Se sufre pero se goza
El callejón y el bar del barrio fueron los lugares de encuentro de las celebraciones de fines del siglo XIX y primera mitad del siglo XX. En estos rincones se cultiva la música mestiza urbana de la costa y se arma la fiesta criolla, que llamamos jarana, que luego da origen a la peña criolla, como sitio de resistencia cultural y resguardo de la memoria musical.
Con el telón abierto del nuevo y magnífico Teatro Municipal de Surco, nos recibe un bar tradicional con fotografías de íconos de la canción criolla, como "el zambo" Cavero, Oscar Avilés, Lucha Reyes, Felipe Pinglo. El virtuosismo de la guitarra de Alessandro Gotuzzo y el cajón de César Gabriel crean el ambiente propicio para la llegada de Olga (Trilce Cavero Cáceres), la dueña de "La Peña Claudia", en donde se encuentran los amigos que nos regalan un lindo espectáculo: Y que siga la jarana.
¡Cómo nos gusta sufrir! La jarana empieza con la alegría del Chinchiví, de José Villalobos y luego la trama es una sucesión de penas de amor, pero que se relatan de manera alegre, como un desfogue para no dejarse vencer. Se ríe y se baila y la nostalgia queda atrás y así lo hacen sentir los amigos de esta peña, con la respuesta positiva del público que apoya con palmas durante toda la función el esfuerzo de Olga por animar a dos jóvenes (Mateo y Lucho, interpretados por Fabrizio Juscamaita y Daniel Tapia).
La reina de la fiesta es Olga, no solo por ser la dueña de la peña, sino por la gran capacidad interpretativa, dramática y el carisma de la experimentada actriz y cantante Trilce Cavero Cáceres. Ella domina el escenario, secundada por Guerra (Fernando Pasco), amigo cariñoso de su juventud que representa la sabiduría frente a los dos jóvenes inexpertos.
La voz de Trilce nos estremece con su potencia, por encima del buen actor Pasco y aún más que la de los jóvenes acompañantes. Se deja extrañar otra voz femenina para contrastar con notas altas en los dúos y cuartetos. Además, si bien es gratificante la presencia de dos jóvenes en un concierto criollo, que asumimos como cosa del pasado, hay cierto desequilibrio en la calidad vocal, pues mientras Tapia se luce en las notas suaves, con un excelente control y estilo romántico, Juscamaita, a veces, desafina y le cuesta sostener los finales. Pero el público lo perdona, porque una peña es el lugar en donde los criollos improvisan y los aficionados son bienvenidos, más por el corazón que por las virtudes cantoras. De todos modos, un mérito de la obra es que en cada temporada arriesgue con nuevos artistas en escena. Que quede claro: no es teatro musical, sino un concierto de música criolla teatralizado.
Al terminar el espectáculo, nos saluda su director, Marco Palomino, quien, además de agradecer la masiva presencia de espectadores, nos cuenta que “La Peña Claudia” existió, bajo la administración de su abuelo y que una de las fotos que se exhiben en el telón de fondo es realmente de ese rincón criollo. Qué lindo homenaje a su memoria y qué bien estructurado el concierto, con un micrófono al centro que nos traslada a las trasmisiones de Radio Nacional de los años 30 a 50 del siglo pasado, bajo una luz suave, como la de los focos incandescentes que alumbraron la alegría de nuestros inolvidables músicos criollos.
David Cárdenas (Pepedavid)
19 de enero de 2025
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