sábado, 10 de mayo de 2025

Crítica: CRÓNICA DE AMOR


¿Cómo amamos?

No es retórica la pregunta con la que inicio esta crítica: ¿amamos por instinto?, ¿amamos a regañadientes, o a pesar?, ¿amamos sin saber o sabiendo quizás muy profundamente? Este paso del tiempo del amor es uno de los puntos más destacables de Crónica de amor, la última colaboración entre la CTF y el CCPUCP, que haciendo gala de todo el repertorio creativo de la primera, nos transporta por una creación física colectiva tan emotiva como dura.

Los momentos iniciales de la obra sirven para establecer rápidamente la creación y el quebrar de una unidad familiar. Los dos padres, interpretados con simpleza y profundidad por Diego Sakuray y Margot Lozano, se conocen, intiman, casan y separan en el transcurso de una coreografía en las sombras que sirve para establecernos el tono peruano y del siglo XX de esta familia, así como la estructura de la obra: distintas unidades con su propio tono y herramientas de storytelling, enmarcadas en el clown y el teatro físico.

Así, a medida que avanzan los cuadros, vemos el reencuentro de una familia en diferentes juegos y estructuras. La abuela (Macla Yamada) y su nieto (Christian Ysla) haciendo origami, la madre y el hijo viajando en micro, la ilusión del hijo de una familia unida. El tono se siente fluctuante en cada una de estas piezas, a veces más grande o chico, a veces más gris y a veces más enmarcado en la nostalgia embellecedora de un niño. Las estructuras del piso delimitan de manera suficientemente libre para favorecer el cambio. Como buen insumo del teatro físico, la creación le ha permitido al elenco transformar el piso, los bloques, los muñecos y hasta el teatro de sombras en un mar de posibilidades cambiantes que el público acepta por la claridad en la que son presentadas incluso sin ningún diálogo. Como es de esperarse de la CTF y de su director Fernando Castro: la obra crea con el Teatro Físico en mayúscula, con entrenamiento y creatividad humana.

Entre estos cambios, los actores nunca pierden sus líneas y calidades de energía, se sienten consistentes en sus rasgos (apoyados por un acertado maquillaje) y nos permiten ver un abanico de emociones, desde la ansiedad sacrificada del Padre de Sakuray, la risa nostálgica de Lozano, o la autoridad de abuela latinoamericana de Yamada. Hay momentos un poco más lentos o con ritmos por desarrollarse, pero en general no hay un enlace débil, se llevan todos las palmas. Ysla, percibo yo a propósito, sí se ve ligeramente en código distinto a los demás. Esto, de hecho, ayuda mucho a la experiencia: al igual que nosotros, su personaje está experimentando estos colores y exageraciones del mundo físico por primera vez, su color aun no es tan fuerte pero sí lo son sus emociones, honestas con su realidad de niño en crecimiento.

El lente con el que el hijo va viendo el mundo se siente muy sincero. Esa palabra, “sincero”, me persigue un poco, pero creo que es la mejor define Crónica de amor. Es, efectivamente, el retrato de nuestro amor familiar. Es dramático, imperfecto, y sus finales no son el desenlace perfecto que quizás de niños queríamos ver reflejados en el amor de nuestros padres. Pero no por eso deja de existir, evolucionar, y decir muchísimo del espacio y las fuerzas que habitamos sobre nuestros padres e hijos: aquellos seres con quienes tenemos, muy probablemente, la relación más complicada de nuestras vidas. Sea el tipo de amor que sea, si seguimos amando a pesar del dolor que cargan nuestros cuerpos, ¿quizás no estamos eligiendo sufrir, sino vivir?

Crónica de amor deberá de estar, en años venideros, en las mismas conversaciones que tenemos sobre Los regalos. Increíble. Lleven sus risas, pero también sus pañuelos.

