lunes, 21 de octubre de 2024

Crítica: LOS JUSTOS


De la pasión y los ideales frente a los miedos

Al salir de ver Los justos, es inevitable no sentirse interpelado por las ideas planteadas y sus interrogantes, por los miedos que puede producir el tomar acción por aquello que creemos, además de reevaluar si lo que creemos vale la pena ser creído y, por consiguiente, accionado.

La justicia, la compasión, la patria son algunos de los pilares puestos en conflicto, y que cada uno de los actores ha sabido cargar con gran entendimiento y valentía sobre el escenario. La obra, escrita por Albert Camus, es en esta ocasión dirigida por Ximena Arroyo y Haysen Percovich, quienes asumen la brutalidad del texto y cargan de emoción cada una de las oraciones, dando como resultado una obra que logra transmitir las interrogantes y conmociona al espectador y su pensamiento, pero también nos llevamos la calidad humana de sus personajes.

Dividida en cinco actos, cada diálogo está abordado con gran fuerza y vertiginosidad. Hay un entendimiento claro del texto, desde lo político, lo discursivo y lo emocional. Este entendimiento ayuda a que se logre expresar los ideales, las creencias y los conflictos de cada uno de los personajes. Y es impactante de ver cómo todo ello, expresado desde el texto, logra visualizarse en cada uno de ellos. La entrega es innegable.

Por otro lado, vemos que la dirección propone un inicio distinto. A manera de preludio, se toma una escena del segundo acto que da acción, tensión y una sensación de ambigüedad al no saber qué es lo que está ocurriendo, y nos causa cierto impacto e interés por descubrir lo que está pasando. Por lo menos se intuyen esos alcances como los motivos por los cuales se utilizó dicha escena. Se aplaude la propuesta desde la dirección, de plantear otros recursos para sumar a la estructura de la obra, pero acá presento dos motivos por cuales considero que no funciona del todo.

Por un lado, la escena tomada a manera de preludio, si bien da un inicio rápido, que causa impacto, queda relegada frente al nivel de urgencia y desconcierto que ofrece la misma escena, cuando la vemos en el momento cronológico correcto. Siendo así, nos encontramos con un despropósito, dejando para el olvido el preludio, por lo menos a nivel de impacto. La escena puesta al inicio de la obra no está al nivel en el que se encuentra la misma escena vista en su acto correspondiente.

En segundo lugar, el recurso le serviría más al público si se utilizará para involucrarlo emocionalmente. Revisemos, por ejemplo, Lo que sueñan los lobos, novela de Yasmina Khadra (autor argelino, al igual que Camus), en el que se utiliza dicho recurso, pues se plantea una escena de impacto que causa cierto desconcierto y donde se sitúa a nuestro protagonista en una situación de riesgo, para luego avanzar el texto de manera cronológica. Lo que hace diferente el impacto de este recurso es que no vemos nuevamente la escena hasta muy avanzada la novela, y lo que te da ello, es poder recibir esa misma escena, pero con un significado distinto. No es solo la urgencia, el caos, el temor, es también el dolor de ver al personaje y entender todo lo que ha tenido que enfrentar, la pérdida de su norte y de sus ideas; el personaje que vimos en un inicio de la novela no es el mismo que vemos llegado el momento leído en un inicio.

Arroyo y Percovich toman una escena muy cercana al inicio de la obra, donde el personaje principal no ha atravesado cambios, no hemos visto un desarrollo, más bien toman el momento exacto donde recién va a afrontar su quiebre. Puede vincular visualmente, porque ya sabemos de qué escena se trataba el inicio, pero más valioso sería un vínculo emocional, otorgando una revelación mayor, la de ver a un personaje totalmente cambiado. El inicio se convierte así en un accesorio de ayuda a los actores a entrar en un estado de urgencia, y elevar la tensión que se mantienen durante toda la obra, pero no logra tener la transcendencia que podría tener de cara al público.

Bien se pudo haber prescindido de ese preludio, enfocándose en lo que ya han logrado con el texto, o quizás se pudo haber utilizado esa propuesta con otra escena, tal vez alguna del cuarto acto, pues el personaje ya no es lo mismo, atraviesa un estado cercano al descontrol que hubiera sido interesante de ver.

Fuera de ello, la obra es sólida en su desarrollo, cada actor encuentra una manera especial de expresar a su personaje, y hay un gran manejo del ritmo, por momentos se podría necesitar de ligeras pausas, pero lo incontenible de la pasión, del propósito y la necesidad de tomar acción hacen que no podamos separar nuestra atención de todo lo que ocurre. Ese es el sello personal de esta versión, esa intensidad como identidad es la que en parte nos llevamos y que destacamos. Italo Maldonado, como reconocimiento especial, ha encontrado en su personaje el poder de su expresividad, el vínculo especial que puede otorgar un personaje, el retratarlo desde su pasión, desde sus miedos y desde su lealtad a sus ideas, y sobre todo a sus amigos.

La obra está llena de interrogantes vitales y urgentes en nosotros y nuestra sociedad. El absurdo de las ideas y de los movilizadores humanos, nos lleva a repensar la justicia en contraposición al perdón y la misericordia.

Omar Peralta

21 de octubre de 2024

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