Yo tengo un sueño
En la marcha sobre Washington, donde el
legendario Martin Luther King marcó un sueño, casi sesenta años después aún no
es una realidad: el fin del racismo. Sin embargo, existen ciertos aspectos
muchas veces invisibilizados de este fenómeno y que con la ayuda de las
ciencias sociales, como la economía o la antropología, podemos comprender
mejor: las implicaciones estructurales el racismo. En la edición de Plaza
Tomada (Des)aprendiendo sobre el racismo se tuvo como invitadas a Ana Lucía
Mosquera y Rocio Muñoz, académicas afroperuanas en las ciencias de la
comunicación y el derecho respectivamente, teniendo como moderador al activista
Orlando Sosa.
El racismo estructural es, como indica Muñoz,
un sistema que normaliza determinadas prácticas racistas relacionadas con los
estereotipos e imaginarios. El racismo en el mundo es brutal y cruel, pero no
podemos dejar de mirar, por ejemplo, que según el último censo la población
afrodescendiente se encuentra 11 puntos por debajo del resto de la población en
temas de acceso a la educación. Esto significa que el contexto de racismo no
solo se traduce en desprecio hacia un origen, sino en acceso a un derecho
humano tan fundamental como es la educación, que luego repercute en el trabajo
y profundiza la pobreza. ¿Acaso no puede existir algo más injusto?
Las representaciones sociales tienen que
ver con el proceso, relacionados con valores atribuidos a un grupo de personas.
Como indica Mosquera, en el contexto peruano estas representaciones han sido
pervertidas especialmente por los medios de comunicación, en el sentido que ha
reforzado valores y “costumbres” a la población afrodescendiente, por ejemplo, asociándola
exclusivamente a la cocina. Y sobre todo, en los programas humorísticos donde
la representación roza con la humillación.
Otro aspecto relacionado a lo estructural
que menciona Muñoz, es la representación de lo bello en una mujer. Por ejemplo,
el cabello rizado por encima del lacio, entre otros. Esto tiene muchas
implicancias en las psicologías de muchas niñas afrodescendientes. Además,
teniendo en cuenta que las precarias políticas públicas respecto a la lucha
contra el racismo, no reconocen a los sujetos (ejemplo, la niña discriminada)
como sujetos racializados y el Estado no los reconoce como poblaciones iguales.
Esto es una superestructura que a veces es pasada por alto.
Coincido con Muñoz y Mosquera cuando
reflexionan sobre lo contradictorio que es la coexistencia pacífica, al estilo de
la Guerra Fría de los sesentas, entre un discurso nacionalista-chovinista que
resalta la integración y lo valioso de todas las “sangres” con una
realidad-estructura que sostiene y reproduce la discriminación, la dominación y
la segregación hasta en lo económico, como el racismo subrepticio, pero muy
latente en Perú. No solo contra los afrodescendientes, sino contras muchas
otras comunidades, como los indígenas o entre los mismos mestizos. Sin duda,
son aspectos a considerar en estos días próximos al 28 de julio. ¿Qué tan libre
y justos somos como sociedad peruana?
Enrique Pacheco
22 de julio de 2020
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