viernes, 20 de noviembre de 2009

Crítica: LA CHUNGA


Atractivo homenaje a Vargas Llosa  

Luego de la notable puesta en escena de "Los cachorros" (adaptación de la novela corta de Mario Vargas Llosa) se estrena, esta vez, en el teatro que lleva su nombre, una pieza dramática de su autoría titulada “La Chunga”. El multifacético Giovanni Ciccia le rinde así homenaje a Vargas Llosa, dirigiendo la obra con su productora Plan 9. Escrita en 1986, la pieza tuvo su estreno de la mano del grupo Ensayo, dirigido por Luis Peirano y con la actuación de la gran Delfina Paredes en el rol principal. Y si bien su dramaturgia es sencilla (predecible para algunos), ésta logra retratar con bastante acierto y fidelidad las costumbres de la época en la que se desarrolla la acción.

En una taberna ubicada en las afueras de la ciudad de Piura en 1945, de propiedad de la Chunga, una dura y hosca mujer no desprovista de atractivo y con inclinaciones homosexuales, se reúnen con regularidad cuatro hombres a tomar licor y jugar a los dados. Pronto surge la interrogante sobre qué le sucedió a Meche, una hermosa joven que trajo un día uno de ellos, un rufián llamado Josefino. Al perder en el juego de dados, Josefino pide dinero a la Chunga, a cambio de pasar ésta una noche con Meche. Ciccia sabe sortear lo escabroso del tema para entregarnos un sólido cuadro del comportamiento humano (peruano), en el que el machismo, la desidia y la frustración hacen mella en los personajes, impidiendo su realización personal. Saltando de la realidad a la fantasía (cada parroquiano tiene su propia historia sobre el encuentro de ambas mujeres), el montaje es ágil, entretenido y muy veraz, a pesar del desnivel actoral presente.

Porque quizás para el complejo rol de la Chunga no había otra opción que llamar a Mónica Sánchez, pero finalmente resultó ser ella misma la peor intérprete que la Chunga pudo tener. Con una caracterización superficial y pobre para una actriz de su calibre (acompañada por su perenne y molesto seseo), la Sánchez mastica sus líneas sin convicción, gritando y llorando como en sus peores momentos en “Eva del Edén”. Y si su personaje finalmente se redime en la puesta en escena, es por su oficio y recorrido en estas lides. Y es que Sánchez es buena actriz (qué duda cabe), pero por ello no podemos celebrar cada vez que interpreta a un personaje en piloto automático. A su lado, el resto de actores brilla con luz propia: las palmas para Oscar López Arias (joven actor que viene destacando últimamente), quien compone un Josefino absolutamente creíble, un seductor caficho, machista y sinvergüenza. Alberick García y Carlos Solano están intachables, especialmente el primero, quien tiene una escena bastante lograda, al declararle su amor a Mechita. Emilram Cossío, en una arriesgada caracterización como el Mono, logra convencernos en las primeras escenas.

Mención aparte merece la participación de la joven actriz Stephanie Orúe en el papel de Meche. Duramente criticada por un sector de la prensa debido a su inexperiencia, lo cierto es que Orúe no desentona en el montaje. Por el contrario, interpreta a Meche con una frescura e inocencia coherentes con su personaje, nada afectada, bella, sensual y muy natural, opacando incluso a la disforzada Sánchez en sus escenas juntas. El ya famoso encuentro lésbico está resuelto con mucha sobriedad y precisión, así como las escenas con fuerte carga sexual, con una agradecida estilización por parte del director. “La Chunga” de Giovanni Ciccia no supera a “Los cachorros” de Miguel Pastor, pero sí se convierte en una puesta en escena bastante atractiva y que rinde un justo homenaje a nuestro laureado novelista, en el teatro que lleva su nombre.

