domingo, 5 de septiembre de 2010

Crítica: EL RAPTO DE PERSÉFONE


Gran espectáculo, fallida dramaturgia


Rodeada de gran expectativa, se estrenó en el Centro Cultural Ricardo Palma la obra teatral “El rapto de Perséfone”, a cargo del grupo Kronopios bajo la dirección de Carlos Rubín, quien basó la dramaturgia en una antigua leyenda griega: Perséfone, hija de la diosa de la Tierra llamada Deméter, es secuestrada por Hades, para ser la reina del Inframundo. Inmersa en su dolor, Deméter deja de atender sus labores en bien de la Naturaleza, hasta no recuperar a su hija, lo que explicaría los cambios de estación en el mundo. Y si bien el mito de Perséfone no es de una gran complejidad, Rubín yerra ya sea en no propocionarle mayor simpleza al argumento, o en restarle coherencia a las acciones dramáticas, pues de uno u otro modo, el espectador promedio se vería confundido al no entender de qué va el montaje.

Pero si la idea de Rubín es darle al público sólo un vistoso espectáculo, lleno de imágenes, movimientos y creativas caracterizaciones, pues “El rapto de Perséfone” acierta a todo nivel. A pesar de algunas deudas que le tiene Rubín a Richard Torres y su particular visión de hacer teatro, las escenas en las que los actores escenifican sus coreografías constituyen lo mejor del montaje, dejando en segundo término al argumento en sí. El mismo Rubín se reserva el mejor personaje, Hades, en una cuidada caracterización en cuanto a maquillaje y vestuario, así como un ingreso espectacular con música, antorchas y danza. Los veteranos Mariella Trejos y Reynaldo Arenas recitan sus textos sin tacha, pero completamente aislados del resto del montaje. Edith Tapia cumple como la bella y trágica Perséfone, pero poco puede hacer por resultar algo más que un mero elemento decorativo. Acaso lo más interesante sea el trabajo en conjunto del Coro, en el que se encuentran actores de registro tan variado, desde Jeffrie Fuster hasta Úrsula Kellemberger (ambos, lo mejor de “El marqués del Mangomarca” del año pasado, también dirigida por Rubín), acompañados por Mariella Elizalde y Vanesa Carranza, quienes aportan fuerza y precisión en su desempeño escénico.

“El rapto de Perséfone” termina con un inexplicable parlamento a cargo de Reynaldo Arenas quien, en medio del escenario y sin máscara (obviamente en su calidad de intérprete), defiende a aquellos creadores que se arriesgan en estrenar obras teatrales “complejas” o “polémicas” de los críticos teatrales, quienes deberían darle mayor valor a las buenas intenciones que a los resultados en el escenario. Dicha postura no resulta para nada descabellada, pero sí resulta incoherente y fuera de lugar darla a conocer al finalizar algún espectáculo teatral, ya que se prestaría a muchas interpretaciones. Esta nueva obra de Rubín, a pesar de los problemas en dramaturgia y dirección de actores, vale como una honesta creación de este joven director, quien poco a poco irá encontrando su propio camino.

Sergio Velarde
05 de septiembre de 2010

martes, 31 de agosto de 2010

Crítica: PERUCHOS


Ahora llega recargado  

"Peruchos” de Omar Honores, con la dirección de Pipo Gallo, tuvo un fugaz paso por el escenario del Teatro de Cámara hace dos años. Concebida por su autor como una mirada irónica sobre nuestros prejuicios raciales, la obra no pasó de ser un olvidable entretenimiento con un elenco bastante irregular, en el que brillaba con luz propia Ana Pfeiffer en el papel de la tía Ushtica, la dueña charapa del hospedaje en el que se desarrolla la acción y en la que se encuentran estereotipados personajes, envueltos en una torpe confusión sobre un dinero desaparecido. Para retomar el proyecto, esta vez en el Club de Teatro de Lima, Honores convocó a un nuevo director y actores, y hay que mencionar que la puesta en escena gana bastante con el cambio.

