sábado, 23 de agosto de 2025

Crítica: NO HAY QUE LLORAR


Brindis, torta y traiciones

No hay que llorar de Roberto “Tito” Cossa es un clásico rioplatense, que en esta puesta dirigida por Javier Valdés puede desplegar su corrosiva comedia familiar, donde los afectos se contaminan de cálculos y ambición. La dirección apuesta por un realismo íntimo: una mesa de cumpleaños, el calor de una sala doméstica y la proximidad con el público. 

Conforman el elenco Milena Alva, Airam Galliani, Enrique Scheelje, Marianne Carassa, Carlos Thornton y Nicolás Valdés. 

Fluye con soltura y está llena de aciertos visuales, como el juego de sombras detrás de la puerta o el gag del baño, que aportan textura y ritmo. El elenco, en general, se muestra cómodo y natural, y la risa surge más del reconocimiento que del chiste fácil. Destaco especialmente a Alva, que sostiene con ternura y verdad a la matriarca, con una presencia que parece no actuar, sino simplemente estar.

Sin embargo, la función que vi tuvo tropiezos que afectaron el ritmo. En un momento la acción se estancó en repeticiones y silencios incómodos que dieron la impresión de un olvido de texto; la escena se salvó con un brindis que la reencauzó, pero la tensión ya había caído. También noté problemas de proyección y dicción: en un espacio no teatral como una sala de casa, las voces no siempre llegaban con claridad, y cuando varios actores hablaban a la vez, lo dicho se volvía difícil de entender. Desde mi ubicación en la parte posterior del espacio, esto se acentuó aún más, dificultando la recepción de varios pasajes clave. Incluso hubo detalles como un actor que tapaba su voz con un vaso cuando estaba bebiendo y hablando a la vez. La energía del conjunto fue desigual: mientras algunos sostuvieron la naturalidad, el trazo del hijo menor se volvió caricaturesco y desentonó frente al registro realista de sus hermanos.

El final me resultó abrupto. El apagón no vino acompañado de un botón contundente y eso generó confusión: parte del público solo comenzó a aplaudir cuando desde dentro se marcó la señal. Esa falta de cierre dejó la sensación de un “continuará” y le restó contundencia a la propuesta, en un texto que pide una última imagen capaz de encapsular su ambigüedad moral.

En conjunto, No hay que llorar se disfruta como comedia negra: es ácida, divertida y refleja con lucidez la ambición que corroe a una familia de clase media. Sin embargo, creo que la puesta todavía necesita ajustes de ritmo, proyección y cierre para alcanzar toda la fuerza de Cossa. Con esas correcciones podría pasar de ser un espectáculo correcto y disfrutable a una experiencia realmente memorable.

Milagros Guevara

23 de agosto de 2025

miércoles, 20 de agosto de 2025

Crítica: LA DIVINA ALINA


Entre la risa y la magia

La noche del 15 de agosto abrió con el espectáculo La Divina Alina, el cual, se alza como una propuesta única que combina Stand Up Comedy, magia y tarot en una experiencia fresca, divertida, y cercana. Carla Torres abrió el show con un carisma desbordante. Su intervención, centrada en las reglas de convivencia dentro del Stand Up, así como temas de familia y pareja, logró hacer que el público se relajara de inmediato y estableciera un vínculo de complicidad que acompañó todo el recorrido del espectáculo.

Por su parte, Alina Astin se presentó con una presencia magnética, y condujo a los espectadores a un viaje entre lo esotérico y lo cotidiano, tocando temas de sexualidad, niñez, pareja, y tarot. Lejos de utilizar este último como un recurso solemne, funcionó como catalizador del humor y sorpresa, invitando a reírnos de nuestros destinos, nuestras preguntas y de nosotros mismos.

La artista mostró un dominio absoluto del ritmo, alternando momentos de confesión íntima con pasajes de juego, lo que generó una atmósfera vibrante. Cada interacción con el público reforzó la idea de un espectáculo participativo, donde la energía fluía en ambas direcciones.

