lunes, 16 de septiembre de 2024

Crítica: VOLPONE


La avaricia es eterna

Hace unos cuantos años, 418 para ser exactos, Ben Jonson presentó al público una sátira sobre la avaricia y la lujuria de los miembros de su sociedad. Ahora, Teatropía Producciones vuelve a traer esta historia clásica a la avaricia también presente en el Perú, concentrándose en una buena dosis de comedia con el físico y la construcción de personajes como sus mayores armas, aunque con puntos de mejora importantes en el momento de la adaptación.

Tratándose de una sátira, construir los personajes desde la caricatura es un gran acierto, y aporta a dar un gran dinamismo a las escenas. Un error fácil de cometer con la exageración es hacerla generalizada, pero la dirección de Bruno Neciosup logra que los personajes se puedan diferenciar efectivamente: destacan aquí las hipnotizantes teatralidades de Eduardo de Luque, las construcciones de personajes y las energías de Katia Aldave y Micaela Merino, y las corporalidades bien definidas de Carlos Omar Facho y Chiky Huamán. En general, cuando el elenco se da la libertad de jugar y disfrutar todo el material cómico que tienen, la obra brilla en el mostrar a estos personajes con su propósito: la obsesión con los bienes materiales y los extremos a los que estamos dispuestos a llegar con estos.

En la adaptación también se realiza un buen trabajo con el cual la obra se vuelve fácil de seguir y comprender sin que eso signifique sobresimplificarla, sino más bien añadir a ella. Donde quizás la adaptación no se me terminó de aclarar fue respecto al tiempo en el que transcurre la obra. La escenografía, varios vestuarios y sobre todo, el costumbrismo de los enredos en el texto (obviamente característicos de la adaptación) nos llevan a una época antigua pero universal, pero esto se rompe a veces con vestuarios, jergas o referencias que parecen situarnos más en una Lima actual. Esto da momentos muy divertidos como los del memorable juez de Gabriel Berrospi (“¡Y que viva Messi!”), pero sí hay anacronismos que a veces sacan demasiado de lo universal. La adaptación también debe tener cuidado con retazos de la obra original que pueden incomodar más actualmente, como la violencia sexual hacia la pobre Celia (a la cual, Jaz Gavidia hace una gran contraparte para su estrambótico marido), que en algunos momentos llegan a volverse muy incómodos (más con el morbo de Volpone).

En un todo, Volpone es una experiencia bastante divertida, la cual entiende, detrás de todas sus adaptaciones, el cómo construir personajes como Volpone o Mosca: fáciles de odiar por su maldad, pero entretenidos de seguir en sus trucos, esperando el momento en el que su farsa les explote en la cara. Éxitos para Teatropía en sus próximas adaptaciones, una especialidad del grupo.

José Miguel Herrera

16 de setiembre de 2024

Crítica: MAESTRA VIDA


La vida, maestros y recuerdos

Maestra Vida es la ópera salsa compuesta por el artista panameño Rubén Blades, que cuenta la historia de Carmelo (Gabriel Gil) y Manuela (Cielo Torres), quienes deciden comprometerse para formar una familia en medio de conflictos, nostalgias, desesperanzas y esperanzas en el futuro. La historia se cuenta desde los recuerdos de Quique Quiñones (Manolo Rojas), quien fuera mejor amigo de Carmelo en un viaje al pasado acompañado siempre por la música de Blades.

Al ser un musical y en el Teatro Municipal, que nos suele tener acostumbrados a grandes producciones, el espectador va con una alta expectativa que no necesariamente es cubierta por la propuesta.

En un montaje sobrio, destacan sobre todo los bailes, bien coreografiados por un elenco profesional que brilla por su destreza (Escuela de salsa “Arthur Murray”), así como la orquesta del Callao, que logra hacer bailar al público con un gran ritmo. No podemos decir lo mismo acerca de la parte vocal, no solo por los protagonistas, pero tal vez también por los arreglos de sonido de la sala. Es probablemente por ese motivo que en todas las funciones se presentan artistas invitados que nos ofrecen un concierto para celebrar la boda de la pareja, que logran cubrir de alguna manera las deficiencias del montaje musical. La obra presenta también un componente político que se desliza en un momento, pero que hace ruido al no haber estado en el hilo conductor de la historia.

Manolo Rojas, en su personaje de Quique, logra divertir y empatizar con la audiencia, con una naturalidad y conexión que le da grandes respiros a la obra.

Esperando que puedan corregir el sonido y la parte vocal en su siguiente obra, Pedro Navaja, es definitivamente un musical que cualquier fanático de la salsa y de Rubén Blades puede apreciar.

