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martes, 2 de mayo de 2023

Crítica: CLÍNICA DE LA LUZ


A obscuras

Una puesta en escena arriesgada toma un texto con formato drama/collage donde ocurren, aparentemente, indistintas historias. No obstante, todas forman parte de un solo universo, de esos que suele crear y sostener muy bien el dramaturgo Jorge Bazalar.

Por esta razón, ponerla a escena con únicamente dos actrices, quienes pasan a representar varios de los personajes de forma lúdica, es un acierto bastante arriesgado. Debido a que después del inicio, donde parece no haber conexión alguna entre las actrices y a ello la suma de la incertidumbre de varias historias que ocurren de manera alterna y paralela, sí logra coger ritmo, el drama se siente vivo y nos hacen a los espectadores parte del acontecimiento. Por ejemplo, con pequeños detalles como la bienvenida con voz en off que va nombrando a modo de “pacientes” a los asistentes a la función. Lo cual funciona desde la dimensión de ser un juego con el público y a la vez, potencia la convención de lo escenificado, la situación central ocurriendo en una clínica.

Si bien al iniciar a las actrices se les percibía desconectadas a su acción y al código de representar a sus personajes, pues únicamente recaían en el artífice de cambiar las tonalidades e imágenes vocales, más adelante fueron ganando fuerza y compatibilidad entre ellas, generando que el público viaje todo el resto de la historia con cada uno de los personajes que iban representando.

Asimismo, el manejo de las luces y de los elementos en escena fueron bastante concretos y limpios; sin embargo, al dejar el espacio vacío con las dos actrices detrás del biombo generaba que se cayese la acción, perdiendo la atención del espectador. Dado que se tendría que revisar entradas y salidas o cómo sostener la energía en el espacio incluso desde la respiración o los sonidos corporales de las actrices, que más adelante sí que lo logra Kukuli Morante, quien sabe aprovechar sus herramientas como actriz, pero que pudo haber ido más allá en la composición y distinción de cada uno de los personajes a los cuales pasaba a representar, no solo un cambio de peinado, sino quizá una sutileza desde otra calidad de movimiento, sobre todo porque se le percibe capaz de hacerlo. Por otro lado, Dayana Reátegui sorprende por la agilidad, firmeza y dulzura que transmite sin caer en la necesidad del cliché. Ambas actrices juegan todo el tiempo y pasada la escena de los marineros, ambas se divierten, y se percibe y comparte porque se toman la libertad de aprovechan el error para seguir componiendo en la misma línea de acción, y con ello hasta conmueven.

En general, se sostiene un espectáculo divertido, agradable y entretenido, con sutiles golpes de reflexión para el espectador, sin la necesidad de instruir y dejando abierto el que quizá los vaya descubriendo cada que la escena se torna a oscuras.  

Conny Betzabé

2 de abril de 2023

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