Queda decir que La Divina Alina es un unipersonal que cautiva por su originalidad, autenticidad y calidez. Desde la apertura hasta el show principal, se supo sostener y potenciar la conexión con el público, regalando una velada inolvidable que mezcla la chispa del humor con la fascinación del misterio.

Daniela Ortega 

20 de agosto de 2025

martes, 19 de agosto de 2025

Crítica: PÓLIPOS


Dos pólipos

La obra Pólipos, escrita por Eduardo Adrianzén, está siendo puesta en escena todos los miércoles de agosto en Casa Bulbo. Esta nos presenta el vínculo conflictivo de dos hermanas, atravesado por los propios problemas de cada una. La apuesta es dirigida por Renato Piaggio, con la colaboración de Kapchiy Teatro y Noche de Creadoras, e interpretada por Ebelin Ortiz y Vero Rova.

Especialmente, queremos destacar la potencia de las actrices en sus respectivos roles: son las únicas protagonistas, y ello también da espacio para ahondar en el carácter y las percepciones de cada una. La historia explora temas sobre la familia y la convivencia, pero también abre la conversación en torno a nuestro rol en el mundo, igual fuera de lo doméstico. En ello, se resalta la función del trabajo, pero también de cómo este agota, a pesar de que puede dar gran bienestar económico y reconocimiento de los demás. Esto es particularmente interesante, porque Raquel, la hermana mayor, se encuentra muy enferma y, aunque tiene muchos recursos para tratarse, el dolor y el paso del tiempo resultan cada vez más difíciles de soportar. Diana, la menor, a pesar de todo trata de apoyarla, pero veremos que constantemente regresan pasadas situaciones complicadas que no han resuelto. La competencia entre ellas, y las otras hermanas a las que se hace mención, parece haber estado siempre presente, incluso desde la búsqueda del favor de los padres como del éxito profesional y las relaciones amorosas. El estado de salud de Raquel vuelve urgente la indagación por tales cuestiones, e intensifica la profundidad por todo ello en tanto ya no siente que debe fingir o reservarse nada.

Consideramos que es una obra que explora temas muy interesantes, a través de dos personajes femeninos fuertes y bien construidos: ellas están tan atormentadas como anhelantes de mantener su lazo, que en ocasiones parece una carga de amor, y en otras, un apoyo para ser más libres. Invitamos al público a disfrutar de esta producción y participar de reflexiones que, finalmente, en algún momento también tendremos que hacer; aún quedan algunas fechas para asistir y la recomendamos ampliamente.

Jimena Muñoz

19 de agosto de 2025

Crítica: UN ROBO HASTA LAS PATAS


Qué ganas de robar ese banco, y no cualquier banco, sino el del Peruano Japonés

Dentro del Teatro Peruano Japonés, la espléndida escritura de Henry Sheilds, Henry Lewis y Jonathan Sayer cobra vida, esta vez bajo la dirección de Juan Carlos Fisher y la asistencia de Guiseppe Falla. El cuerpo actoral, muy oportuno en cada uno de los personajes, está conformado por Patricia Barreto, Andrés Wiese, Emilram Cossio, Monchi Brugué, Katia Condos, Claret Quea, Emanuel Soriano, Óscar Meza, Sebastián Ramos y Ricardo Velásquez. Son diez actores en escena, capaces de mantener cautivado al público de manera inteligente. Lo logran a través de las ocurrencias que propone el propio texto. El japonés ríe, el público se pone de pie a aplaudir y no falta una carcajada que estalla desde cada butaca. Eso es Un Robo Hasta las Patas de Los Productores.

Desde el inicio, el teatro se apaga y se enciende una pantalla que funciona como recurso cinematográfico en blanco y negro para contextualizar la obra. De pronto, la música ramplona y misteriosa irrumpe y el telón se levanta. Es interesante cómo se aborda la escenografía: espacios diegéticos muy bien trabajados tanto desde lo plástico como desde el propio cuerpo de los actores. Mención especial al escenógrafo, que logra un juego de convencionalidad brillante desde el humor y con un guiño al cine de oro de los años 50.

