miércoles, 18 de marzo de 2020

Entrevista: DIEGO CARLOS SEYFARTH


“El arte es una gran arma social”

Ganadora del Festival Sala de Parto 2015, la pieza escrita y dirigida por Sebastián Eddowes, El rancho de los niños perdidos (2019), tuvo que esperar varias años para su estreno oficial. Su actor protagonista, Diego Carlos Seyfarth, fue recompensado con el premio del público como el mejor actor en la categoría Drama por la encuesta publicada en Oficio Crítico. “El único artista en mi familia fue mi bisabuelo, que fue pianista y vino de Alemania al Perú en un barco y se dedicó a la música, tocaba en bares como pianista y terminó dando clases, pero esa fue la única referencia artística en mi familia,” comenta Diego Carlos. “Desde muy pequeño en el colegio siempre me dediqué a la música, toqué varios instrumentos, batería, percusión; el teatro no era lo mío en ese entonces, me dedicaba más al deporte y a la música; lo que sí me gustaba hacer era imitar a los profesores, tenía esa facilidad, todos se mataban de la risa, era muy movido.”

En tierras alemanas

“Yo tengo ascendencia alemana, así que quise ir allá a aprender el idioma”, afirma Diego, quien viajó teniendo diecisiete años a vivir a Bonn y cumplió parte del Servicio Militar. “Estaba defendiéndome muy bien con el idioma, pero no sabía qué hacer, estudié Hotelería y Turismo, y por varios años estuve trabajando en cadenas de hoteles conocidas, hasta que me aburrí.” Gracias a su talento innato por la música estuvo en varias bandas como baterista y percusionista, tocando en varios conciertos, en paralelo con su trabajo hotelero. Es entonces que le llama la atención la energía tan especial que había en el escenario. “Compartir mi arte con el público es algo maravilloso, pero ¿qué más puedo hacer?,” se preguntaba. Diego  prefirió dejar la música y entrar al mundo de la actuación, ingresando en el 2008 a una destacada escuela privada de actuación, en la ciudad de Siegburg, llamada Studio Bühne Siegburg; y en el 2010 a la universidad de artes Alanus Hochschule für Kunst & Gesselschaft en Bonn, para el estudio de arte dramático Diploma of Arts.

Diego  estuvo en constante formación artística y luego de cuatro años se recibe como actor profesional. “Tuve excelentes profesores, como Dieter Braun, quien aplicó mucho la enseñanza de Chéjov, de Kleist, de Stanislavski, un poco de todo; es una persona sumamente estricta y que te confrontaba contigo mismo, decía que había que sacar todo lo tuyo, te aplicaba la memoria emotiva antes de subir al escenario; como acting coach le dio clases a Kate Winslet en Australia.” Otro profesor importante fue Michael Schwartzman, quien estudió en el École Internationale de Théâtre Jacques Lecoq en París. “Hicimos teatro de máscaras y comedia del arte”.

Posteriormente, Diego comienza a audicionar a los principales teatros y es contratado en el Teatro Nacional de la ciudad de Bautzen en Sajonia, en donde participó en numerosas puestas en escena durante tres años. “Experimentas realmente lo que es la vida teatral tradicional, comienzas a ensayar, estrenas y a los dos meses ya estás ensayando la siguiente obra; son ocho obras por temporada, no tienes vida (ríe), vives y respiras teatro; además, convives con muchas personas, con el elenco formal de veinticinco artistas de diferentes partes.” Fue una experiencia increíble, ya que le sirvió para aplicar todo lo que había aprendido. “Y bueno, cada cierto tiempo me daban permiso en la medida de lo posible para participar en rodajes de series policiales; tengo una representante en Hamburgo que me facilitaba todo eso, pero ahora no estoy tan activo, porque estoy acá; a veces me manda castings online, pero es complicado si no estás allá.”

