Cruzando puertas generacionales
En la sala alternativa del Teatro Esencia de Barranco, el espectador se enfrenta a dos sillones que, al instante, transmiten una sensación hogareña; un juego de ajedrez, utilizado para rememorar los viejos tiempos; una mesa de madera que registra el paso de vida de un ser humano; y una melodía de guitarra que es repetitiva y que probablemente podría caer en lo tedioso. Sin embargo, acompaña de forma atractiva el ingreso del público a la sala creando una atmósfera nostálgica. Estas son las primeras impresiones visuales y auditivas que la microobra Abuelo le ofrece al espectador. Obra escrita y dirigida por Cielo Abril, producida por María Fe Alvarado.
En primer lugar, en aspectos textuales me parece interesante cómo Abril pone a dialogar en su dramaturgia a dos seres humanos que pertenecen a generaciones completamente distintas, puesto a que muchas veces el utilizar este recurso puede caer en lo forzado y lo repetitivo. La dirección es certera al no recurrir a lo cliché, y logra que la relación entre los personajes se sienta real y llena de matices emocionales.
La obra gira un poco en torno a la vida de Antonio (Pedro Olórtegui), un abuelo que vive con su nieto llamado Arturo (Nicolás Castillo). El abuelo se muestra nostálgico respecto a temas como los recuerdos familiares y las memorias de su vida pasada. No obstante, tiene miedo de que su nieto siga cruzando la puerta de la casa. Aquí me gustaría hacer un paréntesis, porque me parece que Abril toma este recurso y lo explota de una manera muy ingeniosa, ya que la acción del abuelo es impedir que Arturo cruce esa puerta. A partir de aquella acción se puede entender que hay una metáfora relacionada con el cruzar la puerta, que representa el miedo que tiene Antonio al dejar crecer a su nieto Arturo. Por esta razón busca detener el tiempo. Sumando a lo mencionado, curiosamente, un aspecto interesante que tiene el personaje es el de observar el reloj.
En cuanto a las actuaciones, Olórtegui interpreta con mucha simpatía y verdad al abuelo. A pesar de ser un personaje lleno de carga emocional, el actor le da otra mirada y muestra en las tablas a un abuelo carismático. Castillo no se queda atrás, a pesar de compartir escenario con Olórtegui, quien tiene una amplia trayectoria profesional en el teatro. Por el contrario, Castillo no se observa intimidado, en todo momento está presente en escena y se puede destacar su escucha activa. Ambos juntos sobre las tablas tienen muy buena química y logran convencer al espectador con una relación que al principio puede correr el riesgo de caer en lo forzado, pero que al final conmueve.
En la última escena se puede comprobar que existe un cambio en cómo empezó todo. Quizás ahí exista un vacío en cuanto a la historia, que le deja un sinsabor al espectador, con las ganas de saber qué pasa. Finalmente, a través de una dramaturgia sensible y una dirección acertadamente fresca, Abril nos ofrece una reflexión profunda sobre las generaciones, la memoria y el miedo al crecimiento. Aunque el final deje una sensación ambigua, la obra es, en general, fácil de comprender, digerir y profundamente emotiva.
Juan Pablo Rueda Javier
29 de enero de 2025
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