Alejandra Sierralta

16 de setiembre de 2024

domingo, 15 de septiembre de 2024

Crítica: HISTORIA DE UNA CIUDAD FRÍA


Ciudad Invisible

Una voz abriga el lugar desde la lejanía (Delfina Paredes). Hay una presencia especial en su sonido, tiene la calidez de la casa, pero la pesadez de la ciudad, de la vida. Es un buen elemento sensibilizador, los oídos preparan al cuerpo para presenciar la historia de una ciudad fría. Comprendo que la noche tiene sus personajes que se encuentran con distintas historias tras sus pies, con distintos anhelos; también, en esa noche hay personas que se forman en la oscuridad, deambulan como sombras entre las sombras. La historia empieza con un despliegue corporal preciso con una secuencia coreográfica de lado a lado, la utilización de la repetición y los distintos planos, ya sea plano delantero o plano posterior refresca un buen concepto de equilibrio corporal, los entes van transformándose a partir de sensaciones y dan forma a una ciudad, que grita, canta, llora y también se retuerce.

Los personajes, que alcanzan tener una materia personal, es decir, un nombre y una voz, van apareciendo y son sacados del día a día, de una noche limeña callejera. Se comunican con ellos mismos y con sus compañeros, hay una especie de canto o recital que expresa sus ideas, sus pensamientos; la historia no se desarrolla como si fuera una conversación común, hay una pequeña exaltación y solemnidad en los parlamentos y en la interacción. Los hombres que no dicen nada acompañan como el polvo que levanta la ciudad al caminar, toman forma en la memoria de cada uno, en su interior. También pueden ser la bulla o las emociones de los caminantes, distintas cosas pueden ser, son como el aliento de la oscuridad, el presagio de Lima.

Hay un personaje muy peculiar y es la barrendera (Pilar Núñez): desde su ingreso se experimenta una atención interesante, la forma en que sale su texto es muy distinta a la de los dos chicos (Godo Lozano y Adrián Huamán), que interactúan con el perrito accidentado y la música de Silvio. Su presencia es potente, la obra cobra un sentido distinto al oírla hablar, aterrizan los deseos y la acción dramática es más coherente. Su voz es un elemento a rescatar por el estilo al decir los textos, su cuerpo despliega mucha energía y construye una atmósfera, la noche se asienta en los parpados de los espectadores.

Hay otra presencia femenina (Gabriela Jordán) que se muestra como un reflejo de todos los que podemos empatizar con sus movimientos y con su vida. El trasporte público, la desesperación por el trabajo; este personaje va deambulando entre las sombras junto al coro (Santiago Montoya y Ernesto Ayala). Hay una relación entre el personaje que se manifiesta y expresa concretamente y los entes que funcionan como si fueran sus pensamientos o sus consecuencias. Es interesante la estética que se plantea en la composición, el uso de la oscuridad y de la luz y la combinación de seres latentes y patentes.

La dramaturgia de Christopher Gaona es poética, tiene bonitos versos que recitan en el escenario, hay un gusto romántico por las cosas, por la vida, el hecho de escuchar a Silvio Rodríguez desde un celular, permite que salgamos de la espectacularidad y vamos hacia un terreno más real; la misma existencia, que, en muchas ocasiones por no decir en todas, es más potente que el mismo teatro. El despliegue del coro son las respuestas de nuestro cotidiano, porque muchas veces, en el trasporte, observamos a personas comunes y corrientes, con ojos, piernas, y brazos, pero no sabemos qué hay dentro de ellos; quizá, en el fondo, todos compartimos una resignación, una especie de frustración constante debido a la crueldad con la que es azotada nuestra esencia. Todas las noches en el Metropolitano hay como un infierno silencioso que muestra cuerpos calmos y cansados, pero en el mundo invisible están miles de demonios y ángeles combatiendo entre sí: eso es el coro, es la manifestación del mundo sensible y abstracto de los seres humanos; aunque en otras ocasiones este vaho resignado y cansado explota y se vuelve en discusión, en insultos y peleas, la rabia de la ciudad se manifiesta de distintas formas. En muchas ocasiones es importante manifestar este espacio, porque, aunque sabemos que está ahí y tenemos plena conciencia de ello, no le prestamos atención y menos le dedicamos el interés que merece, sin saber quizá que eso que no se ve es lo que se manifiesta con más fuerza entre nosotros.

La música de Kike Trelles es un pulso constante dentro del imaginario de la obra, es una elección acertada, debido a lo nocturno de la composición, suena como si estuviéramos en esos planos abstractos del centro de Lima, no en la materialidad de las calles y las casas sino en lo invisible, en la esencia del centro, en toda esa energía que se ha acumulado durante tanto tiempo de existencia, incluso acumulado mucho antes de ser lo que es.

La obra tiene mucha fuerza y refleja una visión muy personal de lo que sucede en la ciudad, pero esta visión no escapa de lo que nos pasa a todos; entonces, hay un impulso hacia nuestro propio sentir, en donde nos podemos encontrar y sentirnos reflejados por lo que está sucediendo. El final es lo mejor, una luz roja se apodera del espacio, es chiquita y se manifiesta con mayor fuerza al meterse en el balde, todo esto hace recordar la historia como si fuera un sueño, como si fuera poesía, porque así es lo es; el texto es poesía y los movimientos también lo son, la presencia de la voz y la fuerza de la barrendera.