José Miguel Herrera

10 de mayo de 2025

miércoles, 7 de mayo de 2025

Crítica: LA CRISIS DE LOS 3 AÑOS


Sin peleas no hay reconciliación 

Las crisis de pareja están presentes en todo momento y son motivo de una dolorosa ruptura o un nuevo inicio. En esta ocasión, Gianfranco Mejía nos presenta una divertida y controversial obra de teatro, La crisis de los 3 años. La historia gira en torno a Mario y Luciana, una pareja joven que, después de tres años de convivencia, experimentan una crisis terrible. Sienten que ya no se aman, hay un aburrimiento inconsciente entre ambos, quienes discuten con mucha frecuencia. Esto llega a generar un desgaste emocional y como pareja, tomando decisiones que marcarán su vida y su relación para siempre. 

La puesta en escena refleja personajes cotidianos, con los cuales uno puede llegar a empatizar. Desde el inicio podemos distinguir la hostilidad entre ambos personajes, fruto de su rutina. Gracias a la interpretación de los actores, uno logra percibir los miedos, dudas y conflictos de la pareja. Durante el proceso de toda la obra, uno observa que la puesta en escena atraviesa por momentos de mucha intensidad: la situación de la pareja va escalando hasta un punto en el que parece que no hay retorno. Algo que es importante resaltar es que las discusiones ocurren de manera dosificada y están bien llevadas por la pareja protagónica, ejecutadas con mucha simpatía y dramatismo. También se puede notar instantes de comedia, que hacen que la obra sea no solo reflexiva y dramática, si no también divertida.

La dirección nos propone un montaje muy realista: Mejía, desde acciones sencillas y escenas cotidianas, hace que conectemos con lo que ocurre en la obra, logra desde esa cotidianidad generar también momentos de comedia que hacen de esta una obra de teatro muy amena. 

Las luces y escenografía contribuyen de manera acertada al objetivo de la obra, logrando transmitir el ambiente adecuado a la puesta en escena. En conclusión, la puesta en escena de La crisis de los 3 años nos regala momentos interesantes, dramáticos y divertidos, generando mediante esto reflexión y al mismo tiempo debate, una interesante obra que vale la pena verla. 

Javier Gutiérrez

7 de mayo de 2025

domingo, 4 de mayo de 2025

Crítica: Un, dos, juguetes… ¡Bondy!


El fabricante de ocurrencias

Rondaba el año 1956 cuando Sebastián Salazar Bondy estrenó en el Club de Teatro de Lima su icónico juguete Un cierto tic-tac. 69 años después, Trama Colectivo Teatral bajo la dirección de Manuel Calderón regresan la obra al Club junto a otro clásico de Bondy, El de la valija, denotando la Lima que alguna vez Bondy envisionó, y el ritmo que este impregnaba en sus juguetes para llegar a su público.

Salazar Bondy fue una figura siempre muy crítica de la sociedad y, en especial, de la ciudad que lo vio nacer: Lima, “la horrible”. Se desprende de sus comedias y juguetes, por ejemplo, las costumbres y tradiciones desde el ojo farsesco, y estas dos obras no son la excepción. El “doctor” aprovechándose físicamente del afligir de una mujer es retratado como el patético que es, una invisible “empresa” llena de nepotismo y reglas absurdas, etc. El envejecimiento de los textos (innegable en el caso de Tic-tac) no distrae del ingenio con el que Bondy lleva las situaciones. El elenco de Trama ha sabido, en turno, aplicar esta picardía instrumentalizada a su construcción física, los cuatro entran en tonos consistentes en su exageración de las calidades de la energía. Destacan en esta área Marco Soto en Valija, quien utiliza la rigidez para paradójicamente darle mayor plasticidad a su personaje, y Sara Carbajal en Tic-Tac, quien aprovecha la intensidad para jugar entre altos y bajos y mantener el ritmo.

Mencionando justamente el ritmo, esta es el área de mejora principal para la propuesta. El proceso por el cual vemos al “doctor” de Tic-tac decidir su objetivo está claro y se siente la progresión, pero aun se encuentra segmentado y podría volverse más fluido. Por otro lado, los textos largos de Valija son, en ocasiones, muy pausados y alargados, lo que hace que las invenciones de los dos hombres respecto al origen de la valija se pierdan un poco. Siendo las dos obras, como bien se dice, “juguetes”, el ping-pong entre las dos parejas elevará la propuesta para ambas partes.