Asimismo, el vestuario resulta pertinente para cada personaje: cada atuendo guarda un aire de misterio, con detalles mínimos pero claros y precisos. Destaca la dirección de arte, coherente en su representación y capaz de transportarnos a las comedias clásicas donde el sastre, los vestidos pomposos y el glamour resultan inevitables.

La obra no solo brilla por ser una comedia clásica, sino porque posee un desarrollo sólido y una mirada de dirección fresca. A partir de ello, se conforma un elenco que muestra una vehemencia única y que responde a la exigencia de las tablas. El disfrute no se queda en el libreto: aparecen menciones atemporales en cada línea, otorgando un sentido íntimo que resuena con el público. Así, la improvisación y el absurdo funcionan con perspicacia.

Por otro lado, Fisher dirige Un Robo Hasta las Patas con osadía y claridad, pensando estratégicamente cómo hacer que diez cuerpos funcionen en escena. Cada actor brilla en su momento. El timing y la escucha grupal consolidan la comedia esperada, con rasgos caricaturescos que se despliegan de manera orgánica a través de cada gag.

Finalmente, dentro de cada construcción de personaje existe una metáfora o una pequeña huella identitaria del actor, lo que evita caer en chistes gastados y permite que la ocurrencia surja fresca y genuina. Los intérpretes, al conocer tan bien el texto, entregan su presencia escénica en todo momento para generar relaciones absurdas entre víctimas y victimarios, dentro de esta galería de personajes pintorescos que intentan saquear el banco de Mineápolis. En definitiva, la puesta en escena consigue articular humor, virtuosismo actoral y una dirección precisa que actualiza la comedia clásica sin perder su esencia. Eso es Un Robo Hasta las Patas: ocurrente, precisa y capaz de robar no solo al banco de Mineápolis, sino risa tras risa al espectador.

Juan Pablo Rueda

19 de agosto de 2025

Crítica: CÁPSULAS


Cápsulas de tiempo

Un hombre muere y entra a un espacio tecnológico entre la vida terrenal y el más allá, un lugar donde puede reconectar con sus recuerdos y volver a vivenciarlos. Hay una gran dinámica interpretativa en cuanto al discurso, los parlamentos son rápidos y están cargados de humor, hay inteligencia en la dramaturgia y buenas cualidades al momento de cobrar vida por parte de los artistas. El juego de luces es particular, cada cierto tiempo hay como un pequeño escaneo a la mirada, los tachos iluminan directamente nuestros ojos en un vaivén desde arriba hacia abajo; causa una sensación, quizá hastió, quizá burla, pero acontece una relación con el formato de la historia.

Los momentos parecen no tener conexión, van de un lado a otro, pero resultan ser una exploración de pequeñas microobras, aspecto bastante interesante que apremia de algo novedoso al momento. Lo que más me gustó fue la alegría del parlamento, la curiosidad de la risa para criticar algunas cosas, los personajes deambulan en circunstancias insólitas, donde la naturalidad es un elemento fuerte dentro del hábitat de la obra. Hay momentos donde sucede una interacción directa con el público, es una forma de mantener la atención que va en crecimiento conforme van pasando los minutos. Los personajes se enfrentan a situaciones particulares que conectan con el espectador, realidades que de alguna manera podrían ser nuestra realidad o no exactamente lo mismo; pero quizá puede despertar algunas células de la memoria dentro de cada uno, desde mi mirada como jugaban las situaciones me parecía muy bien trabajado, gran conciencia de ritmo y divertido, con palabras que provocan alguna que otra reflexión.

