domingo, 14 de junio de 2020

Crítica: PARALELOS SECANTES


Nosotros, que nos queremos tanto…

“Y pensar que existen quienes creen que la felicidad es algo estático, una planta que se riega con cariño. Un día despiertan y ven a la planta ahogada por tanto riego implorante, mientras por el aire un breve pájaro azul migra sin detenerse a mirar a esos huérfanos, que tampoco se percatan de él.” Iván Thays, “Escena de caza” (1995)

En su segunda temporada de lecturas dramatizadas, “BUTACA Arte & Comunicación” puso en la cartelera virtual Paralelos secantes, obra del dramaturgo nacional Juan Manuel Sánchez, escrita en 1993 y ganadora del Primer Concurso de Dramaturgia Joven en 1999 convocado por el entonces Teatro Nacional del INC. Esta obra presenta la historia íntegra de una pareja, desde el enamoramiento hasta la separación, jugando con dos visiones paralelas de la misma: la de los personajes como niños inmersos en la dinámica de un juego, y la de ellos mismos como adultos a lo largo de los años que la relación dura. La dirección de esta lectura estuvo a cargo de Herbert Corimanya (quien también leyó las acotaciones en off) y su ejecución, a cargo de Mayella Lloclla y Luis Cárdenas Natteri en la parte actoral.  

La elección del texto de Sánchez es peculiar. Habiendo sido escrita hace 27 años y abordando un tema que, digámoslo así, rara vez gana concursos de dramaturgia en la actualidad, podría pensarse que Paralelos secantes no es una opción que resulte de interés para el espectador promedio. Sin embargo, “Butaca” volvió a apuntar bien, apostando por un texto que se mantiene vigente, precisamente por tratar sobre la naturaleza de las relaciones de pareja en tiempos postmodernos, y por hacerlo a través de una dramaturgia cargada de frescura y realidad. Quizás por estas mismas razones encontramos que esta obra ha sido montada en más de una ocasión (y no solo en Lima) a lo largo de sus casi 30 años de existencia. La visión en paralelo del juego infantil con la dinámica de pareja y los saltos temporales entre una realidad y otra, ofrece múltiples interpretaciones que cautivan al espectador y lo enganchan en esta historia.

La dirección de Corimanya encausa con fluidez la dinámica que propone la obra, entre el inocente juego infantil y la permanente negociación de la vida adulta en pareja. El director parece confiar y dejarse llevar por el instinto de sus actores, que alternan sin inconvenientes entre ambas realidades. Y he aquí la mayor dificultad que la obra ofrece: convencer al espectador de aceptar con la misma disposición el código infantil y el adulto. Creemos que esta lectura lo logra sin dificultad y este es un mérito importante tanto del director como de la pareja actoral. La dirección también parece haber cuidado el aspecto técnico de la ejecución de la lectura. El actor y la actriz miran a la cámara mientras dicen sus parlamentos e “intercambian” elementos a través de la pantalla, como si ambos interactuaran mirándose y como si no se tratara de una lectura dramatizada sino de una interpretación sin el auxilio del texto. Este detalle es doblemente valioso para maximizar la realidad de la experiencia. El uso de earphones de teléfono celular no significó problema alguno en esta ocasión, facilitando el movimiento de los ejecutantes sin mellar la calidad del audio. La estabilidad de la transmisión fue adecuada en general, a pesar de que, en la función a la que asistimos, hubo un abrupto corte en la señal del actor faltando apenas cinco minutos para el final. Afortunadamente, la actriz y el director resolvieron el inconveniente  para cerrar la lectura. Posteriormente, tras reincorporarse el actor a la conferencia y con la anuencia de los asistentes virtuales, los lectores repitieron el último pasaje de la obra. 

En cuando a lo actoral, “Butaca” acierta al apostar por la calidad y solvencia actoral de Mayella Lloclla y Luis Cárdenas Natteri. El trabajo de ambos es eficiente y parejo. La química que exhiben contribuye a generar la atmósfera de pareja entre los personajes, sobre todo durante la primera mitad de la obra. El juego infantil resulta entrañable para el espectador, quien entra con facilidad en el código de dos adultos interpretando niños. Si hubiera algo que observar es, quizás, la elección de estrategias durante las discusiones. Quienes lleven vida de pareja de años saben que se puede discutir y hasta insultar a los gritos durante una crisis. Pero saben también que las palabras más hirientes son también las más arteras, las que vienen del conocimiento de los puntos débiles del otro, de sus heridas sin sanar. Vienen en frases que se disparan como dardos envenenados, y se pronuncian con esmero, a cuentagotas, incluso en voz baja, desde la amargura y el dolor, y con la certeza de su poder destructivo. Una mayor dosis de ponzoña en lugar de gritos en los momentos de ruptura quizás hubiera contribuido a hacer más creíble el carácter definitivo e irremediable de estas peleas conyugales.

Esta lectura de Paralelos secantes nos recuerda, una vez más, que las relaciones humanas, como la vida, pueden ser efímeras como un juego de niños. Nuestros paralelos no se prolongan hasta el infinito teórico. Por el contrario, colisionan en algún punto y hasta sucumben, como nosotros mismos, al desgaste del tiempo. Ese tiempo que, por breve, es también invaluable. Y, en algunos casos, hasta hermoso.

David Huamán
14 de junio de 2020

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