A obscuras
Una puesta en escena arriesgada toma un
texto con formato drama/collage donde ocurren, aparentemente, indistintas
historias. No obstante, todas forman parte de un solo universo, de esos que
suele crear y sostener muy bien el dramaturgo Jorge Bazalar.
Por esta razón, ponerla a escena con
únicamente dos actrices, quienes pasan a representar varios de los personajes
de forma lúdica, es un acierto bastante arriesgado. Debido a que después del
inicio, donde parece no haber conexión alguna entre las actrices y a ello la suma
de la incertidumbre de varias historias que ocurren de manera alterna y
paralela, sí logra coger ritmo, el drama se siente vivo y nos hacen a los
espectadores parte del acontecimiento. Por ejemplo, con pequeños detalles como
la bienvenida con voz en off que va nombrando a modo de “pacientes” a los asistentes
a la función. Lo cual funciona desde la dimensión de ser un juego con el
público y a la vez, potencia la convención de lo escenificado, la situación
central ocurriendo en una clínica.
Si bien al iniciar a las actrices se les
percibía desconectadas a su acción y al código de representar a sus personajes,
pues únicamente recaían en el artífice de cambiar las tonalidades e imágenes
vocales, más adelante fueron ganando fuerza y compatibilidad entre ellas, generando
que el público viaje todo el resto de la historia con cada uno de los
personajes que iban representando.
Asimismo, el manejo de las luces y de los
elementos en escena fueron bastante concretos y limpios; sin embargo, al dejar
el espacio vacío con las dos actrices detrás del biombo generaba que se cayese
la acción, perdiendo la atención del espectador. Dado que se tendría que
revisar entradas y salidas o cómo sostener la energía en el espacio incluso
desde la respiración o los sonidos corporales de las actrices, que más adelante
sí que lo logra Kukuli Morante, quien sabe aprovechar sus herramientas como
actriz, pero que pudo haber ido más allá en la composición y distinción de cada
uno de los personajes a los cuales pasaba a representar, no solo un cambio de
peinado, sino quizá una sutileza desde otra calidad de movimiento, sobre todo
porque se le percibe capaz de hacerlo. Por otro lado, Dayana Reátegui sorprende
por la agilidad, firmeza y dulzura que transmite sin caer en la necesidad del
cliché. Ambas actrices juegan todo el tiempo y pasada la escena de los
marineros, ambas se divierten, y se percibe y comparte porque se toman la
libertad de aprovechan el error para seguir componiendo en la misma línea de
acción, y con ello hasta conmueven.
En general, se sostiene un espectáculo
divertido, agradable y entretenido, con sutiles golpes de reflexión para el
espectador, sin la necesidad de instruir y dejando abierto el que quizá los vaya
descubriendo cada que la escena se torna a oscuras.
Conny
Betzabé
2 de abril de 2023
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