Experiencias y puntos de vista
A cuatro meses y unos días del inicio de esta
cuarentena forzada pero necesaria, gran parte de la comunidad teatral se ha volcado,
con mayor o menor suerte, al aprendizaje y experimentación de la técnica
audiovisual como consecuencia directa del cierre de los teatros, ya sea por una
pragmática necesidad de expresión o por la muy lícita y comprensible necesidad
de facturar. Sea como sea el caso, en todos los campos la sociedad ha tenido
que adaptarse al mundo virtual. Sin embargo, es oportuno recalcar que si bien varios
artistas insisten en definir erradamente a sus actuales propuestas como “teatrales”,
sí que se consiguen valiosas experiencias de interpretación, alejadas casi por
completo del hecho teatral y abrazando muchas de las posibilidades y puntos de
vista que ofrece la virtualidad. Acaso en los tres primeros microespectáculos
de la tercera temporada de Odisea 2020 de la incansable Nella Samoa Álvarez se
puedan apreciar dichas experiencias y puntos de vista.
En Quemad a la bruja de Enrique Nué asistimos
a un interesante ejercicio de “teatralidad” televisada, en el que nos damos
cuenta (por fin) de lo anacrónico que resulta seguir defendiendo a las “artes
escénicas” en las trasmisiones por YouTube. La historia nos lleva a los tiempos
de la Inquisición, en donde se le acusa a una mujer de hechicería. A propósito
o no, resulta imposible tomar en serio la ambientación, con las cámaras
registrando la supuesta locación virreinal en plenos exteriores de una edificación
en plena urbe, teniendo en el horizonte las luces de postes, vehículos y
edificios, poniendo a prueba la convención al espectador. Incluso pudo verse la
sombra de uno de los trípodes que sostenía una de las cámaras. Los buenos actores
Shantall Vera y Fito Bustamante hicieron su mejor esfuerzo para convencernos de
su drama, mientras cruzaban “teatralmente en escena” para hablarse a través de
las cámaras, permaneciendo ellos espalda con espalda. Como ejercicio teatral grabado
resulta valioso; como sutil guiño para los acérrimos defensores del “teatro
virtual”, pues mucho mejor.
En todo caso, sí que les fue mejor a las hermanas Trucíos,
Claudia y Daniela, en Metamorfosis de Astrid Villavicencio. Con dos cámaras
instaladas estratégicamente en su departamento (una, en una esquina superior de
la habitación y la otra, detrás de un espejo), la escabrosa historia de estas
hermanas, también en la ficción, conmovió y resultó muy verosímil, convirtiendo
a los espectadores en invasores fisgones, auscultando de manera malsana la
privacidad de las mujeres, las cuales ignoraban la existencia de los
dispositivos de grabación. Lamentablemente, no corrió la misma suerte
Mefistófeles de Álvaro Pajares, que intentó resolver una crisis marital en
medio de la celebración de un rito satánico y con las cámaras visibles para los
personajes. La comedia, siempre tan difícil de concretarse en vivo o grabada, se tornó forzada por
varios momentos, pero en general se salvó por los pelos, gracias a la energía
que le inyectaron los simpáticos Gabriela Jordán y Jorge Armas.
No deja de ser apreciable la tenacidad y
constancia de Samoa Producciones por generar variados espectáculos en línea,
disculpando por supuesto el hecho de presentarlos como “reinvención de la experiencia
teatral” o “teatro cinematográfico online”. Lo cierto es que cada uno de sus
proyectos cuenta con una personalidad propia y además, le permite al espectador
acercarse desde distintos puntos de vista a experiencias virtuales de
toda índole. El trabajo de Álvarez en las temporadas de Odisea 2020 resulta pertinente: la continua práctica y
experimentación en línea serán los disparadores de nuevas maneras de narrar
historias, las que nos acompañarán los próximos meses de esta (aparentemente interminable)
cuarentena.
Sergio Velarde
22 de julio de 2020
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