Familia y política, combinación explosiva
El Teatro La Plaza volvió por sus fueros, renovado, con nueva obra.
Luego de la atípica (y polémica) temporada de La cautiva, los cambios en las
puestas en escena no pudieron ser más drásticos: del oscuro depósito de
cadáveres en el Ayacucho durante la génesis del movimiento terrorista en
nuestro país de La cautiva, pasamos a la lujosa sala de una familia acomodada del
partido republicano en vísperas navideñas en la árida Palm Springs de Otras
ciudades del desierto. Y si bien las locaciones pueden parecer diametralmente
opuestas, el trasfondo de las historias no lo es tanto. El regreso de la
escritora Brooke Wyeth (siempre impecable, Wendy Vásquez) a la casa de sus padres
Lyman y Polly (precisos Alberto Isola y Martha Figueroa), tras seis años de
ausencia debido a la depresión que le causó el suicidio de su hermano luego de
un misterioso atentado terrorista, pone en jaque a toda la familia: Brooke
planea la publicación de un libro de memorias, llamado "Amor y compasión", sobre
los motivos que le llevó a su hermano a tomar la fatal determinación y que
pondría en riesgo la reputación de los Wyeth, especialmente a pocos años del
atentado de las Torres Gemelas. El exitoso dramaturgo y guionista californiano
Jon Robin Baitz, experto en conflictos familiares (con créditos en interesantes
series norteamericanas), logró con su pieza un contundente éxito, que lo llevó
del Off-Broadway al Broadway en el mismo 2011.
Otras ciudades del desierto no solo explora las relaciones familiares,
especialmente el conflictivo duelo madre-hija, sino también la descarada idiosincrasia
política, que es indispensable mantener a toda costa. En ese sentido, el
republicano Lyman representa la peor imagen de la intolerancia y la marginación
en un político, con la prepotente finalidad de mantener el status quo. Por
cierto, solo superado por su propia esposa. La figura de Polly, aquella
altanera y controladora madre, resulta de capital importancia para entender el
peligro que representa para la familia el ver descubierta su intimidad y demás,
sus miserias. La presencia en casa de su despreocupado hijo (Rodrigo Palacios)
no representa para Polly un serio problema, pero sí lo es la estancia
provisional de su hermana alcohólica en proceso de rehabilitación, la tía Silda
(impagable como siempre, Sofía Rocha), que no solo oculta un secreto bien
guardado, sino que se convierte en una aliada para Brooke. Es así que vemos a
la familia dividida delante del enorme árbol de navidad, curioso y silencioso
testigo del drama, para permitir o evitar la publicación del libro. Para
Brooke, el cartel que vio en la carretera al llegar, indicándole que si sigue
de frente llegará a otras ciudades del desierto, resulta significativo, pues
justamente allá es donde le gustaría estar, luego de enfrentarse a su propia
familia.
El director Juan Carlos Fisher sabe escoger buenos textos que le
facilitan sobremanera conseguir espectáculos de calidad, contando además con consagrados
intérpretes. Es por ello que, en cuanto a las actuaciones, la mayor virtud del
joven Rodrigo Palacios es la de estar a la altura y no desentonar al lado de un
elenco de excepción, en el que habría que destacar a una recuperada Martha
Figueroa, en pleno dominio de su capacidad histriónica. El escenario de La
Plaza lució majestuoso y profundo, contando con el espacio de la piscina que no
vemos desde Metamorfosis, con un
impresionante decorado, que no opacó el vibrante drama familiar. Mucho se habló
de la última y acaso prescindible escena, pero cierra de cierta manera el
misterio sobre la decisión final de Brooke, pero sin la fuerza que emanaba del
resto del montaje. Otras ciudades del desierto de Jon Robin Baitz retomó la
acostumbrada decisión del Teatro La Plaza, tan empecinado en traer exitosas
piezas del extranjero para nuestro disfrute.
Sergio Velarde
18 de abril de 2015
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