Los distintos momentos o pequeñas obras que van sucediendo trabajan la tecnología y la realidad como un elemento que se difumina de tal manera que ambos terminan simbióticamente mimetizados, hay una gran satisfacción al entender que todo acaba tan rápido y que seguidamente iniciará algo distinto, pero parecen tener conexión o quizá se puede imaginar, porque la mente quiere verlo así, lo asocia de esa manera. Todo trascurre de forma insólita, son como saltos de realidades, como nubes virtuales esperando por conectar con la red de wifi para activar su vivencia y empañarnos las sensaciones.

Me gustó el momento de la muerte, porque hay esta posibilidad de la intromisión de la tecnología incluso más allá de la vida, el momento de los chicos que graban los castings también me parece divertido, porque es una forma de conectar con la realidad de los estudiantes o profesionales de artes escénicas, la forma en que organizan su trabajo y las vicisitudes de encontrar estabilidad dentro de un plano tan inestable. La chica y el chico que se enamoran sirve como un vaso de agua fría para refrescar el calor porque se permite la inclusión del público para decidir el destino, una gran prueba de fuerza, ¿triunfa el amor?, ¿se da un final feliz? o ¿gana la fuerza del mal?, ¿el chico se queda sin la chica?...es interesante ver cómo las personas están hartas de los finales felices, pero a la vez también están hartas de los finales trágicos. Por ende, encontrar un final que se deslinde de estas dos posibilidades tal vez sea llegar a un camino del absurdo, qué nos podría dar el absurdo en este momento tan dialecto, tan dual, sería interesante romper los pares. Las citas virtuales también son tomadas en un momento, es divertido porque en todo el trascurso de la obra hay distintas fibras que puede conectar con la multiplicidad de espectadores, es como un contexto general de la subjetividad de las personas de este tiempo, una especie de remembranza de lo que nos acontece y nuestra forma de relacionarnos y asimilarlo. Las dos chicas que se besan en la fiesta es un momento tierno, porque empiezan discutiendo debido a que una de ellas ha besado a alguien que le gusta a la otra; sin embargo, este momento resulta ser el desencadenante para que las confesiones sucedan. Me parece tierno por la forma en que se han trabajado los cuerpos, su proximidad y lejanía va tramando una forma de entender la sorpresa, lo inesperado o quizá lo que a veces nos negamos a ver. El amor está presente en toda la obra, de distintas maneras, de padre a hija, de personas que se gustan, personas que se enamoran, que se conocen, o talvez el amor de amar lo que haces sobre todas las cosas.

Pero la puesta no es solo eso, hay momentos hilarantes como los del pollo o como la de los créditos, es una sorpresa constante, el hilo narrativo es desestructurado y encierra un gran globo interpretativo. Me gustó el trabajo de las luces y la rapidez de los momentos, a veces en estos tiempos es difícil sostener la atención por más de media hora, nos estamos acostumbrado de manera insólita a lo efímero, y creo que a partir de ello es una buena forma de acercarse al mundo nuevo, proponiendo una obra completa, pero con cápsulas de espacio y tiempo dentro de ella.

Moisés Aurazo

19 de agosto de 2025

lunes, 18 de agosto de 2025

Crítica: TEMIS


Cuando la justicia toca tu puerta

En esta oportunidad, el Teatro La Plaza nos pone en escena la obra Temis, escrita por Pablo Manzi y dirigida por Nishme Súmar, con un elenco conformado por Augusto Mazzarelli, Gisela Ponce de León, Stephanie Orué, Gabriel Iglesias, Diego Pérez y Eduardo Pinillos. 

