...Y unas cuantas verdades
Aldo Miyashiro nos entrega en su obra Un maldito secreto un gran trabajo tanto
de dirección como de texto. ¿Ponerse a escribir en rima a estas alturas del
partido? ¿Para qué? ¿Para quiénes? Completa duda, pero un majestuoso juego.
Es una potente experiencia la que nos
ofrece él y todo su elenco a cargo. Una tragicomedia en todas sus letras. La
emoción se adueña del público, es inevitable salir del recinto dialogando sobre
lo espectado, cuestionando, reflexionando, sonriendo, llorando, las palmas
continúan hasta el baño. Probablemente nadie esperaba ni sabía de qué se trataría
en sí la obra. Le viene bien el juego inicial, sembrarnos el morbo de que algo
sucederá, nos atrapa y le termina haciendo honor al nombre de la obra. El
material de multimedia bien manejado en relación a la convención del espacio,
de igual manera las luces y ese pequeño guiño de los dos actores mayordomos
para con el público. Sirviéndonos a todos el inicio de lo que nunca se va olvidar:
el secreto, el maldito secreto.
Como bien ya se ha comentado: al mejor
estilo shakesperiano, sí, es un espectáculo que conmueve al público, quizá
podría hacerlo un poco más y llegar a ser memorable si algunas partes de la historia, sobre todo aquellas
donde existen rupturas de la cuarta pared -si es que las hubiese- porque por
momentos pareciese y por otros, simplemente se nos obvia, y es más evidente
cuando cada uno de los actores y actrices interpreta su pequeño monólogo,
algunos actores nos miran y a modo de confesión, comparten aquello que los hace
quienes son (el personaje) y los otros se ensimisman, caen en modismos de la
emoción y nos pierden, no comunican.
Quizá la función a la que acudí tuvo sus
imprevistos, como alguno que otro texto desfasado, sin embargo, bien
solucionado a final de cuentas. Uno que otro silencio largo, quizá por falla
técnica de entrada de luz o movimientos que generaron pequeños desastres que
pudieron también ser enmendados en el acto. Por otro lado, no está de más mencionar
que la acústica no parece ser favorable para los actores más jóvenes, puesto
que eran quienes por largos momentos no se les entendía del todo lo que decían
y en una propuesta donde se dialoga todo el tiempo en rima, ya se imaginan. La
historia cae, pierde la atención del público, la acción se dispersa y no
permite el goce pleno de la historia o la catarsis si gustan llamarle. Asimismo,
la canción interpretada por el joven actor podría darle a la obra un grado de
trascendencia, pero gran parte de lo que interpreta se pierde por su resonancia,
la acústica o quizá solo la orientación en la que se encuentra ubicado el
piano.
Finalmente, destacar entonces a Ximena Arroyo
como ama y dueña del espacio, a su buen amante, Gilberto Nué con ese potente control
y manejo escénico, además de la increíble demencia de Sylvia Majo para
interpretar tremenda historia, componer incluso desde el silencio detalles
entrañables y contener tanto desde su personaje.
Conny
Betzabé
20 de mayo de 2023
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