miércoles, 12 de agosto de 2020

Crítica: TODO LO QUE QUEDA SUSPENDIDO EN EL AIRE

Preguntas existenciales desde la virtualidad

Estamos en medio de todo un proceso de adaptación a la virtualidad como medio principal de contacto. Todos estos meses de crisis mundial, además de nuevas costumbres y rituales de limpieza, trajeron consigo mil y un preguntas existenciales sobre lo que fue y lo que será de nosotros después de la pandemia. Precisamente este es uno de los temas tratados en Todo lo que queda suspendido en el aire, obra de las dramaturgas Alejandra Núñez y Claudia Ruiz, quienes además son actriz y directora del montaje, respectivamente. El elenco lo conforma también Raúl Castagneto, quien junto a Ruiz dan vida a dos actores profesionales cuya vida está siendo replanteada a partir de la pandemia.

La obra, transmitida a través de la plataforma Zoom, inicia con los personajes en pleno ensayo de una escena de un proyecto conjunto. Es interesante cómo, con este recurso, logran confundir al público sobre lo que realmente han venido a ver. La transición de un ensayo a una conversación entre dos colegas fue progresivo y lleno de detalles, pues poco a poco los personajes van dejando el metapersonaje, van desarmando la escenografía – telas y en sus habitaciones y fondos de pantalla puestos en Zoom-, convirtiéndose cada vez más en una conversación íntima y sincera. Menciono esta transición, porque considero que es lo que causó que la obra tuviese un gran impacto a quien lo ve: comenzar con la pomposidad de la metaobra virtual fue solo el inicio de un viaje a las profundidades de Piero y Ana, quienes empiezan siendo actores ensayando, pero terminan siendo humanos reflexionando sobre el sentido del día a día después de esta pandemia. En ese sentido, la creación de los personajes estuvo llena de detalles: se pensó en la caracterización de Piero y Ana, además de una diferenciación con los metapersonajes que estaban ensayando. Se notó que el trabajo de creación partió desde ellos mismos, pues más allá de ser verdaderos, lograron la capacidad de transmitir genuinamente cada una de las reflexiones y sensaciones por las que iban pasando durante la conversación. Los recorridos espaciales que hacían cada uno por sus respectivas casas estuvieron pensadas de manera concreta, tanto técnica –trabajo de la cámara y lo que iba enfocando- como semióticamente – cada lugar recorrido tenía una conexión con lo que iban mencionando en la conversación-.

El valor agregado de esta obra virtual, más allá del trabajo técnico bien logrado, es la manera cómo logran manejar distintas reflexiones en una misma conversación. Aunque podría pensarse que una conversación reflexiva puede saturar por mucho tiempo, este montaje logró llevar cada “pregunta y tema existencial” de manera fluida, de modo que el espectador podía llegar a la empatía y entendimiento sobre las sensaciones encontradas de los personajes. Piero y Ana, a través de su conversación, invitan al público a repensar qué es lo que exactamente implicaba esa gran pausa que inició en marzo de este año. En los personajes, el público puede reflejarse desde la experiencia de haber pensado inevitablemente sobre preguntas existenciales acerca de todas las decisiones tomadas hasta hoy en día. Finalmente, al ser Piero y Ana artistas escénicos, se hicieron una pregunta muy importante: ¿es necesario realmente seguir creando? La obra es precisamente la respuesta a ello. Sí, hay que seguir creando. Hoy más que nunca se necesitan espacios donde se dé la reflexión, la comunicación y la empatía sobre lo que está sucediendo mundialmente. Estamos improvisando, probando y, sobre todo, aprendiendo de esta coyuntura.

Stefany Olivos

12 de agosto de 2020

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