiento soul norteamericano (entre ellos, Sam Cooke,
Otis Redding y Marvin Gaye) y la necesidad de abordar asuntos utópicos, púbicos
y privados, de nuestra realidad nacional a través del teatro musical, lo que lo
motivó a escribir y dirigir 1968 Historias en soul, en el acogedor Teatro
Ricardo Blume de Aranwa. Tres líneas argumentales que se unen en el escenario,
luego del terrible atentado sufrido por Martin Luther King en Memphis en el año
en cuestión, que sirven para diseccionar la vida de los jóvenes, en espacio y
tiempo muy específicos de la convulsionada Norteamérica a finales de los
sesenta. Enormes temas que son acaso imposibles de tratar a profundidad en un solo
montaje teatral, como la llamada contracultura, con su generosa dosis de
hippies celebrando el amor libre y el consumo de drogas; los movimientos por
los derechos civiles, con el violento racismo hacia los negros, especialmente
los que habitaban en el sur del país; así como el rechazo contra la Guerra de
Vietnam, conflicto en el que fallecieron miles de soldados, que dejaron igual
número de familias destruidas.
Aaron (Edson Dávila) es un granjero afroamericano que sueña con ser la
nueva promesa de la música soul, a pesar de la reticencia de su esposa Betty
(Laly Guimarey); Paul (Joaquín de Orbegozo) y Alicia (Emilia Drago) conforman
una joven pareja en crisis, que viaja a lo largo del país para reflotar su
tirante relación; y el trío de protestantes contra la guerra de Vietnam,
Sanders (Miguel Álvarez), Larsson (Andrés Salas) y Gómez (Janncarlo Torrese)
colapsa en medio de la represión por parte de las autoridades. Tres historias
sobre utopías que fluyen de manera independiente y paralela hasta el crimen
antes mencionado, como también ocurrió con otro montaje de Aranwa, En la Calle
del Espíritu Santo (2013), curiosamente también dirigido por Chiarella. Cada personaje
de 1968 Historias en soul está muy bien bosquejado y sus respectivas realidades
retratadas sin mayor densidad, pero sí con bastante fidelidad al contexto
original. El teatro circular es aprovechado también para darle fluidez a las
secuencias, apoyados en pocos elementos y en un efectivo ensamble (Martín
Velázquez y Santiago Suárez) que interpreta los personajes de apoyo.
El elenco está a la altura de las circunstancias, destacando
nítidamente Salas en una vibrante actuación, así como también el carisma que le
imprimen Dávila y Guimarey a sus personajes. Chiarella logra sus objetivos
iniciales: traer a escena el sabor musical de aquella añorada época, apoyado
por el intachable desempeño de sus actores, así como también retratar problemas
sociales de índole universal, que habiendo pasado más de 40 años todavía persisten
en la actualidad, especialmente en nuestro golpeado país, tan necio en hacernos
creer que es incapaz de evolucionar. He ahí el principal triunfo de Chiarella:
consigue retratar las utopías artística, social y política, de manera ligera
pero en estado puro. 1968 Historias en soul es un espectáculo musical con los
suficientes brillos y vigencia como para ser disfrutado por todo espectador.
Sergio Velarde
25 de abril de 2015
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