El TeAtro ha MuErtOo
El texto gana una presencia inmediata con
la interpretación de los actores. Observamos la esencia de una tradición
teatral. La gestualidad y expresión me hacen recordar a las primeras obras de
teatro que vi, donde el cuerpo construye lenguajes tradicionales desde distintas
gamas expresivas o calidades de movimiento. Los cuerpos no necesariamente son
espectaculares, pero provocan atmósferas, situaciones concretas, el teatro
encierra una pre-expresión desde campos cotidianos.
Es interesante cuando los cuerpos intérpretes
no usan movimientos extracotidianos para construir una escena. La corporalidad
del realismo es un conjunto de signos corporales que se aproximan a las
interacciones sociales. Un cuerpo que no usa los artificios corporales tiene
otro reto de composición sígnica.
Observar a los dos mendigos interactuando
generaba la posibilidad de acompañarlos en su travesía, los gestos y las
palabras eran sutilmente manifestados y acompañábamos a Tadeuz de la Vega (Christian
Alden) y Martin Poma (Cesar Marticorena) en sus ensoñaciones y recuerdos, un
espacio donde volvían a existir dentro de otras formas.
El texto de Noraya Ccoyure es la conexión
entre estos seres y los mundos que habitan; la construcción de la escena evoca
momentos naturalistas y de ensueño. El diálogo que se va desarrollando
involucra a los espectadores, les resuena algo.
En algún momento pienso que es un último acto,
porque da la sensación que el teatro muere; y no es esa agonía del arte que
siempre está muriendo, sino la desestructuración de los conceptos y la
proliferación de otras poéticas creativas.
Observar un espectáculo que pone énfasis en
el texto y despliega corporalidades cotidianas da la posibilidad de presenciar
otras antropologías teatrales, que encuentran más cercanía con lo real. La
construcción de espacios imaginarios desde signos cotidianos provoca una
sensación distinta a la del cuerpo extracotidiano.
La escenografía es una chispa lumínica que
le pone fantasía al mundo caído de estos hombres, la que nos recuerda que nunca
debemos dejar de soñar, porque el arte sueña y vuela. Así como los personajes
de este último acto, que pese a estar cerca al final, sueñan y vuelan. Una
especie de reloj descompuesto y una banca componen junto al vestuario una paleta
de colores callejeros, que iluminados con las luces permiten dar sentidos
dramáticos precisos para la energía de la obra.
Los personajes están cuajados y consiguen
adentrarse en la conciencia, cada intérprete devela su sueño a su manera, pero
la sensación de estar atrapado en otra vida, en una vida que está existiendo
ante tus ojos, es requisito fiable para el gusto de la escena.
Moisés
Aurazo
21 de setiembre de 2023
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