domingo, 2 de mayo de 2021

Crítica: HAPPY HOUR


Feliz refugio en el celuloide

Acaso una de las contadas ventajas que nos ha traído esta interminable pandemia sea la de poder conectarnos con propuestas escénicas de todo el mundo, algunas de ellas ejecutadas por compatriotas que continúan desarrollando su carrera artística, a pesar del cierre de los espectáculos presenciales. Tal es el caso de Happy Hour, una producción canadiense ideada y dirigida por la artista peruana Ana Pfeiffer Quiroz, que tuvo una breve temporada presencial a inicios del año pasado y que ahora se presenta adaptada a la pantalla como “creación fílmica”. Dicho sea de paso, es esta una definición bastante ajustada al producto final, ya que no se trata de una simple grabación de la obra teatral, sino de una real incursión audiovisual, utilizando con sapiencia el lenguaje cinematográfico para introducir al espectador en una historia con fuerte carga teatral.

Escrita por Pfeiffer Quiroz, en colaboración con los actores Anna Beaupré Moulounda y Thomas Leblanc, Happy Hour inicia con una contundente declaración de intenciones: vemos imágenes del interior de un hermoso teatro vacío, para luego detenernos en la figura de Beaupré Moulounda, sentada en una de las solitarias butacas. La actriz, que vendría a representar a toda la comunidad artística, se encuentra en medio de la desolación y la pesadilla de todo creador: la ausencia del calor del público y de sus aplausos. Sin embargo, “la función debe continuar”, ahora más que nunca. No importa si el público se encuentra del otro lado de la pantalla. Las reflexivas palabras comienzan a aflorar, en inglés y francés, en monólogos recitados en turnos por los actores, así como también en algunos diálogos. El escenario, acondicionado para una fiesta “disco”, espera a los actores para celebrar esta “hora feliz”.

La dramaturgia, cargada de situaciones incómodas y desgarradoras pero con un marcado componente lírico y performático, es interpretada de manera fluida y enérgica por parte de los actores, quienes se valen de sus voces, gestos y cuerpos para compartir sus recuerdos sobre sus orígenes, su infancia, su relación con la maternidad y su despertar sexual. El clímax se alcanza en la pista baile, al ritmo de Hung up de Madonna; ambos actores, en vistosos vestuarios, se mueven libremente y sin prejuicios. El espectáculo, finamente fotografiado y editado por Alejandro De León, se sostiene en el lenguaje fílmico sin ocultar su evidente teatralidad. Happy Hour es la celebración del artista creador, aquel que no se rinde ante las adversidades y que se vale de múltiples lenguajes y herramientas para seguir contando historias. Hipnótico, desgarrador, visualmente atractivo y sobre todo, muy humano, este experimento en línea de Pfeiffer Quiroz y De León es la clara demostración del feliz refugio que puede encontrar el teatro en el celuloide.

Sergio Velarde

2 de mayo de 2021

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