La escenografía, más allá de los escritorios y cubos moviéndose, une también a los dos juguetes. Se marca el piso con un juego de Mundo/Rayuela (el mismo Calderón lo señala como ejemplo de “juguete”). Además, los actores colocan al inicio una máquina de escribir elevada, representando al mismo Bondy con el icónico detalle de sus fotografías. La máquina de escribir es un tierno detalle de homenaje que da mayor profundidad al espacio. El Mundo en el suelo es, por otro lado, un detalle del que me fui olvidando hasta que, durante la Valija, los actores hicieron más cuenta de la misma en sus coreografías de movimiento. Detalle que mejor incorporado podría añadir a la construcción física de los cuatro intérpretes y hacer sentir más el elemento “juguetón picaresco” de estas obras del maestro Bondy.

Bondy buscaba en sus críticas, a sentir de este crítico, no solo ser directo, sino también encontrar la humanidad y el origen de nuestro fallo. Desde la pasión de la señora tic-taquera, el hartazgo del doctor, el ingenio del vagabundo y la curiosidad del guardia más allá de su rutina, exploran estas dimensiones para nuestros fallidos y acriollados limeños. En honor a esa criollada y su deconstrucción, aplaudo el interés y esfuerzo visible de Trama Colectivo por hacerle justicia y darnos sonrisas junto a nuestro buen y recordado Gallinazo. 

José Miguel Herrera

4 de mayo de 2025

Crítica: MANCO


Historia cantada de una rebelión y muchas traiciones

Manco es una propuesta teatral que, con el formato de concierto escénico, nos conduce entre canción y canción, por un momento clave de nuestra historia: la rebelión de Manco Inca.

Cuatro actores y cuatro actrices alineados en sus respectivas sillas esperan el inicio de la función. Luego, de pie, cada uno frente a un micrófono y dando cara al público con su energía, la narración alcanza altos niveles de emoción. La dirección musical se hace sentir desde el primer momento, logrando una equilibrada armonía. Varios de los actores tienen experiencia en el teatro musical y aprovechan esa experiencia y sus buenas voces, pero esta vez con la fuerza dramática necesaria para el contexto.

El escenario y vestuarios negros, así como la discreción de los elementos que identifican a los personajes hace que la atención esté absolutamente centrada en los temas cantados y la carga emotiva de las interpretaciones. 

Cómo no felicitar a Gerson Borja, autor, actor y director de Manco, por el bien logrado trabajo, compuesto por varias canciones que desarrollan el tema de manera articulada, sin decaer en ningún momento. Los coros, dúos, tríos y solos se alternan con eficacia con los relatos, con un fondo musical de tonos andinos, técnicamente bien administrado.

A mitad del primer tema y viendo cómo se ajustaban los micrófonos, imaginé una escenificación en formato de teatro musical, con grandes desplazamientos y muchos recursos escenográficos, pero una vez planteada la propuesta escénica confirmo que eligieron el mejor formato y los casi setenta minutos se llevan bien de cara al público, como una clase cantada en coro y casi una interpelación a nuestro conocimiento de la historia.

En cuanto al texto, sin vano chauvinismo ni exagerado academicismo, el relato nos pone frente a una realidad inocultable: el principal factor de éxito de la conquista fue la tremenda división y profundos resentimientos en el imperio incaico. La vieja máxima - de autor desconocido - según la cual los enemigos de mis enemigos son mis amigos se aplicó una y otra vez: Atahualpa para vencer a Huáscar se apoyó en las etnias resentidas con los cusqueños y luego confió en los españoles; Manco Inca, para evitar a sus enemigos internos, se alió con los españoles y estos consiguieron luego diversas alianzas con pueblos indígenas para derrotarlo. Demasiado tarde se dio cuenta del engaño de los castellanos. Solo la puñalada final es una escena confusa y ante la imprecisión histórica nos quedamos con el símbolo de la traición. Pero no se trata de una clase de historia, sino, en palabras del autor-director, este concierto es "un viaje de emociones a través de los miedos del personaje y su camino a enfrentarlos". Un viaje de aproximadamente setenta minutos que nos deja lo que el teatro debe dejar al espectador: emociones y reflexiones sobre lo que somos a partir de nuestros antepasados.

