“El arte es una gran arma social”
Ganadora del Festival Sala de Parto 2015, la pieza escrita y
dirigida por Sebastián Eddowes, El rancho de los niños perdidos (2019), tuvo
que esperar varias años para su estreno oficial. Su actor protagonista, Diego
Carlos Seyfarth, fue recompensado con el premio del público como el mejor actor
en la categoría Drama por la encuesta publicada en Oficio Crítico. “El único
artista en mi familia fue mi bisabuelo, que fue pianista y vino de Alemania al
Perú en un barco y se dedicó a la música, tocaba en bares como pianista y
terminó dando clases, pero esa fue la única referencia artística en mi familia,”
comenta Diego Carlos. “Desde muy pequeño en el colegio siempre me dediqué a la
música, toqué varios instrumentos, batería, percusión; el teatro no era lo mío
en ese entonces, me dedicaba más al deporte y a la música; lo que sí me gustaba
hacer era imitar a los profesores, tenía esa facilidad, todos se mataban de la
risa, era muy movido.”
En tierras alemanas
“Yo tengo ascendencia alemana, así que quise ir allá a
aprender el idioma”, afirma Diego, quien viajó teniendo diecisiete años a vivir
a Bonn y cumplió parte del Servicio Militar. “Estaba defendiéndome muy bien con
el idioma, pero no sabía qué hacer, estudié Hotelería y Turismo, y por varios años
estuve trabajando en cadenas de hoteles conocidas, hasta que me aburrí.”
Gracias a su talento innato por la música estuvo en varias bandas como
baterista y percusionista, tocando en varios conciertos, en paralelo con su
trabajo hotelero. Es entonces que le llama la atención la energía tan especial
que había en el escenario. “Compartir mi arte con el público es algo
maravilloso, pero ¿qué más puedo hacer?,” se preguntaba. Diego prefirió dejar la música y entrar al mundo de
la actuación, ingresando en el 2008 a una destacada escuela privada de actuación,
en la ciudad de Siegburg, llamada Studio Bühne Siegburg; y en el 2010 a la
universidad de artes Alanus Hochschule für Kunst & Gesselschaft en Bonn,
para el estudio de arte dramático Diploma of Arts.
Diego estuvo en
constante formación artística y luego de cuatro años se recibe como actor
profesional. “Tuve excelentes profesores, como Dieter Braun, quien aplicó mucho
la enseñanza de Chéjov, de Kleist, de Stanislavski, un poco de todo; es una
persona sumamente estricta y que te confrontaba contigo mismo, decía que había
que sacar todo lo tuyo, te aplicaba la memoria emotiva antes de subir al
escenario; como acting coach le dio clases a Kate Winslet en Australia.” Otro
profesor importante fue Michael Schwartzman, quien estudió en el École
Internationale de Théâtre Jacques Lecoq en París. “Hicimos teatro de máscaras y
comedia del arte”.
Posteriormente, Diego comienza a audicionar a los
principales teatros y es contratado en el Teatro Nacional de la ciudad de
Bautzen en Sajonia, en donde participó en numerosas puestas en escena durante
tres años. “Experimentas realmente lo que es la vida teatral tradicional,
comienzas a ensayar, estrenas y a los dos meses ya estás ensayando la siguiente
obra; son ocho obras por temporada, no tienes vida (ríe), vives y respiras
teatro; además, convives con muchas personas, con el elenco formal de
veinticinco artistas de diferentes partes.” Fue una experiencia increíble, ya
que le sirvió para aplicar todo lo que había aprendido. “Y bueno, cada cierto
tiempo me daban permiso en la medida de lo posible para participar en rodajes
de series policiales; tengo una representante en Hamburgo que me facilitaba
todo eso, pero ahora no estoy tan activo, porque estoy acá; a veces me manda
castings online, pero es complicado si no estás allá.”
