martes, 11 de febrero de 2020

Entrevista: ANA SANTA CRUZ


“Toda mi vida en el teatro ha sido una lucha”

Los espectáculos de títeres no deberían ser subestimados y además, considerados como un arte menor; justamente, artistas como Ana Santa Cruz, ganadora del premio del jurado de Oficio Crítico por su destacada labor en Máxima, Protectora del Agua (2019), le hacen justicia a una técnica artística que puede alcanzar contundentes resultados como formadores de públicos. “Entré de forma casual y un poco extraña al mundo del teatro”, comenta. “Y es que mi papá es ingeniero, aunque ya no ejerce; mis tíos, también; y el arte era cero en mi casa”. Ana recuerda que su madre era más sensible, pero que lamentablemente falleció a edad muy temprana. “Pero los conocimientos que me dio mi mamá, que era profesora, me ayudaron; nos ponía siempre a leer cuentos, a escuchar música clásica; de alguna forma, creo que eso habrá influenciado en mí, pero creo que también es producto de la rebeldía, porque llego a estudiar Ingeniería solo durante un año.” Como en muchos otros casos, Ana tuvo que defender su verdadera vocación. “Fue una revolución que yo me salga de la carrera; toda mi vida en el teatro ha sido una lucha, de rebelarme; yo disfrutaba, estaba feliz, porque hacía lo que quería; yo siempre había hecho lo que me habían dicho, hasta que en un momento digo ¡ya no!”

Remando contra la corriente

“En el colegio no participaba de las actuaciones, era muy tímida, me daba un poco de vergüenza, nunca actuaba”, recuerda Ana. “El despertar fue de un momento a otro, por diversos motivos: yo me salgo de la carrera, tomó la decisión de salir, porque me dije que eso no era para mí, no soy buena en Matemáticas.” Ana tomó la decisión de no contar nada en casa y hacerlo a escondidas. “Empecé a dejar de ir a clase; iba a la universidad, pero me quedaba en la biblioteca y leía novelas, cosas de literatura y volvía a la hora que se suponía acababa mi clase”. Para poder tener ingresos, estudió Técnica en Educación Inicial para ser auxiliar y ayudar en un salón de inicial, siguiendo quizás los pasos de su madre. “También asistía a conferencias y recitales, a espectáculos de teatro que eran gratis, como en el BCR, ahí vi a Edgar Guillén, a José Carlos Urteaga, con un monologo de Vallejo; me fascinó, fue el primer lugar en el que vi teatro.”

Ana asistió también a un taller en el Centro de Lima, alrededor de 1988, con un profesor extranjero cuyo nombre no recuerda. “Fui a una clase modelo, veía a todos moviéndose en e espacio; a mí me encantaría tirarme al suelo, pero no me atrevía y ese taller me ayudó a romper esa timidez.” Si bien el mencionado taller era introductorio a la actuación, estaba más dedicado al trabajo corporal. “La idea era romper el límite que todos podemos tener para expresarnos todos esos tabúes, fue como una liberación, no solo física sino mental y emocional, y ese fue el punto de partida; después de ese taller, yo ya me puse a buscar.” Precisamente, el asistente de este profesor era un muchacho de la ENSAD y es así que Ana se entera que existen escuelas en las que se enseñaba Arte Dramático.

Escuelas de actuación

Ana comienza así un periplo para encontrar lugares donde estudiar actuación y llega en primer lugar, al Club de Teatro en Miraflores. “Ahí conocí al señor Reynaldo D’Amore, un hombre  hermoso, me encantaban sus clases, me enseñó actuación.” Ana recuerda mucho la tranquilidad y sabiduría del finado director del Club. “Te daba mucha seguridad, podíamos ser todos aficionados, pero te daba confianza; siempre decía que disfrute el momento, que aprenda y me lleve eso conmigo”. Ana recuerda también con mucho cariño a su otro profesor de actuación José Roldán y a la señora Zarela Ruiz, quien todavía trabaja como secretaria en el Club. “Siempre amorosa conmigo”, afirma. “Incluso con las pensiones (ríe), te avisaba con tiempo, tan tranquila; muchos años después, cuando he ido con mi afiche y con mis chinches para pegarlo en el Club, siempre nos saludamos”.

Como Ana ya sabía de la existencia de la ENSAD (a raíz del taller que llevó), postuló e ingresó. “Duré un año ahí, llevé solo dos ciclos, con Rafael Sánchez y después con Aristóteles Picho.” Uno de los trabajos que más recuerda fue la puesta en escena del cuento El cangrejito volador de Onelio Jorge Cardoso. “Todos la hicimos en primer ciclo, éramos muy jóvenes, es un cuento que después he hecho con mi repertorio; me encantó, lo actuamos y como todos eran animalitos, trabajamos mucho la expresión corporal; fue un trabajo muy físico y muy tierno.” Si de profesores exigentes se trata, Ana reconoce que Picho fue uno de ellos. “Tenía carácter, disciplina, yo espero que hayan cambiado las cosas en la ENSAD, porque en ese tiempo no había mucha disciplina y eso no me gustaba.” Y es que, recordemos, Ana venía de una casa con mucha disciplina y muy con un papá muy exigente. “Había mucho relajo, a veces los compañeros no iban a clases.” Sin embargo, rescata el haber conocido a Picho. “Rescató la disciplina y su técnica de actuación para construir personajes; él nos perfilaba muy bien, éramos como veinte y él se dedicaba a cada alumno.” Muchas veces, el propio Picho asumía el rol de actor en sus clases. “Eso me gustaba; además, había ido a verlo en teatro y cine, le tenía una gran admiración como actor.”

