Al salir de ver Los justos, es inevitable
no sentirse interpelado por las ideas planteadas y sus interrogantes, por los miedos
que puede producir el tomar acción por aquello que creemos, además de reevaluar
si lo que creemos vale la pena ser creído y, por consiguiente, accionado.
La justicia, la compasión, la patria son algunos
de los pilares puestos en conflicto, y que cada uno de los actores ha sabido
cargar con gran entendimiento y valentía sobre el escenario. La obra, escrita
por Albert Camus, es en esta ocasión dirigida por Ximena Arroyo y Haysen Percovich,
quienes asumen la brutalidad del texto y cargan de emoción cada una de las
oraciones, dando como resultado una obra que logra transmitir las interrogantes
y conmociona al espectador y su pensamiento, pero también nos llevamos la
calidad humana de sus personajes.
Dividida en cinco actos, cada diálogo está
abordado con gran fuerza y vertiginosidad. Hay un entendimiento claro del texto,
desde lo político, lo discursivo y lo emocional. Este entendimiento ayuda a que
se logre expresar los ideales, las creencias y los conflictos de cada uno de
los personajes. Y es impactante de ver cómo todo ello, expresado desde el
texto, logra visualizarse en cada uno de ellos. La entrega es innegable.
Por otro lado, vemos que la dirección propone
un inicio distinto. A manera de preludio, se toma una escena del segundo acto
que da acción, tensión y una sensación de ambigüedad al no saber qué es lo que
está ocurriendo, y nos causa cierto impacto e interés por descubrir lo que está
pasando. Por lo menos se intuyen esos alcances como los motivos por los cuales
se utilizó dicha escena. Se aplaude la propuesta desde la dirección, de
plantear otros recursos para sumar a la estructura de la obra, pero acá
presento dos motivos por cuales considero que no funciona del todo.
Por un lado, la escena tomada a manera de
preludio, si bien da un inicio rápido, que causa impacto, queda relegada frente
al nivel de urgencia y desconcierto que ofrece la misma escena, cuando la vemos
en el momento cronológico correcto. Siendo así, nos encontramos con un
despropósito, dejando para el olvido el preludio, por lo menos a nivel de impacto.
La escena puesta al inicio de la obra no está al nivel en el que se encuentra la
misma escena vista en su acto correspondiente.
En segundo lugar, el recurso le serviría más al
público si se utilizará para involucrarlo emocionalmente. Revisemos, por
ejemplo, Lo que sueñan los lobos, novela de Yasmina Khadra (autor argelino,
al igual que Camus), en el que se utiliza dicho recurso, pues se plantea una escena
de impacto que causa cierto desconcierto y donde se sitúa a nuestro
protagonista en una situación de riesgo, para luego avanzar el texto de manera
cronológica. Lo que hace diferente el impacto de este recurso es que no vemos
nuevamente la escena hasta muy avanzada la novela, y lo que te da ello, es poder
recibir esa misma escena, pero con un significado distinto. No es solo la
urgencia, el caos, el temor, es también el dolor de ver al personaje y entender
todo lo que ha tenido que enfrentar, la pérdida de su norte y de sus ideas; el personaje
que vimos en un inicio de la novela no es el mismo que vemos llegado el momento
leído en un inicio.
Arroyo y Percovich toman una escena muy cercana al inicio de la obra, donde el personaje principal no ha atravesado cambios, no hemos visto un desarrollo, más bien toman el momento exacto donde recién va a afrontar su quiebre. Puede vincular visualmente, porque ya sabemos de qué escena se trataba el inicio, pero más valioso sería un vínculo emocional, otorgando una revelación mayor, la de ver a un personaje totalmente cambiado. El inicio se convierte así en un accesorio de ayuda a los actores a entrar en un estado de urgencia, y elevar la tensión que se mantienen durante toda la obra, pero no logra tener la transcendencia que podría tener de cara al público.
Bien se pudo haber prescindido de ese preludio,
enfocándose en lo que ya han logrado con el texto, o quizás se pudo haber
utilizado esa propuesta con otra escena, tal vez alguna del cuarto acto, pues
el personaje ya no es lo mismo, atraviesa un estado cercano al descontrol que
hubiera sido interesante de ver.
Fuera de ello, la obra es sólida en su
desarrollo, cada actor encuentra una manera especial de expresar a su
personaje, y hay un gran manejo del ritmo, por momentos se podría necesitar de
ligeras pausas, pero lo incontenible de la pasión, del propósito y la necesidad
de tomar acción hacen que no podamos separar nuestra atención de todo lo que
ocurre. Ese es el sello personal de esta versión, esa intensidad como identidad
es la que en parte nos llevamos y que destacamos. Italo Maldonado, como reconocimiento
especial, ha encontrado en su personaje el poder de su expresividad, el vínculo
especial que puede otorgar un personaje, el retratarlo desde su pasión, desde
sus miedos y desde su lealtad a sus ideas, y sobre todo a sus amigos.
La obra está llena de interrogantes vitales y
urgentes en nosotros y nuestra sociedad. El absurdo de las ideas y de los movilizadores
humanos, nos lleva a repensar la justicia en contraposición al perdón y la
misericordia.
Omar Peralta
21 de octubre de 2024
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