Sociedad infecta
La película Amores Perros (2001) de Alejandro González Iñárritu marcó un norte
en la estética latinoamericana: el realismo como corriente artística. Desde ese
entonces, surgió en el cine esta tendencia. En el caso peruano, creo que la
película más cercana a esta corriente fue El
Premio (2009) de Alberto Durant, con Emanuel Soriano como protagonista. Tengo
que confesar que son poco frecuentes los montajes que se inspiran en la
temática del realismo latinoamericano, pero cuando sucede esto, es de felicitar
y más aún en el teatro. Abordar a la ciudad como un espacio que cuenta Historia
y nos interpela es una estética tanto del cine como del teatro muy atractiva. Por
eso quiero resaltar el trabajo de Fiorella Amaro Menéndez y Jair Leiva como dramaturgos
de tan arriesgada obra. La Ciudad de la
Muerte consistió en tres microobras que iré comentando a continuación.
En primer lugar, se presentó Un día de suerte. La temática fue muy
interesante, pues se cuestiona el valor universal de la moral y los sesgos de
la personalidad de ser humanos citadinos. Los diálogos fueron muy realistas y
crudos, y eso fue lo más atractivo del montaje. Michael Flores representó a
Alexandro y Paolo Pacheco interpretó a Oliver; personalmente me causó interés
el personaje de Oliver, pues era el que ponía cuestionamientos morales al hecho
de devolver el dinero o no, pero al mismo tiempo era confrontado por Alexandro
por su comportamiento titubeante. El mensaje potente sobre la doble moral es
muy interesante; por otro lado, los vestuarios, a pesar de ser convencionales,
fueron muy acordes con las complejidades de los personajes: Alexandro se vestía
mucho más descuidado que Oliver y esto tenía un sentido en la historia.
En segundo lugar, se presentó Un asiento cualquiera. Definitivamente
fue el montaje con el contenido dramático más original de la noche, debido a sus
elementos tan atractivos: una intriga que nunca se resuelve del todo y un final
totalmente inesperado. Es de felicitar a la dramaturga por haber logrado esto y
de manera condensada para un formato de microobra. José Ticse interpretó a
Samuel, un novio agresivo y celoso; Adriana Guerra representó a Mariana, joven
cándida, tierna y muy ingenua. No poder medir los límites hasta donde llega la
maldad humana fue la condena de Mariana. Y, finalmente, Jair Leiva representó
al personaje más intrigante, el Joven, que parecía ser un antagonista y hasta
un ladrón, pero hacia la mitad del montaje se convierte en un aliado y pieza
clave en entender la terrible historia. Me gustó que se abordara un tema como el
feminicidio de una manera limpia. Por otro lado, los vestuarios fueron
convencionales y urbanos pero específicos para cada personaje; así como el
efecto de la sangre, muy realista.
Y, finalmente, se presentó Por la amistad. Tengo que confesar y con
todo respeto, que la temática fue muy densa y confusa, así como el conflicto,
los antagonistas y qué objetivo tenía cada personaje. Eso sí, fue interesante
que en el fondo había dos historias que sucedían en paralelo, pero no conseguí desentrañar
con precisión cada una. También habría que anotar la proyección de voz en los
actores, pues por momentos no se entendían bien los diálogos. Por otro lado, el
montaje sí contó con mucho mobiliario muy diverso y realista. En suma, La Ciudad de la Muerte es un montaje que
se le puede catalogar de electrizante, a pesar de haber sido tan breve. La
microobra más potente fue, definitivamente, Un
asiento cualquiera. Pienso que este texto bien podría convertirse en un
corto cinematográfico y funcionaría también muy bien. Felicitaciones a Catarsis
Productora como ejecutores del proyecto y a Amaro Menéndez y Leiva como dramaturgos.
Enrique
Pacheco
1º de mayo de 2023
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