Súmar es conocida por dirigir obras de gran calidad, con historias que tienen mucho por contar, y Temis no es la excepción. Utilizando elementos que radican en lo cómico, lo absurdo y la ironía, se nos presenta a una familia de la clase alta, con una empresa que se jacta de tratar bien a sus empleados, ser justos, con conciencia de clase, etc., hasta que un día se enteran de la existencia de una media hermana, la cual ha llevado un estilo de vida totalmente distinto al suyo, alejada de todo tipo de lujos y deambulando por las calles. Ella llega para desestabilizar el perfecto orden familiar, para inquietar al padre que, dentro de su demencia senil, parece ser el más consciente de que las cosas no se están haciendo tan bien como se creía y que pronto vendrá Temis para equilibrar la balanza. Es así que vemos cómo cada miembro de la familia se va desenmascarando, quieran o no, ante un público que podría estar incómodo por lo real y cercanos que se sienten esos personajes a la vida misma.

Cabe destacar el gran y original trabajo de composición musical de Jan Diego Malachowski. Cada sonido te sumerge en un clima de misterio y te da la sensación de que pronto algo va a ocurrir. Además, cuenta con una escenografía para nada sencilla, muy bien elaborada; el trabajo de iluminación también funciona muy bien con la historia para ayudar a construir la atmósfera. La decisión de la aparición de la silueta de Temis cada tanto por las ventanas también fue muy acertada. Cada situación que se daba sobre el escenario tenía un elemento no solo de ironía y humor, sino también un toque fantástico. Y la secuencia final que fusiona lo real con la imaginación, seres mitológicos hablando de justicia social, le dan a la obra una especie de alivio entre la tensión que se estaba generando por el drama familiar. Si bien se siente un poco como una obra educativa que trata de guiar al espectador por un determinado camino, eso no quita lo valioso de su mensaje.

Finalmente, con Temis, Súmar añade variedad a su repertorio: vas con una idea en mente de lo que podría ser su obra y sales con una totalmente distinta, pero no en el mal sentido. Nos demuestra, una vez más, que no hace falta recurrir a historias complejas o solemnes para hablar de temas importantes, que incluso a través del juegos y hechos que solo serían posibles mediante la imaginación se puede abordar temas  tan serios como lo es la hipocresía, violencia e injusticias que estructuran ciertas familias y la sociedad misma.

Barbara Rios

18 de agosto de 2025

Crítica: TRES HISTORIAS DEL MAR


Mujeres del mar

Entre escenas pone sobre las tablas del Teatro de Lucía la historia de tres hermanas que se conocen en circunstancias poco usuales y hasta incómodas, pero que nos traen una fuerte reflexión sobre lo que implica ser mujer en una sociedad como la nuestra, así como la dificultad de mantener lazos familiares. La obra, escrita por Mariana de Althaus y dirigida por Gian Ausejo, pone al espectador en la posición del mar; es decir, como testigos de una historia de resiliencia, memoria y duelo.

Todo inicia cuando Ananú (Kiara Rios) decide reunir a sus tres medias hermanas después de que su madre falleciera. Vania (Nicole Hurtado) es la primera en llegar, vemos cómo se desenvuelve en el escenario de manera desenfadada, aunque también histriónica, transmitiendo al público el dolor del abandono escondido tras la cólera. La tercera hermana, Josefina (Adriana Guerra Cueva), es un balance entre ambas, más reservada y desconfiada. Con cada escena vemos un libreto que resalta muy bien la forma de ser de cada personaje, añadiéndoles capas. Esto se complementa con una composición escénica sencilla: una pequeña escultura de tres figuras abrazándose es lo que más resalta de entre todos los demás elementos y da indicios al espectador del cierre que tendrá la historia.

Además, uno de los puntos fuertes de la obra es el tema que toca de manera cuidadosa, pero precisa: el ser mujer y madre en la sociedad actual, un tópico que siempre estará vigente por su complejidad. En esta ocasión, vemos cómo la mamá está presente en todas escenas, aunque no físicamente, ella es el corazón de la historia, alrededor de ella se da todo, es en parte la responsable de los traumas de sus hijas, dos de ellas le guardan mucho rencor; mientras que Ananú trata de limar asperezas, vemos cómo aboga por una maternidad que no debe sentirse como un deber impuesto, algo que pesa y oprime, y  pone sobre la mesa la cuestión de si ser madre va en contra de la autorrealización de la mujer, que su única meta no sea solo la maternidad, que ser mujer y ser madre no sean, a fin de cuentas, antónimos. No es una obra moralista o que intenta guiar la mente del espectador a un pensamiento determinado; por el contrario, solo nos muestra la cuestión y ya es deber de cada uno seguir reflexionando y hablando al respecto.