David Cárdenas (Pepedavid)

4 de mayo de 2025

Crítica: ROCOLA HURACÁN


Un musical nostálgico

El director Mario Gaviria nos trae nuevamente una obra musical interdisciplinaria, escrita por Loko Pérez, y que promete mantener al público entretenido, al mismo tiempo que conmovido por cada acontecimiento que sucede sobre el escenario. 

Un restobar que se cae a pedazos; el dueño del local es un joven con salud frágil y problemas familiares; trabajadores que como empleados son buenos cantantes... a grandes rasgos estos son algunos de los elementos que le dan forma a la historia: un musical ambientado en una época de posguerra, cuando todo parece que está perdido, de alguna manera, el arte y la creatividad terminan triunfando, y no de la típica forma cliché.

La obra se desarrolló en la Sala Quilla, un ambiente bastante innovador que permitió a los nueve actores estar aún más cerca del público, lo cual, por tratarse de un musical, es bastante útil, pues conectas aún más con el momento.  Esto, sumado a la evidente preparación de todos los actores y actrices, que supieron llevar el ánimo del espectador, desde momentos tristes o de tensión hasta risas y carcajadas. Daba la sensación de que realmente se tratase de un concierto. 

Respecto al libreto, bastante contemporáneo y original, aborda un tema que nunca pasa de moda: el arte no muere, se transforma, muta, pasa por todo, pero no muere. Cada línea dicha por cada actor y actriz fue adecuada, nada se sintió que sobrara o faltara.

La escenografía fue también precisa, nada elaborada, con solo algunos elementos que le permitían al público ambientarse aún más en el contexto. Aprovecharon cada espacio del local, lo cual es bastante conveniente para ayudar al público a mantenerse atento a lo que pasaba, no sabías de qué parte del teatro podría aparecer el personaje.

Es una historia que apuesta por la igualdad en el mundo del arte; es decir, ninguna expresión artística es superior a la otra, no hay jerarquías, un sketch de clown o un concierto de rock son tan importantes como un concierto de música clásica.  Al final, arte es arte, y de alguna manera logran complementarse para llegar a algo aún más grande e innovador.  Nos demuestra que de eso se trata, de seguir transformándose y adaptándose, ser resilientes.

Barbara Rios

4 de mayo de 2025

sábado, 3 de mayo de 2025

Crítica: GREASE, EL MUSICAL


Talento iqueño sobre el escenario con aciertos y desafíos

El último sábado, Oficio Crítico asistió a la ciudad de Ica para presenciar la puesta en escena de Grease, el musical, a cargo de Chaplin Grupo Cultural. La propuesta, presentada en el auditorio del Colegio de Ingenieros, destacó por el talento local, el esfuerzo colectivo de su equipo y una puesta en escena ambiciosa. La dirección del proyecto estuvo a cargo de Yerson Luján Gonzales, mientras que Harold López asumió la dirección adjunta del montaje.

La obra apostó por una narrativa ágil y dinámica, con momentos bien definidos de comedia y drama. El musical captó la atención del público gracias a una historia conocida y un elenco comprometido. Desde el primer número, la música transportó a los espectadores a los años 50 con una propuesta basada en el rock and roll, el pop y otros géneros de la época, generando una atmósfera cargada de nostalgia. Sin embargo, la puesta en escena enfrentó algunos tropiezos técnicos. El diseño visual careció de una línea estética unificada, lo que dificultó la coherencia entre el diseño de la estética visual y la propuesta musical. Además, el uso irregular de herramientas tecnológicas —como proyecciones audiovisuales— generó interrupciones en lugar de enriquecer la experiencia. La iluminación, poco coordinada, no logró construir atmósferas definidas, y restó fuerza a varios momentos clave. El vestuario, en términos generales, fue adecuado al contexto temporal de la obra. No obstante, la inclusión de algunas piezas contemporáneas rompió con la convención establecida, afectando la verosimilitud del conjunto. Por su parte, las estructuras escenográficas cumplieron su función al ambientar el espacio, pero resultaron difíciles de movilizar. Los cambios entre escenas no tuvieron una fluidez constante, lo que evidenció una falta de preparación del equipo de tramoyistas. Asimismo, tuvieron ingresos a escena en momentos inadecuados que interfirieron con la acción dramática de los intérpretes. 