Moisés Aurazo

15 de septiembre de 2024

miércoles, 11 de septiembre de 2024

Crítica: MULTIVERSO, UN EXTRAÑO Y LOCO VIAJE


Buscando la perfección

“La perfección es una pulida colección de errores” (Mario Benedetti): frase que resume quizás la puesta en escena Multiverso, un extraño y loco viaje. Escrita por Jorge Pecho, nos muestra a Gabriela, una chica estricta consigo misma, siempre buscando la perfección en cada cosa que realiza. Ella está a punto de convertirse en una de las abogadas más reconocidas de su país, pero su enamorado, un gamer con poca educación, la llena de estrés, pues a ella le gustaría que él cambiara sus hábitos y su forma de ser. Para cumplir con ello, roba uno de los inventos de su padre, el multidimensionador, un dispositivo que te permite saltar de dimensión en dimensión hasta encontrar la dimensión ideal. Sin dudarlo, lo usará sin tener idea de todas las desgracias que causará en su "vida perfecta". 

Una puesta en escena llena de color, luces y mucho futurismo. Desde un inicio rompe con luces y música que nos transportan a una era avanzada, pero no tan lejana.

La personificación de la IA, quien se la expone como un personaje muy divertido y dinámico, ocurrente, cuya energía invade la escena desde el inicio al final, caracterizada de una manera que permite resaltar su personaje. El novio de Gabriela es un personaje con mucha energía y versatilidad, cualidad que le permite variar en las distintas personalidades que la obra requiere, brindando a la puesta en escena el dinamismo que necesita y generando risas con cada una de sus ocurrencias. Gabriela nos transmite esa seriedad y el mundo cuadriculado en el que vive; asimismo, nos muestra ese anhelo humano de tener una vida perfecta. Estos tres personajes son bien representados por Alessandra Meza Cuadra, Andrea Aguirre e Israel Coello, quienes han dejado todo en escena, permitiendo al espectador divertirse con cada uno de ellos y sus ocurrentes acciones.

La dirección se encuentra también a cargo de Pecho, quien ha generado hilarantes momentos, sumado a los juegos escénicos que permiten darle ese aire futurista que la puesta en escena requiere. El director ha guiado la obra de una manera en la que el espectador queda enganchado de principio a fin. En general, vemos una puesta en escena que toca temas tan humanos como la insatisfacción de las personas con lo que poseen y su búsqueda de una "vida perfecta" y cómo es que el ser humano vuelca sus capacidades a ello. Una entretenida obra muy recomendable.

Javier Gutiérrez

11 de setiembre de 2024

Crítica: MARÍA PIZARRO, HE AQUÍ EL AMOR


Extirpar la justicia

Representar un exorcismo en una sala de teatro, para quienes tenemos los rituales dramáticos bien arraigados, podría ser motivo de recelo. Sin embargo, lo que Vera Castaño y Rocío Limo traen a escena con María Pizarro, he aquí el amor no tiene con esta propuesta ninguna superficialidad ni morbo, sino el más profundo respeto por su personaje histórico y la búsqueda de su salvación a través del espacio compartido del teatro.

Esto no significa que la obra no tome provecho del terror psicológico, con el cual consigue nuestra inmersión desde el inicio. La iluminación con velas, las imágenes estáticas del fondo, los inquietantes sonidos de los gallinazos. Todos los elementos del montaje contribuyen a trasladar al espectador no solo a la Lima colonial, sino a los alrededores de una casa en la que, aunque algunos de sus miembros lo quieran ignorar, algo anda terriblemente mal.

Lo errático o incómodo es un elemento también presente en las actuaciones, que ayuda a cuestionarnos lo que cada personaje está ocultando o reprimiendo y que puede potenciarse desde cada parte del elenco, en especial en contraste con el personaje de María: la firmeza rápida de Eyzaguirre y el misterio envolvente de Rodríguez León son aquí destacables.

El punto de subversión de María Pizarro entra cuando nos damos cuenta que la obra no busca contarnos sobre una posesión demoníaca. Que su objetivo no es atemorizarnos de un mal espiritual, sino del profundo mal que hay sobre la tierra, y del poder que ejerce sobre aquellos que no se doblegan a sus parámetros. Rocío Limo se lleva aquí las palmas, con una interpretación que nos muestra a una chica única, peculiar y también muy humana y curiosa, pero que bajo las costumbres de su época sus excentricidades y su denuncia por una cruel ejecución sólo podían ser vistas como la presencia del maligno, tanto para la inquisición como para los sacerdotes que tratan de oponerse a ella.

Hay una ruptura sorpresiva y brechtiana pasando la mitad de la obra que, con el perdón de mi labor, quiero no revelar en lo absoluto, pues considero su mensaje se vuelve más potente cuando te agarra desprevenido. Te das cuenta que bajaste la guardia y María Pizarro te da su mayor susto, no uno de espíritus del infierno, sino de nuestra misma indiferencia. Quizás, como su protagonista intenta, la mejor manera de cambiar esa historia de terror sea también desde el amor. Muy recomendable (con la advertencia de que vayan acompañados).