En conjunto, Tres historias del mar es una puesta en escena que te conmueve, te hace pensar, te hace reír e incluso incomodar, en el buen sentido, te sacude y al mismo tiempo te abraza.

Barbara Rios

18 de agosto de 2025

domingo, 17 de agosto de 2025

Crítica: LA CURIOSA VIDA DE OMI Y LOLA


Lo real de lo irreal

Lo que aparenta ser una obra de teatro de adolescentes rebeldes se transforma en una puesta en escena surrealista, cuando la primera sesión de terapia de Henry, un practicante de psicología de una escuela pública, se lleva a cabo con los gemelos Omi y Lola, una sesión que se convierte en un acontecimiento sorprendente, irreal y fantasmagórico.

Sin duda, una obra que sorprende por el dinamismo de la misma, así como el trabajo físico que cada uno de los actores ha manifestado en cada escena, con acciones que requieren de mucha precisión. Al verlos en acción, podemos contemplar que el elenco ha creado una conexión profunda y auténtica que les ha permitido una actuación más natural y convincente.

La puesta presenta una combinación de humor negro, fantasía y sátira; lo cual hace que esta atrape al espectador y que existan momentos de muchas carcajadas, pero al mismo tiempo de mucha reflexión.

La dirección, muy acertada, a cargo de Ysabel Kamasakari ha sido de mucha relevancia, ya que ha logrado colocar el humor en el momento justo para romper momentos de tensión. La parte técnica fue un gran complemento, puesto que las luces y la musicalización han permitido que el entorno fuera también atrayente; con cambios precisos y en los momentos oportunos, ayudan a apreciar mejor cada momento.

La curiosa vida de Omi y Lola se convierte en una pieza que nos lleva por distintos instantes, como de alegría, tensión y reflexión, regalándonos momentos muy memorables, pero sobre todo es una obra que nos permite apreciar nuestra realidad: es una puesta en escena que se permite criticar a la educación, la familia y muchos aspectos de nuestra sociedad. Sin duda, lo aparentemente anormal de la obra resulta transformarse, en muchos momentos, en lo normal de nuestra sociedad actual. Una propuesta que vale la pena ver.

Javier Gutiérrez

17 de agosto de 2025

Crítica: REALITY SHOCK


De la farsa al chongo para decir cosas serias

Reality shock es la tercera de cuatro obras que compiten en el Teatro Julieta. Una puesta en tono de circo callejero, que mezcla la farsa con la payasada circense y de cómicos ambulantes en la plaza del pueblo, para excitar a las masas en torno a un supuesto concurso en televisión, llamado "Lo que vale un Perú", en el que somos el público. En los cortes comerciales se muestran situaciones tragicómicas que nos describen como sociedad. Todo parece una burla constante y la dinámica es deliberadamente caótica, para exponer a un país seriamente en caos político, social y moral.

Los usos del teatro Julieta se prestan para desatar el chongo. Puedes tomar y comer canchita, como en el cine y romper el silencio con tus patas, lo que en otro teatro sería imperdonable. Aquí la gente vino a divertirse y debes aguantar una risotada destemplada desde el asiento posterior. Así es el circo y te sumas o te aburres.