Desde el aspecto musical, la dirección estuvo a cargo del artista iqueño Andre Bonifaz, quien aportó solidez a la propuesta general. Sin embargo, el uso del playback restó espontaneidad a las interpretaciones y provocó una desconexión con la acción de las escenas. En varios momentos, la ejecución vocal no coincidía con lo que ocurría en el escenario, lo que afectó la credibilidad del montaje. La dirección coreográfica, a cargo de Kevin Juaze, mantuvo fidelidad al estilo del musical original. Pese a ello, algunas secuencias coreográficas se vieron limitadas por el reducido espacio escénico, lo que dificultó la fluidez y precisión de los movimientos. En este sentido, la dirección del montaje no logró adaptar las secuencias de movimiento a las necesidades del espacio escénico para lograr un óptimo desarrollo de la danza. El elenco artístico realizó interpretaciones sólidas, construyendo personajes con consistencia y presencia escénica. No obstante, el uso de estereotipos terminó por restarle profundidad al trabajo actoral y al desarrollo dramático, priorizando la forma sobre el contenido. Esto debilitó la intención de los textos y restó intensidad y coherencia a la acción dramática en momentos clave. A pesar de estas debilidades, el elenco logró establecer una conexión efectiva con el público, transmitiendo con frescura el espíritu festivo y juvenil que propone la obra.

En suma, el montaje representó un esfuerzo destacable por parte de Chaplin Grupo Cultural, que visibiliza el creciente talento artístico de Ica en el ámbito teatral. En escena estuvieron Álvaro Alarcón, Roma Campos, Cesar Guevara, Karina Felix, Alexander Galindo, Emely Lengua, Franco Bendezú, Esther Garavito, Kleber Martinez, Daniela Lengua, entre otros intérpretes.

Rubén Aquije
Ica, 4 de mayo de 2025 


Crítica: NÚMEROS


El peso de la espera 

Cada vez surgen nuevas formas de contar teatralmente cómo nuestra sociedad actual está en peligro y, sobre todo, cómo las injusticias que atraviesa nuestro país recaen directamente en los ciudadanos. Hace una semana tuve la oportunidad de ver Números, escrita y dirigida por Omar Leonardo, con actuaciones profundamente conmovedoras que atraviesan y confrontan al espectador. El elenco, conformado por Luciana León, Lucía D’Arrigo, Renée Cabrera y Daniel Barboza, da vida a una propuesta que estuvo presente en el Club Teatro de Lima.

Desde el inicio, el título le hace justicia al montaje. Potencia la propuesta de dirección y representa con fuerza lo que se ve en escena. En un primer momento, uno podría creer que se trata de un solo caso el que enfrenta la protagonista; sin embargo, con el paso de los minutos, emergen distintos “números” de casos, como una multiplicación de realidades que afectan al ser humano. Así se pone en evidencia cómo nuestras propias instituciones burocráticas terminan dándonos la espalda.

Nuestra sociedad, de por sí, ha incorporado la espera como parte de su rutina diaria, y eso se refleja de forma contundente en la obra. Es interesante cómo la dirección de Leonardo dialoga directamente con su texto, cuestionando la noción del tiempo y el acto de esperar frente a problemáticas que se viven de forma simultánea y constante.

Un punto de partida escénico muy logrado es el juego de miradas entre los actores. Esta elección genera una tensión palpable, casi silenciosa, que envuelve al público y lo obliga también a sostener la mirada.

Otro acierto es que los intérpretes se presenten como ellos mismos en escena. Esta decisión aporta una capa de realismo al drama que refuerza su impacto emocional. A ello se suma la convención escénica del cuadrado marcado en el suelo, dentro del cual se desarrollan las acciones: un símbolo potente que refleja monotonía, agotamiento y el sinsentido ante las injusticias sociales que parecen no tener salida.