De entre todas las obras que Diego realizó en Alemania, recuerda con emoción la adaptación de la cinta Atrapado sin salida (One Flew Over the Cuckoo's Nest, 1975), película de culto esteralizada por Jack Nicholson, en la que interpretó nada menos que al indio “Jefe” Bromden. “Me pusieron una peluca muy larga y me maquillaron de una manera particular,” recuerda. “Toda la obra se contaba desde la perspectiva de Bromden, había monólogos que relataban las vivencias en el manicomio y lo que representaba McMurphy, que simbolizaba la libertad, lo ve como un aliado para escapar.” Debido a la coyuntura social y cultural en Alemania Democrática de ese entonces, esa obra en particular representaba mucho para la gente de esa zona del país: el manicomio representaba a la Alemania Oriental y para la gente había una necesidad de escapar. “Fue un gran reto hacerlo, no tenía mucho texto, pero estás presente en todas las escenas de la obra, es estar presente y no estar presente, como un fantasma; eso fue un gran reto, pude aplicar esa energía de no hacer nada y hacerlo todo; así es la escuela alemana, que vive de la contención, la convención de las miradas, de la energía, el impulso creador.”

La rutina de trabajo para Diego fue extenuante, pero provechosa para desarrollar sus aptitudes actorales: las temporadas duran un año y cada una consta de ocho obras en promedio, en las que los actores se van turnando e intercalando ensayos y presentaciones. “Eres como un soldado del teatro, para eso tienes apuntadoras que trabajan contigo, que te siguen la lectura; tienes toda una infraestructura y trabajo todos los días, si no te toca actuar, te toca ensayo”. El horario de trabajo es de 10 am. a 2 pm. y después de 6 pm a 10 pm., siempre ensayando o en función. “Estás trabajando a un ritmo muy fuerte, pero la gente consume mucho teatro; hay una tradición teatral de hace muchos años; el teatro en que yo trabaja tenía más de 800 años, había sobrevivido dos guerras mundiales y bueno, para mí fue un honor formar parte del sistema teatral alemán.” Actuar en alemán fue un reto. “Sobre todo a nivel fonético, es hablar el alemán sin acento; yo aprendí alemán recién allá, pero gracias a la facilidad auditiva que tengo, pude asimilarlo muy bien, eso me ayudó bastante.” La lista de obras que interpretó es variada, con autores de importancia capital como Goethe, Schiller o Hoffmann. “Para mí, es un honor interpretar obras de estos autores, también baladas en alemán; el idioma es hermoso, es un idioma duro, pero muy poético y muy exacto para describir emociones.”

De vuelta a casa

¿Qué trajo de vuelta a Diego Carlos al Perú? Pues el amor hacia la destacada actriz Karina Jordán, con quien compartió roles en la teleserie VBQ, todo por la fama. “Es que alguien tenía que ceder (ríe); le dije que aprenda alemán y que se venga a actuar acá,” bromea. “Queríamos sacarnos el clavo, teníamos bastante tiempo a la distancia, vine por trabajo y tomé la decisión correcta en la vida y el destino se encarga de lo demás, de recompensarte por eso.” Diego ha tenido, desde su regreso, una presencia constante en teatro, cine y televisión. “No tenía tanta experiencia en la televisión, pero sí estoy participando en obras; mi pasión es el teatro, yo comparo el teatro con la música: el teatro es el concierto en vivo y la televisión, las grabaciones de estudio.” En el 2018, participó en la interesante San Bartolo en el Teatro La Plaza y actuó en la pantalla grande en No me digas solterona.

“Primero, un buen actor de teatro debe saber relajarse,” afirma Diego Carlos. “Segundo, debe saber escuchar; y por último, conservar la mística.” Por otro lado, como características de un buen director de teatro, afirma que “tiene que tener un buen nivel de observación, debe ser muy empático, tiene que respetar los tiempos de sus actores y en verdad, escuchar, darte la mano.” Considera además, que actor y director deben trabajar juntos, porque un director que explica y ordena todo no lleva a ningún lado. “Los dos son un equipo, tanto los actores como el director necesitan proponer, escribir, borrar y volver a escribir, construir para después destruir.”

