sábado, 8 de agosto de 2009
Crítica: EL MARQUÉS DE MANGOMARCA
Los problemas del espacio escénico
El escenario que brinda el Auditorio del Centro Cultural Ricardo Palma en Miraflores le impone al director de cualquier puesta en escena que se presente en ese lugar, una serie de dificultades que de ben ser resueltas con creatividad. Un enorme ecran como telón de fondo, la ausencia de salidas por detrás del escenario y un piano en uno de los extremos: un espacio muy similar al que ofrece la Casa de España, salvo que el Ricardo Palma le gana en ancho, pero no en profundidad. En el caso de “El Marqués de Mangomarca”, comedia escrita por Sergio Arrau y dirigida por Carlos Rubín, los inconvenientes del espacio le ganan a la propuesta estética, agravada por los colores principales del vestuario, a pesar de tener entre manos una farsa muy divertida, aunque irregularmente interpretada.
Como en todo buena comedia de Arrau, lo absurdo prima, ya sea en la descabellada situación o en sus hilarantes personajes, rematado en esta oportunidad con textos clásicos en los momentos precisos. En la lejana provincia de Mangomarca, el Marqués (Reynaldo Arenas) y el Conde (Luis Alberto Sánchez) hacen una apuesta para demostrar sus dotes seductivas en una joven aspirante a monja (Carolina Infante) y en una mujer que porta un molesto cinturón de castidad (Edith Tapia). Pero esta apuesta se comprende recién durante el desarrollo de la obra, pues en la primera escena (clave para el arranque de una buena comedia) las fallas con la dicción y el volumen de voz de Arenas y Sánchez impiden su total comprensión.
El director Carlos Rubín debe percatarse que algo no marcha bien, al obtener los personajes secundarios las risas y aplausos del público. A destacar en el elenco a Mirta Urbina, quien le saca provecho a su corta estatura para interpretar a la divertida criada. También Jeffrie Fuster se roba las escenas en las que aparece como el demonio amanerado invocado por el Marqués, con energía, precisión y un sorprendente oficio que lo vuelve el centro de atención, a pesar de compartir escenas con Reynaldo Arenas, quien luce algo perdido en determinados momentos. Pero es Úrsula Kellenberger, una actriz con un notable registro para la comedia, quien sobresale en sus dos papeles: como la madre superiora del convento y como Yocasta, la madre gaucha del Conde.
“El Marqués…” cumple la función de entretener, pero se resiente de un pobre diseño escenográfico y de vestuario. Los colores azulinos del vestuario no combinan con las maderas de los biombos, restándole puntos en el aspecto visual. Si no se puede cubrir todo el ecran con telones, es preferible no hacerlo, que esconderlo a medias. El piano es hábilmente integrado al montaje, acompañando el montaje con melodías interpretadas por Jairo Betancourt. La historia de los cuatro personajes principales debe ser interpretada con mayor energía, para disfrutar planamente este ingenioso texto de Sergio Arrau.
Sergio Velarde
08 de agosto de 2009
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