Este nuevo “Peruchos”, en versión recargada, cuenta ahora con la dirección de Juan Carlos Díaz, quien hábilmente se preocupa más en la dirección de actores y en el manejo del ritmo, que en intentar dar cátedra sobre nuestra idiosincrasia nacional. La anécdota, demasiado sencilla aunque entretenida, sólo sirve para presentar algunos personajes bien bosquejados: la sobrina engreída, la vecina pacata, el fumón ocioso, el cholo agresivo y otros más. Los continuos e intempestivos cambios en el elenco a lo largo de la temporada (acaso “Peruchos” bata un récord histórico para el teatro independiente), no atentaron contra el resultado final general, que logró estar por encima de su temporada anterior.

Difícil reto el de superar la gran caracterización del personaje de Ushtica de Pfeiffer. Sin embargo, una actriz tan versátil y con un notable registro para la comedia como Úrsula Kellenberger, resultaba a todas luces la mejor opción. Y vaya que hace suyo dicho personaje, acompañada por un adecuado elenco en el que destacan Sandra Gonzáles y Ruth Vásquez. “Peruchos” 2010 puede jactarse de haber evolucionado como sano entretenimiento, pero dista mucho del objetivo original planteado por su autor.

Sergio Velarde
31 de agosto de 2010

sábado, 17 de abril de 2010

Crítica: LA FARSA SALADA DE LA MERMELADA


Dulce comedia aún por cuajar  

¿Pueden acaso unos cuantos baldes de mermelada en el patio de una casa, aparecidos luego de una torrencial lluvia “dulce”, cambiar drásticamente la situación económica de sus “salados” habitantes? Pues en “La farsa salada de la mermelada” del escritor colombiano Juan Manuel Giraldo, esto puede ser muy posible, y mucho más. Lastimosamente, este hecho nunca llega a concretarse, porque la vanidad y la avaricia (de la mano con la ignorancia) de los esposos Tirapacá: don Sigilandro y doña Rosendosa, humildes habitantes de la comarca de Moyoconsal, hicieron que sus sueños se hagan trizas, tras la aparición de los señores Paparrucias, Vani D’Oso e Ilusencio (que pueden ser incluso, un solo señor) y a pesar de las advertencias de la mascota simio, de nombre Araguato.

El grupo Sumaxchay estrena en el Club de Teatro de Lima esta pieza, escrita inicialmente para títeres y actores, pero llevada a escena sólo con intérpretes de carne y hueso, con todo el riesgo que conlleva. La utilización de máscaras y el colorido vestuario ayudan a crear todo el ambiente farsesco que la obra promete, aunque los elementos escenográficos (como la máquina de colores y el ático repleto de chucherías) necesitan de una urgente revisión para no interferir con el juego escénico. Algunas acciones (como la participación del público) pueden remitirnos demasiado al teatro infantil, pero están tan bien realizadas que no perturban el desarrollo de la obra.

Kike SacoVértiz cumple sus deberes como actor y director “obligado” del montaje (tras la salida de Ángel Calvo), con algunos tropiezos propios del estreno, secundado por el veterano Igor Calvo, quien suple con natural carisma sus olvidos de letra en los diferentes personajes que interpreta (siendo el francés Vani D’Oso, el más débil). Pero las verdaderas sorpresas del montaje son los jóvenes Tatiana Rodríguez y Enri Jiménez, como la Sra. Rosendosa y el mono Araguato respectivamente, ambos muy veraces y divertidos. “La farsa salada de la mermelada” necesita de un prudente y necesario ajuste, un tiempo más de cocción, para poder disfrutar a plenitud de esta sabrosa y divertida comedia.