“Para mí, el TUC fue lo mejor que me ha pasado en lo referente a lo teatral”, asegura Ana, quien estudió allí del 90 al 92, aunque en el 93 culminó con su proyecto final de dirección. “Me acuerdo de todos los profesores; pero uno que yo quise mucho y del que aprendí mucho también, fue José Enrique Mavila.” El recordado director y dramaturgo, además de ser un teatrista muy querido y respetado, fue el primer peruano en recibir un trasplante de corazón. “Lo adoraba, era muy divertido, su sentido del humor, tan ácido; y cuando terminábamos de ensayar, empezaba una hora de chisme (ríe), hablábamos de lo que se nos daba la gana, nos hicimos muy amigos.” No obstante, como profesor sí era muy estricto, especialmente con el trabajo corporal. “Antes de tenerlo como profesor, se decía que cuando gritaba, temblaba todo el TUC, su grito se escuchaba hasta el portón; pero a nosotros nos tocó el José Enrique post-trasplante de corazón; cuentan los que lo conocieron antes, que había cambiado mucho de carácter, pero eso no quitaba que fuera ácido, irónico y hasta mordaz.” Y si bien ya no gritaba, Ana recuerda que sí retaba a sus alumnos. “No te quiero con tanta morisqueta, nos decía, naturalito nomás y dices tu texto, tranquilito nomás.”

Los egresados de la promoción del TUC en la que participó Ana se pueden contar con los dedos de una mano. “Tengo el gusto de que varios se han desarrollado profesionalmente y han llegado muy lejos, soy de la promoción de Óscar Carrillo, Liliana Trujillo y otras dos compañeras que viven en el extranjero y que ya no se dedicaron al teatro”, nos cuenta. “El TUC era muy estricto, son tres años en donde no podías faltar, no te podías enfermar y si te habías enfermado, era irrecuperable; podías regresar, pero otro año, ya que eran clases vivenciales.” El TUC contaba también con talleres especiales en verano, que no estaban dentro de la currícula. “Me tocó hacer clown y al siguiente año fue dirección, no había vacaciones, pero como yo venía de un mundo en el que todo era disciplinado, para mí era una liberación”.

Los títeres y su importancia

“Hice un taller de títeres y máscaras con Walter Zambrano, ese fue mi primer acercamiento”, recuerda Ana. “Las hacíamos como un medio para usar la voz: aprendí a respirar, a proyectar la voz  y aplicar la técnica del actor y direccionarla a los títeres y las máscaras; el taller de Walter era muy completo.” Ana confeccionaba sus propias máscaras e hizo su primer títere, de manera intuitiva. “Hice un títere muy bonito, hicimos improvisaciones y pequeñas historias, donde el eje principal, era el uso de la voz, además.” Ana recomienda acercar a los alumnos de Actuación a los Títeres con técnicas novedosas, donde el titiritero-actor también sea protagonista, estar a la vista del público y tener una presencia escénica. “Pero claro, el actor no es el protagonista, sino los títeres o el objeto inanimado que le está dando vida”, sostiene. “Yo empecé con guante, pero mi caso es particular, porque descubrí algo muy especial en los títeres, pero eso no es lo habitual, a los actores no les interesa mucho los Títeres”.

El primer acercamiento al Títere en papel maché, mayormente se da en las escuelas de Teatro, solo para los alumnos de Pedagogía, como es en el caso de la ENSAD, quiere decir que los Títeres no son considerados como una disciplina escénica en la carrera de Actuación. “Solo cuando hay grandes festivales puede apreciarse espectáculos multidisciplinarios, donde el Títere participa en una obra clásica o espectáculos vanguardistas junto a los actores, compartiendo escenarios”, reflexiona Ana. “Ahora, gracias al internet, también ya se pueden ver estos espectáculos y poco a poco considerar al Títere en un escenario de actores; yo, ahora que estoy haciendo de forma más continúa talleres, enseño una técnica distinta, donde del animador, está todo el tiempo expuesto y eso atrae a los actores, porque ellos no se tienen que anular para darle protagonismo al Títere.” De todas maneras, esto exige que el animador del títere u objeto, debe dominar la técnica que está utilizando y por supuesto tener presencia escénica. “Cuando tengo alumnos de teatro, eso les fascina, ven que el Títere no es el muñequito, el arte menor para animar fiestas, se les abre una ventana llena de posibilidades escénicas, empiezan a mirar al Títere con respeto.”

