martes, 2 de enero de 2024

Crítica: MI FIESTA DE CUMPLEAÑOS


Una fiesta testimonial

La generación nacida entre los 90 y 2000 es de aquellas que ha podido vivir, entre otras cosas, el nacimiento y la inclusión de la tecnología en el día a día. Su servidora es parte de dicho grupo, y podría decir que nos ha tocado vivir lo mejor de dos mundos: por un lado, tuvimos una infancia llena de juegos grupales, en movimiento, con algunos sesgos (aún) conservadores. Por otro lado, hemos podido crecer casi al mismo tiempo en que se desarrolló la tecnología de alta gama que conocemos actualmente, la cual mejoraba a pasos agigantados con el pasar de los años. Tengo seguridad de que muchos milleanials estarán de acuerdo conmigo. Son precisamente algunas memorias de la infancia noventera las que son retratadas en Mi fiesta de cumpleaños, una creación colectiva testimonial y autobiográfica. Este montaje propone revisar la infancia de los cinco testimoniantes implicados, haciendo una conexión lúdica con lo que se han convertido en la adultez.

El elenco fue conformado por Rosa Victoria Chauca, Andrea Félix, Terina Flores, Jhoseph Palomino y Katherine Serván. Se trató de una propuesta inmersiva en la que el público fue parte de la fiesta de cumpleaños. Esta celebración se convirtió en el hilo conductor de la obra, pues cada actor fue “el cumpleañero”, a propósito de contar sus testimonios sobre lo vivido en aquellas épocas. Este montaje fue pensado a todo nivel, pues fue evidente que le dieron importancia a la experiencia del espectador desde el primer instante en que llegaban al Galpón. La decoración del espacio de espera previo a la representación fue conformada por globos y adornos de colores, además de tener una mesa grande llena de gaseosas y canchitas personales para cada asistente. Este fue un factor fundamental para contextualizar y preparar al público a la fiesta a la que realmente estaban asistiendo. Las direcciones por parte de la producción fueron muy claras, por lo que este montaje no solo fue una obra de teatro, fue una experiencia artística a todo nivel.

La fiesta, las dinámicas y testimonios de cada actor estuvieron contextualizadas en los noventa, pero eso no fue impedimento para que público de todas las edades pueda conectar con la obra. Es interesante el juego propuesto en el montaje, pues no solamente recrean dinámicas propias de la infancia de aquella época, sino que hay una constante conexión entre su historia de vida y la adultez que viven actualmente. Hay una profundización notable en cada testimonio, sopesada con los recursos intrépidos propios de una fiesta infantil. Al tratarse de una obra que parte de sus propias experiencias, la conexión del elenco fue constante, genuina y acogedora momento a momento. La precisión técnica en el manejo del texto, la corporalidad y el uso de elementos en escena estuvo impecable. El público no solo acudió a una fiesta, sino que ha podido conectar con una obra llena de intimidad, verdad y sentido lúdico, elementos que constituyeron una pieza artística lograda.

Esta propuesta es de aquellas que te permiten empatizar inmediatamente con el producto escénico mostrado. La experiencia, la calidad técnica y la claridad de la historia estuvieron en sinergia momento a momento. Es interesante cómo la obra te lleva de la mano a pensar en cómo la infancia se conecta directamente con los adultos que somos, incluso si ello te puede provocar risas y lágrimas en el proceso. En cualquier caso, este montaje fue un espacio seguro donde actores y espectadores pudieron sentir, jugar y recordar en comunidad.

Stefany Olivos

2 de enero de 2024

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