La dirección no es ajena para Diego, ya que dicta talleres en los que comparte sus aprendizajes y experiencias. “De los alumnos yo aprendo mucho, por ejemplo, yo conozco la obra y propongo jugar, observar y ver lo que está pasando y en base a eso, dar nuevas ideas, nuevos impulsos y del mismo impulso de ellos, salen cosas increíbles.” Obviamente, los actores, en sí, no se dan cuenta de sus logros en escena. “Porque su trabajo es proponer, sentir y ser honestos; para eso está el director, él identifica eso y dice ‘grábalo’, ya ve uno cómo regresa a esa repetición y generar esa emoción.” Diego  reconoce que sí le gustaría en algún momento dirigir actores, pero no es una necesidad. “Estoy más concentrado en la docencia y en dictar clases, haber podido convalidar mi maestría, que para mí es algo excelente, porque también siento que estoy contribuyendo a mi país, he podido acceder a una formación muy buena y me gustaría compartirla con los chicos que realmente lo necesitan y que estén interesados.”

Gracias a su participación en San Bartolo, su codirector Alejandro Clavier le recomienda a Eddowes que tome en cuenta a Diego  para el personaje del director de cine Alexander Porfirievich Zinatov en El rancho de los niños perdidos. “Me escribió, me mandó la obra, nos comunicamos, la leí y le dije que esta obra tiene que ser montada, es genial,” recuerda Diego “Sebastian (Eddowes) es muy prolijo en su trabajo, la obra estuvo en un proceso de renovación, de fermentación, por así decirlo; él fue muy ambicioso con el proyecto; como director, te da mucha libertad y confía realmente en sus actores, aun si conocernos mucho al comienzo , realmente entregó su bebé en nuestras manos.” El elenco estuvo integrado además por los actores Sebastián Ramos y Jorge Black. “Excelentes compañeros, con una gran sensibilidad artística, fue maravilloso trabajar con ellos; probamos varias ideas y lo bonito y lo genial es que el texto era de Sebastian, el autor y el director a la vez, es decir, no había lugar a duda: esto es así y esto es lo que quiere decir; cómo lo dices, qué acción tomas tú para decirlo, pues es tu decisión; ensayar fue buenísimo, un trabajo exquisito de verdad.” La temática de la obra de Eddowes también fue del agrado de Diego. “Me sentía muy identificado con toda la temática de las ideologías, yo he vivido más de tres años en la ex Alemania Oriental y he estado rodeado de ex comunistas o comunistas frustrados; eso me ha servido mucho también para construir este personaje; si bien es cierto, yo no tengo la edad de ese personaje, ni la experiencia, esa vivencia me ha ayudado a conectar con su realidad.”

Paralelamente a los ensayos de El rancho de los niños perdidos, Diego  culminaba la temporada de el musical Todos vuelven, un musical para el Perú de Preludio, bajo la dirección de Carlos Galiano. “Él es muy sistemático, ya tiene un concepto muy claro, una ruta trazada; pero sin embargo, es muy abierto a nuestras sugerencias.” El musical requirió de una gran logística, ya que en escena aparecían más de veinticinco actores y bailarines. “Todos esos artistas variados tenían que interpretar escenas, Carlos tenía que exigir a los actores cantar, además de fusionar el canto con el baile y todo esa producción fue una tarea muy ardua, pero él siempre fue muy acertado, muy prolijo en su manera de trabajar; lo hizo muy bien, con mucha perseverancia y mucha pasión; Carlos es mi amigo, lo felicito, fue un gran trabajo.”

En este 2020, Diego Carlos seguirá dictando talleres de actuación y estará presente en nuestra cartelera teatral. “Vamos a reestrenar Todos vuelven, un musical para el Perú, y también El rancho de los niños perdidos, este último en octubre en el Centro Cultural Ricardo Palma; además, vamos a ver si nos vamos afuera con esta obra, porque se presta para la itinerancia.” En el apartado musical, continuará con presentaciones con su banda The Auroraz, con canciones originales en inglés. “Busco promover un poco la cultura rockera, que se está yendo abajo un poco (ríe); creo el arte es una gran arma social, es la única manera que podemos ser empáticos; vivimos en una sociedad muy apática, hay una gran falta de empatía, de no ponerse en el lugar del otro; yo quiero transmitir a mis alumnos que cambiemos eso por medio del arte, para mí eso es una necesidad,” concluye.

Sergio Velarde
16 de marzo de 2020

1 comentario:

Celia Forbes dijo...

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