Sergio Velarde

20 de noviembre de 2009

domingo, 18 de octubre de 2009

Crítica: FANDO Y LIS


Gran texto sin dirección física  

Fando y Lis son dos sufridos seres marginales que habitan un mundo destruido y apocalíptico: él sufre de esquizofrenia, dejando aflorar por momentos su personalidad más salvaje y despiadada; y ella, de parálisis, pero se aferra a la compañía de Fando para no sentirse sola. Ambos buscan infructuosamente llegar a Tar, una inalcanzable (y presuntamente inexistente) ciudad prometida, encontrando en su camino a tres singulares personajes, tan perdidos como ellos. La corrosiva pieza “Fando y Lis”, con fuertes reminiscencias al teatro del absurdo, a Beckett y su Godot, fue escrita por el español Fernando Arrabal en 1955, que incluso llegó a la pantalla grande, en medio de gran escándalo, de la mano del director Alejandro Jorodowsky. El mes pasado se presentó en el Centro Cultural del CAFAE una nueva versión de la obra, a cargo del grupo Contempo Teatro, que nos permitió revisitar esta singular y cautivante historia.

La puesta en escena de “Fando y Lis” logra transmitir la desesperación y sufrimiento en la relación disfuncional entre los dos protagonistas, consiguiendo momentos álgidos y dramáticos, secundados correctamente por el trío de personajes comparsas, que no logran ponerse de acuerdo en una acción determinada a seguir. Algunos momentos notables son el sueño de Lis (que nos anticipa su irremediable destino) y su grotesco final en manos de Fando. La incomunicación, la sordidez y la desidia del ser humano son retratadas con mucha crudeza por el elenco, pero el conjunto se resiente de una sólida dirección que permita engranar las escenas coherentemente (la dirección del montaje fue colectiva) y evitar así algunas fallas elementales, como la de no acompañar los cambios de escena con música de fondo, para evitar escuchar a los actores preparando sus elementos.

Los actores Elizabeth Duarte y Miguel Ángel Malpartida asumen con bastante dignidad y convicción los papeles principales, dotando a sus personajes de humanidad: resistencia al dolor y necesidad de afecto en ella; descontrol e inseguridad en él. Franco Guerra, Beto Miranda y Eric Otero tienen a su cargo los intrigantes personajes secundarios, que cumplen la función de aliviar la tensión generada por la esquizofrenia de Fando. A pesar de las deficiencias propias por la carencia de dirección, “Fando y Lis” vale por su genial dramaturgia y por el trabajo coral de un esforzado y talentoso grupo de jóvenes actores, que de haber contado con un director inspirado, se hubiera convertido sin duda, en uno de los mejores montajes independientes del año.


Sergio Velarde
18 de octubre de 2009

sábado, 10 de octubre de 2009

Crítica: EN EL JARDÍN DE MÓNICA


Vigencia después de medio siglo   

Escrita y estrenada en 1961 en el Club de Teatro de Lima con la presencia de las actrices Aurora Colina y Alicia Saco, “En el jardín de Mónica” fue la primera obra de la incansable dramaturga y crítica peruana Sara Joffré. A pesar del casi medio siglo transcurrido desde su creación, la pieza no ha perdido vigencia, tal como lo demuestra su último reestreno a cargo del grupo Rosa de Fuego con la dirección de Gustavo Cabrera en el Teatro Auditorio Miraflores.

La sencilla anécdota de “En el jardín de Mónica” nos recuerda la delgada línea que separa la realidad de la fantasía en los niños. En un jardín abandonado y sucio, dominado por un árbol triste y seco, habita Mónica, una mujer de edad indescifrable con múltiples personalidades, quien juega incansablemente con hojas secas y pájaros muertos, e imagina que la niña y el niño que aparecen en dicho lugar son una ratita y un príncipe, respectivamente. La terca y convenida imaginación de Mónica contagia pronto a la perspicaz niña. Y luego ésta al niño, cuando Mónica es retirada abruptamente de sus dominios.

El director Gustavo Cabrera plantea un espacio de tonos ocres, desordenado y algo recargado pero funcional, y prefiere estilizar a sus personajes, como esa Mónica bien peinada y con su vestido planchado. El texto es interpretado correctamente y enriquecido con divertidos momentos, gracias al inspirado elenco. Buen trabajo actoral de Daisy Sánchez en el papel principal (quien regresa a las tablas luego de un prolongado periodo de tiempo), logrando destacar en mayor medida en sus diálogos con sus compañeros de escena, que en su monólogo inicial, debido a una saturada propuesta de luces y sonido que por poco boicotean la poesía del texto. Ruth Vásquez y el mismo Cabrera resultan intachables como los niños, aportando la cuota de ingenuidad y ternura necesaria.

