viernes, 27 de marzo de 2020

Crítica: NAVE


El viaje al origen

Después de cosechar un importante galardón en la escena local, Nave vuelve a las tablas en esta edición del FAE LIMA 2020. A través de la mirada de su autora, Moyra Silva, la obra nos sumerge en un viaje vivencial y multidisciplinario hacia la evocación propia y ajena, hacia la añoranza de lo ausente y hacia esta ciudad que nos acoge pese a todo.

El arte escénico (y el arte, en general) halla su dinámica en la interacción de dos partes: la del objeto que se muestra (el objeto escénico) y su público, el receptor de este objeto. En mayor o menor medida, esta dinámica deriva en un evento transformador a través del cual el receptor se identifica con el objeto que especta y se ve interpelado en este reconocimiento. Así, el proceso transformador moviliza al espectador a través de la emoción y el pensamiento, elevando en él esa hondura insondable a la que llamamos espíritu humano.

Moyra Silva, directora, actriz y bailarina, es una artista dedicada a explorar las múltiples vías por las que esta dinámica virtuosa se desarrolla. Su labor en los últimos años así lo demuestra: a través Corpus Medio, el dúo que conforma con la compositora y videoartista Adele Fournet, ha presentado trabajos como Caer es una forma (2017), Reflejo Animal (2018) y Limas Utópicas (2019). A partir de la premisa que moviliza a cada uno de ellos, se busca interpelar al espectador apelando a una experiencia artística multidisciplinaria que se aleja del manejo escénico tradicional. En la misma línea de trabajo, y a partir de la premisa de su propia identidad, Silva presenta Nave, en colaboración con Fournet y otros artistas multidisciplinarios, como una experiencia escénica de inmersión. Habiéndose presentado en enero del 2019 como una de las ganadoras del IV Festival de Teatro del Instituto Cultural Peruano Norteamericano, esta obra regresa a la escena local en esta edición del FAE LIMA 2020, para mostrarnos, una vez más, su aproximación totalmente vivencial a la dinámica artística sobre el escenario.

Homenaje

Como ya se dijo, Silva parte de su propia identidad para construir su propuesta. De manera más concreta e íntima, parte de la profunda vinculación que tiene con su abuela materna. Como ella misma lo dice, es menester que esta premisa sea relevante también para el público. Es así que, a partir de gatillos sensoriales y piezas de instalación -sonidos, aromas, imágenes, palabras congeladas en el tiempo que vienen del pasado- la experiencia teatral envuelve desde el inicio al espectador ávido de ella y lo convierte en el protagonista, en el actor (el que actúa, el que acciona) de un doble homenaje: el que Silva le rinde a su abuela y el que el espectador le rinde al depositario de su propia evocación. El objeto artístico y el receptor del mismo se vuelven uno solo en el proceso. Aunque, hay que decirlo, mucho dependerá de la predisposición del espectador para participar de una experiencia que podría resultar desde íntima hasta invasiva.

De pura cepa

Construimos nuestra identidad a partir de los vínculos que generamos, tanto con las personas con las que crecemos como con los lugares en los que vivimos. La premisa de la que parte Nave también explora esta vinculación, concretamente, con la ciudad de Lima. A través de una suerte de programa concurso, el público-protagonista es invitado (y a veces compelido) a examinar el conocimiento fáctico y vivencial que tiene de ella. Desde fechas de fundación y datos estadísticos, hasta experiencias de acoso y percepciones personales, Lima es puesta delante de los participantes como si fuera un espejo inmenso que refleja cuánto de ella hay en cada uno, para bien o para mal. Y en ese reflejo interpelante, se invoca también el de los abuelos y las abuelas de los presentes. Es, pues, el reflejo del pasado y del presente resumidos en el de cada uno.

El regreso del actor

Un valse de Augusto Polo Campos, un atardecer veraniego como los de estos días y una carta tan ajena como íntima culminan con esta experiencia. Los actores circunstanciales se bajan de esa nave, se convierten en público otra vez, salen de ese pampón techado que es el Centro Cultural Cine Olaya y se quedan en la puerta conversando sobre lo que acaban de vivir, o regresan a sus casas. Quien escribe estas líneas comprende lo que vivió mientras las escribe. Pero en ese momento todo era más confuso y turbulento. En ese estado de tribulación se subió a un taxi que lo llevó a su destino atravesando la Costa Verde. Por la ventana, sentado junto a él, miraba el atardecer veraniego el recuerdo de su abuela materna. Ese portento de señora, hermosa como ella sola, artista a pesar de todo, a pesar de sí misma, artista del bordado, de la repostería, de la lisura brava y del ingenio bajopontino que la acompañó hasta el final, hasta el día de su cumpleaños, el día en que se fue en su ley, de un colerón, el último. A esa señora, que nunca estuvo del todo en paz, a esa abuela, en donde quiera que esté, quien escribe estas líneas la abraza con toda el alma y le desea, si no es algo de paz, por lo menos que esté tranquila.

David Huamán
27 de marzo de 2020

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