lunes, 22 de junio de 2020

Crítica: EL ÚLTIMO BARCO


En el mar de Grau, muere un Barco

Pasa el tiempo y seguimos viendo que más personas involucradas al arte se suman al reto de contarnos historias a través de las plataformas digitales, pero esto no podría ser posible sin un texto de por medio. Por ello, es mérito resaltar la decisión del dramaturgo César de María, quien viene haciendo un gran aporte, al proporcionar varias de sus obras para ser interpretadas por medio de formatos virtuales, de los que aún no terminamos de acostumbrarnos, pero por el momento es la manera más cercana que tenemos con el teatro. En esta ocasión, Carnaval Colectivo es el encargado de presentarnos la lectura interpretada El último Barco, precisamente del autor antes mencionado, bajo la dirección de Neskhen Madueño y Ray Álvarez. Utilizaron la aplicación zoom.

Esta historia es muy interesante y emotiva, pues está basada en el accidente que en 1987 costó la vida de los futbolistas del club Alianza Lima. Los actores que nos llevan a sumergirnos en este drama son Augusto Mazzarelli (primer actor de Uruguay), Matías Raygada, Andrea Montenegro, Paco Varela, Gustavo Mayer, Omar Del Águila y el mismo Álvarez, bajo la producción de Karen Guiselle Patiño. El texto está centrado en el personaje de Andrés (Raygada), el protagonista, quien es un niño de 9 años, el cual tiene que enfrentar la crisis económica y familiar motivada por la muerte de su padre en ese accidente. El último Barco, nos lleva a un mundo imaginario e irreal, donde aparecen en escena los fantasmas de los futbolistas, el de Miguel Grau y hasta del bíblico Jonás.

En este montaje virtual, el uso de distintas luces en algunas escenas fue de gran ayuda, transportándonos a diferentes momentos dentro de este drama. Asimismo, el acotador cumple un papel de gran importancia para lograr, mientras va narrando, la atmósfera que se necesita en este tipo de formato. Por otro lado, la música dentro de la obra también cumplió un papel indispensable. Sin embargo, en alguna parte de la lectura, el acotador hace mención que el disco que pone la madre es el mismo que puso el niño al comenzar la obra, pero nunca se escuchó dicha canción al inicio. Al tener una duración de 90 minutos podrían haber utilizado algunos recursos sonoros, para dar esos respiros que se necesita en una historia larga y precisamente, por este medio que aún no terminamos de adaptarnos.

Al ser este tipo de formato, es ineludible mencionar que el actor tiene un trabajo corporal distinto, se podría decir, que es más facial; en tal sentido, cabe resaltar la actuación que tuvo Montenegro (madre, bordadora de escudos patrios), pues ella logró un trabajo impecable tanto en interpretación vocal como en interpretación facial–corporal, así como las actuaciones de Mayer (profesor) y Varela (Moisés Barco, padre fallecido); al primero se le sintió súper fresco y natural, mientras el segundo nos hizo vibrar en un monologo que tiene casi al final de la obra. A pesar de ello, hubo una parte donde cuentan que Andrés Barco (el niño) rescata a dos pescadores que estaban a punto de ahogarse, me llamó mucho la atención que uno de ellos salga con el cabello mojado y el otro, no; tal vez deberían ponerse de acuerdo para lograr una uniformidad.

Por otro lado, en algunas ocasiones utilizaban recursos muy teatrales para un medio que aún no termina siéndolo del todo, como el momento en que uno de los actores masca de manera exagerada un chicle, o eso se percibió, lo cual podría funcionar en un teatro, pero esto podría terminar desentonando con el medio que están usando o con la similitud de lo planteado; asimismo, se percibió un silencio prolongado en un monólogo final del niño.

Si bien es cierto, todo esto sigue siendo una experiencia diferente, no se debe perder el cuidado que debemos tener con el público, deben tomar en cuenta algunos aspectos para mejorar la transmisión de esta. Tal vez, la persona que maneja el host, antes de iniciar la función, puede mantener al público con una pantalla de instrucciones donde pidan que apaguen sus cámaras y audios, evitando de esta manera que ocurra lo sucedido en la lectura de El último Barco, donde por ciertos momentos el público se confundía con los actores que estaban leyendo la obra. Podemos decir entonces, que ya no debemos cuidarnos por si suena un celular en plena función, sino que aparezca la cara de alguno de los espectadores, rompiendo así la atmósfera que todo actor necesita para continuar con la función.

En general, El último Barco está muy bien contada e interpretada por todos y te invita a sumergirte en la historia, a excepción de algunos instantes en donde se evidenciaba por parte de algunos actores el truco de apagar y leer en la pantalla, terminando por recordarnos que no estamos viendo una historia, sino que la están leyendo.

Me quedo con dos cosas importantes que percibí en esta obra: el presentimiento que siempre tiene una madre cuando su hijo está en peligro; y la inocencia de un niño, quien no muestra maldad alguna. A pesar de saber que su abuelo no lo quiere, es capaz de arriesgar su propia vida por no poner en riesgo la del anciano.

La obra se ha extendido por dos funciones más (26 y 27 de junio).

Milagros Guevara 
22 de junio de 2020

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