Costumbres Z
Solemos entender el costumbrismo como una reliquia del pasado, pero es algo que sigue vigente en todos nuestros medios nacionales. Y es que a medida que nuestros modismos se van transformando, nuestras faltas sociales se repiten más. Las preciosas ridículas es una muestra de esta tendencia cíclica en nuestra vanidad, tema que trata con mayor profundidad de lo que podría parecer a primera vista.
La adaptación es minuciosa y bien diseñada, sin sentirse contradictoria. Es fácil olvidarse que la obra original se estrenó hace más de 300 años, aunque la presencia de algunos monólogos y modismos lo delatan de vez en cuando, pero siempre entendemos a los personajes como pertenecientes a nuestro imaginario colectivo limeño, más que al de la Francia de 1700. Es una propuesta bien definida, que transforma la sofisticación exagerada del París moderno en un aspiracionismo limeño contemporáneo. Los acentos internacionales y las referencias a la cultura popular, que en otras circunstancias yo acusaría de distractoras, se sienten aquí apropiadas por los temas a tratar: las preciosas del título, bien construidas por María Belén Yulen y Jose Francisco Solis, se sienten como la personificación de una superficialidad maquillada de good vibes, una negación de la ostentosidad antigua (personificada por el personaje del padre) en pro de una ostentosidad moderna e igual de banal. Los temas están, así, muy bien definidos a nuestra vista y entendimiento.
La construcción física es traída al frente, aprovechando el espacio de Aranwa para tomar el espacio de manera creativa y expresiva. Los personajes en líneas generales no abandonan su caricatura hasta cerca del final, y cuando lo hacen es para delatar que sus máscaras sociales se están cayendo. David Salazar es a quien se le da más tiempo para elaborar esta máscara, y es él quien protagoniza las secuencias más lúdicas y burlonas de la puesta, mientras su personaje busca impresionar a las ingenuas protagonistas. A medida que se unen los personajes de Gia Ocampo y Alfredo Motta, la propuesta evoluciona más, aunque corre en varios momentos el riesgo de sentirse repetitiva en caso este juego no sea de tu agrado.
El momento final de la obra, cuando las mentiras caen y la trama se torna a la violencia, es todavía muy divertida aunque extraña, aun no del todo conectada. Buena parte de la denuncia social añadida es hecha desde el personaje de Motta, el mayordomo, que hasta entonces aportaba mucho a la contraescena y los gags físicos, pero no se sentía construido como personaje revolucionario. Se entiende la necesidad de la catarsis, pero aún parece un elemento desconectado de las demás tramas presentes, algo notorio cuando ni las preciosas ni los impostores vuelven a tocar mucho el tema.
Ante todo, Las preciosas ridículas te sacarán como mínimo unas cuantas carcajadas con sus burlas y referencias. Su planteamiento podría parecer, tal como sus personajes, superficial y de burla fácil, pero está creado y bien encaminado a una cohesiva crítica actual que conserva el ingenio de Molière.
José Miguel Herrera
10 de enero de 2025
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