sábado, 18 de abril de 2015

Crítica: OTRAS CIUDADES DEL DESIERTO

Familia y política, combinación explosiva

El Teatro La Plaza volvió por sus fueros, renovado, con nueva obra. Luego de la atípica (y polémica) temporada de La cautiva, los cambios en las puestas en escena no pudieron ser más drásticos: del oscuro depósito de cadáveres en el Ayacucho durante la génesis del movimiento terrorista en nuestro país de La cautiva, pasamos a la lujosa sala de una familia acomodada del partido republicano en vísperas navideñas en la árida Palm Springs de Otras ciudades del desierto. Y si bien las locaciones pueden parecer diametralmente opuestas, el trasfondo de las historias no lo es tanto. El regreso de la escritora Brooke Wyeth (siempre impecable, Wendy Vásquez) a la casa de sus padres Lyman y Polly (precisos Alberto Isola y Martha Figueroa), tras seis años de ausencia debido a la depresión que le causó el suicidio de su hermano luego de un misterioso atentado terrorista, pone en jaque a toda la familia: Brooke planea la publicación de un libro de memorias, llamado "Amor y compasión", sobre los motivos que le llevó a su hermano a tomar la fatal determinación y que pondría en riesgo la reputación de los Wyeth, especialmente a pocos años del atentado de las Torres Gemelas. El exitoso dramaturgo y guionista californiano Jon Robin Baitz, experto en conflictos familiares (con créditos en interesantes series norteamericanas), logró con su pieza un contundente éxito, que lo llevó del Off-Broadway al Broadway en el mismo 2011.

Otras ciudades del desierto no solo explora las relaciones familiares, especialmente el conflictivo duelo madre-hija, sino también la descarada idiosincrasia política, que es indispensable mantener a toda costa. En ese sentido, el republicano Lyman representa la peor imagen de la intolerancia y la marginación en un político, con la prepotente finalidad de mantener el status quo. Por cierto, solo superado por su propia esposa. La figura de Polly, aquella altanera y controladora madre, resulta de capital importancia para entender el peligro que representa para la familia el ver descubierta su intimidad y demás, sus miserias. La presencia en casa de su despreocupado hijo (Rodrigo Palacios) no representa para Polly un serio problema, pero sí lo es la estancia provisional de su hermana alcohólica en proceso de rehabilitación, la tía Silda (impagable como siempre, Sofía Rocha), que no solo oculta un secreto bien guardado, sino que se convierte en una aliada para Brooke. Es así que vemos a la familia dividida delante del enorme árbol de navidad, curioso y silencioso testigo del drama, para permitir o evitar la publicación del libro. Para Brooke, el cartel que vio en la carretera al llegar, indicándole que si sigue de frente llegará a otras ciudades del desierto, resulta significativo, pues justamente allá es donde le gustaría estar, luego de enfrentarse a su propia familia.

El director Juan Carlos Fisher sabe escoger buenos textos que le facilitan sobremanera conseguir espectáculos de calidad, contando además con consagrados intérpretes. Es por ello que, en cuanto a las actuaciones, la mayor virtud del joven Rodrigo Palacios es la de estar a la altura y no desentonar al lado de un elenco de excepción, en el que habría que destacar a una recuperada Martha Figueroa, en pleno dominio de su capacidad histriónica. El escenario de La Plaza lució majestuoso y profundo, contando con el espacio de la piscina que no vemos desde Metamorfosis,  con un impresionante decorado, que no opacó el vibrante drama familiar. Mucho se habló de la última y acaso prescindible escena, pero cierra de cierta manera el misterio sobre la decisión final de Brooke, pero sin la fuerza que emanaba del resto del montaje. Otras ciudades del desierto de Jon Robin Baitz retomó la acostumbrada decisión del Teatro La Plaza, tan empecinado en traer exitosas piezas del extranjero para nuestro disfrute.

Sergio Velarde
18 de abril de 2015

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