José Miguel Herrera

11 de septiembre de 2024

domingo, 8 de septiembre de 2024

Crítica: MESA TOMADA


Ingredientes para un buen anti romance

Si tuvieras que describir tu última relación en un plato de comida, ¿cuál sería? Christian Ávalos y Luisito Fernández nos dan aquí dos ejemplos, con dos obras en las que se mezclan los contrastes, la comedia y los corazones rotos. Mesa Tomada logra hacernos conectar con las particularidades de sus personajes, a la vez que nos colocamos en su lugar.

Tarta de maracuyá impulsa su humor utilizando tanto el arte como los códigos de sus dos intérpretes. Quini Gómez roja vs Klaus Herencia blanquinegro. Intensidad y rapidez vs inocencia y torpeza. Ambos logran conectarse de manera fluida, la obra no fuerza un vínculo entre los dos personajes desde el inicio, sino que lo construye a través de sus enfrentamientos y objetivos dispares. Las dinámicas entre dos cuerpos distintos es la carta que la obra tiene más a su favor para aprovechar. Tarta de maracuyá no tiene miedo de burlarse de sus dos personajes principales, lo cual, de hecho, hace que nos pongamos mucho más en su lugar.

Por su parte, Bife de chorizo se sirve de un tipo de contraste similar, pero con sus propias particularidades. Aquí nos centramos en la frustrada y certera piel del personaje de Andrea Chuiman, quien tiene que hacerle frente a Christian Alden, quien representa de manera minuciosa al patán del año. Ambos, entre la fuerza y el chorreo respectivamente, nos muestran la última noche de un relación, donde a cada discusión la patanería se vuelve más terrible (aunque aún bastante probable). La cercanía del público con los actores permite que nos indignemos junto al personaje de Chuiman, y se presta además para un par de rupturas de la cuarta pared (al principio algo extrañas, pero que van agarrando carisma).

Ambas obras están en su punto preciso para ofrecer dos experiencias bien conectadas a la vez que desternillantes. Sí se vuelve un poco difícil de creer que a ninguna de las dos parejas las hayan botado del restaurante ente sus fuertes escándalos (más con el mozo de Herencia sentándose a tomar con una clienta), pero la elevación tan alta del conflicto hace que esto no termine de distraer. Un buen antiromance, uno donde se explore el romance desde su desilusión, requiere de mucha sinceridad para lograr nuestras risas a la vez que nuestra empatía e identificación. Para este propósito, Mesa Tomada es, con el perdón del chiste, plato fuerte este setiembre.

José Miguel Herrera

8 de setiembre de 2024

sábado, 7 de septiembre de 2024

Crítica: EL LOCO Y LA CAMISA


Secretos en familia

Estrenada en su país en 2009, la pieza El loco y la camisa del reconocido dramaturgo y director argentino Nelson Valente ya es considerada todo un clásico de la dramaturgia latinoamericana, con representaciones ininterrumpidas en Argentina y otros países, incluido el Perú. Justamente, el colectivo La Flecha acaba de terminar exitosamente su tercera temporada en Selina Basement. Y la recepción del público y la crítica ha sido unánime: sin renunciar nunca a los precisos y agradecidos toques de humor, la obra trata de la conmovedora y dura historia de una familia de clase baja, que ve alterada su difícil rutina cuando reciben la visita del estirado novio de la hija e intentan esconder la existencia del hijo, quien sufre de alteraciones mentales. 

La historia en sí es sencilla, ocurriendo todo en tiempo real, pero en la que se esconden una crudeza e injusticia social lamentablemente ya normalizadas a estas alturas, en las situaciones y en los personajes. Con varios ejes temáticos, la trama no solo aborda la locura del hijo, sino también las complejas dinámicas familiares, en las que la vergüenza, la frustración, el machismo y la violencia doméstica tienen cabida. Los personajes se encuentran perfectamente delineados, con los padres (Omar García y Andrea Fernández) manteniendo al inicio una discusión en la que notamos la profunda incomunicación que los separa, con la hija (Andrea Alvarado) rogando para encerrar a su hermano durante la visita del novio (Sergio Gjurinovic) que proviene de familia acomodada, y con el hijo protagonista (Oscar Meza), que le da el título a la obra, como el detonante para revelar los secretos familiares más escondidos.

El director Fito Valles, quien consiguiera notables resultados con Mi hijo solo camina un poco más lento (2019), logra generar una real experiencia inmersiva en el espacio con el que cuenta, con las butacas acomodadas de manera circular y los intérpretes tan cercanos al público. La segunda aparición del hijo es realmente inquietante. Notables actuaciones del elenco, entre quienes habría que destacar a Fernández y a Meza, quienes consiguen entrañables secuencias como madre e hijo. Acaso lo más resaltante del estreno peruano de una obra del calibre como lo es El loco y la camisa no solo sea el de tratarse de un excelente espectáculo de visión obligatoria, sino que nos restriega en la cara lo poco que hemos avanzado como sociedad, ya que después de quince años esta violenta y a ratos, desgarradora historia sigue manteniendo plena vigencia.