Tal vez el mayor acierto de la presente puesta sea el haber respetado el texto original, sin traicionarlo en su pase al escenario. Y es que Sara Joffré no sólo transmite sensaciones en los diálogos, sino también en las acotaciones de su texto, como en la lograda presentación de Mónica. “Es una niña que podría tener hasta ochenta años, que es la máxima edad que puede tenerse. Ella no sabría decirnos tampoco cuántos años hace que está aquí. Es ágil. Delgadita. Nerviosa. Con una lamparita encendida dentro de cada ojo. Ahora está jugando. Juega incansablemente. No se detiene nunca. No puede detenerse. Ah, pero es la voz de Mónica lo importante. Eso es lo que realmente es Mónica: una voz. Envejece. Crece. Se hace pequeñita. Es agria y cortante. Es dulce. Es amarga. Retiene. Aleja. Nos acompaña, o nos deja terriblemente solos. Y luego están sus manos y su risa: la risa de Mónica no puede escucharse sin que produzca desazón, desconsuelo o el sentimiento de sentirnos abandonados en un lugar donde todos hablan un idioma que no entendemos y nos rodean miradas hostiles, impúdicas; las manos de Mónica no pueden olvidarse si se las ha visto mintiendo alguna vez. Nada más.”

“En el jardín de Mónica” continuará presentándose en diversos espacios y bien vale la pena apreciar este buen montaje y revisitar un texto muy vigente a pesar del tiempo transcurrido.

Sergio Velarde
10 de octubre de 2009

domingo, 4 de octubre de 2009

Crítica: ACHIKÉE, LA TIERRA SECA


Nuestro divertido espectáculo ecológico  

Sumándose a la necesaria campaña ecológica para preservar nuestro medio ambiente, se viene presentando en el Centro Cultural CAFAE-SE, la obra infantil Achikée, la tierra seca, escrita y dirigida por Ismael Contreras y producida por el grupo Palosanto. El espectáculo es una adaptación de la conocida tradición oral andina rescatada por José María Arguedas, que busca incentivar en los pequeños la defensa y el cuidado del medio ambiente, teniendo como principal atractivo las canciones y bailes en vivo, a cargo de la troupé de actores.

La bruja Achikée, que nace como resultado de la contaminación de la tierra, busca conseguir el calor que les puede proporcionar dos niños "semillas de maíz", quienes logran huir de ella gracias a los coloridos y simpáticos animales de nuestra sierra. A pesar del espacio alternativo que cuenta el grupo (la sala de cine del CAFAE), la utilización de vistosos vestuarios y cuidadas máscaras consigue aportarle vida propia a los variados personajes, especialmente a la lograda caracterización de la bruja Achikée. Y es en este personaje en donde radica la novedad de la obra: Achikée no es en realidad mala de por sí, sólo existe como consecuencia de los cambios climáticos producidos por la contaminación del hombre. Por lo tanto, la búsqueda del calor perdido se vuelve entendible para el espectador, así ponga en riesgo a los niños protagonistas.

Los actores Emilio Benavente, Julio César Delgado, Enrico Méndez, María Gracia Mires y Angie Rodríguez, todos ellos con estudios en la Escuela Nacional de Arte Dramático, cantan en vivo y bailan las alegres canciones de la puesta en escena acompañados por instrumentos andinos, contagiando su alegría a los más pequeños, quienes se vuelven cómplices de la trama. “Achikée, la tierra seca” es un espectáculo para toda la familia, no sólo ameno y entretenido, sino que contiene un mensaje que todo niño debería apreciar.