De entre todas las obras que Diego realizó en Alemania,
recuerda con emoción la adaptación de la cinta Atrapado sin salida (One Flew
Over the Cuckoo's Nest, 1975), película de culto esteralizada por Jack
Nicholson, en la que interpretó nada menos que al indio “Jefe” Bromden. “Me
pusieron una peluca muy larga y me maquillaron de una manera particular,”
recuerda. “Toda la obra se contaba desde la perspectiva de Bromden, había monólogos
que relataban las vivencias en el manicomio y lo que representaba McMurphy, que
simbolizaba la libertad, lo ve como un aliado para escapar.” Debido a la
coyuntura social y cultural en Alemania Democrática de ese entonces, esa obra en
particular representaba mucho para la gente de esa zona del país: el manicomio
representaba a la Alemania Oriental y para la gente había una necesidad de
escapar. “Fue un gran reto hacerlo, no tenía mucho texto, pero estás presente
en todas las escenas de la obra, es estar presente y no estar presente, como un
fantasma; eso fue un gran reto, pude aplicar esa energía de no hacer nada y
hacerlo todo; así es la escuela alemana, que vive de la contención, la convención
de las miradas, de la energía, el impulso creador.”
La rutina de trabajo para Diego fue extenuante, pero
provechosa para desarrollar sus aptitudes actorales: las temporadas duran un año
y cada una consta de ocho obras en promedio, en las que los actores se van
turnando e intercalando ensayos y presentaciones. “Eres como un soldado del
teatro, para eso tienes apuntadoras que trabajan contigo, que te siguen la
lectura; tienes toda una infraestructura y trabajo todos los días, si no te
toca actuar, te toca ensayo”. El horario de trabajo es de 10 am. a 2 pm. y
después de 6 pm a 10 pm., siempre ensayando o en función. “Estás trabajando a
un ritmo muy fuerte, pero la gente consume mucho teatro; hay una tradición
teatral de hace muchos años; el teatro en que yo trabaja tenía más de 800 años,
había sobrevivido dos guerras mundiales y bueno, para mí fue un honor formar
parte del sistema teatral alemán.” Actuar en alemán fue un reto. “Sobre todo a
nivel fonético, es hablar el alemán sin acento; yo aprendí alemán recién allá,
pero gracias a la facilidad auditiva que tengo, pude asimilarlo muy bien, eso
me ayudó bastante.” La lista de obras que interpretó es variada, con autores de
importancia capital como Goethe, Schiller o Hoffmann. “Para mí, es un honor
interpretar obras de estos autores, también baladas en alemán; el idioma es
hermoso, es un idioma duro, pero muy poético y muy exacto para describir emociones.”
De vuelta a casa
¿Qué trajo de vuelta a Diego Carlos al Perú? Pues el amor
hacia la destacada actriz Karina Jordán, con quien compartió roles en la
teleserie VBQ, todo por la fama. “Es que alguien tenía que ceder (ríe); le dije
que aprenda alemán y que se venga a actuar acá,” bromea. “Queríamos sacarnos el
clavo, teníamos bastante tiempo a la distancia, vine por trabajo y tomé la
decisión correcta en la vida y el destino se encarga de lo demás, de
recompensarte por eso.” Diego ha tenido, desde su regreso, una presencia
constante en teatro, cine y televisión. “No tenía tanta experiencia en la
televisión, pero sí estoy participando en obras; mi pasión es el teatro, yo
comparo el teatro con la música: el teatro es el concierto en vivo y la
televisión, las grabaciones de estudio.” En el 2018, participó en la
interesante San Bartolo en el Teatro La Plaza y actuó en la pantalla grande en
No me digas solterona.
“Primero, un buen actor de teatro debe saber relajarse,”
afirma Diego Carlos. “Segundo, debe saber escuchar; y por último, conservar la
mística.” Por otro lado, como características de un buen director de teatro,
afirma que “tiene que tener un buen nivel de observación, debe ser muy empático,
tiene que respetar los tiempos de sus actores y en verdad, escuchar, darte la
mano.” Considera además, que actor y director deben trabajar juntos, porque un
director que explica y ordena todo no lleva a ningún lado. “Los dos son un
equipo, tanto los actores como el director necesitan proponer, escribir, borrar
y volver a escribir, construir para después destruir.”
