domingo, 9 de marzo de 2025

Crítica: EL DÍA QUE ABRAHAM DECIDIÓ MORIR


Cuando el pasado llama y todo el presente se torna borroso, creer en alguien se vuelve difícil

La obra de Paris Pesantes, dirigida por Omar Velásquez, reúne sobre el escenario a un elenco de seis actores (Enrique Otoya, Martín Velásquez, Ysabel Kamasakari, Roy Zevallos, Pedro Olórtegui, Juan Carlos Díaz, Franco Iza y Abigail López) para contarnos la historia de Abraham y el pueblo de Ulla, un lugar pequeño donde hasta el más mínimo secreto es sabido por todos los pobladores.

Abraham, un joven que después de once años decide regresar a su pueblo natal, Ulla, nos muestra sus miedos, dudas y frustraciones a medida que va reencontrándose con cada miembro del pueblo. Él regresó con la misión de descubrir el misterio sobre la muerte de su mamá; sin embargo, cada vez se le hace más difícil seguir adelante por la cantidad secretos que todo el pueblo guarda sobre sus mismos habitantes, causando la frustración no solo de Abraham, sino también del público, pues la obra está construida de manera que el espectador también forma parte de esta historia, como si fuera un poblador más de Ulla. No obstante, también nos plantea ciertas premisas, como el fin del mundo por el cambio al nuevo milenio, que se citan constantemente, pero no terminan de cerrar; es decir, no se entiende muy bien el por qué se las menciona o qué aportan a la trama.

Respecto a las actuaciones, todo el elenco estuvo muy parejo en cuanto a intensidad, energía e interpretación, y es el personaje de Iza quien trae el alivio cómico a muchas escenas, además de ser un gran soporte para Abraham. Del mismo modo, los diálogos también estuvieron interesantes, mantenían al público atento a lo que venía a continuación, aunque, como se mencionó más arriba, hubo ideas que se abordaron, pero no se cerraron; historias de algunos personajes que se abrieron, pero no terminaron o se sentía un poco que sobraba. Por otro lado, la escenografía fue ingeniosa: las piedras al borde del escenario le aportaban un buen toque y ayudaba al público a entender de qué lugar se trataba; al igual que los muebles un tanto desaliñados amontonados al final del escenario y cubiertos por una sábana, que daban la sensación de un lugar olvidado en el tiempo.

Finalmente, las escenas que más impacto causaron fueron las del inicio y final, que nos muestran cuál es la verdadera intención de Abraham, qué es esta crisis por la que está pasando, pero también lo deja a la libre interpretación del espectador; sobre todo, la última escena, pues no es algo explícito, quizás hasta podría tomarse como metáfora, pero igual de potente. De por sí, la obra en general tiene como uno de sus propósitos despertar en el público la reflexión en torno a un tema tan delicado como lo es el suicidio, lo aborda con respeto y sin prejuicios. Es de esas obras que te hacen pasar un buen rato, pero al salir de la sala te deja con reflexiones; es decir, una obra que vale la pena ser vista.

Barbara Ríos

9 de marzo de 2025

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