Sergio Velarde

4 de octubre de 2009

sábado, 26 de septiembre de 2009

Crítica: LOS CACHORROS


Excelente adaptación de un clásico literario  

¿Quién no leyó alguna vez “Los cachorros” y no se sintió profundamente conmovido con la historia de Pichula Cuéllar, un niño miraflorino castrado por un perro allá por los años 50, que debió adaptarse a vivir en una sociedad conservadora al lado de sus amigos, todos ellos ávidos de emociones y nuevas experiencias? Pues, luego de algunos años, el director Miguel Pastor reestrena su versión del clásico literario de Mario Vargas Llosa en el Centro Español del Perú, logrando un montaje ágil y entretenido, y sobre todo, respetando en gran medida la riqueza del texto original.

Hace unos días abordé, en el comentario de una puesta en escena, el tema de la trascendencia en el teatro, de si era necesario o no el dejar una huella indeleble en el espectador luego de apreciar un montaje teatral. Y lo cierto es, que cada obra se concibe de diferentes maneras, aborda diversos temas y plantea objetivos variados, por lo que los niveles de trascendencia de un espectáculo teatral pueden variar. En el caso de “Los cachorros” (adaptación de Miguel Pastor y Carmela Izurieta), el público se hace cómplice de la historia de Cuéllar y sus amigos, y esto sabiendo de antemano en qué acabará la historia. Contando sólo con algunos cubos, una mesa, un par de sillas y un notable desempeño actoral, Pastor consigue un montaje limpio, entretenido y conmovedor, sin traicionar el espíritu del original.

Algunos detalles que afinar en la puesta en escena: la voz en off de los padres de Cuéllar podrían ser interpretadas “en vivo” por alguno de los actores fuera de escena, pues la pista grabada crea algunos segundos vacíos durante el diálogo en el ritmo del actor. Los cinco intérpretes protagónicos tienen seguridad y destreza en escena, pero no deben descuidar el hecho de romper los cuadros en neutro al unísono, para buscar así la precisión (sobre todo en el caso de Mañuco, quien parece adelantarse siempre). A destacar la actuación de Juan Carlos Pastor en el difícil papel de Cuéllar, muy creíble y vital desde su timidez y engreimiento inicial, hasta su posterior y descontrolado deterioro. Lo acompaña un sólido grupo de actores: Germán Loero, Diego López, Miguel Torres-Böhl y Luis Alberto Urrutia, quienes relatan y teatralizan la historia al público. Si bien es cierto se trata de una puesta en escena servida para el lucimiento de los caballeros, el grupo de actrices se convierte en algo más que un mero elemento decorativo. Todas destacan en los números musicales y definen bien sus diversos roles, especialmente Giselle Collao como Teresita. “Los cachorros” trasciende, cautiva, alegra y conmueve y, así como su versión literaria, resulta de revisión obligatoria.

Sergio Velarde
26 de septiembre de 2009

viernes, 25 de septiembre de 2009

Crítica: ISMAELA Y LOS CAMINOS DEL JUEGO


Regreso al “Pueblo que no podía dormir”  

El veterano grupo Cuatrotablas, con más de 30 años en la escena local, retoma un montaje estrenado en la convulsionada década de los 90 titulado “El pueblo que no podía dormir”, en el que vivíamos aún bajo la amenaza terrorista. Casi veinte años después llega “Ismaela y los caminos del juego”, un unipersonal basado en dicho espectáculo y dirigido por Mario Delgado, presentándose de manera itinerante en los Auditorios de la Asociación Cultural Peruano Británica. Ismaela es una niña ya crecida, que armada de una gran imaginación, sale de un ropero para jugar a la misma historia, pero esta vez con la ayuda de varios muñecos.

El montaje juega con varios personajes, identificados no sólo por los muñecos, sino por el trabajo corporal de la actriz, quien asume las distintas personalidades conforme avanza la historia. A pesar de lo incómodo que pueden resultar los Auditorios del Británico (especialmnete el de San Miguel), se utilizan todos los niveles, logrando aprovechar eficientemente el espacio del escenario. Algunas simbolos presentes en el montaje, como las banderas peruanas cortadas a la mitad en los costados del ropero, refuerzan el mensaje de la obra, de la patria dividida por conflictos políticos y sociales, y en donde los débiles son los que siempre resultan los más afectados.

