Extirpar la justicia
Representar un exorcismo en una sala de
teatro, para quienes tenemos los rituales dramáticos bien arraigados, podría
ser motivo de recelo. Sin embargo, lo que Vera Castaño y Rocío Limo traen a
escena con María Pizarro, he aquí el amor
no tiene con esta propuesta ninguna superficialidad ni morbo, sino el más
profundo respeto por su personaje histórico y la búsqueda de su salvación a
través del espacio compartido del teatro.
Esto no significa que la obra no tome provecho
del terror psicológico, con el cual consigue nuestra inmersión desde el inicio.
La iluminación con velas, las imágenes estáticas del fondo, los inquietantes
sonidos de los gallinazos. Todos los elementos del montaje contribuyen a
trasladar al espectador no solo a la Lima colonial, sino a los alrededores de
una casa en la que, aunque algunos de sus miembros lo quieran ignorar, algo
anda terriblemente mal.
Lo errático o incómodo es un elemento también
presente en las actuaciones, que ayuda a cuestionarnos lo que cada personaje
está ocultando o reprimiendo y que puede potenciarse desde cada parte del
elenco, en especial en contraste con el personaje de María: la firmeza rápida
de Eyzaguirre y el misterio envolvente de Rodríguez León son aquí destacables.
El punto de subversión de María Pizarro entra cuando nos damos cuenta que la obra no busca
contarnos sobre una posesión demoníaca. Que su objetivo no es atemorizarnos de
un mal espiritual, sino del profundo mal que hay sobre la tierra, y del poder
que ejerce sobre aquellos que no se doblegan a sus parámetros. Rocío Limo se
lleva aquí las palmas, con una interpretación que nos muestra a una chica
única, peculiar y también muy humana y curiosa, pero que bajo las costumbres de
su época sus excentricidades y su denuncia por una cruel ejecución sólo podían
ser vistas como la presencia del maligno, tanto para la inquisición como para
los sacerdotes que tratan de oponerse a ella.
Hay una ruptura sorpresiva y brechtiana
pasando la mitad de la obra que, con el perdón de mi labor, quiero no revelar
en lo absoluto, pues considero su mensaje se vuelve más potente cuando te
agarra desprevenido. Te das cuenta que bajaste la guardia y María Pizarro te da su mayor susto, no
uno de espíritus del infierno, sino de nuestra misma indiferencia. Quizás, como
su protagonista intenta, la mejor manera de cambiar esa historia de terror sea
también desde el amor. Muy recomendable (con la advertencia de que vayan
acompañados).
José
Miguel Herrera
11 de septiembre de 2024
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