Sergio Velarde

7 de setiembre de 2024

viernes, 6 de septiembre de 2024

Crítica: LIMA


Breves escenas de nuestra ciudad

Si te pidieran completar la frase “Lima es…”, ¿qué dirías? Tal vez responderías que Lima es la Ciudad de los Reyes, pero también una ciudad marcada por la discriminación. Quizás te vendría a la mente una Lima gris, nostálgica, pero a la vez bulliciosa y caótica. Lima es, en realidad, muchas cosas a la vez, un crisol de contradicciones que tratar de definirla es casi imposible, pero si podemos intentar representarla.

Así llega LIMA, una propuesta de improvisación bajo la dirección de Omar Leonardo y la producción de Kaleido Escénica, que nos trae tres escenas de impro bajo la premisa de “Lima es…”, donde es el público quien tendrá que completar la frase, a partir de la cual los improvisadores darán vida en escena a típicas historias y personajes limeños.

Los cuatro improvisadores, Karla Guzmán, Belén Suárez, Eduardo Monzón y Omar Leonardo, junto con la musicalización en vivo de Aries Córdova, dan vida a escenas breves protagonizadas por personajes cotidianos y, a la vez, marginales e invisibilizados de Lima: un niño que vende dulces en la calle, una barrendera, un loco, un estudiante, una niña que pide limosna, entre otros. A través de ellos, se reflejan las problemáticas que atraviesa nuestra ciudad.

El director recalca que la propuesta nace de un laboratorio de investigación junto a los demás integrantes del grupo, donde partían de buscar noticias, explorar sus propias vivencias como motor para improvisar y el reconocimiento del espacio público. Este enfoque aporta veracidad y profundidad al proceso de creación escénica, lo que enriquece la propuesta. A través de esta investigación, incorporaron recursos que amplían el alcance de la improvisación, como momentos en los que rompen con la ficción para ofrecer datos y cifras estadísticas que contextualizan y enfatizan las problemáticas de la ciudad, por ejemplo, el número de niños que trabajan en la calle. A mi parecer, es justamente este trabajo de investigación previo al montaje lo que ha permitido al proyecto tener una base sólida sobre la cual improvisar, y que, junto a los diferentes recursos de improvisación, logra no solo entretener, sino también conmover al público. Resalto el apoyo de producción y escenografía por lograr con pocos elementos dar vida a las calles limeñas en escena.

En cuanto a la labor de los improvisadores, considero que en algunos casos aún deben seguir perfeccionándose en técnicas de impro para igualar la agilidad de sus compañeros. Aun así, mantienen una dinámica grupal en escena bastante ágil, logrando un espacio para crear nuevas narrativas contextualizadas en el espacio urbano que tiene una cercanía con nuestra identidad, con esa Lima que todos conocemos.

Para terminar, destaco el trabajo del grupo de improvisadores por la rapidez de respuesta para improvisar de manera conjunta en escena, pero, sobre todo, la destreza y sutileza para exponer problemas graves de nuestra ciudad, logrando divertir y al mismo tiempo dejarnos con la pregunta ¿Por qué? ¿Por qué Lima es así?

Alexandra Valdivieso Chudán

6 de setiembre de 2024

jueves, 5 de septiembre de 2024

Crítica: PISO 1 - ONCEAVA TEMPORADA


Turno Noche

A puertas de culminar la onceava temporada de Piso 1 Teatro, entre la diversa oferta de puestas breves del turno noche se encuentran: 

La Carmelita, escrita y dirigida por Martín Martínez, nos presenta la figura del “teatro dentro teatro”; esta vez en un formato conciso que gira en torno a Gina (Kiara Cruz), una joven directora que está a punto de estrenar su primera obra, protagonizada por Brigitte Queen (Verónica Miranda). Sin embargo, la pérdida de un elemento clave del vestuario de su personaje hace que ella se niegue a actuar, poniendo en aprietos a la asistente (Marisol Rodríguez) así como el esperado estreno. Las actrices manejan con soltura el código de humor como eje principal de la historia, aunque bajo la anécdota, se esconde el drama por el que cualquier actor o actriz experimentada podría pasar en algún momento de su carrera: el olvido, el miedo al fracaso, los nervios propios de enfrentarse a un público en vivo. Cabe resaltar el cuidado en los vestuarios y la escenografía acompañada por el rojo rutilante como efecto lumínico, dando como resultado una propuesta coherente y divertida.       

Por otro lado, Luna de Miel, escrita por Abel Enríquez y dirigida por Jean Paul Neyra, nos revela una pícara comedia protagonizada por Yeuris Yakyr y Pedro Sánchez, quienes fungen de una pareja de recién casados en su noche de bodas. Por un lado, ella quiere consumar el matrimonio lo antes posible; por el otro, él da vueltas por toda la habitación filosofando y escapando de su esposa. La puesta se compone de una escenografía sencilla: una cama que se convierte de cierta manera en un personaje, como testigo silencioso del juego que sostienen los personajes hasta que una confesión lo cambia todo. Con un preámbulo muy ingenioso dando la bienvenida al público como si fuéramos los invitados de la boda, los personajes se adueñan de la trama desde el inicio, creando la atmósfera adecuada para entrar en la convención de una hilarante historia, que bien podría ser un caso de la vida real.  