A destacar la limpia labor de Antonieta Pari, actriz perteneciente a la Quinta Generación de Cuatrotablas y co-autora del presente montaje, quien realiza una intachable performance en escena, representando con bastante precisión a los variados personajes de la historia, utilizando eficientemente los elementos escenográficos y el vestuario, y creando ambientes utilizando sólo su cuerpo y su melodiosa voz. “Ismaela y los caminos del juego” es un sólido espectáculo que nos devuelve la memoria sobre aquellos aciagos días en los vivíamos en una ciudad que, literalmente, “no podía dormir”.

Sergio Velarde
25 de septiembre de 2009

domingo, 20 de septiembre de 2009

Crítica: MUJERES


Una guerra de los sexos interactiva

El tan trillado tema de “la guerra de los sexos” se puede apreciar hasta el hartazgo dentro del ambiente teatral: desde las divertidas comedias de Oswaldo Cattonne hasta las peripecias de singulares personajes dentro de un bus en movimiento, pasando por innumerables piezas de todo calibre, en el que se nos restriega en la cara que la mujer debe ser considerada a la par del hombre y que el machismo ya pasó de moda. Muchas veces cayendo en lugares comunes o en montajes tan fallidos, que hasta provoca llevarles la contraria. Es por ello que resulta muy saludable el estreno de Mujeres en el Club de Teatro de Lima, catalogado como un “show” teatral, en el que seis actores recrean los mismos “sketches” de siempre, pero imprimiéndoles frescura y aires nuevos tan necesarios en nuestra cartelera teatral limeña.

Las escenas se suceden sin parar, manteniendo un ritmo parejo. Y si bien son cuadros predecibles y vistos mil veces, la participación constante del público en las secuencias, el uso de coloridos elementos escénicos y el evidente agrado de los actores por su faena, vuelven positivo y muy entretenido al resultado final. Le debemos también al director Paco Caparó (siempre en la búsqueda de novedades), el haber estrenado un espectáculo con banda en vivo ¡en el Club de Teatro de Lima! Que recuerde, en muy contadas oportunidades durante los más de 50 años de trayectoria de la Escuela de Teatro del Sr. D’Amore, se optaba por utilizar música y voz en vivo en escena. Si bien los actores no son cantantes profesionales, el sólo hecho de prescindir de pista grabada y entonar correctamente las voces, convierten a este y a cualquier espectáculo en impagable. Dos momentos notables de la puesta: las hipócritas amigas se reúnen para conversar y rajar cada una de la otra; y el “hábitat” preferido de las mujeres analizadas por un científico machista.

A pesar del título de la puesta en escena, son los caballeros quienes muestran mayor seguridad y aplomo en el escenario: Renato Pantigozo, Jhosep Palomino y Gerardo Cárdenas saben disimular los baches en escena (inevitables por tratarse de un espectáculo en vivo basado en la improvisación), haciendo uso hábilmente de su capacidad como improvisadores. Las señoritas Andrea Fernández, Ivonne Trujillo y Cintia Díaz del Olmo lucen algo acartonadas e inseguras por momentos, pero logran cerrar el montaje dignamente con monólogos inspirados (supuestamente)en sus propias experiencias, y si bien con cierto tufillo moralista, por lo menos consecuentes con la propuesta inicial de reivindicar a las féminas dentro de un universo mayoritariamente machista. “Mujeres” es un agradable espectáculo interactivo bastante recomendable.

Sergio Velarde

20 de setiembre del 2009

sábado, 19 de septiembre de 2009

Crítica: PUNTO CIEGO


Nada es lo que parece  

¿Cuándo se puede afirmar que una obra es trascendente? Acaso cuando el espectador siente que empieza una nueva vida luego de su visionado, acaso cuando el drama aborda temas sustanciales y “de fondo” que incumben a toda la raza humana, o acaso cuando al caer el telón resulta imposible retirar de la retina todo lo que hemos presenciado. El hecho es que el tema de las llamadas obras “trascendentales” abarca demasiados aspectos que aceptan múltiples interpretaciones. Y traigo este concepto a colación, luego de apreciar el nuevo montaje de Teatro Racional titulado “Punto ciego”, escrito por Claudia Sacha y dirigido por Carlos Acosta.