Sergio Velarde17 de abril de 2010

Crítica: PARAÍSO


Mujeres lejos del Edén  

“Paraíso” de Walter Ventosilla es una de las tres piezas comprendidas en el libro “Obras de teatro sobre mujer”, publicado en 1986 por el Movimiento Manuela Ramos. Así como Camino de Rosas de José Enrique Mavila o cualquier otro texto con contenido feminista, el peligro que implica llevar a escena una obra de esta naturaleza radica en convertirlo en un folletín torpe y manipulador, redundante en un mensaje visto hasta la saciedad. Todos sabemos a estas alturas la dura crisis que enfrentan las mujeres actualmente, y por supuesto, de los notables avances que poco a poco van consiguiendo, dejando en el olvido aquel errado término del “sexo débil”. Por ello, se hace indispensable que los responsables del proyecto sean lo suficientemente creativos para no caer en el facilismo de contarnos la misma historia de siempre, sin ninguna propuesta novedosa que explore la problemática femenina, sin convertir a sus personajes en falsas heroínas, mártires y víctimas.

En “Paraíso”, tres mujeres deben pasar la noche en vela en medio de un arenal para defender un pedazo de suelo y así poder comenzar una nueva vida. Cada una, con su respectiva personalidad y pasado, irá retratando a una sociedad opresora e indiferente hacia problemas tan básicos como la falta de educación, la discriminación y la violencia. La dirección del actor Gustavo Cerrón se limita a colocar a las tres actrices en un espacio predeterminado, con escasos y forzados desplazamientos, y rodearlas de unas cuantas esteras en el escenario del Centro Cultural Ricardo Palma (simulando una invasión en el arenal), luces estáticas a la largo del 95% de la puesta en escena y una tenue cortina musical cada vez que alguna revela su pasado. Ser minimalista no puede ser de ninguna manera una justificación para que el director se limite a seguir las acotaciones del texto. Los cuerpos de las actrices, el espacio, el sonido, las luces y cada elemento en escena deben ser utilizados para darle profundidad y vida al montaje. “Paraíso” carece de vuelo creativo, a pesar de tener contados aciertos, como el trabajo interpretativo.

A destacar la actuación de Jacqueline Chuquillanqui, una actriz que no pasa desapercibida en los montajes que participa actualmente, así sea en roles secundarios, como en el caso de "Tereza" de Martín Abrisqueta. Bien también Kukuli Morante, quien logra sostener sus escenas dramáticas, a pesar de la débil réplica que le ofrece Mayra Couto. “Paraíso” de Walter Ventosilla vale como testimonio de la mujer peruana en nuestros días, pero como espectáculo teatral no ofrece nada particularmente atractivo ni novedoso.

Sergio Velarde
17 de abril de 2010

jueves, 25 de marzo de 2010

Crítica: SÍRVASE UN PAYASO


Uno no actúa un claun, uno lo es  

Esta sencilla, y a la vez tremendamente certera frase del célebre actor francés Jacques Lecoq, es acaso la mejor introducción para reseñar “Sírvase un payaso”, un espectáculo claun estrenado con la producción de las compañías Teatro del Disfuerzo y Pateando la lata, bajo la dirección de Walter Chullo, y que se presenta actualmente en el Satchmo de Miraflores. Y es que a pesar de toda la exposición mediática que este tipo de espectáculos tuvo (y tiene ahora en menor medida), el oficio de ser claun es quizás, desde siempre, uno de los más riesgosos y difíciles de ejercer. No cualquiera tiene ese carisma para enfrentar al respetable, ese ángel imprescindible para poder hacer reír y reírse de uno mismo en el intento. “Sírvase un payaso” y su elenco lo consiguen con creces.

Se abre el telón y se nos presenta el planteamiento de la puesta en escena: unas mesas y unas sillas nos dan la apariencia de un bar. Luego aparecen los personajes: el díscolo dueño del local, dos mozos con personalidades totalmente opuestas: el romántico y el patán, y finalmente, el ingenuo encargado de limpieza; todos ellos con sus respectivas narices rojas, que esconden tan poco pero a la vez que revelan tanto, le dan vida a una serie de escenas, cada cual más cómica que la otra. Apelando al más grueso slapstick y rayando apenas la delgada línea que separa el doble sentido de la grosería, estos payasos bailan, cantan, se golpean, se enamoran, se vacilan e interactúan con el público, servidos por un sintetizador que acompaña sus movimientos en escena.