En conjunto, Números es un montaje profundamente certero, que habla desde la verdad y con una propuesta escénica que, sin ser pretenciosa, golpea con fuerza. Es teatro que interpela, que incomoda y que deja huella.

Juan Pablo Rueda

4 de mayo de 2025

jueves, 1 de mayo de 2025

Crítica: HABÍA UNA VEZ… ¿CAPERUCITA?


Una aventura musical inolvidable 

Se estrena la temporada de la obra infantil Había una vez… ¿Caperucita?, escrita y dirigida por Gerardo Fernández, en el Teatro Esencia de Barranco. Esta vibrante puesta en escena, que deslumbró a grandes y pequeños en abril, continuará en cartelera todos los domingos de mayo y junio. Con irreverencia, fantasía y un poderoso mensaje final, la obra reinventa un clásico infantil al ritmo del rock.

La historia gira en torno a Caperucita, una niña curiosa, soñadora y amante del rock, quien entra en conflicto con su madre sobreprotectora y temerosa, que por prejuicio le impide seguir sus sueños. Con la complicidad de su abuela, y la compañía de personajes entrañables como un lobo que no come carne y solo quiere rockear, y un niño cazador que solo desea ser visto y escuchado, la obra desmonta los estereotipos del cuento original. Aquí, cada personaje revela su verdadera esencia y enfrenta los prejuicios que los limitan, en una comunidad que se transforma a través de la música y la empatía. El relato es ágil y entretenido, con un texto dinámico y comprensible para los más pequeños, sin perder profundidad ni sensibilidad.

Visualmente, la obra cautiva por su cuidada estética: el vestuario está lleno de detalles que refuerzan el universo de cada personaje. La escenografía, sobria pero precisa, permite una fluida transición entre escenas. Destaca especialmente el diseño de luces a cargo de Camila Battistolo, quien logra, con sensibilidad y precisión, que cada momento clave se intensifique con transiciones de color y efectos lumínicos que acompañan tanto la música como las emociones. 

El talentoso elenco, conformado por Pilar Rivera, Gessy Cochachi, Jorge Sánchez y Lucciano Murua, brilla en conjunto, con energía y entrega, bajo una unidad escénica que evidencia una dirección bien cuidada. Cada uno mantiene un registro vocal sólido y una presencia escénica constante. Las coreografías, bien integradas, se destacan por su energía y conexión con las pegajosas canciones, generando momentos de alto impacto y diversión en el público.

Había una vez… ¿Caperucita? es un viaje musical y visual encantador, pero sobre todo, una invitación a validar y luchar por nuestros sueños. Conecta a niños y adultos a través del humor, la música y la emoción, y es ideal para pasar un domingo diferente en familia. Aún quedan muchas funciones en esta temporada, así que no pierdas la oportunidad de dejarte sorprender por esta original y poderosa versión de un cuento que, esta vez, se canta y se transforma al ritmo del rock.

Abigail Salvador Jaime 

1º de mayo de 2025

Crítica: MI MADRE SE COMIÓ MI CORAZÓN


Un rito de sangre, memoria y sanación

En Mi madre se comió mi corazón, Kintu Galiano nos hace viajar a un espacio donde la maternidad, el deseo, el trauma y la herencia emocional se entrelazan como una danza ritual. La obra escarba en lo más íntimo con un lenguaje corporal cargado de símbolos, donde todo se transforma en metáfora y el cuerpo es un campo de batalla y de altar, de reclamos y perdones, de hacer honor a la que nos da la vida pero también dolor. 

La propuesta escénica es austera pero profundamente simbólica, lo que permite que toda la tensión recaiga en la actuación. Una silla, un chal tejido de heridas, un escenario con maskin tape blanco. Y es precisamente ahí donde brilla con intensidad Vania Accinelli, en una de sus interpretaciones más conmovedoras y complejas. Su entrega es absoluta: la fisicalidad que logra en escena no solo impresiona, sino que estremece. Cada gesto suyo parece dictado por una memoria corporal ancestral. Accinelli transita con maestría por estados extremos —la furia, la vulnerabilidad, la ternura más cruda— sin caer en el exceso ni la caricatura. Su cuerpo, a ratos animal y a ratos herida abierta, sostiene la dramaturgia como una columna viva. 