Las comparaciones resultan odiosas, es cierto, pero no puedo dejar de comentar que luego de ver la obra en cuestión, me sentí exactamente igual que al término de la función de "Solo dime la verdad", estrenada el año pasado en el CAFAE, escrita por Daniel Dillon y dirigida por el mismo Acosta. Esto fue lo que pensé: “La obra está bien actuada, bien escrita, bien dirigida, entretenida… pero, ¿y qué más?” ¿Es que acaso una obra teatral, para ser considerada “buena”, debe remecer al espectador y hacerlo reflexionar exhaustivamente sobre el aspecto que aborde? Personalmente, opino que no. Cada obra teatral, desde la dramaturgia hasta la dirección, deben estar encaminadas hacia un objetivo claro. Y si sólo se busca entretener, pues se trata de un objetivo muy respetable, que por cierto, muy pocas obras logran cumplir a cabalidad. Y “Punto ciego”, definitivamente, lo logra. Tanto Dillon como Sacha son dramaturgos contemporáneos, que buscan retratar, cada uno a su manera, nuestra turbia realidad desde lo cotidiano.

“Punto ciego” nos sitúa en la apartada morada de Agustín, un invidente que convive con su hermana Micaela y su enfermero Ernesto. En un inicio, la relación entre Agustín y la guapa Micaela resulta perturbadora, pero luego nos daremos cuenta que nada es lo que parece. Envueltos en la realidad en un perverso juego sexual, Agustín y Micaela tratarán de hacer participar en éste al noble personaje de Ernesto. La obra pudo haber seguido otros derroteros si Ernesto entraba de lleno en el juego, pero su negativa frustra un conflicto mayor y por ende, un final mucho más inquietante del que presenciamos.

Carlos Mesta, en el papel de Agustín, alcanza los momentos dramáticos con bastante fluidez, pero su invidente aún no resulta del todo creíble. Inclusive, conforme avanzaba esta trama de mentiras, podía suponerse que no se encontraba ciego en realidad. Sorprende la madurez de Nidia Bermejo en el papel de Micaela, quien resulta provocadora y sensual en las primeras escenas, para luego no desentonar en su transformación en la última parte. Tal vez este complejo papel estaba destinado a una actriz mayor, pero Bermejo lo asume sin tacha. A Tommy Párraga, como el enfermero Ernesto, no se le puede exigir más en un papel menor, que lo ejecuta con precisión y discretamente.

“Punto ciego” podría no tener una profunda trascendencia en los espectadores, pero sí que es un digno montaje, con ciertas fallas técnicas propias de cualquier estreno, pero que no ensombrecen los logros alcanzados por sus artífices, como por ejemplo el eficiente aprovechamiento del espacio que ofrece Teatro Racional.

Sergio Velarde
19 de septiembre de 2009

Crítica: ESPERANDO LA CARROZA


Tragicómica historia de familia disfuncional   

Jacobo Lagsner, dramaturgo rumano-uruguayo, estrenó en 1962 una de las comedias costumbristas más clásicas en Latinoamérica, titulada “Esperando la carroza”. Y adaptó también su versión cinematográfica en 1985, con actores como Darío Grandinetti y China Zorrilla, consiguiendo un gran éxito. En nuestro país, el director Alberto Isola estrenó en agosto en el Teatro La Plaza ISIL su propia versión, logrando un divertido espectáculo, no carente de una certera crítica hacia la absurda hipocresía de nuestra clase media. La inexplicable desaparición de Mama Cora, abuela de una peculiar y disfuncional familia, provoca numerosos enredos y confusiones durante un domingo familiar, mientras los tres hijos y sus coloridas esposas, no atinan a encontrar la solución más sensata y se revelan ciertos secretos que generarán el caos familiar.

El cinismo y la hipocresía dentro del núcleo familiar es el generador de todo tipo de conflictos y situaciones descabelladas, pues diferentes personalidades deben aprender a coexistir dentro de un mismo espacio. La familia no se escoge, con ella se nace. De ahí que los variopintos personajes que deambulan por el escenario en “Esperando la carroza”, nos deleitan con una historia que, en el mejor de los casos, debería hacernos reflexionar más que reír. Isola, buen actor y mejor director, consigue sacar provecho del elenco que cuenta y potencia sus interpretaciones, logrando ingeniosos y jocosísimos cuadros de familia pletóricos de un incisivo humor negro.