Una frustrada celebración de cumpleaños, un irreverente acto de magia, una entrañable escena romántica y una bravucona conversación en el bar, son sólo algunos de los sketches que este muy recomendable espectáculo nos ofrece. Tal vez demore algo en arrancar motores, pero el resultado final es altamente positivo, rematado por un musical tan logrado como esperpéntico. Y por ello, hilarante. Los actores Germán Ramírez, César García, Rodolfo Reaño y Miguel Vargas no podrían ser catalogados como tales, según la célebre frase de Jacques Lecoq. Son clauns en todo el riguroso sentido de la palabra. Total, un payaso no es necesariamente un actor, un payaso es un payaso. Y punto.

Sergio Velarde25 de marzo de 2010

martes, 23 de marzo de 2010

Crítica: FRANCISCO


Las muy agradecidas locuras forzadas de Cristian Lévano   

Luego de algunos años de estrenadas “¿Qué hiciste Diego Díaz?” y “Dana”, su joven autor y director Cristian Lévano, consigue (finalmente) luego de numerosos cambios en el elenco, estrenar su tercera obra con la producción de su grupo Winaray Rumbos Paralelos, titulada sencillamente “Francisco”. Y al igual que los personajes de Diego Díaz y Dana, este Francisco no es un ser normal (tal vez sean todos bipolares en el fondo), pues o son interpretados por más de un actor (como en “Dana”) o tienen múltiples personalidades (como en “¿Qué hiciste Diego Díaz?”). Lo cierto es que toda la trilogía Lévano (¡vaya con el nombrecito!) tiene ya características bastante reconocibles, que apuntan a una nueva personalidad dentro de nuestro medio teatral, que necesita ser desarrollada y afinada.

“FRANCISCO” no es un espectáculo sencillo de clasificar, pues no busca contar una historia o reflexionar sobre la conducta humana. Al menos es lo que aparenta con los continuos quiebres o guiños al público por parte de los actores al recitar sus líneas. No podemos compararla con precisión, inclusive con los anteriores montajes de Lévano. Ni siquiera sabemos a ciencia cierta dónde sucede la acción (según las propias palabras del director en el afiche): podría ser en la calle, dentro de un manicomio, en una cárcel, en un juzgado o bien podría ser sobre un escenario, en el que tres actores estrenan la obra “Francisco”. Los cinco o seis supuestos “personajes” (incluido un muñeco algo desaprovechado escénicamente) sufren a consecuencia de un ser llamado Francisco, que es interpretado por los mismos actores al colocarse unos lentes para piscina. El estrafalario vestuario y el recargado maquillaje supuestamente deberían darnos pistas para comprender las tribulaciones de estas víctimas de Francisco, pero al final resultan forzados dentro de la supuesta locura, que se ve forzada también en escena.

“FRANCISCO” sí funciona (y muy bien) como un solvente juego escénico producto de un logrado laboratorio experimental, gracias al trabajo en conjunto de sus tres intérpretes. Excelente labor de Gabriela Chero como Pamela, el personaje central del montaje y víctima consumada de Francisco, muy bien secundada por Eduardo Ramos y Karen Pérez, quienes interpretan con mucho aplomo el resto de personajes-víctimas, logrando los tres una total armonía, plena en ritmo y energía, común denominador de los montajes de Lévano. Algo más cercana a “Dana” que a “¿Qué hiciste Diego Díaz?”, la puesta en escena de “Francisco” confirma a Lévano como uno de los jóvenes dramaturgos-directores más interesantes del medio, lleno de locuras a veces espontáneas y a veces forzadas pero siempre agradecidas, destacando más que en la producción o en la dramaturgia, en una muy precisa dirección de actores, que saca el mejor provecho de cada intérprete.