Finalmente, La Última Confesión, escrita por Brayan Vilchez y dirigida por Katherine López, nos presenta a un cura que vive en un pueblo de las afueras de Lima, dedicado a la labor social, hasta que una noche se presenta Miranda, una muchacha que llega para desenmascarar el oscuro pasado del joven padre. Los personajes son interpretados por Kalid Lino y el propio autor, quienes construyen personajes detallados, envolviéndonos en la trama que podría encajar como un thriller que aborda temas como el abuso y la violencia. La escenografía oscura de la sala, los vestuarios y el giro inesperado del desenlace dejan al espectador con más de un cuestionamiento.

Maria Cristina Mory Cárdenas

5 de setiembre de 2024

martes, 3 de septiembre de 2024

Crítica: GRANDES INTENCIONES


Anacronía 

"Hijo, tú tienes mi corazón. Cuando vengas me lo devuelves…"

Una frase expulsada desde el corazón de una madre que espera el regreso de su hijo; esta y otras historias son las que guardan cada uno de los vecinos de una quinta de Magdalena, donde cada uno parece estar viviendo en su propio mundo, absorto en sus propias rutinas, ignorando por completo lo que sucede en su entorno. Sin embargo, esto cambia cuando todos se dan cuenta de que la radio que siempre colocaba una vecina dejó de sonar. Es allí cuando los inquilinos deciden averiguar qué sucedió con la mujer, dando la oportunidad de conocerse y de encontrar la respuesta que cambiará sus vidas. 

Desde las primeras escenas nos encontramos con una trama que avanza con total fluidez, organizada en secuencias muy específicas que nos permiten adentrarnos en las historias de cada uno de los vecinos de esta quinta de Magdalena. La presentación de los personajes y su desarrollo son correctos. Además, la anacronía narrativa nos permite ver las vivencias de cada uno de ellos y cómo estos llegan a la quinta, logrando con esto que se entienda la esencia de cada personaje.

Grandes intenciones es dirigida por Jesús Neyra, quien ha guiado la obra manteniendo un ritmo que permite al espectador estar pendiente de todo lo que sucede en el escenario. Si bien es cierto, en toda la puesta prima la comedia, el director ha sabido resaltar esos momentos tiernos, románticos, reflexivos y tristes que tiene la obra, permitiendo apreciarla  en su totalidad.

El elenco está conformado por Nicolás Fantinato, Marisa Minetti, Claret Quea, Valquiria Huerta, Sergio Armasgo y Daniella Feijoó, quienes en perfecta comunión se entregan a sus personajes con tal convicción y energía. Al punto que sobre el escenario vemos la transformación de cada uno de los actores: desde el inicio, los personajes aparecen y se desenvuelven con gran confianza mientras van desarrollándose y creciendo.

Las luces, desde el inicio, han sido un factor importante para generar el impacto que la obra requiere. La escenografía, aunque sencilla, brindaba esa atmósfera que la puesta en escena requiere. Grandes intenciones nos permite acercarnos desde la comedia a temas muy latentes en nuestra sociedad como la indiferencia, el egoísmo, la soledad y el abandono. Temas en los cuales deberíamos reflexionar como individuos. 

Javier Gutiérrez

3 de setiembre de 2024

Crítica: QUIERO SER ACTOR


El camino de la actuación

Luego de seis años desde su estreno oficial, el reestreno tardío de Quiero ser actor del prolífico dramaturgo y director Gianfranco Mejía no deja de ser un evento interesante de analizar. Pocos son los que, como Mejía, han esgrimido la perseverancia y la dedicación como válidas herramientas para construir un propio camino dentro de las artes escénicas, consiguiendo no solo un público cautivo a lo largo de más de una veintena de piezas escritas, producidas, dirigidas y a menudo, protagonizadas por él mismo, sino que además cuenta ahora con el respaldo de conocidos actores y actrices profesionales que suman a la calidad de sus propuestas: aquellas que exploran problemáticas complejas (violencia familiar, trastornos alimenticios, etc.) y las que buscan simplemente entretener (relaciones de pareja, aspiraciones vocacionales, etc.).

A este último grupo pertenece Quiero ser actor, simpática puesta en la que seguimos los inicios interpretativos de Nicolás (Mejía), un adulto joven que, como muchos de su generación, no tiene una idea clara de qué hacer con su vida; y de cómo la casualidad lo lleva a actuar de extra en un cortometraje, para después formar parte de una obra de teatro. Mejía apuesta por una historia amable y a ratos muy ingenua, ya que los obstáculos que debe vencer Nicolás son su propia confusión y un padre tradicional que no ve con buenos ojos la carrera del arte. El resto son secuencias, algunas más logradas que otras, en las que se dramatizan las típicas anécdotas que cualquier aspirante a actor (y con demasiada suerte) suele atravesar. Acaso la mayor virtud de esta historia sea la ya mencionada inocencia, que Mejía y su numeroso elenco saben aprovechar para arrancar sonrisas del público.

