Digna muestra del teatro independiente mexicano
Uno de los referentes obligados del actual teatro independiente
mexicano es la obra Más pequeños que el Guggenheim de Alejandro Ricaño, que se
mantuvo por cerca de 5 años ininterrumpidos en cartelera. Una ingeniosa pieza
que juega con la metatetralidad: dos amigos viajan a España y vuelven
derrotados a su país de origen, y luego cuentan en una obra de teatro su propia
historia, es decir, aquella de dos amigos que viajan a España y regresan para
contar sus aventuras en una obra teatral. Acaso aparente ser complicado el hilo
dramático, pero no lo es. Los amigos en cuestión convocan a dos remedos de
actores para que les ayuden a estrenar la puesta en escena: un cajero con ganas
de ser actor y un albino huérfano; en medio de los ridículos ensayos, nos
enteramos de la triste historia personal de cada uno y comprobamos que valores
como la amistad y la tolerancia son indispensables para ser felices. La puesta
en escena peruana en el Teatro Auditorio de Miraflores, a cargo del grupo
Molinos de Viento y del joven Miguel Torres (director de Almendrita y actor en
Tres), no deja de tener interés, pero sí tiene algunas carencias que debe
corregir para que el montaje final sea redondo.
Para adaptar obras extranjeras a nuestra propia y acaso única y
delirante realidad, debe tenerse mucho cuidado, pues se puede crear un gran obstáculo
muy difícil de sortear entre el actor y el espectador, para creerse lo que ve
en el escenario. Por ejemplo, David Carrillo acertó en su versión peruana de
Chico encuentra chica; Diego Lombardi y Norma Martínez prefirieron mantener hábilmente
el espacio y tiempo que exigían los textos de Phoenix, volver a empezar y Stop Kiss, respectivamente; y Darío Facal sucumbió al atreverse a colocar el nombre
de nuestra ciudad en el título de su versión “limeña” de Madrid Laberinto XXI.
Y no es que los nombres de los personajes de Más pequeños que el Guggenheim nos
molesten; el problema es que Sunday (Ronie Cuba), Gorka (Alejandro Mansilla),
Jam (Sergio Marroquín) y Al (Draco Santos Del Rosario) no se expresan y a
veces, no se comportan como peruanos de verdad, delatando el origen azteca del
autor.
Sin embargo, Torres se las ingenia para insuflarle un necesario ritmo a
las primeras escenas, en las que poco a poco nos acostumbramos a los personajes
y se va generando algo de suspenso, conforme avanzan los atípicos ensayos. El
clímax de la puesta en escena (y acaso su mejor secuencia) es la del estreno de
la obra dentro de la obra, con los actores disfrutando a sus anchas luego de un
algo dilatado primer acto. La química del elenco se hace notar, regalándonos
algunos divertidos y también conmovedores cuadros. La pieza de Ricaño no le
quedó grande a Torres, si comparamos al descomunal Museo Guggenheim de España con
los personajes de Sunday y Gorka, pero sí es necesario que el director revise cuidadosamente
el texto, para que Más pequeños que el Guggenheim, ganadora del Premio Nacional
de Dramaturgia Emilio Carballido en el 2008, sea el espectáculo sólido y
efectivo que está destinado a ser.
Sergio Velarde
16 de mayo de 2015
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