Sergio Velarde
23 de marzo de 2010

domingo, 21 de marzo de 2010

Crítica: LA ZORRA VANIDOSA


La humildad, el trabajo y el medio ambiente


Nuevamente el grupo PALOSANTO, del buen director y mejor actor Ismael Contreras, estrena una obra para toda la familia en el Centro Cultural CAFAE de San Isidro. Se trata de “La Zorra Vanidosa”, definida por su propio director, quien presenta cada una de las funciones al público y a los niños sentados en colchonetas en primera fila, como un espectáculo basado en relatos de nuestra propia serranía recopilados por José María Arguedas.

Una vanidosa Zorra (Angie Rodríguez) no sólo no se preocupa en trabajar y en engañar a sus vecinos para comer, sino que todo el tiempo se la pasa admirando su espectacular y frondosa cola, en complicidad con el Chivo (Enrico Méndez), con aerosoles y cremas nocivos para el medio ambiente. Pero el Conejo (Julio César Delgado) y el Ratón (María Gracia Mires) le darán una sabia lección, en complicidad con los niños. El montaje cuenta con la misma estructura escenográfica de “Achikeé” (su montaje anterior), muy funcional, que sirve también para que el Narrador (Emilio Benavente) acompañe las acciones con instrumentos musicales. El ritmo de la obra no decae, gracias a las inspiradas actuaciones del elenco, conformado por actores muy efectivos en cuanto a voz, expresión corporal y canto se refiere.

Si bien la anécdota es, quizás, demasiado sencilla, sí hace hincapié en las consecuencias que trae el ocio y la vanidad en la Zorra, dejando en claro este positivo mensaje en los niños. El recurso de arrojar los productos químicos de belleza al suelo por parte de la Zorra, puede resultar forzado en algún momento, pero es válido, pues aporta su granito de arena en la difícil tarea de crear conciencia al público sobre la defensa de la naturaleza. “La Zorra Vanidosa” no supera a “Achikée, la tierra seca”, pero sí es un divertido y muy recomendable espectáculo para toda la familia, que no sólo divertirá a los más pequeños, sino que también les enseñará el valor de la humildad, la dignidad que da el trabajo y cómo cuidar el medio ambiente.

Sergio Velarde
21 de marzo del 2010

domingo, 28 de febrero de 2010

Crítica: MINEROS EN LAS TABLAS


MINEROS EN LAS TABLAS   

La compañía chilena Expedición teatral, interesada en buscar un tipo de teatro vivo, lúdico, con un particular énfasis en el movimiento de los cuerpos como mecanismo para transmitir emociones y contar historias, nos regaló un gratísimo ejercicio actoral titulado MINEROS EN LAS TABLAS, que aborda la relación personal y laboral de dos amigos, Lalo y Toto, trabajadores en una mina del norte chileno. Lo que fue en un inicio un proyecto de investigación específico sobre las condiciones de trabajo en la mina de Chuquicamata, la compañía decidió universalizar el resultado final, motivada por los resultados obtenidos en sus presentaciones. Tal vez la mejor parte de la pieza (la divertida y muy humana relación de Toto con Marion), en la que se luce la dirección escénica con un notable y cuidadoso manejo de los objetos imaginarios, sea la que aleja a la puesta en escena de su verdadero objetivo principal: la de retratar la problemática laboral de los mineros. Sin embargo, Sebastián Bañados, Pía Barraza y Javier Barrera (también director del montaje) son tres versátiles actores, con pleno dominio de cuerpo y voz, que nos entregaron un trabajo en conjunto compacto, con mucha fuerza y energía, que se lucieron en la Ceremonia Teatral del Hain 2010.

Sergio Velarde
28 de febrero de 2010

Crítica: AMANDO A SALLY


AMANDO A SALLY   

¡Vaya, por fin una comedia!

Sí, si revisamos nuestras piezas teatrales, es decir las escritas por autor nacional no es corriente que tengamos comedias, y en este caso una comedia de la cotidianeidad, no farsa, no caricatura.