Mario Velásquez, Ricardo Velásquez y Bruno Odar interpretan con bastante veracidad a los hijos de Mama Cora (y constituye también un homenaje de los hermanos Velásquez a su padre, don Carlos Velásquez, quien dirigiera la obra hace ya varios años en el Parra del Riego con Haydeé Cáceres y Reynaldo Arenas). Pero quienes se lucen realmente son las esposas de estos disfuncionales hermanos, a cargo de tres formidables actrices de diferentes edades y registros: Jimena Lindo, Norma Martínez y Ana Cecilia Nateri, quienes consiguen las mejores escenas de la puesta. El resto de actores (entre quienes figuran las notables Delfina Paredes y Magali Bolívar) tiene a su cargo una serie de personajes menores, sin mayor desarrollo dramático, pero interpretados sin tacha. “Esperando la carroza” puede parecer un montaje demasiado sencillo para el calibre de los actores participantes, pero es en realidad un sólido homenaje al teatro costumbrista que retrata con acierto nuestra propia idiosincrasia.

Sergio Velarde

19 de setiembre de 2009

domingo, 13 de septiembre de 2009

Crítica: TEREZA


A medio camino entre el cuento y el drama

Se estrenó en agosto, en la Asociación de Artistas Aficionados (AAA), la obra Tereza, a cargo del grupo Pasión Mystica, escrita y dirigida por Martín Abrisqueta, que nos presentó la historia de una princesa embrujada, que nunca encontrará el verdadero amor, pero termina casada con un plebeyo por error. Pero a pesar de ello, no se trató de un montaje dirigido a un público infantil, pues la trama también involucró a la vida del escritor de dicho cuento, quien se inspiró en su propia vida para escribirlo. Si bien ambas historias paralelas le pudieron otorgar mayor vuelo al montaje, la ejecución de algunas secuencias (algunas demasiado dilatadas y otras demasiado confusas) perjudicó el resultado final, aunque sin restarle el interés por completo.

Los universos paralelos: el mundo de fantasía narrado por un Sapo y la dura realidad de su escritor, lucen convincentes, excepto cuando dentro del cuento se cuelan elementos de nuestra realidad (los pintorescos personajes usan celulares y navegan por internet), lo cual genera la risa del público, es cierto, pero empaña la fantasía que se buscaba conseguir. El Sapo tiene monólogos demasiado largos, que podrían ser compensados con la utilización de más elementos en escena, además del juego de sombras. Se podría también incluir rasgos o características más definidas para los mismos personajes en ambos planos de la realidad, sobre todo al ser interpretados por diferentes actores. La publicidad de "Tereza" debe ser más clara al definir el estilo del montaje, para evitar la asistencia de niños que esperan otro tipo de espectáculo y que a la larga perturban la atención del mismo. Para ser el primer trabajo de Abrisqueta como autor y director, el resultado final es bastante aceptable, teniendo en cuenta el material humano con que cuenta y que viene afianzándose como un sólido grupo.

A destacar en el elenco a Santiago Moreno como el Sapo, quien logra salir airoso de la difícil tarea de mantener la atención con un texto excesivamente narrativo. Jacqui Chuquillanqui diferencia bien sus personajes: es divertida y exagerada como la paródica bruja Egolia, pero también es conmovedora y sincera como la esposa del escritor, siendo su canto en vivo uno de los momentos más íntimos y logrados del montaje. El resto del elenco no desentona y son creíbles dentro de la historia, interpretando diversos roles: Josse Fernández, José Medina, Javier Quevedo, Azucena Prieto y especialmente Luz Barrios en el rol protagónico. “Tereza” necesita ajustes en la dramaturgia y mayor vuelo de los elementos en escena para darle mayor agilidad y claridad a este digno primer intento de Abrisqueta y Pasión Mystica por generar sus propios productos teatrales.

Sergio Velarde

13 de septiembre de 2009