La experiencia la ponen Martín Abrisqueta y Pedro Olórtegui, en papeles clave; acompañan con sobriedad Edwin Vásquez, Francesca Vargas, Paola Miñán y Ale Meza Cuadra; y siempre es de agradecer la presencia de Jeffrie Fuster, quien logra convertir un casting de archivo en una hilarante secuencia. Quiero ser actor no muestra ni por asomo todos los sacrificios y vejaciones que gran parte de jóvenes artistas tienen que experimentar a diario; además, al terminar la función Mejía agradeció a sus padres presentes por, justamente, ayudarlo a realizar sus sueños. No obstante, como una sencilla propuesta de entretenimiento, este reestreno de Mejía en el Teatro Auditorio Miraflores lo consolida como un referente innegable de la escena independiente.

Sergio Velarde

3 de setiembre de 2024

Crítica: SIN VERGÜENZA


Absurda realidad

La falta de moralidad y vergüenza presentes en nuestro país y realidad política es un tema mostrado en la puesta en escena de Sin vergüenza, una obra escrita por Renzo Abrill, que señala el descaro y lo absurdo de nuestra sociedad. Una obra que nos sumerge en el mundo de Gilberto, un hombre cuyo pasado lo alcanza en una estación de tren. Allí se encuentra con dos extraños sujetos que le piden que haga algo muy desvergonzado; sin embargo, cumplir con estas exigencias pondría en peligro todo lo que construyó en su vida.

La dirección se encuentra a cargo de Miguel Seminario y Emilio Aguirre, quienes han sabido resaltar los mensajes significativos y potentes del libreto. Sumado a su capacidad para mantener el ritmo e insertar la comedia es notable; la forma en que manejan los cambios de tono y los juegos en escena muestra una comprensión profunda del material. 

El elenco de Sin vergüenza está conformado por Walter Ramírez, Bryan Pinto e Ivi Cordero, quienes inyectan mucha energía a esta puesta en escena, todos con una presencia que impacta desde que hacen su ingreso. Es importante hacer notar que cada actor ha logrado colocar características que han generado que los espectadores reaccionen de distintas maneras, ya sea ternura, cólera, risa, etc.; esto habla de la conexión que han tenido con el público. También se puede notar que la química entre ellos actores ha ayudado a fortalecer la narrativa y capturar al espectador.

El diseño escénico es sencillo, pero cumple con el objetivo de generar la atmósfera de una extraña estación de tren, muy fuera de lo común, pero que ayuda a sumergirnos en ese raro mundo. El vestuario, por su parte, es adecuado y ayuda a definir a los personajes y darles la peculiaridad que necesitan.

En conclusión, Sin vergüenza es una obra que ofrece, sin duda alguna, una experiencia teatral sólida, divertida y de mucha reflexión. La dirección y las actuaciones del elenco elevan el material; una obra donde el espectador no solo quedará encantado con lo observado, también podrá tener una mirada distinta de lo que está pasando en nuestra sociedad y en la política actual. Sin duda, la producción es un testimonio del talento y la pasión involucrados en su creación; así mismo, es una muestra más de que el teatro sigue siendo ese espacio donde podemos confrontarnos con nuestra realidad, una puesta en escena que vale la pena verla.

Javier Gutiérrez

3 de setiembre de 2024

Crítica: ¿TE DUELE?


Nadie elige sufrir

La primera imagen que te recibe en ¿Te duele?, muestra de egreso del Club de Teatro de Lima, es de una pequeña mesa rodeada de sogas, ya evocando posesión y destrucción. Pero, curiosamente, también de construcción. Cuando algo se está intentando levantar a través de tejidos, solo para romper en la tensión y el dominio desde el que ya ha sido creado. En una muestra alrededor del lenguaje físico, este elemento abre infinidad de posibilidades para tratar sus temas.

La ambientación original de César Brie, alrededor de la metáfora del ring de boxeo, es dejada de lado para dar mayor protagonismo al cuerpo y la emoción. Acertadísimo, pues impulsa al elenco a subir la apuesta en cuanto a su lenguaje físico y las maneras en que puede contar las historias. La estructura, con distintas parejas alternándose apoyadas por coros, no distrae, pues dichos coros nunca quitan la atención de la pareja principal. Incluso, el hecho de que no se trate siempre de la misma pareja hace que, en lugar de sentirse como una relación específica, estemos viendo retazos de diferentes parejas entre las que la historia de abuso se repite cíclicamente.

Si bien este efecto “cíclico” es poderoso, se habría beneficiado de una mayor sensación de progresión y variedad. Los abusos que muestran los personajes son directos y bastante gráficos, lo que los puede hacer, por momentos, insoportables ante la tamaña ira/sufrimiento de los intérpretes (llevadas al máximo en las violaciones y el infanticidio final). 