En el primer corte, una chica invita a la cena de Navidad a su novio, pero también a su ex cuñado y el recelo estalla en gran batalla al revelarse los antagonismos políticos de ambos. Los gestos y actitudes exageradas nos advierten no olvidar que estamos ante una farsa. Entre cortes, el espacio que la obra le otorga a la parodia de la actual presidenta de la República parece impuesto, como políticamente imprescindible. Es allí donde se perciben las mayores debilidades de la obra: a pesar de ser una puesta con una estructura bien definida y objetivos claros, la dramaturgia resulta inmadura, con frases que se repiten y demasiadas respuestas predecibles en los diálogos. Sabemos que estamos ante una payasada de circo antiguo, pero fastidia el exceso de cachetazos y el recurso fácil de la “mariconada”, tan normal hace 40 años y que sigue siendo divertido para gran parte de la concurrencia.

En otro corte, el lenguaje “achorao” acompaña al prototipo de un joven peruano, machista y procaz a bordo de un mototaxi, donde chofer y pasajero son personificados por actrices. Del mismo modo, madre e hija en una escena siguiente son personificados por varones. En ambos casos, se logra el efecto distanciador y al mismo tiempo, paródico, para representar las derrotas deportivas que nos humillan como país, como un sometimiento sexual al vencedor o de la disyuntiva moral frente al embarazo de la novia pituca del hijo de la familia pobre, como una muestra de hipocresía social.

Como todo programa de concurso, el tiempo dedicado a las preguntas es mínimo. Lo importante son los comerciales. Pero el final tiene que llegar y el premio mayor se debe disputar, para emoción de la platea. Allí es donde la obra resuelve bien: la crisis moral alcanza al propio presentador (Emmanuel Caffo) y el asiento de Dionisia, la concursante (Mehida Monzón), deja de ser el lugar donde se alcanzan los sueños para convertirse en la silla de acusaciones. Ella debe decir por qué está orgullosa de ser peruana y su historia define al personaje con un monólogo cargado de dramatismo, como para avergonzarnos de haber reído tanto. La historia del Perú parece entonces una tragicomedia.

Lo mejor: el desempeño actoral de Alexandra Garcés en todos los personajes que le toca. La coreografía final, propia de un gran show musical de los años 60, con ella como figura estelar, es todo un reconocimiento a su lugar en el espectáculo. Si la obra merecía tres estrellitas, la cuarta va por ella.

David Cárdenas (Pepedavid)

17 de agosto de 2025

martes, 12 de agosto de 2025

Crítica: QUERIDA AMALIA


Un reencuentro con los anhelos 

Compás Producciones estrenó su onceava puesta en escena titulada Querida Amalia, escrita por Nicolás Ostolaza y dirigida por Brunamaria Chávez, una historia que tuvo como inspiración a la abuela del dramaturgo, quien explora aquellos sueños y objetivos que muchas mujeres postergaron por distintas razones, uniendo dos realidades paralelas que resultan en un viaje a los recuerdos más preciados. 

La breve temporada se presenta en el Teatro Juanita Tarnawiecki (ex Mocha Graña). El escenario se compone de estructuras pintadas, accesorios de dormitorio, comedor, entre otros elementos acorde a las necesidades de cada escena; sin embargo, los cambios de escenografía pudieron ser un poco más dinámicos. Por otro lado, la narrativa surge desde un lugar honesto y profundo, mostrándonos la evolución de la que un día fue una niña, una adolescente, hasta convertirse en una mujer decidida a conquistar sus sueños y aunque el camino no es fácil, rendirse no es una opción.

Conforman el elenco Camila Vasi, Jean Pierre Carrión, Ariana Dileo, Rodrigo Valencia, Walter Gil, Cecilia Arias, Walter Escobar, Killari Medina, Johana Ganoza, Amalia Martínez (narradora), Chris Polar y Vasco Martínez, quienes construyen personajes orgánicos, ágiles y cercanos para el espectador.  

Querida Amalia es una historia familiar que retrata el amor, el dolor, los obstáculos y las elecciones; un homenaje a los pendientes que dejamos en el camino de la vida. Sin duda, una invitación a reivindicar aquellos anhelos que están esperando ser cumplidos, de una u otra forma… nunca es tarde.

Maria Cristina Mory Cárdenas

12 de agosto de 2025