Innovar es la manera de no permitir que este arte sea subestimado. “Cuando se ve esa riqueza, esa belleza, es una diferencia que puede marcar tu trabajo y todo ese mundo que puedes tú investigar”, refiere Ana. “Hay de todo; en vez de acercarme con el típico títere de maché, deberíamos acercarnos con algo más cercano, donde va a intervenir la exposición y el contacto directo con el público, y donde se va a integrar con la actuación en sí y eso acerca a los actores y los lleva a investigar más; lo otro, los aleja”. Para Ana, la tarea del titiritero es seguir trabajando para reivindicar su arte, para que todas las técnicas sean reconocidas y reivindicadas. “El títere tiene de juego teatral, de juego escénico, de coreografías, de juego de voces, pero también hay silencios: el títere tiene que tener música, una dramaturgia que puede ser con texto o sólo visual.”

Algo de lo que siempre habla Ana con el resto de titiriteros, cuando se juntan, es que vivir de esto es muy difícil. “Vivir con los títeres no sé si es más difícil, pero es diferente”, reconociendo además que el titiritero por naturaleza es muy viajero, carga su teatrín al hombro y llega a las plazas y parques; incluso hay países en Europa donde se hacen funciones de títeres en la playa. “Muchos de mis compañeros y colegas, a los que yo quiero y admiro mucho, nos hemos ido en algún momento; fuera del país, a seguir aprendiendo o para buscar otras oportunidades laborales, yo también he estado fuera por temporadas y en viajes.” Menciona, por ejemplo, a Carlos Benítez, de la ciudad de Trujillo, quien viene siempre en los veranos, ya que radica en Colombia y del que aprendió mucho como titiritera; además de Antonio Quispe, que está ahora en Argentina. “Daniel Huarocc es un excelente constructor y director, ahora radica entre Colombia y Perú, su trabajo es impecable; al igual que  Betsy Burgos, del grupo Concolorcorvo, que radica ahora en Chile, que ha crecido mucho internacionalmente, y participa en festivales en Argentina, Brasil Colombia; ella ahora tiene un trabajo de solista.” También menciona a Tárbol, colectivo que integran María Laura Vélez y Martín Molina. “Es un grupo que se ha quedado aquí y es el más conocido a nivel nacional.” No obstante, el panorama de actividad con títeres no luce muy poblado, si bien reconoce que están surgiendo nuevos grupos. “Yo me formé en los Títeres Corporales en la escuela de Hugo & Ines, pero ellos mayormente trabajan fuera del país. Hace ya un año nos estamos reuniendo un grupo de gente a nivel nacional y hemos creado la Red Perú Títeres, con más de 70 grupos”. Ya hubo un primer encuentro en junio del 2019 y se están haciendo las preparaciones para el Día del Títere (21 de marzo). “Como Red, la idea es juntarnos como colectivo, que siga creciendo y que se den a conocer nuevas propuestas, me parece bastante positivo que haya esa búsqueda.”

La responsabilidad como artista

Máxima, protectora del agua es una recreación poética inspirada en la lucha de la campesina Máxima Acuña, que se enfrentó a una poderosa empresa minera en defensa de las lagunas de su pueblo. “Para mí es importante, tanto en los títeres como en el teatro, que se toquen temas sociales”, afirma Ana. “Son necesarios, porque nosotros como artistas tenemos que llegar a todo tipo de público, y a través de una metáfora le estás dando un mensaje esperanzador.” Si bien es duro admitir que la vida de estos activistas está en un riesgo real, Ana se ocupó de no darle a su trabajo un final triste. “Que esto se haga visible es importante, quiero seguir en esta línea, no voy a dejar de hacer otras obras, pero ya he iniciado un camino que a mí me compromete, tantos años trabajando en teatro con los títeres que te exige un compromiso, una responsabilidad.” Ana presenta sus espectáculos para entretener a la gente y que la pase bien, pero no olvida su compromiso de artista. “He ido a ver esta última temporada de Este lugar no existe de Alejandra Vieira, la he visto dos veces, es una dramaturga joven y ese tipo de trabajos me emocionan.” Es importante para un artista el seguir en crecimiento constante. “Tienes que seguir creciendo y la propuesta de títeres también, que el trabajo técnicamente tenga nivel”.

Este 2020 le servirá a Ana para seguir llevando su trabajo a diversos lugares, con su propia compañía Ana Santa Cruz. “He salido con mi propia compañía fuera del Perú, con mis propios trabajos, hasta el momento son unipersonales y ya tengo cuatro producciones.” Si bien no tiene pensado crear una obra nueva próximamente, sí quiere mover las de su repertorio actual. “Uno de mis proyectos es llevar Máxima, protectora del agua a Cajamarca; es un sueño que quiero cumplir este año, si se da y si hay alguien que pueda apoyar el proyecto, se agradece (ríe); sino ahorraré un poco, compraré mi pasaje y me iré, así lo he hecho con treinta funciones en Argentina, yo sola con una maleta y mis títeres”, concluye.

Sergio Velarde
11 de febrero de 2020

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