La dirección no es ajena para Diego, ya que dicta talleres
en los que comparte sus aprendizajes y experiencias. “De los alumnos yo aprendo
mucho, por ejemplo, yo conozco la obra y propongo jugar, observar y ver lo que
está pasando y en base a eso, dar nuevas ideas, nuevos impulsos y del mismo
impulso de ellos, salen cosas increíbles.” Obviamente, los actores, en sí, no
se dan cuenta de sus logros en escena. “Porque su trabajo es proponer, sentir y
ser honestos; para eso está el director, él identifica eso y dice ‘grábalo’, ya
ve uno cómo regresa a esa repetición y generar esa emoción.” Diego reconoce que sí le gustaría en algún momento
dirigir actores, pero no es una necesidad. “Estoy más concentrado en la
docencia y en dictar clases, haber podido convalidar mi maestría, que para mí
es algo excelente, porque también siento que estoy contribuyendo a mi país, he
podido acceder a una formación muy buena y me gustaría compartirla con los
chicos que realmente lo necesitan y que estén interesados.”
Gracias a su participación en San Bartolo, su codirector
Alejandro Clavier le recomienda a Eddowes que tome en cuenta a Diego para el personaje del director de cine
Alexander Porfirievich Zinatov en El rancho de los niños perdidos. “Me escribió,
me mandó la obra, nos comunicamos, la leí y le dije que esta obra tiene que ser
montada, es genial,” recuerda Diego “Sebastian (Eddowes) es muy prolijo en su
trabajo, la obra estuvo en un proceso de renovación, de fermentación, por así
decirlo; él fue muy ambicioso con el proyecto; como director, te da mucha
libertad y confía realmente en sus actores, aun si conocernos mucho al comienzo
, realmente entregó su bebé en nuestras manos.” El elenco estuvo integrado además
por los actores Sebastián Ramos y Jorge Black. “Excelentes compañeros, con una
gran sensibilidad artística, fue maravilloso trabajar con ellos; probamos varias
ideas y lo bonito y lo genial es que el texto era de Sebastian, el autor y el
director a la vez, es decir, no había lugar a duda: esto es así y esto es lo
que quiere decir; cómo lo dices, qué acción tomas tú para decirlo, pues es tu
decisión; ensayar fue buenísimo, un trabajo exquisito de verdad.” La temática
de la obra de Eddowes también fue del agrado de Diego. “Me sentía muy
identificado con toda la temática de las ideologías, yo he vivido más de tres años
en la ex Alemania Oriental y he estado rodeado de ex comunistas o comunistas
frustrados; eso me ha servido mucho también para construir este personaje; si
bien es cierto, yo no tengo la edad de ese personaje, ni la experiencia, esa vivencia me ha ayudado
a conectar con su realidad.”
Paralelamente a los ensayos de El rancho de los niños
perdidos, Diego culminaba la temporada
de el musical Todos vuelven, un musical para el Perú de Preludio, bajo la
dirección de Carlos Galiano. “Él es muy sistemático, ya tiene un concepto muy
claro, una ruta trazada; pero sin embargo, es muy abierto a nuestras
sugerencias.” El musical requirió de una gran logística, ya que en escena
aparecían más de veinticinco actores y bailarines. “Todos esos artistas
variados tenían que interpretar escenas, Carlos tenía que exigir a los actores
cantar, además de fusionar el canto con el baile y todo esa producción fue una
tarea muy ardua, pero él siempre fue muy acertado, muy prolijo en su manera de
trabajar; lo hizo muy bien, con mucha perseverancia y mucha pasión; Carlos es
mi amigo, lo felicito, fue un gran trabajo.”
En este 2020, Diego Carlos seguirá dictando talleres de
actuación y estará presente en nuestra cartelera teatral. “Vamos a reestrenar
Todos vuelven, un musical para el Perú, y también El rancho de los niños
perdidos, este último en octubre en el Centro Cultural Ricardo Palma; además,
vamos a ver si nos vamos afuera con esta obra, porque se presta para la
itinerancia.” En el apartado musical, continuará con presentaciones con su
banda The Auroraz, con canciones originales en inglés. “Busco promover un poco
la cultura rockera, que se está yendo abajo un poco (ríe); creo el arte es una
gran arma social, es la única manera que podemos ser empáticos; vivimos en una
sociedad muy apática, hay una gran falta de empatía, de no ponerse en el lugar
del otro; yo quiero transmitir a mis alumnos que cambiemos eso por medio del
arte, para mí eso es una necesidad,” concluye.
Sergio Velarde
16 de marzo de 2020
1 comentario:
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