La pieza AMANDO A SALLY escrita y dirigida por María Elena Mayurí, es pues una agradable sorpresa en nuestro dramático vivir.

Se celebra en ella a una autora, bastante nueva en mi corto entender, y que trata el diario desarrollo de nuestras vidas con desenfado y cariño. Muy bien encargada la parte actoral a Sergio Velarde, a quien hemos ido viendo progresar puesta a puesta, y a una novel y dulce jovencita que pone todo su entusiasmo a prueba para representar a esta conmovedora y recién casada fémina haciéndole honor a su nombre: María Gracia Cavero.

Dentro de una simpleza escenográfica que cuida especialmente lo funcional, pasamos en el CAFAE de la Av. Arequipa cuadra 29, unos gratos minutos que riendo, además nos sirven para reflexionar y recordar o prepararnos a vivir - según nuestra edad- cómo se tienen que tomar las decisiones más serias de nuestra vida: así de pronto y a veces en forma muy diferente a lo que venimos planeando y programando durante mucho tiempo.

Amando a Sally, un buen momento de teatro.

Sara Joffré

sábado, 5 de diciembre de 2009

Crítica: EL SARGENTO CANUTO EN TIEMPO DE MARINERA LIMEÑA


A ajustar el paso  

Manuel Ascencio Segura (1805 – 1871) es considerado el creador del teatro nacional peruano, el padre de la comedia peruana, por ser uno de los representantes más importantes del costumbrismo del siglo XIX (junto a Felipe Pardo y Aliaga), escribiendo una de las más logradas comedias teatrales latinoamericanas: “Ña Catita”, que narra las peripecias de aquella vieja celestina, armando enredos amorosos para su propio beneficio. En sus piezas, Segura mostraba con acierto a la nueva sociedad limeña, enriqueciendo sus versos con todo el sabor criollo de dichos y refranes de la época, y retratando personajes amables y simpáticos, criticando las costumbres de su tiempo.

“El Sargento Canuto” ridiculiza las maniobras del militar fanfarrón que le da nombre a la obra, quien busca casarse a la fuerza con Jacoba, hija de don Sempronio, para su beneficio personal. También nos muestra la tosca autoridad del simpático viejo, quien cree que al casar a su hija Jacoba con el militar, logrará escalar de posición social. Los matrimonios por conveniencia (lugar común de las comedias de aquella época, incluida “Ña Catita”), los amores a escondidas (Jacoba ama en secreto a Pulido) y la crítica hacia el militarismo, convierten a “El Sargento Canuto” en una de las piezas más representativas de su autor.

Actualmente, se viene presentando esta clásica pieza en el Teatro Auditorio Miraflores con el grupo Aqualuna, pero ésta vez, en una adaptación a ritmo de marinera limeña. El director Ricardo Morante acierta en incluir algunos números de este baile para enriquecer la puesta en escena, pero dilata demasiado la duración del montaje (con el texto adaptado, éste no puede exceder la hora de duración). Y esto se debe principalmente a la falta de ritmo con la que se desarrollan algunos cuadros (como en la primera escena de Jacoba y Nicolasa, a cargo de Analía Laos y Sofía Rebata) y a un manejo del verso pausado y afectado (como en el simpático personaje de Pulido a cargo de Jonathan Oliveros). Si “El Sargento Canuto” es considerado clásico, se le debe más a aquellos notables textos que reflejan las costumbres e idiosincrasia de aquella época, que a su sencillo y predecible argumento. Los versos son muchas veces opacados por innecesarias contraescenas, que impiden gozar de todo el ingenio de su autor. Sin embargo, Paco Varela y Daniel Zarauz logran una buena dupla como Sempronio y Canuto, valorando sus diálogos y ejecutándolos con energía y dinamismo. “El Sargento Canuto” lograría un mejor resultado si todo su elenco ajustara el paso, disminuyendo así su duración.

Sergio Velarde
05 de diciembre de 2009