Sencillos conflictos, grandes historias
Siempre es grato encontrar una pieza teatral que, partiendo
de una simple anécdota, consigue resultados contundentes y hasta épicos. Y
sobre todo, cuando se hayan involucradas las simpáticas especies animales, con sus
particulares valores y defectos establecidos desde siempre, para protagonizar
así metafóricas historias con mensaje incluido. Pero no solo en teatro para la
infancia, como lo fueron, por citar un par de ejemplos, las muy interesantes La zorra vanidosa (2010) de Palosanto, con las nefastas consecuencias que traen el
ocio y la soberbia; o Caracolito (2017) de Winaray, promoviendo perseverancia
por sobre el abuso de confianza; sino también las dirigidas al público adulto, como
la notable RaTsodia (2015) de Espacio Libre, en la que dos roedores desnudaron
toda la podredumbre política y social que nos rodea. A este grupo de puestas en
escena habría que añadirle, sin dudarlo, La sonrisa del niño araña, inspiradísimo
texto, escrito y dirigido por la joven Desly Angulo, que convirtió una sencilla
fábula arácnida en una historia con un profundo contenido social.
Angulo nos presenta en escena un conflicto muy sencillo, que
involucra a un niño que está acabando con toda la población arácnida de su casa
y solo le resta encontrar a las últimas tres. La historia es narrada hábilmente
desde el punto de vista de las arañas: la histriónica Avelina (Tania López)
busca la pierna desmembrada de una de sus hijas; la inconsciente Belisa (Gianiré
Rosalino) se encuentra desesperada por conseguir alimento; y la sensata Casia
(Ethel Requejo) pretende llegar a un acuerdo con su verdugo. El trío acciona sin
tacha en el escenario, siendo interrumpido solo por los ruidos que anuncian la
cercanía del mencionado niño, que nunca vemos pero presentimos. Servida
entonces, la metáfora sobre los abusos de poder y el caos generado entre las
inocentes víctimas que habitan en un espacio violento y salvaje. El juego
dramático funciona, ya que los paralelismos con nuestros vergonzosos hechos históricos y taras sociales se hacen reconocibles.
La puesta en escena es llamativa, con un vestuario funcional,
detalles y guiños bien trabajados por parte de las tres actrices, y un
interesante diseño escenográfico, que en el íntimo espacio que ofrece la Casa
Winaray juega con telas, luces y sombras para generar así una atmósfera de
perdición, acompañada por la música de Rafo Ráez. Con el apoyo de Samoa
Producciones y Cuarta Maraña, la joven Angulo confirma que sí se puede realizar
contundentes espectáculos teatrales, partiendo de triviales conflictos, solo con
creatividad e ingenio. La sonrisa del niño araña, de sugestivo y simbólico
título, es una trágica aventura arácnida convertida en una profunda reflexión
humana.
Sergio Velarde
23 de junio de 2019
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