Aquí me cuestioné a mí mismo, ¿y si sí es necesario mostrar la violencia y el dolor con esa intensidad? Pese a la realidad en la que vivimos, pareciera que a veces no entendemos ni con ella. Concluí que, teniendo cuidado, es necesaria, siempre que le demos peso y lo recubramos de matices, para recordar que las relaciones violentas no siempre parecen serlo al inicio ni se ven siempre igual. La obra lo explora trasladándonos al diálogo interno de una boda, a la culpa de un esposo que solo sabe responder con violencia, o a un marido inútil que solo habla mientras su esposa se mueve frenética. Es en estos momentos entre tensos y calmos (construcción), que la violencia se vuelve más potente y trágica (destrucción), como una erupción que las mujeres trataron sin éxito de, aunque sea, retrasar.

¿Te duele? permite a los estudiantes mostrar su aprendizaje como intérpretes y como creadores, que, si esta obra es evidencia, continuarán ganando cancha al momento de crear imágenes que signifiquen, que trascendiendo la limpieza en su acting y su movimiento cuestionen las conductas del público o lo abracen para recordarle que jamás fue su culpa.

José Miguel Herrera 

3 de setiembre de 2024

domingo, 1 de septiembre de 2024

Crítica: HISTORIA DE UNA CIUDAD FRÍA


Una Lima desde adentro

Cuando pienso en Lima, pienso en bullicio, ruido, movimiento, caos, energía, esa es la Lima que yo conozco. Pero en Historia de una ciudad fría vemos otra cara de nuestra ciudad, una ciudad fría por distante, por lejana, una ciudad que muchos habitamos pero que constantemente nos rechaza y que pocos nos detenemos a observar, esa también es Lima. 

En el marco del ciclo “Teatro en el centro” del ICPNA, se presenta Historia de una ciudad fría, obra escrita y dirigida por Christopher Gaona, coproducida por Punto y Coma Teatro y Médula Sala de Teatro e Investigación. La puesta en escena nos presenta una Lima desde la vivencia y mirada interior de cuatro personajes marginados: una barrendera, vieja amiga de Lima (Pilar Núñez); una secretaria sin nombre (Gabriela Jordán); un muchacho solitario (Adrián Huamán); y un migrante obligado a dejar atrás su propia ciudad (Godo Lozano), acompañados de un coro (Ernesto Ayala y Santiago Montoya) que representa a los otros habitantes, los limeños. En la obra vemos una Lima desde los ojos de estos personajes marginados y cómo la ciudad ha ido moldeándolos en carácter, derrumbando sus sueños y esperanzas de encontrar un lugar, un nombre, un rostro en esta ciudad.  

Si bien es cierto, en escena no vemos a la Lima caótica, salvaje, bulliciosa y agresiva en la que todos nosotros nos sumergimos a diario y a la cual estamos ya tan acostumbrados, la propuesta plantea tomar distancia de esas características para presentar la ciudad desde el mundo interior de cada personaje, y desde ahí contemplar la ciudad. A través de diálogos bastante descriptivos, cada personaje narra sus vivencias en forma de collage, creando una serie de momentos que eventualmente convergen brevemente en la historia. 

Por otro lado, a través del cuerpo como medio para la elaboración escénica y de la danza, vemos diferentes momentos típicos a los que nos enfrentamos al habitar lima. Así, con la performance de los cuerpos, muestran esa incomodidad de viajar en transporte público, siendo uno de los momentos más interesantes de la obra. Sin embargo, en algunas escenas el trabajo corporal plantea figuras y movimientos que no aportan al entendimiento de la historia, sino al parecer una búsqueda más conceptual y estética. Complementando al trabajo actoral, la propuesta de dirección en cuanto al uso de escenografía y recursos es sencilla, destacando por los cuerpos como elemento principal en escena, con todos los actores siempre presentes y con un juego de elementos, principalmente de luces, que le dan dinamismo y más ritmo a la obra. Un detalle que podría mejorar es el manejo de las salidas del escenario en las escenas finales, ya que el uso de la puerta de emergencia, que da al estacionamiento del teatro, genera un quiebre en la atención y conexión del espectador.

Por otro lado, cabe destacar que esta propuesta no utiliza muchos elementos sonoros para ambientar ni crear una atmosfera propia de la ciudad. Además, el video sin sonido mostrado al inicio de las calles de Lima, si bien puede tener intención de contextualizar el espacio en el que se desarrolla la obra, no tiene relación justamente con la mayoría de los lugares mencionados. 

En conclusión, Historia de una ciudad fría nos muestra una Lima que, aunque puede resultar ajena para algunos, nos invita a tomar distancia y redescubrirla a través de los ojos de personajes. Así, vemos una ciudad distante y silenciosa, lejos del bullicio y caos que usualmente la caracteriza. Esta Lima, moldeada por la soledad y la introspección, nos revela las huellas que la ciudad deja en sus habitantes más invisibles. 

Alexandra Valdivieso Chudán 

1° de setiembre de 2024