Esa niña soy yo
El montaje de La
Coleccionista y la Buscadora Perdida se estrenó en el marco de un Segundo Festival
de Teatro para la Infancia Alelí, junto a un público pequeño, pero fiel. Desly
Angulo, gestora cultural del grupo La Cuarta Maraña y el director y encargado
de la música Daniel Zárate dieron la
bienvenida al espectáculo.
Las actuaciones
estuvieron a cargo de Ana Santa Cruz, reconocida por su exitosa puesta en
escena de Máxima, protectora del agua, como la Abuela y Claudia Ripas Castañeda
como la Niña; la primera, una anciana perdida en la imaginación de esta última.
El montaje abordó los límites de la imaginación infantil y la necesidad de la
identidad en contextos de alegría. La dramaturgia fue muy interesante por los
recursos materiales y narrativos que usó. En primer lugar, el simbolismo de las
diversas acciones fue muy atractivo durante toda la obra, así como la sorpresa
que produce; la niña atraviesa una serie de obstáculos en su imaginación, antes
de dar con su objetivo: buscar a su madre. La escena más emocionante se
desarrolló durante el encuentro y sorpresa al encontrarse ambos personajes,
pues fue realmente sorprendente y la manera cómo lo narraron las actrices con
sus acciones fue hermoso.
Por el lado estético, Daniel
tuvo a cargo de la música en vivo, la que consistió en una serie de
herramientas de cuerda. Estas emitían sonidos muy onomatopéyicos básicos sobre
el río, la piedra, la lluvia, la respiración etc., y si bien no fueron muy
impresionantes, sí funcionaron en la obra. En cuanto a los vestuarios, estos mantuvieron
una tonalidad verde algo tenue y poco resaltante. Pero la utilería sí fue
original, pues el personaje de Claudia tuvo encuentros con diferentes seres,
como una Piedra o un Río, y los materiales que se usaron para representarlos
demostraron un gran trabajo de creatividad de la producción.
Lamentablemente, La
Coleccionista y la Buscadora Perdida formó parte de un festival que tuvo que
cancelarse por nuestra actual emergencia sanitaria; pero sí fue un montaje
inteligente, lleno de simbolismos y una bella moraleja.
Enrique Pacheco
21 de marzo de 2020
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