Galiano propone una dramaturgia donde más que contar una historia, la invoca. Los tiempos no son lineales, los vínculos no son seguros, y la palabra está expuesta a ser desgarrada. La dirección apuesta por una experiencia sensorial y emocional antes que narrativa, lo cual puede desafiar al espectador acostumbrado a estructuras más convencionales. Pero quien se deje llevar por ese trance teatral encontrará en esta obra una catarsis oscura y luminosa a la vez. Eventualmente, el texto puede dar la sensación de caer en algunas repeticiones, pero la actuación luminosa y visceral de Acchinelli logra que ese detalle se desvanezca. Su presencia sostiene, renueva y da capas a cada palabra, haciendo que incluso lo reiterativo cobre nuevos matices. 

El trabajo conjunto entre dramaturgia y actuación encuentra su punto más alto en una escena de confrontación directa con el pasado, donde la maternidad se revela tanto como potencia creadora como amenaza devoradora. Allí, el título de la obra cobra un sentido desgarrador.

Mi madre se comió mi corazón no es una obra cómoda, pero sí profundamente necesaria. Es teatro que no pide permiso, que incomoda para despertar, que exige una entrega tanto del escenario como del público. Y en el centro de ese huracán emocional está Accinelli, en estado de gracia, recordándonos que la actuación también puede ser un exorcismo. 

Porque sanar hacia atrás es también un acto de amor hacia adelante.

Una obra para el Perú, pero también para el mundo. Porque la herida es común, y la sanación, necesaria.

Alejandra Sierralta

1º de mayo de 2025

Crítica: SECRETOS


Confesiones en familia

Acaso podríamos enumerar algunas “reglas” que deberían seguir aquellos directores que se propongan llevar a la escena limeña divertidas comedias de salón, acerca de confusiones o secretos dentro de parejas o familias, y escritas por autores extranjeros: aprovechar por completo las virtudes que ofrece el texto, cuidar detalles de una posible “peruanización” de la puesta (o, mejor aun, no hacerlo), contar con actores carismáticos y versátiles, y especialmente, hacer la comedia elegida muy en serio. Muchos puntos mencionados los conoce de sobra el joven pero experimentado director Rodrigo Falla Brousset, que consigue un favorable resultado con su última puesta en escena, Secretos, estrenada en el siempre acogedor Teatro de Lucía.

Escrita por el dramaturgo franco-tunecino Éric Assous, la pieza nos presenta a una madura pareja conformada por Florencia (Sandra Bernasconi) y Gustavo (Sergio Paris), quienes reciben el encargo de cuidar a su nieto, mientras su hijo Lucas (Diego Salinas) y su esposa Macarena (Vera Pérez-Luna) se van de vacaciones. Sin embargo, un secreto revelado de manera inesperada (el primero de muchos) cambiará drásticamente la situación antes del viaje, afectando principalmente la relación de muchos años de Florencia y Gustavo. Se trata, ciertamente, de un texto que aborda nuevamente las infidelidades dentro de una pareja, pero que se las ingenia para ofrecer momentos muy divertidos, que la dirección sabe aprovechar muy bien. Quizás los muy pocos reparos lleguen con la adaptación a nuestra realidad nacional (¡esos guantes!, ¡ese reloj de cucú!, ¡la buena vida de un periodista jubilado!), pero que no perturban en demasía una divertida trama llena de revelaciones.

En cuanto al elenco, lucen intachables Salinas y Pérez-Luna, quienes no desentonan al lado de unos excelentes Bernasconi y Paris, ambos ya curtidos en estas lides: ella, como la aplicada discípula de Cattone en sus últimos años, manejando la comedia con destreza y sin desbordes; y él, viviendo cada momento de la historia como si fuera la primera vez, con una pericia que solo ostentan los maestros en improvisación. Con una escenografía funcional, y las luces y sonidos justos, Secretos cumple su objetivo de convertirse en una agradable comedia que funciona, porque sí que se toma en serio.

Sergio Velarde

1º de mayo de 2025