viernes, 13 de marzo de 2020

Crítica: VARIETÉ CHOPIN


Cuando los cuerpos y las voces evocan emociones

Generalmente, los espectáculos teatrales son dirigidos por un director de escena. La función principal de este radica en el montaje de la obra. También, es el encargado de escoger a los actores y actrices para organizar el espectáculo. Por otro lado, existen las creaciones colectivas, que también son dirigidas por un director de escena, pero, en este caso, el director funciona como un líder coordinador del espectáculo. En otras palabras, el montaje recae sobre todos los miembros de la actividad teatral y el director solo ordena lo que cada intérprete  brinda a la obra en cada ensayo e improvisación. Este es caso del hecho teatral Varieté Chopin, dirigido por Mateo Chiarella Viale e interpretado por los actores y actrices de La Comparsa Patafísica. En esta ocasión, el espectáculo cuenta con una corta temporada hasta el 15 de marzo (jueves a domingo) en el teatro Ricardo Blume.

Los intérpretes no cuentan la historia del compositor polaco según la estructura aristotélica, como la mayoría de los espectáculos de occidente. Sino que, en este caso, los creadores deciden arriesgarse a mostrar algunos elementos de la vida de Chopin desde un punto de vista surrealista y mezclando teatro, música, danza y poesía. En ese sentido, al no presentar cierta estructura aristotélica, en la que el espectador puede inferir qué va a suceder con el protagonista, la obra permite que este se sorprenda por las diferentes performances que posee.

La obra no inicia con la típica voz en off de apertura que se dice en la mayoría de los teatros, sino que alguien del público lo lee. Esto anuncia que la obra va a tener un pequeño acercamiento con el público y más adelante, eso sucede. Pues en el desarrollo de la obra los actores y actrices juegan con el público: ambos se divierten.

La escenografía es simple, pero surrealista. El piso es negro y sobre esa base se traza una espiral blanca. Muy aparte de los posibles significados que se le puede brindar, el efecto que se lograba crear cuando alguien se paraba sobre el centro de dicha espiral y saltaba era mágico, parecía de otro mundo.

Por otro lado, la mayoría de los intérpretes poseían un buen dominio corporal. Cada vez que se lanzaban al suelo, no se escuchaba esos sonidos toscos que indican la falta de control del peso. Sobre esto, lo más resaltante es que, en cada movimiento que realizaban y no tenían ningún texto hablado, sus cuerpos expresaban cosas y el espectador disfrutaba. Así mismo, cada uno manejaba una técnica vocal increíble. Sus voces se proyectaban por toda la sala del teatro. Además, cuando la actriz de la compañía interpretó la canción al centro de la espiral, no era necesario saber el idioma para descifrar todo lo que intentaba decir. Cada palabra bien entonada tocaba el alma del espectador: era una comunicación en el plano emocional más que hablado. Sin embargo, en algunas ocasiones habían textos en el que no le brindaban alguna intención a la palabra. Pero eso no quita el gran desenvolvimiento vocal de los intérpretes.

Varieté Chopin es una obra que nos permite repensar el hacer escénico. ¿Tomar como estímulo un texto ya existente para crear o arriesgarnos a tomar nuestros estímulos internos para crear? Ambos casos son válidos, pero esto ya depende del artista creador. Para finalizar, el espectáculo es como un cuadro surrealista o alguna partitura de Chopin que pertenece al rango de las obras en la que el espectador no debe entender, sino simplemente disfrutar.

Elio Rodríguez
13 de marzo de 2020

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