Naturaleza muerta, pieza escrita por Claudia Sacha, tuvo este año su
segunda reposición en el Club de Teatro de Lima, luego de su estreno en el 2008, con el director Carlos Acosta en el Teatro Racional; y en el 2012, con
Marco Melgar en el Auditorio del Centro Cultural El Olivar. Ambas puestas en
escena mantuvieron el interés en la historia de amor de Andrés y Gabriela, un pintor
y su musa, que continúa después de la muerte de esta última en trágico
accidente automovilístico. Escrita en tiempo real, la pareja entabla un
dilatado diálogo en el que poco a poco se nos van ofreciendo algunas pistas
acerca del porqué Andrés sí puede escuchar a Gabriela esta vez, cuando en sus
sueños anteriores jamás lo había podido hacer. La respuesta al enigma, que además
puede fácilmente adivinarse, no constituye aparentemente el leitmotiv de la
obra; si lo es, en cambio, la imperiosa necesidad de no olvidar a los seres
queridos cuando estos han partido de este mundo.
El director Paco Caparó, que había puesto a prueba su habilidad
creativa con la comedia Kapital, cambia diametralmente de registro,
adentrándose en el drama psicológico con toques surrealistas. En ese sentido,
acierta en la creación de atmósferas, con una escenografía acorde con el estilo
de la pieza y un interesante manejo de luces y sombras chinescas, pertinentes
con las emociones que los personajes expresan en los diferentes pasajes de la
obra. La eterna incógnita sobre cómo es el más allá le ofrece a Sacha la
oportunidad de escribir en el papel algunas líneas que intrigan y sorprenden,
escenificadas con mucha corrección.
Para lograr interesarnos en el drama, la pareja de actores debía
demostrar no solo un registro histriónico adecuado, sino también química en
escena. En ese sentido, tanto Christian Oré como Yasmine Incháustegui (que
abandona los roles infantiles de PaloSanto Teatro) resultan impecables en la
construcción de sus personajes, haciéndolos creíbles y sinceros. Naturaleza
muerta es un discreto y efectivo montaje que aborda temas tan interesantes como
la vida después de la muerte, y además, las relaciones sentimentales que se proyectan
más allá del tiempo y del espacio, en las que es tan necesario el recuerdo y
jamás, el olvido.
Sergio Velarde
17 de mayo de 2015
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