Paciencia y riesgo
Tremendo riesgo el que ha asumido Vodevil Producciones con
el reciente estreno de La película (2013), premiado texto de la joven
dramaturga norteamericana Annie Baker. No solo por estar dedicada la
productora, hasta ahora, a la promoción de la dramaturgia nacional, como El dolor por tu ausencia (2012) de Jaime Nieto, Humo en la neblina (2015) de Eduardo
Adrianzén o Zapping, 3 musicales en 1
(2016) de Mario Mendoza, Federico Abrill, Sebastián Abad e Ivana Pedreschi, por
citar algunos; sino porque la mencionada obra de Baker, ganadora del
prestigioso premio Pulitzer, dividió a público y crítica en su momento,
dependiendo de la paciencia que haya tenido cada uno. Acaso el mismo efecto se
encuentra ocurriendo actualmente, durante su temporada en el acogedor Teatro de
Lucía.
De entrada, la campaña promocional orquestada para La película
quizás pueda confundir y no ser la adecuada: mencionar en el programa de mano
el profundo amor que le tiene al cine su muy competente director Mikhail Page,
así como una encuesta publicada en el muro del productor Pedro Iturria sobre la
preferencia que tiene el público hacia el cine o el teatro, por ejemplo, puede
dar a entender que la referida puesta en escena estaría al servicio de
homenajear al Séptimo Arte. Nada más alejado de la realidad. Si bien es cierto
su ambientación es la reducida sala de un cine antiguo en Massachusetts y sus
protagonistas, tres de sus empleados que ocasionalmente comentan sobre
películas y sus actores, las referencias cinematográficas terminan ahí. Es el
mundo interior de estos tres tristes seres y sus conflictivas vidas las que
animarán las casi tres horas del espectáculo.
Y es que la dilatada duración de La película es
definitivamente, un significativo detalle a considerar. Y esto a pesar de haberse
eliminado la participación de un cuarto actor, que intervenía en dos breves
personajes en el libreto original. Imposible afirmar que los sonoros ronquidos
y las salidas definitivas de algunos espectadores durante la función sean el
daño colateral de, por ejemplo, el auge del microteatro. Porque en el cine
nadie se movió durante las tres horas de Avengers: Endgame, cinta repleta de
superhéroes, explosiones y efectos especiales; pero igual ocurrió con la feroz Incendios
(2014) de Wajdi Mouawad, en el Teatro La Plaza. Quizás sea que la dramaturgia
de Baker le exige (demasiada) paciencia al espectador, y que acaso no será
recompensada del todo para cierto público, aquel que espere el “happy ending”
de rigor: “spoilers” aparte, los personajes no se verán redimidos, ya que los amores
confesos e inconfesos y las amistades no llegarán a buen puerto.
A pesar de las largas secuencias dedicadas a crear atmósfera
(una obertura de varios minutos con imágenes indistinguibles, silencios intermitentes, secuencias de limpieza
del lugar, discusiones sobre las propinas y conversaciones zodiacales intrascendentes)
y de las esforzadas caracterizaciones (que demoran en fluir los primeros
minutos), el montaje de Page nos regala un puñado de secuencias notables,
aquellas en las que el contenido drama de los personajes emerge pasada la
primera hora: las relaciones familiares y el esquivo interés amoroso de Sam (Joaquín
de Orbegoso), las rebeldes ideas y coqueteos de la proyeccionista Rose (Alicia
Mercado) y la crisis existencial del joven cinéfilo e incomprendido Avery (Job
Mansilla), un afroamericano en la versión de Baker.
Muy al estilo de La cocina de Arnold Wesker, La película
explora las relaciones humanas en el ámbito laboral, con el público de testigo
del drama que ocurre en las butacas del cine, pero acomodado en sus butacas del
teatro y frente a ese vetusto proyector de 35 milímetros, a punto de ser
sustituido por la tecnología digital. Indudablemente, esta nueva apuesta de
Vodevil Producciones constituye un riesgo con tantos aciertos como aspectos por
pulir. La película no será probablemente del agrado de todos, pero verla con la suficiente paciencia
definitivamente sí constituirá una experiencia teatral atípica pero valiosa.
Sergio Velarde
23 de junio de 2019
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